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Ilustración Roberto Weil

Holandés de nacimiento, venezolano por decisión. Sordo, obstinado, de humor fino y cazador de aventuras. La más alucinante: llegar a Venezuela atravesando el Atlántico en una nave construida con sus manos. Este es un retrato de Kees Verkaik, el artista detrás de las ilustraciones y la identidad gráfica del diario Tal Cual, el periódico que fundó Teodoro Petkoff y quien traducía en trazos sus afilados editoriales

20 años le tomó a la familia de Kees Verkaik construir el velero que lo traería de Ámsterdam a La Guaira. Sólo él sabe cuántos bocetos hizo desde adolescente. Dibujar no era únicamente el medio que le permitió persistir en ese sueño que fue el Why not?, aquel navío de 40 pies con el que recorrió mares y océanos, y que ancló en Venezuela. 

Ser hábil con el trazo de un lápiz fue la destreza que cultivó para superar la sordera que lo afectó desde muy niño y ganarse la vida hasta convertirse en el ilustrador del diario Tal Cual, el emblemático medio con sede en Caracas. 

Para Kees la travesía oceánica fue un sueño que le inculcó su padre desde pequeño, y se convirtió en una obsesión. Traumado por la posguerra quería dejar atrás los días amargos de la expansión nazi en Europa que marcaron su primera juventud para buscar un nuevo horizonte. Kees deseaba deslatrarse del frío invernal y dibujar con la luz del trópico. 

Una vez terminada la embarcación, a principios de los 70, Kees, de 28 años, decidió zarpar en el velero Why not? Lo acompañaron en la aventura su esposa Tineke, Leendert, su hermano gemelo y marino, y su cuñada Corrie.

Fotos cortesía de la familia Verkaik

Salieron de Ámsterdam a Bélgica. Siguieron a Inglaterra, Portugal, Gran Canaria e Isla El Hierro (España). Después cruzaron el Atlántico, el desafío mayor, hasta arribar a Barbados. Los siguientes puertos serían Trinidad y Granada hasta que llegaron a una paradisíaca isla de Margarita, su primera escala en Venezuela.

Los holandeses decidieron anclar en La Guaira en abril de 1971. Atracaron el velero en el muelle del hotel Macuto Sheraton. Allí estuvieron un tiempo. El vínculo con este lado del Caribe fue amor a primera vista. 

Pasar del frío del mar del norte al clima subtropical fue la primera maravilla. En las noches se veían muchas estrellas. Nos pasaron delfines a un costado del velero. La travesía desde Isla El Hierro a Barbados duró 28 días. Después de tantos días en altamar, al arribar a Trinidad nos lo tomamos con calma. Llegamos en los carnavales. Nos encantó el calor de la gente con sus bellos trajes. Una semana después llegamos a La Guaira cuenta Tineke, la esposa de Kees.

Fotos cortesía de la familia Verkaik

Kees, de inmediato, quiso ponerse en contacto con un excolega holandés, un ilustrador que trabajaba en una agencia de publicidad en Caracas y que le había escrito cartas de posibilidades de trabajo.

No hablar el idioma y la imposibilidad de oír no fueron impedimento para decidir instalarse en Caracas. La luz, el clima y el trato criollo cautivaron a Kees. Invitó a su esposa a quedarse. Se prendió de un país con futuro.

Primeros trazos en Venezuela

En Caracas su paisano holandés lo puso en contacto con Xavier Aizpúrua, encargado de la Editorial Arte. Uno de los primeros trabajos que le ofrecieron fue ilustrar el libro “Venezuela suya”, edición con textos de Aquiles Nazoa y fotografías de Diego Rísquez. Como parte de ese encargo, Kees debía recorrer el país de punta a punta.

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Ilustraciones del libro Venezuela suya

La travesía para la elaboración del libro fue increíble dice su mujer Tineke, quien también padece de hipoacusia, incapacidad auditiva, y una condición que los unió

Ese viaje ella lo recuerda como un descubrimiento. Cada paisaje era ilustrado por Kees. Se enamoraron del país. 

Todo lo que veíamos era diferente y bonito a la vez –agrega Tineke.

En Europa, antes de llegar a Caracas, Kees ilustró una revista para niños y trabajó en diferentes agencias de publicidad en Ámsterdam, luego de estudiar, por correspondencia, en la Famous Artist School de Nueva York, instituto fundado por el ilustrador estadounidense, Norman Rockwell.

Foto cortesía de la familia Verkaik

La primera temporada de los Verkaik en Caracas se residenciaron en La California, al este de la ciudad. Allí estuvieron hasta que nació su primera hija, Zoraida. Luego tuvieron que volver a Holanda. No podían mantener los gastos de la embarcación acá. 

