En el barrio El Calvario, situado en una de las lomas del municipio El Hatillo, todo parece transpirar un aroma de fe y devoción. A mediados del mes de julio, y desde hace más de 40 años, hay una cita marcada en el calendario de esos hatillanos: las fiestas en honor a su patrona, la Virgen del Carmen. Cuesta arriba, en el Calvario Alto, una casa pintada de blanco destaca el letrero Cooperativa El Carmen. En ella un panal de mujeres, adultas y niñas, en modo ritual, visten a la virgen. La encierran en un círculo de vistosas flores. Su sonrisa introvertida es la de una reina, regia, trajeada de fucsia y con un manto en sus hombros de encajes blancos. Justo detrás de ella hay otra figura que recibe un trato similar. Una de yeso con brazos elevados a manera de plegaria y trajeado de rosado. También recibe flores. Es la imagen del Divino Niño.
Mónica Pacheco cuenta de esa veneración:
– Desde hace 4 años le prometimos al Divino Niño hacer el mismo recorrido, junto a la Virgen del Carmen, mientras sanara a mi sobrina de 10 años, Mariángel Brito, que sufre de convulsiones.
En El Calvario la adoración a la Virgen del Carmen la iniciaron los descendientes de las familias Cisneros, Corro, Mujica y Madera, al fundar la Sociedad del Carmen en 1978. Un fervor que comenzó en julio de 1980, con la imagen en la gruta, ubicada en la Escuela María May.
Carlos Barreto es un cargador de santos del barrio y el municipio. Pariente de uno de los primeros moradores. Son fornidos sus brazos y hombros quizás entrenados para sostener a la Virgen en su entarimado.
-Esa figura mariana con unción eclesiástica y después del alba, vuelve con sus hijos al barrio. Antes la plaza Bolívar y la principal calle del casco histórico la verán partir hasta un nuevo año.
Antes y después de esta ceremonia, en el barrio, justo al lado de la cooperativa, huele a guiso y a especies. Es la cocina de Clara Cisneros. Varias mujeres la rodean. Allí, en una gran olla se cuece un colorado y aguado arroz con trozos de pollo ocultos. Afuera llueve. Para el domingo de peregrinación un cocido de legumbres, verduras, tocino y pasta o arroz será el agasajo de los asistentes.
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Pocos creerán que en el barrio El Calvario existió un cementerio. Sí, sobre sus terrenos se erigió y habilitó en 1850. Fue entre 1925 y 1926 cuando comenzó a poblarse la barriada. Primero las familias Flores Melo, González, Mujica y Cardozo se asentaron en la parte alta y en el oeste. A éstas se le sumaron las Guevara, Marín, Soto y Martínez en 1930.
– Para 1950 unas quince familias habitaban el sector. A aquellas se le agregaron las Cisneros, Castro, Machado, Mijares, Reyes, Pimentel y Reque. De los Melo y Flores ya no hay descendientes en el barrio- cuenta José González, líder vecinal y cultural en los apuntes que ha recogido para su libro final de la historia local.
Desde inicio de los 60´ ha ido creciendo la población de El Calvario. El último censo del Instituto Nacional de Estadísticas de 2011 registra casi 4 mil habitantes, ubicados en 570 viviendas. Pero sus habitantes sostienen que en los últimos seis años la población ha crecido has sumar quizás unas 6 mil personas.
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Entre largas escaleras que muestran un camino empinado, paredes sin frisar, algunas con rastros de sufrir los estragos de la humedad y murales descoloridos, juguetean dos perros negros, mansos e introvertidos. Escaleras abajo, en estos espacios reducidos no caben más de dos transeúntes a la vez.
– Estamos en El Calvario Alto- dice José González a modo de bienvenida por el barrio territorialmente se divide en Alto, Medio y Bajo.
Lejos se ve el pueblo. Cerca los techos de zinc de las casas y escaleras múltiples que suben o bajan. Las casas buscan dialogar con las escaleras pero la falta de extensión territorial las obliga crecer hacia arriba y no hacia los lados.
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