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El estadio de béisbol –una extensa planicie incrustada en la cima de una colina verdosa de San Antonio de los Altos, estado Miranda –está cubierto de grama natural marchita y arena fina amarilla. Sobre esa arena –cerca de home– hay guantes y bates; coderas y rodilleras; un tobo de pelotas.
—¡Vamos, la mano bien agresiva!
El entrenador, Ricardo Petit –exjugador de béisbol profesional, robusto, un tatuaje de pelota en una pantorrilla–, ha gritado indicaciones (“Nunca batees suave”; “ahí, no te dejes ganar”; “tranquilo, ya la vas a poder sacar”; “bien: una bola mala la dejas pasar”) a los adolescentes que se han parado en home a participar en esta práctica de bateo.
El tercer turno es para el mayor de los cinco jóvenes. La mañana es luminosa y corre una brisa helada.
Batea: la pelota se pierde de vista.
Petit y los otros dos profesores de esta academia de peloteros lo miran. Ninguno le da recomendaciones.
Batea: la pelota se pierde de vista.
—Está alto –murmura Petit.
Batea: la misma descarga de furia contra la bola.
—¿Es porque te están tomando fotos? ¿O eso es normal? –reacciona por fin el entrenador, orgulloso.
El joven–16 años, cuerpo fibroso, moreno, piernas largas– se llama Kelvin Meleán. Se carcajea –dientes cubiertos de ortodoncia– y responde que eso –que la fiereza de su brazo– es normal.
— Eso es normal.

***

Kelvin Meleán, hermano de tres hermanas, es hijo de la relación –hoy rota– entre Édgar Meleán y Jenny Pérez. Sabe, porque se lo han contando muchas veces, que la primera vez que pisó una escuela de béisbol no fue para destacar sino para estallar en llanto.
—Tenía tres años. Me dio miedo.
Así que su papá, hasta entonces jugador aficionado de béisbol, comenzó a entrenarlo. A los cuatro años de edad era parte de la selección infantil de béisbol del municipio Plaza del estado Miranda; a los diez jugaba en un equipo de Criollitos de Venezuela, del que se retiró a los doce para irse a uno de la Federación Deportiva del estado Miranda.
Desde hace cuatro años, cuando se mudó con su padre a El Hatillo, es jugador del equipo –nuevamente de Criollitos de Venezuela– Cachorros de La Boyera.
El año pasado, luego de que este grupo –dirigidos por el propio Édgar Meleán– venció ante otras dos ligas del estado, se convirtió en la selección abanderada por la entidad para el campeonato nacional de béisbol de Criollitos de Venezuela, en la categoría junior. El evento fue en Maturín y el equipo ganó: es la primera vez que El Hatillo logra tal hazaña.
Además de batear, Kelvin se destacó en la posición que más le gusta ocupar cuando está en un campo: shorstop (campo corto). Allí, entre la segunda y tercera base, se convierte en una red que atrapa cuanta pelota pasa.
—Fue una experiencia muy bonita. Sobre todo porque nos estaba dirigiendo mi papá.

***

—Mira –dice mientras abre el álbum en el que su familia guarda las fotos de su trayectoria como deportista–,esta es la primera vez que me sacaron en un periódico.
La reseña está titulada así: “Kelvin Meleán metió el brazo y Plaza ganó en el estadal”, y dice: “Meleán tuvo un día de héroe ayer al conducir a la selección del municipio Plaza a lograr sus primeros dos triunfos. Fue llamado a lanzar en la sexta entrada. Se presentó hermético y logró tres ponches”.
En aquel momento pensaba que jugar en las Grandes Ligas sería fácil. Ahora –que fue declarado hijo ilustre de El Hatillo, que firmó con Los Tiburones de La Guaira, que cuatro equipos de la Gran Carpa (Marineros de Seattle, Padres de San Diego, Texas, Astros de Houston) están interesados en él, que ha viajado a República Dominicana a eventos de la MLB (Liga Mayor de Béisbol, por sus siglas en inglés) y ha salido bien parado, que está entre los 30 mejores prospectos del país– sabe que no ha sido tan sencillo: que no será tan sencillo. Pero ¬no le importa, dice.
—De pequeño, veía los juegos con mi papá y me decía: “Tienes que estar ahí, tú vas a estar ahí”. Yo creía que era fácil, pero es un camino difícil. De eso me di cuenta cuando comencé mi trabajo de pelotero.
Eso fue en enero de 2014. Édgar consideró que ya le había enseñado a su hijo todo lo que sabía. Era hora de reforzarlo y trabajar duro por la profesionalización. Así que lo llevó a la academia de Ricardo Petit.
En su primer día allí lo evaluó el cazatalentos de Los Tiburones de La Guaira y lo firmó al instante. Es decir, forma parte de la generación de relevo: podrá jugar con esa selección en la Liga Venezolana de Béisbol Profesional en algunos años. Mientras, lo hará con ese equipo en el campeonato paralelo, de novatos.
Pero Kelvin jura que es caraquista a toda prueba, y fan de Omar Vizquel.
—En julio voy a firmar con algún equipo de Grandes Ligas. La meta no es firmar y jugar en ligas menores, sino estar en Grandes Ligas. Es mi sueño.
—¿Con cuál equipo te gustaría firmar?
—Con el que me dé la oportunidad.

