En Venezuela se comercializa con bolívares, aunque los precios se calculan en dólares, sin embargo en los estados cercanos a la frontera las monedas internacionales adquieren valor comercial
Una parada, hay que estirar las piernas luego de casi seis horas de camino sentados en un autobús desde Caracas. En una pequeña tienda de carretera se lee “E/S Mirador”, está justo en la orilla de la autopista General José Antonio Páez, cerca de la entrada del municipio Ospino en el estado Portuguesa.
—Una malta, por favor —pide un joven en el mostrador.
—Mil ochocientos —responde un muchacho delgado y de ojos claros. Está vestido con una franela color vinotinto que llega hasta el borde de sus jeans ceñidos y su correa de tela. Y en sus pies unas cholas de cuero.
—Me das una —estira el brazo derecho para entregar su tarjeta de débito.
Antes de que logre tomar el plástico para cobrar, un hombre entra a la tienda gritando: “¡Jabibi Jabibi!”, llega al mostrador y continúa.
—Cámbiame esto por efectivo —dice sin aliento mientras agita un billete de cinco mil pesos en el aire.
—No tengo, chamo —suelta sin mirarlo directamente, mientras toma la tarjeta.
—¿Cómo que no?
—No llego —responde al vendedor y luego pregunta— ¿Ahorro o corriente?
—Ahorro —señala el cliente.
—Cuando te aparezca el monto marcas la clave —le indica.
Toma el billete de cinco mil pesos que seguía suspendido en el aire, lo pone en el mostrador y de uno de sus bolsillos traseros saca un fajo de bolívares y dice: “Tengo como cuatro mil”.
—No importa —contesta ya sin el ánimo con el que entró al local.
Uno cuenta billete sobre billete —60 de 50 y 10 de 100 bolívares soberanos—, entrega y guarda. El otro toma el dinero y lo mete en su bolsillo derecho sin siquiera contarlos.
—Toma mi pana —dice al devolver la tarjeta—. ¡Una malta para el chamo! —grita hacia la derecha donde aguarda un señor que murmura cosas en lo que parece ser árabe.
— ¿Y aquí trabajan con pesos? —pregunta la siguiente muchacha en la cola.
—Sí, aquí se trabaja con pesos, dólares, yenes, lo que venga —exclama y luego corrige—. Bueno, no, con petros no.
—Ajá, ¿y en cuánto está el peso?
—A uno, igual que el bolívar —responde con severidad y mirándola a los ojos—, un día vino un policía y me estafó. Agarró chocolate, cigarros, malta, hizo fiesta, pero ya yo sé. Aprendí.
—Okey. Me das un refresco, por fa.
—Son dos mil, mami.
Ella le entrega un puñado de billetes que sacó de su cartera y se retira de inmediato.
—¡Mira, son dos mil! —grita alarmado—. Me estás dando como veinte mil. Es solo este billete.
Estira su brazo con el resto de los pesos colombianos y le aconseja:
—¡Tienes que estar pendiente!
Foto por: Carlos Bello