Con Emma pasaba Blades casi todo el tiempo, mientras Anoland y Rubén trabajaban. Entre las primeras imágenes de su memoria está un niño de cinco o seis años, de caminata con su abuela por el casco viejo de Ciudad de Panamá, los teatros Variedades y El Dorado, la plaza Amador, Las Bóvedas, el mar de frente.
Ella lo enseñó a leer y a escribir. “Lo enseñó a pensar por sí mismo, a hacer lo correcto y a no preocuparse por convenciones”, escribe desde Nueva York Paula C., el mítico personaje de la canción del mismo nombre que Blades publicó en 1978.
Rubén Blades había nacido en una pensión, la Panamericana, donde su familia vivía en el barrio San Felipe, en la zona antigua de la ciudad. A los meses se mudaron cerca de Santa Ana, en la calle 13 oeste, allí cerca. “Un cuarto dizque con una recámara y una dizque sala. Una vainita chiquita”, atisba este sábado por la mañana. Todavía no habían nacido sus tres hermanos menores.
Su madre, pianista desde niña, cantante de voz prodigiosa, hacía radionovelas y a veces lo llevaba a la estación. “Me contó que una vez, durante una escena, su compañero de reparto le estaba gritando y a ella le tocó llorar como parte del guión. Rubén comenzó a llorar muy fuerte también y eso salió al aire. Esa fue su primera actuación en vivo”, dice Paula C. Más adelante, cuando todo había cambiado en Nueva York, Blades grabó una canción suya con Anoland, “Yo soy una mujer”, en la que ella interpreta a Manuela, personaje central de Maestra vida, el disco con formato de musical que hizo en 1980.
Los Blades no llevaban una vida holgada.
“Mi papá compraba un par de zapatos pa’ mí, pa’ la escuela, y ese era el único par de zapatos que yo tenía el año entero. Y esos zapatos de la escuela él los tenía que comprar a crédito. Y en mi casa, hermano, todo era reciclaje y cuido. Yo vengo de una casa donde si tú te aparecías con una camisetita que no era la que te había comprado tu mamá, tu mamá se daba cuenta de una vez y te preguntaba ¿eso de dónde salió? Su-per-vi-sión, brother”.
Por eso Rubén Blades tiene en armario muchos zapatos que no usa y mucha ropa que no se pone.
Después de bongocero, el padre se hizo detective y todo porque jugaba al baloncesto profesionalmente. Fue una idea del presidente José Antonio Remón, que quería mejorar la imagen de la policía y decidió armar con ellos un equipo de basket, con los miembros de la Policía Secreta Nacional. “Si tú querías saber quién era la policía secreta, y las franelas decían PSN, ibas a un juego de basket”.
Manuel Antonio Noriega, el futuro sucesor de Omar Torrijos en la línea de las dictaduras militares del país, no estaba en el equipo de baloncesto del señor Blades, pero sí era el hombre fuerte de la Secreta. Lo acusó de ser un infiltrado de la CIA y la familia completa tuvo que salir a Miami en 1973. Pero Rubencito no. No hasta el año siguiente, cuando se graduó en la universidad. “Parecía que conmigo no se iban a meter, pero yo decía: no voy a ser abogado en una dictadura, y me fui”.
Y entonces, en 1974, con los pasajes más baratos de PanAmerican, llegó a Miami, y luego a Nueva York, donde todo cambió.
Al principio fue la estrechez. Dormía en el suelo. Pasaba las noches en casa de amigos. Hasta que el director de cine Leon Gast le subarrendó un estudio de grabación, entre Columbus y Ámsterdam, en la calle 86. Allí había una cama, pero él igual compró otra y la puso al lado. “Era una vaina absurda. Paula C. entraba y decía: ¿Pa’ qué tu quieres dos camas? Y yo decía: esta es MI cama, ¿me explico?”.
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No habla mucho Blades de su familia en la actualidad. Es sabido que su madre falleció por un cáncer en 1992, cuando sacó al mercado Amor y control: en la canción del mismo nombre narra un episodio del hospital donde estaba internada; luego pasó una temporada sin cantar este tema en las presentaciones en vivo. También es público que su padre está cerca de los noventa años y vive en Ciudad de Panamá. De sus hermanos, el más conocido públicamente, en la música pop, es Roberto, el menor, que vive en Miami.
Habla poco de eso.
“En general soy muy deficiente en cuando al contacto con familia y/o amigos. No sólo por ser una persona que se mueve solo desde hace décadas, también creo que por la propia naturaleza pública del trabajo. Soy sumamente privado y sigo sin entender por qué escogí una profesión como la de artista, que me lleva a todo menos al anonimato —otra contradicción suya—. Hay gente que necesita el contacto diario, constante, con otros. Yo no”, escribió por correo electrónico horas antes de ese encuentro en el hotel en Valencia.