En su país natal Kees estuvo tres años, pero con la mente fija en Venezuela. Retornó con su esposa e hija, esta vez, para establecerse.

Se alojaron seis meses en casa de Aizpúrua, su primer amigo venezolano. Después se mudaron al apartamento de Los Palos Grandes, que fue su hogar de toda la vida en Caracas.

La obra de Kees quedó impresa en la creación del recetario venezolano más famoso: “Mi Cocina” (1982), de Armando Scannone

Desde el día que regresó, no dejó de dibujar y pintar. 

Sus ilustraciones se multiplicaron a la par del auge de un país petrolero. Trazos de un progreso que plasmaba en papel en ediciones de las empresas básicas de Guayana, el Centro Simón Bolívar y publicaciones de Lagoven y Maraven, compañías filiales de Petróleos de Venezuela.  

Kees ilustró los libros “Fauna venezolana”, con turpiales, colibríes y chigüires dibujados por sus manos, y “Un hombre diáfano”, edición gráfica de la vida de Simón Bolívar. Delineó perfiles de políticos en las portadas de la revista Plural. También hizo pósteres para promocionar funciones del Teatro Las Palmas y el Teatro Nacional. 

Incluso la obra de Kees quedó impresa en la creación del recetario venezolano más famoso: “Mi Cocina” (1982), de Armando Scannone. El libro que resguarda la memoria gastronómica del país, llamado “el libro rojo”. Las ilustraciones de cómo se lavan y tienden unas hojas de plátano para hallacas, de cómo se estira la masa y enrollan unos tequeños y unas empanadas de harina de maíz, fueron elaboradas por él.

Ilustración del libro Mi cocina de Armando Scannone

Entre dibujos y acuarelas

Un pequeño cuarto de su casa en Los Palos Grandes era su taller. Refugio de frascos de colores, pinceles y lienzos. Allí estaba rodeado del imaginario que salía de sus manos. Más allá de publicaciones literarias, revistas y material para publicidad, Kees tuvo tiempo de mostrar su arte.

Fotos Oswer Díaz

Expuso en distintas galerías sus dibujos y acuarelas. La primera vez que mostró su trabajo en una exhibición de arte fue en Caracas, en 1975, en la sala Banap, un reconocido espacio que le dio la oportunidad. A partir de entonces participó en 12 exposiciones: seis individuales y seis colectivas.

Le gustaba exponer sus obras –dice su hija Zoraida–, pero le costaba desapegarse de sus creaciones. Conocidos iban a pedirle sus dibujos o acuarelas y no era fácil convencerlo, aunque después le hacía ilusión ver las obras colgadas en la casa de sus amigos.

Foto Oswer Díaz

Kees admiraba el trabajo de los pintores impresionistas, especialmente Claude Monet. Cuando iba a ver obras de un artista que le gustaba se emocionaba tanto que pasaba días descompensado, con el azúcar baja. Kees era diabético y se inyectaba insulina a diario. En el Museo de Louvre, en París, se desmayó de la impresión.

Cuando iba a ver obras de un artista que le gustaba se emocionaba tanto que pasaba días descompensado, con el azúcar baja

—Él llevaba siempre sus cuadernos, una cartuchera con lápices, bolígrafos, borra, un banquito y se sentaba a pintar en cualquier rincón –cuenta Ugo Ramallo, caricaturista de El Diario de Caracas y amigo de Kees–. En una de aquellas jornadas callejeras, un par de policías lo sacaron de una plaza y lo llevaron a la comisaría. Dos monjitas lo habían denunciado, pensando que estaba sacando apuntes para robar una institución bancaria. Después todo se aclaró y lo soltaron.

El niño de los garabatos
Kees nació en Ámsterdam, el 15 de julio de 1942. Creció en una casa adosada típica de la ciudad holandesa. En la planta baja había una tienda de caramelos propiedad de los abuelos, que mantuvo a la familia siempre ocupada, todos trabajaban allí. Kees ayudaba con la entrega a domicilio de las compras.

Foto cortesía de la familia Verkaik

De niño Kees jugaba fútbol, ping pong y waterpolo, pero se dedicó al ping pong. Llegó a formar parte del equipo nacional de Holanda de sordos y a jugar en numerosas competencias. También dibujaba mucho. Su hermana mayor, Janny, dice que jugaban a descifrar garabatos, ella hacía un garabato y Kees lo convertía en algo.

En 1944 Cornelius Verkaik –su nombre de pila– perdió la audición a los dos años, a causa de una meningitis que no pudieron tratar bien por la guerra. Su familia se dio cuenta de que no reaccionaba cuando le hablaban y así le diagnosticaron la sordera.

Dos años más tarde, entró a estudiar en una escuela para sordos. Allí aprendió a leer los labios y el lenguaje de señas. Uno de sus maestros se dio cuenta de la habilidad que tenía Kees para dibujar y les recomendó a sus padres que lo inscribieran en una escuela de artes gráficas. Así hicieron.

