A los bares acudimos para enamorarnos, seducir o transitar en soledad algún despecho. También para celebrar y juntarnos con amigos en una farra hasta el desvelo, o fraguar utopías detrás de una barra entre un trago y otro. Algunos son tugurios que sin entender el por qué se transfiguran en refugios de la noche citadina, y en un imán de borrachos, escritores y artistas, o de simples mortales con necesidad de baile, bebida y goce.
La Frasca de Toledo fue uno de esos bares caraqueños que no se olvidan. El periodista Gerardo Guarache recrea la atmósfera y la magia de este lugar único en una crónica urbana que es uno de los relatos del libro Caracas 455: memorias de una ciudad perdida.
Por Gerardo Guarache Ocque. Ilustración Yonel Hernández
La fachada tenía cara de antro, de antesala de negocio turbio. Su puerta rústica y su letrero pequeño no prometían nada. Uno entraba porque quería. Entraba, con la valentía del curioso, porque necesitaba comprobar si era realidad o fantasía lo que se decía.
A simple vista, era un bar ordinario. Podría ser cualquiera de los 53 locales que compiló la Embajada de España en su Guía de restaurantes españoles en Caracas (2015), donde se apuntó que esta capital era una de las ciudades con más tascas de herencia ibérica en el mundo. Sin embargo, pasada la medianoche, La Frasca mutaba.
Los duendes llegaban de madrugada. Las formas se definían entre las escasas luces rojizas. El cajón peruano seducía a las bailaoras. La guitarra creaba el ambiente para el cante jondo. Sonaba el taconeo y se destapaba la rumba. Empezaba la noche su soleá por bulerías, mientras en un pasillo se mezclaba talento y público, camareros y comensales; todos juntos, todos enérgicos, todos libres.
Aunque llevaba a Toledo en el apellido, desde la óptica simplificada transoceánica no sabríamos distinguir los matices gaditanos, sevillanos, granadinos o almerienses. Pero el espíritu del lugar conducía al sur de la península ibérica, a esas tierras que por casi ocho siglos estuvieron bajo dominio árabe y donde el flamenco transporta notas ambiguas que no están ni en las teclas blancas ni en las negras del piano.
La Frasca era como el after party de otra gala presuntuosa. El rostro de Dorian Gray en el cuadro. No importaban sus fotos viejas, su estética demodé, sus paredes desconchadas. No era un escenario pop, sino la farra de verdad, sumergida en vino, con esencia de chistorras y repique de castañuelas.
Una corriente invisible te mantenía dentro. Cuando lograbas poner un pie fuera, ya era de día. Caracas amanecida. Uno contrastaba con los transeúntes frescos de la calle El Mirador de La Campiña. El sol nos castigaba como a vampiros desorientados, y todo lo que ocurrió en las últimas horas pasaba al terreno del mito.
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Caracas 455: memorias de una ciudad perdida es un libro editado por las periodistas Mirelis Morales y Mariana Cadenas con el apoyo de Banesco, un proyecto editorial que reconstruye la memoria de la ciudad.
La crónica La Frasca de Toledo es un texto inédito cedido especialmente para ser publicado en Historias que laten.