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Consiguió un trabajo en el servicio de correos de la Fania Records en Manhattan. Llevaba la correspondencia, cargaba instrumentos, pero seguía componiendo. Pronto los músicos firmados con este sello comenzaron a grabar canciones de su autoría. Richie Rey, Bobby Cruz, Ismael Miranda (que fue uno de los primeros en reconocer sus líricas), Roberto Roena, Tito Puente, Ray Barretto.
Cada vez que tenía oportunidad, iba al estudio de grabación a ver si le dejaban hacer los coros. El empleo en el correo de la Fania terminó abriéndole las puertas de la popularidad.
“Rubén es un soñador. Escribía canciones todo el tiempo sobre la gente que veía a su alrededor, en nuestro vecindario, y sobre personajes que inventaba. Me tocaba cada nueva canción en su guitarra. Era muy curioso sobre la gente y sus vidas y nunca olvidaba las historias que le contaban. Yo, literalmente, vi a Rubén pasar de rodar un carrito lleno de cartas por las calles de Nueva York a convertirse en una celebridad internacional”, escribe Paula C., su ex novia.
Se conocieron cuando ella trabajaba en Liberty House, una cooperativa de manualidades organizada por activistas de los derechos civiles. Un día vino él a la tienda porque había oído hablar de ella. Y ella de él. Él tenía veintisiete años y ella treinta y uno.
No tardaron en mudarse juntos.
Paula C., una bostoniana de ascendencia irlandesa, tiene ahora sesenta y cinco años y habita todavía el apartamento de la calle 82 del West Side de Manhattan donde vivió con él, donde ha vivido durante cuarenta años. Trabaja para una compañía especializada en medios y tecnología, confecciona los trajes de Haloween de los hijos de su sobrina, viaja de vez en cuando.
No quiere revelar aquí el resto de la letras de su apellido, aunque él ya lo hizo una vez en su show por internet. Su testimonio tiene el mismo tono misterioso de esa inicial de su nombre. Es prolija en sus respuestas, sí, pero no puedo palpar de ella más que lo que está en las fotos de esa época junto a Blades (cabello abundante y marrón, rasgos finos, ojos grandes), y ese archivo de Word con sus respuestas. Las envió a través de Alison Weinstock, también de Boston, una muy acusiosa investigadora de la trayectoria de Rubén Blades. Weinstock, que conoció a Blades en el cine antes que en los discos, ha puesto todo lo que sabe sobre su vida pública (TO-DO) en su sitio web maestravida.com. También un testimonio de Paula C., quien luego le dio a Weinstock algún material para la memorabilia que está en la Biblioteca Loeb de música de la Universidad de Harvard, en un archivo que ella creó, junto con José Massó, y que ahora coordina.
Un día, en 1978, Paula C. y Rubén tuvieron una de esas peleas casi definitivas y ella lo echó de la casa. Él metió su ropa en tres bolsas de basura y se fue al apartamento de su amigo venezolano César Miguel Rondón, escritor, locutor y salsófilo, que entonces vivía también en Manhattan. Se quedó allí durante dos meses, como le cuenta Rondón a Leonardo Padrón en el libro de entrevistas Los Imposibles.
Ya todo había cambiado para Blades en Nueva York. Había llegado el momento de oro con la orquesta de Ray Barretto, quien tras la ausencia de su cantante Tito Allen llamó a Blades a una prueba y lo contrató como vocalista junto a Tito Gómez (y Blades debutó en el Madison Square Garden delante de diez mil personas y olvidó parte de la letra de “Indestructible” por los nervios). Había cantado con Larry Harlow y ahora celebraba su éxito junto con Willie Colón, en el apogeo de Siembra, el disco más vendido de la historia de la salsa. Tenía la bendición de Tite Curet Alonso. Salía de gira. Pedro Navaja era un personaje que comenzaba a respirar solo.
En casa de Rondón, Blades gestaba Maestra vida. Y compuso la canción: compuso Paula C.
Pasaron siete años juntos, escribe ella en ese archivo de Word. Todo terminó a principios de los ochenta.
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Después vinieron:
El cine. The last fight, la primera película; Crossover dreams, la que siguió, el trampolín.
La separación de Fania y de Willie Colón. La fundación de la banda Seis del Solar con músicos newyoricans, y en vez de metales, el vibráfono, para no parecerse al sonido de los tiempos con Colón (cuando más tarde los incorporó, se llamaron Son del Solar). Cuatro discos con ellos, con la disquera Elektra Records.
La escuela de leyes de Harvard, mientras salía Buscando América. Los primeros grammys.
Más Hollywood, más discos con músicos panameños y costarricenses. La experimentación con la fusión y nuevos grammys, pero en la categoría de World Music.
