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SAMUEL DÍAZ, estudiante. 25 años. Twitter: @samueldiazp / Instagram: @samuel.adp

“En el 2013 estaba en un limbo. Llevaba tres años viviendo fuera de mi país. Había llegado a Estados Unidos para seguir estudiando luego de obtener mi bachillerato internacional en Noruega, pero algo no cuajaba. Por mucho que me esforzara en acostumbrarme, no lo lograba: seguía sintiéndome como un extranjero. Y me regresé a Venezuela.

Mi familia y mis amigos son mi principal vínculo con el país. Para mí, hay algo que hace a Venezuela inigualable. No hay nada como ir a un Caracas-La Guaira y que La Guaira deje en el terreno al Caracas; nada como ir a Playa Pelúa con mis amigos; nada como la vista al Ávila todas las mañanas. Hay demasiadas cosas que no estoy dispuesto a dejar. Hay demasiado que hacer por este país.

Vista desde El Calvario Alto

Desde chiquito fui delegado de curso en mi colegio, el Santiago de León de Caracas. Me gustaba ser representante, aunque no era consciente de que tenía tanta vocación. Pero cuando estaba en noveno grado algo cambió en mí. Mataron a mi entrenador de fútbol, y la burbuja en la que yo vivía se rompió. Sentí que no debía ser indiferente ante los problemas de los demás, sin importar si me afectaran o no.

En 2014 me reconecté con Venezuela. Empecé a cursar Estudios Liberales en la Universidad Metropolitana. Me enamoré de mi carrera y hasta del Samán que adorna el campus universitario. Me junté con un buen equipo y ganamos la presidencia de la Federación de Centros de Estudiantes 2016-2017.

Yo no sé quedarme quieto. Quería ayudar. Quiero ayudar. Me inspira mi mamá, que comenzó como secretaria, y mi papá, que inició como mensajero. Hoy me siento bendecido porque no me falta nada, y creo que los que tenemos más debemos contribuir con aquellos que no.

Samuel Díaz

Niños llegan de lunes a viernes a las 5:30 pm a cenar

En 2017, época de protestas antigubernamentales, compartí mucho con la generación estudiantil de 2007. Ahí conocí a Roberto Patiño, quien fundó los comedores Alimenta La Solidaridad, y le dije que quería replicar su proyecto para ayudar ante la crisis alimenticia y económica que hay en el país. Y me apoyó. Entonces contacté a Ailin.

Conocí a Ailin Cisneros —líder comunitaria de El Calvario Alto, sector popular del municipio caraqueño El Hatillo― en una protesta en el año 2014. Desde esa fecha, ella se convirtió en otra mamá para mí. A veces la gente piensa que El Hatillo es solamente La Lagunita, La Boyera, El Cigarral, Los Naranjos, y la realidad es que hay muchos sectores que también necesitan ayuda. Entonces le dije que quería abrir un comedor en su comunidad.

Para Ailin nada es mejor que ayudar a su gente. Y para mí también.

amuel y Ailin conversan en la sede del comedor a la espera de la llegada de los niños

Samuel y Ailin conversan en la sede del comedor a la espera de la llegada de los niños

Le conté toda la iniciativa. Ella al principio no creyó que se concretara, porque hay mucha gente que les hace promesas que luego no se cumplen. Pero ganamos un financiamiento en la Universidad de Harvard y comenzamos con el proyecto. Lo llamamos ‘Nutriendo el futuro’.

Hicimos un censo para determinar qué chamos necesitaban más ayuda. Buscamos una nutricionista y creamos un menú que cubriera la demanda calórica. Ailin llamó a su prima Clara y ella nos ayudó para usar la Cooperativa El Carmen. Ahora, además de ser el centro donde hacen desde reuniones hasta misas y velorios, la Cooperativa es sede del comedor.

Pensamos en servir almuerzos, sin embargo, las mamás nos dijeron que los chamos no irían a clases para venir a comer. Entonces decidimos ser un comedor nocturno y pusimos como requisito que los niños estuvieran inscritos en el colegio. Iniciamos el 5 de febrero de 2018, el día de mi cumpleaños, con 50 niños de hasta 10 años de edad, y ya hay son más de 80 los que vienen de lunes a viernes.

Niños vienen con sus hermanos y comen juntos.

Pero no todo ha sido fácil. No todo han sido ‘fresas con crema’.

Al principio muchos no comían aquí. Algunas mamás vieron a otras mamás comiéndose la cena del chamo. Tuvimos que decir ‘miren, si se siguen comiendo la comida del chamo, el comedor se acaba’. Hablamos y solucionamos. Ahora todos los chamos comen aquí. Y cada día vienen más.

Yo no podría hacer esto sin Ana, sin Laura, sin Cristina, sin Mónica —amigas de la universidad— que me han ayudado a adaptar el proyecto y que se turnan para venir a la comunidad. ‘Nutriendo el futuro’ funciona por las voluntades de Ailin, de Paula —la autoridad a la hora de servir la comida—, de Verónica, de Reina, de Olimpia, madres y hermanas de El Calvario Alto. Esta es una labor de equipo.

Las madres se turnan para servir los platos

Las madres se turnan para ayudar 

Quiero expandir este proyecto. También quiero graduarme y seguir aprendiendo. Concibo la política como un instrumento para cambiar vidas: cuando mueres no te llevas nada contigo, pero puedes dejar una huella. Creo que la formación es clave para toda persona que quiera seguir ejerciendo la política. Nos hacen falta líderes preparados.

No les voy a mentir: hay días en los que pareciera que no hay salida. Hay días en los que uno siente que quiere tirar la toalla, pero luego tomas un respiro. Y sigues. Cuando vengo al comedor siento que todo nuestro esfuerzo vale la pena.

En Venezuela hay demasiadas oportunidades para ‘echarle pichón’. Creo que los buenos somos más. Si nos vamos todos, le dejamos el país en bandeja de plata al mal. Aquí hay demasiadas cosas que hacer todavía. Y yo, Samuel Díaz, no quiero ver la reconstrucción del país desde afuera: la quiero ver desde adentro«.

Las vecinas de la comunidad y las encargadas del comedor, el motor de ‘Nutriendo el Futuro’

El Calvario

Niños de la comunidad salen del colegio y van al comedor.

El Calvario

Al principio los niños eran más tímidos, pero ya comen juntos.