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Mujer con temple y empuje, ha sabido mantener y nutrir el lazo que su familia tiene con San Agustín por varias generaciones a punta de sazón y liderazgo social. El amor por su comunidad lo demuestra, con un tumbao muy auténtico, en cada acción que emprende

Texto Mariana Souquet
Fotos Roberto Chávez

Lilibeth González camina con el mismo sabor con el que cocina. Su ropa de color negro no le impide destacar entre las calles de San Agustín del Sur, el barrio caraqueño donde nació y creció. Salsa, merengue, vallenato y reguetón marcan el ritmo de su paso entre la zona media del sector Marín y el Guaguancó de Colores, el callejón en el que atiende sus kioscos de venta de comida y bebidas, un espacio convertido en el corazón de la vida diurna y nocturna de la comunidad entre viernes y domingos.

De día, con su maquillaje intacto a pesar del calor y con sus trenzas blancas —que mezcla con hilos rojos, azules, verdes o amarillos— Lilibeth atiende llamadas, coordina los almuerzos que vende por encargo y saluda con una sonrisa a todo el que tenga a su alrededor: desde niños que le piden la bendición hasta sus vecinos de kiosco en el callejón.

—Ella es la reina del Guaguancó —dice uno de sus amigos.

De noche, cuando el callejón se llena de gente, Lilibeth camina de un lado a otro. Sube y baja de sus dos kioscos. Con un vestido que combina con la pañoleta que rodea su cabello, empuja una carretilla y una cava. Mueve cervezas y botellas de anís hasta recargar la nevera de su negocio para que nunca le falte una bebida bien fría. A cada cliente que se acerca a comprar a su negocio le pregunta “¿cuál quieres, mi amor?”.

La mujer que hace de todo

Desde pequeña aprendió a cocinar pegada a las faldas de su abuela. “Eso tiene que quedar así… suculento”, recuerda que le decía su abuela, la responsable de que su familia se estableciera en San Agustín.

—No había calles, no había tuberías, no había nada cuando mi abuela llegó a San Agustín, un poquito antes de la época de Marcos Pérez Jiménez. Ella se vino con mi abuelo desde Barlovento y se establecieron. Aquí nacieron sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos —relata.

Que las comidas quedaran sabrosas y sustanciosas se convirtió en su norte a la hora de cocinar. Su abuela fue la inspiración a la hora de elegir el nombre de su negocio: “Suculentos bocados”, que acompaña con el eslogan “las negritas del sabor”.

En su nevera nunca falta alguna comida preparada, en caso de que le lleguen pedidos de última hora. Su repertorio de almuerzos abarca desde pasta con atún, sopa y arroz con pollo hasta pastelitos y hallacas. Para su hija menor, su mejor plato es el pasticho, aunque el arroz chino es la comida que más enorgullece a Lilibeth.

—La gente dice que el arroz chino es el mejor. Es el plato base que siempre hago. Aunque la pasta con atún también me queda buenísima —destaca con una sonrisa.

Lilibeth tiene 53 años, dos hijas “paridas por ella”, un hijo de crianza, una nieta, un nieto y otro que viene en camino. Los nombres de todos empiezan con K, pues ella quería que fueran diferentes y únicos.

Además de su pareja, su familia también incluye a sus vecinos de San Agustín.

—La verdadera familia de uno son los vecinos. Tú tienes familia, tienes hermanas, tienes tías, pero viven lejos. Tú con el vecino sí le puedes pedir el favor de que les echen un ojo a tus nietos. La familia es el vecino.

Su amor por su comunidad y su vocación por la cocina la motivaron a empezar a hacer labor social desde joven. Al principio llevaba comidas a hogares de personas mayores cada diciembre. Poco a poco se involucró en más actividades hasta convertirse en una líder en su zona: es jefa de comunidad y vocera del consejo comunal.

Como jefa electa por sus vecinos, Lilibeth está pendiente de que las calles estén alumbradas, de que la maleza no crezca, de que retiren la basura con frecuencia, de que los juguetes para los niños lleguen en diciembre, de que las bolsas de alimentos entregadas por el gobierno se distribuyan y de que las familias con mayor vulnerabilidad no queden por fuera.

—Aquí hay gente que está muy falla de peso —dice mientras cuenta que suma siete años de apoyo logístico en un comedor para niños y niñas de San Agustín: allí se encarga de que no falte nada y de que la comida llegue completa.

Pero Lilibeth también coordina jornadas de salud. Busca posibles beneficiarios —niños y niñas que necesiten operaciones de hernias umbilicales—, y con apoyo de un sobrino pediatra asiste en la coordinación de jornadas quirúrgicas en distintos hospitales. Para diciembre de 2022, ya habían operado a más de 80 niños.

—También hago planificación para que les pongan aparatos (anticonceptivos) a las muchachas en el brazo. Yo les digo “no, mamita ya tú no puedes tener más hijos, ya tienes cuatro niñitos. Vamos, busca”. Muchachas de 18, 19 años, que ya tienen tres niños. También organizo jornadas de ligaduras.

Con su trabajo llegan tantos agradecimientos como críticas, pues reconoce que no todos están conformes. Resalta que algunos la critican mientras otras personas dicen que no la quieren.

—No me pongo a discutir, porque yo no soy “moneda de oro”. Siempre está lo bueno y lo malo. Hay gente que te agradece, pero hay gente que no.

Las críticas no la detienen. Tampoco la detuvo haber tenido el brazo izquierdo roto por cuatro años tras ser atropellada por una moto, un accidente que le dejó un clavo y una lesión de por vida. Esa actitud incansable es lo que más admiran las hijas de Lilibeth, al igual que su personalidad.

—Lo que más me gusta de mi mamá es que es “salía” —dice su hija Kislenyer al destacar su capacidad de hablar con todos y hacer de todo.

Lilibeth se levanta cada día a las cinco de la mañana. Divide su tiempo entre su casa, su negocio en el Guaguancó de Colores y la plaza Los Estadios, en las afueras del Estadio Universitario. Ahí atiende un kiosco de venta de comidas y cervezas para los fanáticos que acuden a los encuentros de béisbol. Cuando no hay béisbol, trabaja en estadios de básquetbol, fútbol o eventos.

—Crié a mis hijas trabajando en los estadios y ya mi hija mayor tiene 35 años. Tengo toda una vida trabajando en esos eventos. En el Universitario, en el Naciones Unidas. Mis hijas fueron criadas durmiendo en los carros mientras trabajaba en cada temporada y en cada evento cuando venían cantantes.

Pero su lugar favorito es San Agustín. Con frecuencia repite que “ama y adora” la comunidad en la que nació y creció.

—San Agustín me ha dado muchas cosas buenas. La gente a mí me va a recordar como la reina del Guaguancó, como Lilibeth la que sube, la que baja, la que busca, la que resuelve. Quiero seguir viviendo aquí por lo que me queda de vida.

12 historias que conectan e inspiran de una de las parroquias con mayor tradición cultural y arraigo de Caracas.

Un especial en alianza entre Historias que laten, Ghetto Photo y 100% San Agustín

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