***

Cuando un joven firma con un equipo de béisbol profesional en Estados Unidos, por lo general entre 16 y 17 años de edad, comienza un transitar por campeonatos menores (Rookie, Clase A, Doble A, Triple A) que le sirven de preparación y para mostrar sus capacidades. Allí los equipos van cultivando los talentos que luego llevan a jugar en las Ligas Mayores. Pero no todos logran pisar ese último peldaño. Para eso se requiere una buena dosis de talento, una buena dosis de suerte.
Ricardo Petit jugó durante ocho años con los Bravos de Atlanta, y en Venezuela con Los Tiburones de La Guaira. Después fue cazatalentos en el país –por diez años– de los Padres de San Diego, y ¬–por cuatro–de los Medias Rojas de Boston.
—Ya no compro el talento, ahora lo formo.
Hace seis años fundó la academia –Petit Academy– para preparar a adolescentes y promocionarlos ante los cazatalentos de los equipos nacionales e internacionales. De los 29 peloteros que han pasado por allí, 28 han logrado contratos con equipos del exterior.
—Es un deporte difícil: de cada 100 jóvenes que firman, llegan a Grandes Ligas dos o tres. Quizá cuando un pelotero está en su mejor momento, no está la vacante en el equipo grande, y se queda siempre en ligas menores. Es suerte.
Venezuela, insiste Petit, es de los países que más exporta talentos a ese mundo deportivo. En 2013, de 11.000 peloteros que estaban en las ligas menores, 1.298 eran criollos. Ahora Kelvin será uno más.
—Su viejo lo ha manejado siempre. Aquí llegó un chamo con muchas herramientas, pero inmaduro, con detalles que corregir. Lo hizo y ahí están los resultados: muchos equipos están detrás de él. Es un gran trabajador, está listo.

***

El día es frío, gris. En las gradas del estadio La Unión, en El Hatillo, cuatro niños vestidos de peloteros persiguen a un perro.
— Qué bellos. Recuerdo cuando mi hijo estaba así.
Jenny Pérez habla mientras mira a Édgar darle indicaciones a Kelvin. Es una práctica veloz, porque están apurados: van a Valenciaa hacerle una prueba antidoping al adolescente, que le pidieron como requisito cuando lo invitaron –de nuevo– a un evento de la MLB en Estados Unidos.
—Lo metimos en béisbol para que fuera un niño bueno. A los 13 años Édgar le veía mucho potencial y me dijo: “Prepárate, se lo van a llevar”. Me daba miedo, ahora estoy preparada.
Hace un silencio, se ríe.
—Lo que no quería era que dejara de estudiar. Tenía buenas notas, quedaba en el cuadro de honor. Llegó hasta tercer año. Pero me dijo: “O es la pelota, o son los estudios”.

***

A veces en la casa de la academia –donde vive con todos los alumnos de lunes a viernes– le da mucho frío, y no le provoca más que dormir hasta tarde. Pero entonces se para a las 5:00 de la mañana, y comienza la rutina: trotar, lanzar-atrapar pelotas, batear; ir al gimnasio; en las tardes descansa; y por las noches, batear, batear, batear.
Para animarse recuerda a su ídolo, Derek Jeter –aquel jugador de los Yankees de Nueva York que se retiró tras 20 años de éxitos en las Grandes Ligas–, que decía: “Podrás encontrar a personas con más talento, lo que no puedes encontrar es a alguien que trabaje más que tú”.
— Quiero ser como él.
—Tus amigos de tu edad deben llevar otra rutina diferente: el cine, las fiestas.
—Pero soy maduro. Si tengo juego mañana, no me voy a ir de rumba. ¿Para qué, si eso puede afectar mi carrera? Hace poco estuve en República Dominicana. Visité varias academias de Grandes Ligas. Fue bonito, vi lo que me espera. ¿Qué extrañé de aquí? ¡La arepa!

***

Édgar Meleán jura que su carrera fue brillante (“participé en siete nacionales”), y que la dejó de lado para dedicarse a su hijo.
—Me focalicé en él desde que tenía tres años, y ahí está el fruto. Por eso lo firmó La Guaira. Ricardo no lo hizo beisbolista en un día.
Ahora, que tiene el aval de haber ganado –como entrenador– el campeonato nacional el año pasado, Édgar Meleán está dándole forma a su propia academia en El Hatillo. Tiene diez adolescentes inscritos.
—¿Sabes que me gustaría? Tener patrocinio. Yo no tendría problema en ponerle al uniforme el logo de una marca deportiva.
El sol de esta mañana en El Hatillo causa picor en la piel. Sentado en el dugout del estadio La Unión, habla mientras observa a sus alumnos en el campo.
—“¡Viejo, quiero línea, línea!
A Kelvin, que está a su lado, también se le escapa alguna indicación:
—¡Esooo, ahí, bien!
Y Édgar, asegura, está preparado para lo que viene.
—En el campeonato nacional que ganamos me gasté como 20.000 bolívares de mi bolsillo. Casi no teníamos apoyo. Pero yo le dije a Kelvin: “Papi, vamos, no importa”. ¿Sabes por qué lo hice? Porque ahora para yo verlo jugar tendré que ir a otro país, pagar la entrada, sentarme de último; o ir al Universitario a verlo entrenar con La Guaira: a ver como otro tipo, que no soy yo, le da instrucciones.