Una primera esposa. California. Un divorcio.
Vino Broadway: el musical The capeman, en 1997, donde compartió roles con Marc Anthony y Lubitza Mason, una neoyorquina de Queens, de origen eslovaco, también cantante y actriz, que interpretaba a la madre de uno de los asesinos de la trama que escribió Paul Simon. Con ella se casó en 2006.
Y también vino la política.
El del correo en Fania Records fue su último empleo formal, de oficina. “Pa’ decírtelo mejor: fue la última vez que tuve un jefe, hasta ahora”, dice esta mañana de sábado antes de tomar el vuelo a Maracaibo.
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Ese jefe fue Martín Torrijos, su amigo, hijo –fuera del matrimonio– del dictador por el que Blades y su familia salieron de Panamá. “¡Pero Martín es muy diferente de su padre! (…) Cree en administrar un país con altruismo”, le dijo al diario español El País en 2002. Su partido Papá Egoró había apoyado al de Torrijos, el PRD, durante las elecciones de 1999. Blades tenía previsto acompañarlo en el Gobierno si ganaba las elecciones en 2004.
Así fue: Martín Torrijos le dio rango de ministro a su cargo y allí se quedó durante los cinco años de la gestión, cuando mucha gente no apostaba ni uno. Había un antecedente: estuvo ausente en momentos claves de la campaña presidencial de 1994, con Papa Egoró. No se había desligado de Hollywood y la música, se fue a terminar discos y películas, y no se dedicó de lleno a la candidatura, aunque cuando paraba en Panamá vivía en un apartamento que había comprado cerca del barrio San Felipe en 1992.
“Tú no tienes idea de la satisfacción que esa vaina me dio, especialmente después de la irresponsabilidad de Papá Egoró, que debí haberme quedado y no entendí un poco ‘e cosas. Tú tienes que agarrar ese caballo y mandarlo desde principio a fin. Donde lo sueltes, se te va”, recuerda ahora.
La celebridad del ministro, qué duda cabe, ayudó a promocionar Panamá como destino turístico. Hizo una campaña publicitaria con su imagen (“Panamá se queda en ti”, el eslogan) y en 2008 se tomó las vacaciones de un mes para hacer una gira musical por España, Italia y otros países de ese continente (y aprovechó para cantar con artistas que había promocionado en su podcast).
En su mensaje oficial de despedida, Blades apunta que aumentaron los volúmenes de visitantes y que el turismo ahora hace aportes al Producto Interno Bruto de Panamá. Dejó un plan maestro con miras a 2020 y una ley nacional.
Para hablar de este tema, aquí sentado en esta habitación de hotel, se inclina hacia adelante, arruga más el entrecejo y apoya la mano sobre el muslo, el brazo como un asa: “Lo que nosotros hicimos en el tiempo que estuvimos allí, me dio la completa seguridad de que sí se pueden cambiar cosas. Cada cual tiene un nivel de responsabilidad en esta vaina y yo mi responsabilidad la asumí. Me gané mi derecho a hablar, ¿ves? ¿Quieres hablar? Suelta tu cosa, cierra tu negocio por cinco años y ven a servirle al país. Tuve la oportunidad de vencer mi propio egoísmo y mi propia necesidad de ego o lo que fuese que pudiera tener uno. Y nadie me puede decir que no es así. Porque en esos cinco años pude haber hecho LA película, o no tener que estar vendiendo mis vainas pa’ poder comprar otra vaina. Y sin ningún llanto. ¡No, señor! Al contrario, orgulloso y feliz de haber servido a mi país. Tú no tienes idea, eso me hace a mí una mejor persona, y eso me hace mejor ser humano, mejor cantante, mejor músico, mejor actor y mejor todo”.
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Al tour Todos vuelven lo llamó “la gira de la liquidez” en su SDRB. Rubén Blades asegura que salió con deudas de su despacho. Va a vender su casa de Los Ángeles para comprar casa en Nueva York, donde todo cambió hace treinta y cinco años. A donde regresa.
“Es mi clase de ciudad. Allí estás en contacto con la vida todos los días”. Para probarlo, trata de mostrarme el ticket del metro en su billetera, pero no la lleva encima.
Y en Nueva York puede ser un poco anónimo.
Quiere estar allí donde está todo a mano: el supermercado, el subway, el cine, la cancha de baloncesto y la iglesia. Donde puede caminar, porque nunca aprendió a conducir, y no le interesa.
De volver a la política, no sabe. Ha dicho antes que no tiene el temperamento para eso, y después, que para hacerlo tendría que aprobarse la reelección en su país.
Ahora: que depende. “Hay que ver lo que vamos a hacer. Yo no voy a perder mi tiempo para que pinten un retrato mío y me lo pongan en una galería en un pasillo”.