Ya de adulto, se convirtió en un hombre alto, fuerte, de sonrisa encantadora y ojos azul intenso como el cielo caraqueño en diciembre. Tenía la habilidad de leer los labios de su interlocutor, comprendiéndolo todo perfectamente. Y con los años se volvió un aficionado al tenis, deporte que practicaba con disciplina.

Foto cortesía de la familia Verkaik

Kees era discreto, de gustos sencillos y se interesaba por los trabajos manuales. Buena parte del mobiliario de su apartamento en Los Palos Grandes fue hecho, reparado y mantenido por Kees.

Nunca militó en ningún partido político, pero sí opinaba sobre el acontecer político mundial. Tampoco era religioso, pero decía que su Dios era el sol. De risa fácil, un agudo sentido del humor y ningún temor a decir, o dibujar, lo que pensaba. No tenía complejos por su condición, aunque rechazaba los tratos especiales.
—En una ocasión, luego de haber recibido un premio por su trabajo en El Diario de Caracas –resalta Ramallo–, el director del periódico escribió un artículo donde mencionaba a Kees y usó la palabra “minusválido”. Kees le reclamó airadamente. El director le dijo: “pero si eres sordo” y él le contestó: “Usted usa lentes, ¿Lo llamo minusválido?”.

En su día a día conducía un Jeep viejo. Muchas veces lo acompañaba Tineke, su mujer.
Kees y Tineke se conocieron en una fiesta que organizó una amiga que tenían en común, en Ámsterdam, a mediados de los 60. Cuando Kees la conoció se enamoró, la sordera los unió a ambos, y le contó de su sueño de viajar en el Why not?, el velero que había construido. Desde entonces no se separaron.

Decidieron formar su familia en Caracas con sus dos hijas, Zoraida e Iraima. Zoraida nació en septiembre de 1971. Iraima en mayo de 1977. Ambas tomaron carreras distintas a la de sus padres.
Zoraida estudió Traducción e Interpretación en la Universidad Central de Venezuela, y desde niña ya había ejercido muchas veces como intérprete y traductora de sus padres en algunas entrevistas. Iraima es bióloga, egresada de la Universidad Simón Bolívar (USB). Ahora es investigadora en Ecología en la Universidad de Barcelona.

—Mi papá fue muy cercano con nosotras, siempre estaba muy presente –relata Zoraida–. Reflexionaba mucho sobre la vida y cuestionaba todo. Nos enseñó a mirar todo con otros ojos, a observar, a preguntar el por qué de las cosas, a no dar nada por sentado, a contemplar y admirar la naturaleza y al ser humano. También a apreciar el arte, a disfrutar del ahora, a vivir una vida sencilla sin grandes complicaciones. Así nos fue explicando el mundo.

Ilustrar en un diario

Los años 80 iniciaron con un declive del boom petrolero en Venezuela, la década del Viernes Negro. En ese momento Kees comenzó a ilustrar las páginas de opinión de El Diario de Caracas.
El Diario de Caracas, fundado en 1979, por entonces se convirtió en una referencia en el país. Un periódico innovador, que tuvo al escritor Tomás Eloy Martínez como uno de sus fundadores. Kees trabajó en el esplendor de esa redacción.

—Cuando en la redacción teníamos alguna reunión de trabajo o sindical –cuenta Ramallo– Kees se ubicaba lejos y hacía un dibujo de todos los presentes de tal calidad y precisión que luego podíamos identificar a cada uno de los participantes.

Kees le reclamó airadamente. El director le dijo: “pero si eres sordo” y él le contestó: “Usted usa lentes, ¿Lo llamo minusválido?”

Kees entró a laborar en El Diario de Caracas atraído por la posibilidad de tener un ingreso fijo, que complementara su trabajo independiente. Pero luego quedó prendado del ambiente de las redacciones y de las dinámicas de los periodistas. Trabajó para el tabloide hasta que cerró.

En primera plana 

Después de la salida abrupta de Teodoro Petkoff de la dirección del vespertino El Mundo, en diciembre de 1999, el político decidió crear un diario “para el combate político, para la defensa democrática”. Entre Petkoff y los periodistas Juan Carlos Zapata, Eduardo Orozco, Omar Pineda y Javier Conde comenzaron a armar la plantilla del medio que quería decir las cosas “claro y raspao”, al estilo de Petkoff.

Kees llegó al proyecto del periódico por sugerencia de la esposa de Conde en ese entonces, María Fernanda Fuentes. Ambos lo conocían de El Diario de Caracas. Necesitaba un trabajo fijo y el rotativo no tenía un dibujante. 

