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Mi amigo Ángel me dijo una vez que Salvador de Bahía es la ciudad con más buena vibra en el mundo. Y tiene razón.

Quise visitarla desde hace muchos años; algo inexplicable me atraía de esta ciudad donde nació el Brasil colonial, donde comenzó el carnaval, donde se adora a Cristo tanto como a los Orishas. La Roma Negra la llaman, porque hay más de trescientas sesenta y cinco iglesias y porque es la región que concentra más población negra fuera de África.

Ángel se fue a Salvador varios meses a estudiar portugués y descubrió en ese tiempo maravillas que no aparecen en las guías turísticas. Así que me sugirió un itinerario que seguí casi a pie juntillas. La primera visita, por supuesto, Pelourinho. Es el centro histórico, un patrimonio de la humanidad ahora convertido en barrio bohemio. Fue justo allí donde germinó ese país que parece un continente. Es allí donde nos vamos a quedar, le dije a Laurencio, y encontramos una posada con vista a la Bahía de todos los Santos, el gran puerto de la ciudad.

En las esquinas de esas calles empedradas, siempre después de pasar alguna iglesia o en la plazoleta frente a la casa del escritor Jorge Amado, es común encontrar a varios bahianos cantando y bailando bossa nova o samba. Si no están tocando algún instrumento están practicando capoeira, el baile marcial.

Quizás sea con esa melodía que exorcizan aquellos castigos que sufrieron los esclavos que ataban en la piedra de la plaza principal. Esa piedra donde los exhibían se llamaba Pelourinho. Pero eso quedó atrás.

Ahora cantan, sonríen, gozan esa sensualidad pegajosa que borra cualquier amargura. Si quieren ir a la playa, a surfear o a ver surfear, entonces toman un elevador que comunica el centro histórico con las grandes avenidas. El ascensor Lacerda se construyó a finales del siglo diecinueve y todavía (claro, lo han remodelado varias veces) no deja de subir y bajar gente ni un segundo en un trayecto de setenta y dos metros. Hasta vértigo da.

Antes de la playa, una moqueca de peixe o de camarón –el guisado típico de Bahía– y un litro de esa cerveza que sirven en vasos pequeños. Vibra de la pura.

Las mejores olas están en Barra, la urbanización moderna rodeada de costa y restaurantes. Allí, en medio de la arena, de pronto se aparece un vendedor de queso ahumado con orégano (queso servido en pinchos que tuestan en una parrilla portátil) y canta. Canta mientras calienta el queso y canta cuando recibe el pago. Agradece cantando y se va y le canta a la pareja de al lado.

Entonces el sol comienza a desvanecerse y se escucha una samba a lo lejos, en otra plaza frente a otra iglesia. Otros bahianos cantan y bailan felices. Esta ciudad es pura buena vibra, Ángel. Tenías razón.