Entre tanto va a hacer cosas que le faltan, después de esta gira. Más. Escribir tres o cuatro libros sobre cada faceta suya: la música, el cine, la política. Grabar diez discos: uno con su ídolo Cheo Feliciano —el uno cantando canciones del otro—, y uno con el grupo brasileño Boca Livre. Algún trabajo con Aleks Syntek. Otros de boleros y de tangos. El resto con todo el material que grabó con Fania y Elektra Records.
También presentaciones en vivo, pero más pequeñas. Obras de teatro —musicales— con los personajes de todos sus temas.
Hollywood, si se da la oportunidad.
Y va a volver a la universidad: un doctorado en sociología, para hacer una tesis sobre las nuevas estructuras de Gobierno. Quizás en Yale o en Columbia.
Después de todo, pasó de los cuarenta.
La versión original de este texto fue publicada en la revista Gatopardo en la edición de diciembre de 2009
Excelente crónica! no podía esperar menos de Sandra. Aprovecho para felicitarlos por esta iniciativa digital. Éxitos!
EDO
Que buena entrevista, me encantó. Saludos desde NYC Sandra!!!
Sandra. Tu crónica es un retrato profundo de Rubén. Me encantó.
Gracias por compartirla.
La mejor de las suertes para esta nueva experiencia de Marcapasos.
Abrazos
Gonzalo (El papá de Tata)
¡Excelente, Gabo! ¡Absolutamente genial: como siempre!
«Ese que cierra los ojos y se lleva la mano al pecho cuando entona Patria”, es una mágica definición de Rubén Blades. Un texto sin desperdicio. Éxito para la revista.
Buenísima la crónica, excelente trabajo MS.
Me aburrí tanto que tuve que dejarla. Otra vez será.
Buenísimo trabajo, Sandra, repleto de datos y bella narración.
Esta crónica me reafirmó mi admiración y respeto por Blades, no quería que se acabara, excelente
Genial. Me parece la más completa nota sobre Blades. A pesar de ser panameño y admirador de su música, me estoy enterando de datos que no conocía. Por ejemplo, que él tiene raíces colombianas (cómo yo y muchos panameños), no recuerdo haber oído eso aquí en Panamá, Felicitaciones!!!
Muy buen texto que va más allá de la entrevista para adentrarse en la crónica y en la semblanza. Destila una profunda y cultivada admiración por el personaje que queda plasmada en la autenticidad de la prosa. Gracias por esta grata experiencia periodística que aporta nuevos destellos sobre un icono de la cultura latinoamericana del cual creiamos saberlo todo. ¡Salud!
Extraordinaria crónica y de las mejores que he leído sobre este gigante latinoamericano. Es raro ver a Rubén abrirse de este modo en público, tremenda publicación esta de verdad…los felicito y viva Blades por muchos años Dios mediante.
Excelente!!!
Ahora conozco más de un ser humano que ha influenciado mi formación como ser humano con su arte. Gracias!!!
Excelente!!!
Digo exactamente lo mismo que Juan Carlos: la música de este hombre ha marcado no solo mi forma de ser sino también mi forma de pensar. Qué ser humano genial y creativo. Es un genio de nuestra música y poesía latinoamericanas. ¡Gracias!
Hermano déjeme de FELICITARLO usted es un gran hombre, músico, político, estuve en panamá no hace nada por primera vez, me gusto mucho comente del el allá, con el taxista, el mesonero, el recepcionista el de la calle y le tiene buena estima como persona y político se vio el trabajo que lo hizo muy, saludos hermano de Venezuela mil bendiciones y que dios y la virgen la siga iluminando y mantenga ese carisma.
Quiero agregar otro comentario acerca el problema con willie colon, tranquilo pana ese señor es un tremendo músico mis respeto, pero es una persona que se aprovecha de los demás como paso con Hector Lavoe que ni al entierro fue tanto que se saco dinero, tranquilo el que obra bien tiene que ir bien, sin desearle nada malo a nadie
Papi arosemena tremendo musico…lo conocí en Dinamarca!!! en los ochentas
Excelente artículo, me deja saber más de lo que ya sabía del gran maestro y aprovecho para comentar que lo admiramos muchas personas en México, que estamos al pendiente de sus giras, lo he visto en el D. F., Cumbre Tajín Veracruz, Zacatecas y Guadalajara, no me canso de escuchar sus letras y música. Es el personaje público más congruente que conozco y sus letras las he heredado a mis hijos quienes sienten una especie de cariño y orgullo por el Sr. Blades, saludos.
Sandrita, al fin pude leer tu crónica. Bien bordada y muy bien escrita. Guardada para mi colección. Me contó EM que al R le gustó tu «seriedad». ¡Felicitaciones!!!