Los primeros meses fueron muy difíciles para Kees, Tal Cual era distinto al Diario de Caracas –cuenta Conde–. En el Diario le pedían que ilustrara algo exacto, pero en Tal Cual buscaban algo más figurado. Una cosa con picante, ironía, sátira, con otra mirada.

Antes de su paso por el vespertino, Petkoff no conocía a Kees. Y en un momento pensó que a lo mejor no era la persona indicada. Pero al tiempo se convirtió en un admirador de su trabajo y en su protector.

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Material cortesía del diario Tal Cual

Kees vivió todos los cambios de formato de Tal Cual, de vespertino a matutino, de semanario a portal web. También cada una de las demandas del gobierno contra el diario –nueve en total– y los números rojos de la empresa.

Trabajó en todas las sedes: la de Boleíta, la de Los Palos Grandes y la de Santa Eduvigis. Pasó por la dirección de Javier Conde, Roger Santodomingo, Maye Primera, Juan Carlos Zapata, Alejandro Botía y Xabier Coscojuela.

Kees ilustró las mejores portadas, innumerables reportajes y casi todos los artículos de opinión que salieron en TalCual. Junto con Roberto Weil conformaron una dupla creativa que le otorgaron una identidad gráfica al periódico.

Ilustración cortesía del diario Tal Cual

Su firma y sus trazos se convirtieron en una marca. 

Retrató diariamente los rostros de la mayoría de los políticos locales que estuvieron en la palestra pública los tres primeros lustros de la revolución bolivariana. Muchos de sus “retratados” luego llamaban a la redacción para pedir una copia del dibujo de Kees.

En varias oportunidades hizo enfadar a más de una figura de poder del chavismo: en noviembre de 2013 Jorge Rodríguez, en ese entonces alcalde Caracas, se quejó de una ilustración. Sin embargo, Kees nunca fue demandado o amenazado directamente.

Material cortesía del diario Tal Cual

En una ocasión, Kees hizo una ilustración muy buena –recuerda Xabier Coscojuela, actual director de Tal Cual– era una hojilla perseguida por los logos de los canales de televisión nacional. Mario Silva (moderador del espacio homónimo en Venezolana de Televisión) la comentó y aunque no le agradó, reconoció que el holandés era “un buen retratista”.

Kees llegaba siempre al diario saludando a todos de forma alegre, en bermudas y guayabera –aunque luego cualquier detalle podía hacerlo gruñir–. Buscaba su asignación del día. Se sentaba en su escritorio y se aislaba del mundo exterior. Cuando terminaba se paraba bruscamente para entregar el dibujo, con orgullo y satisfacción.

Cuando le decía que la ilustración estaba muy “Plaza Altamira” o “doñita cacerolera”, Kees me preguntaba que si tenía miedo y hacía como una gallina, cuenta –entre risas– Coscojuela.

En la redacción hablaba poco y en un tono bajo. Su expresividad oral era limitada. Hacía señas. Señalaba cosas. Sin embargo, todos le entendían. 

No se perdía un cumpleaños, templete, sarao, aniversarios del periódico ni las fiestas de Navidad en Tal Cual. A pesar de su mundo de silencio, le gustaba la música y bailar. Disfrutaba la vibración de la música. 

Él llegó a un país de oportunidades –explica Iraima, la hija de Kees–. Pero luego vio cómo empezó a cambiar. Toda la frustración de ver lo que sucedía la podía desahogar en su trabajo. Sabía que su trabajo formaba parte de la denuncia. Se sentía útil y parte de un equipo.

Kees ilustró las mejores portadas, innumerables reportajes y casi todos los artículos de opinión que salieron en TalCual

La última ilustración de Kees salió publicada el 6 de abril de 2017. Ocho días más tarde, falleció. Estuvo hospitalizado dos días por una gripe que se le complicó y se convirtió en neumonía. Hizo una sepsis. Lo durmieron para darle los antibióticos y no despertó.

Sin embargo, los trazos de Kees continúan presentes en el archivo del periódico. Casi dos décadas de historia ilustrada. Con humor y mirada atenta palpó la realidad social y política del país que amaba y tanto le preocupaba. 

Kees buscaba una aventura y el sueño al cruzar el Atlántico. Cumplió ambos. Dejó dos cosas pendientes: ver de nuevo el país pujante al que llegó y pintar el Ávila.  

Siempre quiso pintar el Ávila –aclara su hija Iraima–. Obsesivo como era, si bien hizo unos cuantos bocetos ninguno terminó de convencerlo.

Este trabajo fue producto de la tercera cohorte del Diplomado Nuevas Narrativas Multimedia Historias que Laten, en alianza con el CIAP-UCAB y la Fundación Konrad Adenauer, en Caracas de noviembre de 2019 a febrero de 2020.

Sobre el diplomado