Tarde del martes 5 de marzo de 2013. Pocos minutos antes, las pantallas de los televisores en sitios públicos de Caracas tansmitían algo tan ajeno y lejano como un enfentamiento futbolístico entre el Real Madrid y el Manchester, y las calles comenzaban a llenarse de gente que salía de su trabajo dispuesta a sufrir lo que se llama la “hora pico” en el tránsito –ya fuese en transporte público o privado- para regresar a sus casas. Lo usual.
Poco después de las cinco, el balón en la pantalla dejó de pasar de un lado al otro del campo y el anuncio de una cadena nacional por radio y televisión, la segunda de esa tarde, paralizó por minutos a la gente. Mucha preocupación sobre la delicada salud del presidente Hugo Chávez.
En pantalla apareció, como había sido ese mediodía, la figura voluminosa del Vicepresidente Nicolás Maduro quien, además de su tamaño, destacaba por la camisa blanca que contrastaba con la ropa parda e informal del apretado grupo de altos funcionarios públicos que le rodeaban. Las usuales camisas rojas las dejaron en los armarios. La expresión de todos, sin que se hubiera dicho palabra alguna, lo decía: algo grave sucedió.
La frase cayó como una bomba en el país, aún cuando todos estuviéramos a su espera desde hace meses, semanas, días: El Presidente de la República, Comandante Hugo Rafael Chávez Frías, murió a las 4 y 25 de esta tarde.
En Altamira, uno de los enclaves antichavistas de la ciudad, se escucharon algunas contradictorias expresiones de “Viva!”. No para que aquel muerto público resucitara, sino para celebrar la muerte. Tres hombres que antes contemplaban el fútbol, aplaudieron y se abrazaron por el gol que le había metido la vida (o la muerte?) a Chávez.
Con una rapidez inusitada los locales públicos se fueron vaciando y las calles llenando de gente que buscaba, afanosamente, la forma más rápida de llegar a sus hogares. Forma rápida que, en segundos, se hizo lenta, interminable.
La Francisco de Miranda, una de las avenidas que atraviesa a Altamira y de las más transitadas de la ciudad, comenzó a llenarse de automóviles, lo que es usual a esa hora en un día laboral, pero no tanto como en ese momento. Infinidades de luces rojas de los stops de los automoviles comenzaron a iluminar las calles como un gran árbol de navidad caido sobre el pavimento.
La explosión de la noticia se sintió en las redes sociales y el twitter y el Facebook comenzaron a ser la gran forma de contacto. La sociedad de las miradas bajas, fijas en la pantalla del aparatico que aprieta la mano, se dejó ver. Según la tendencia política que prevaleciera entre los seguidores de cada quien empezaron a llegar mensajes en forma imparable. Los chavistas con loas a uno de los hombres más grande que ha dado la patria y latinoamérica, el Bolívar del siglo XXI. En la calle, una mujer da gracias al cáncer por habérselo llevado, una antichavista twitea: “leo con verguenza muchos post en TW y FB”.
A partir de ese momento, independientemente de la esquina política en la que se estuviera parado, el país comenzó a mostrarse consternado, impactado. Temeroso ante la incertidumbre que trae la muerte.
Los celulares suenan poco: las redes virtuales colapsadas. Media hora después del anuncio oficial las redes terrenales también colapsaron: traslados en automóviles que en hora pico duran media, una, hora, se convirtieron en un lento andar de hasta dos o tres horas. Algunas estaciones del Metro cerraron por obvia precaución y el subterráneo, usualmente con andenes y vagones saturados a esas horas, tenía, relativamente, pocos usuarios. Por los altavoces se pide al público usar los vagones a su máxima capacidad. Sin embargo, pareciera que la gente está temerosa de bajar a profundidades, de encerrarse, y prefiere la calle. Los “por puesto” y buses van con gente hasta colgando en las puertas pero no hay mayor peligro de accidente por el lento andar de los vehículos.
En algunos espacios privados, antichavistas celebran la muerte brindando con cualquier bebida espirituosa, alguna gente se abraza en las calles de Altamira –y muy posiblemente en muchos otros sitios de la ciudad y el país- con gesto de alegría. En uno que otro lugar se oyen cohetones de los que suenan en la fiestas populares. Esto contrasta con las consternación que se ve en otras calles y el llanto de hombres y mujeres que se comienzan a concentrarase en plazas públicas. Muchos abrazos con profundo dolor. En la plaza del Indio, cerca de Altamira, tres mujeres mayores lloran al lado de varios hombres tristes mientras un altavoz radia canciones en la voz de Alí Primera, el cantautor de la revolución.
Sin que hubiera anuncio oficial de toque de queda, ni nada parecido, a las seis de la tarde casi todos los locales comerciales de los sitios más transitados de la ciudad están cerrados. En los pocos abiertos, alguna gente hace compras nerviosas. Hay tensión silenciosa en la ciudad usualmente bullosa a esas horas.
Los funcionarios públicos y hombres recios también lloran. El alto mando militar aparece en pantalla en la voz del ministro de la Defensa, quien con voz entrecortada, anuncia cuadre absoluto con la institucionalidad, lealtad al Comandante en jefe recién fallecido y despliegue policial y militar en las calles. A ese llanto le sigue el del Presidente de la Asamblea Nacional y quien según expresa la Constitución debe asumir la presidencia de la República en cuestión de horas, el de la Presidenta del Tribunal Supremo de Justicia, de la Fiscal General… de nuevo, el Vicepresidente llora en pantalla y asi centenares de partidarios del Presidente fallecido que empiezan a congregarse a las afueras del Hospital Militar para una vigilia mientras el cadáver sigue adentro.
La emotividad comienza a hacer de la suyas y una periodista de una cadena de televisión colombiana que trataba de cubrir la vigilia es agredida violentamente por partidarios del Presidente. Se ve la sangre en pantalla.
Por las calles de Caracas la gente camina a paso apresurado y en silencio aun cuando vaya acompañada. Quienes van en transporte público, usualmente, hablachentos con quien llevan al lado asi no conozcan, miran por las ventanas o hacia delante con expresión taciturna. Los rostros reflejan apesumbramiento, conmoción, algunos, susto. No hay expresiones tranquilas, mucho menos de alegría. Da la impresión de que los que aún seguían contentos se refugiaron en Twitter y se fue apagando con el avanzar de la noche.
Cerca de las ocho de esa noche, la avenida Miranda comienza a quedarse sola, hasta los establecimientos de comida están cerrados. El metro casi vacio. La muerte mete miedo.
El comando de la MUD, la oposición al gobierno, aparece en pantalla. Rostros incompresiblemente tristes por la muerte del enemigo político. La voz de quien recién fue su candidato presidencial y posible lo vuelva a ser en cuestión de días, expresa condolencias a la familia, a las instituciones y a los seguidores del Presidente –nunca lo mencionó por su nombre-, llama a la unidad nacional en estas horas de consternación y que se respete el hilo constitucional.
La tristeza, el silencio y el miedo comienzan a hacerse de la noche. Se anuncia suspensión de actividades escolares por tres días y siete dias de duelo nacional. Las exequias serán en espacios militares. Comienzan a llegar los mensajes de pésame de figuras internacionales y el peso de la figura transcendental de Chávez en la historia contemporánea se deja sentir.
El país conmovido duerme temprano por unas horas ante un extraño silencio que se apodera de las calles y la incertidumbre de las personas.