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Homo homini lupus –dijo el Lobo. Y luego, sin dejar que asimilara el latín en esa noche absurda, comenzó a disertar (perdónenme, por favor, por lo que voy a decir) sobre Arturo Uslar Pietri. Específicamente, sobre un cuento de Uslar Pietri, «La noche de tambor».

Ese cuento era la síntesis perfecta de los elementos esenciales del ser humano: ritmo y libertad. Es la historia de un negro esclavo que escapa de una hacienda colonial. Se esconde en el bosque durante la noche, tiene la oportunidad de huir aprovechando la solidaridad de las sombras y sin embargo regresa a los espacios de la hacienda y se condena. ¿Por qué regresa? Pues porque la remota percusión de unos tambores lo va atrayendo como una bombilla encendida a una mariposa. En un momento, el perfil de su cuerpo fibroso se proyecta sobre la superficie de la luna llena y en ese segundo se concreta su destino. El negro se deja llevar por el ritmo y asume su esencial esclavitud. No la que lo subyuga al hombre blanco, sino aquella que lo convierte en apenas una extensión de un latido.

−¿Y qué tiene que ver la licantropía con todo esto?

−El hombre lobo es más lobo que hombre. Lobo quiere decir aquí aquello que eres y tratas de dejar de ser. ¿Qué es la luna?

−Un satélite.

−En el cuento. Es el momento de mayor claridad del hombre. ¿Entiendes?

−Creo.

−¿Y qué son los tambores?

−¿El reguetón? –aventuré.

El Lobo no aguantó la risa.

−Sí –dijo.−Así mismo. El reguetón.