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Desde hace 50 años vende buñuelos de yuca en esta parroquia caraqueña, una tradición familiar que comienza con su abuela materna y su madre. Es todo un ícono de la memoria gastronómica de San Agustín del Sur

Texto Martha Eloína Hernández Urbina

Fotos Sara Dávila

Doraditos por fuera, esponjosos y jugosos por dentro, con melao de papelón por encima. Así son los buñuelos de yuca de Juanita Gómez, a quien llaman por cariño la buñuelera, pues lleva más de cincuenta años vendiendo este manjar en la parroquia caraqueña de San Agustín del Sur.

En este barrio, Juanita es muy querida. Hasta las nuevas generaciones la reconocen y la saludan con afecto, respeto y admiración.

—Hola Juanita, ¿cómo estás? —le dice Wilder.

—¿Te estás portando bien? —le pregunta Juanita.

—Sí —se ríe pícaramente.

Wilder es un niño de la comunidad, de unos seis años que corre y juega en la cancha de básquet.

Juanita lo ve, se ríe y le da la bendición.

—Ve —saluda como si fuera gente grande.

Priscila Díaz, la negra, su sobrina, pasa y le grita.

—Bendición tía, tiempo sin verte. Me tienes abandonada.

Juanita le contesta la bendición, se ríe y le pregunta por su mamá. Ambas se comprometen a llamarse con más frecuencia para conversar. Se despiden con afecto.

Desde hace más de cinco años, Juanita ya no vive en San Agustín. Sin embargo, va todas las semanas.

—No puedo desprenderme de aquí. Me hace falta y tengo que venir. En la pandemia sufrí, pero siempre me escapaba y me venía para acá. Me gusta estar en la calle.

Mientras camina detrás del Teatro Alameda, en el Afinque de Marín, un hombre se le acerca y con un medio abrazo le dice:

—Juanita, ¿cómo estás? Te acuerdas de mí. Soy el carnicero que te atendía y al que tú le decías “me voy a quejar con tu jefe”.

Ambos se ríen y se abrazan, pero la cara de Juanita la delata. Ella no lo reconoce al instante, pero después se acuerda. Se siente la vecindad, la cercanía. Hay entre ellos complicidad y alegría.

Juanita camina hasta llegar a un banco de la plazoleta, se sienta y habla de su cliente más fiel: el señor de San Casimiro.

—Hace unos años, cuando vendía buñuelos en la avenida Leonardo Ruiz Pineda de San Agustín, un señor pasaba todas las tardes, a las cinco, a buscar su ración diaria antes de irse a su casa.
No sabe su nombre, pero lo recuerda cariñosamente. Un día no fue más.

II

En la entrada del Club Alegres All Stars recibe a los visitantes. Es la primera parada gastronómica y musical del Cumbe Tours, una ruta turística para recorrer San Agustín del Sur. Juanita de apariencia calmada, vestida con colores claros, sentada en una silla está preparada para servir los buñuelos.

Con las palabras de bienvenida y una breve reseña histórica sobre el club y el cocuy como bebida ancestral venezolana, comienza el guaguancó: los músicos ponen a bailar a Raimundo y todo el mundo, mientras Reinaldo Mijares (director del Teatro Alameda y fundador de 100% San Agustín) reparte los vasos para servir el cocuy.

Al finalizar el set musical, uno de los organizadores presenta a Juanita y dice:

—Saquen su billetico de 100 bolívares y vayan a probar los mejores buñuelos que se comerán en su vida.

Ese billete de 100 bolívares es simbólico, es entregado al inicio del recorrido y pertenece al cono monetario anterior.

Juanita tiene en su envase azul, tipo bowl, unos cuarenta buñuelos para vender. A cada comensal le da un vaso de plástico con un buñuelo cubierto de melao de papelón. Los vende todos. Algunas personas se quedan sin probarlos y le piden su número de celular para llamarla y hacerle el encargo.

—Qué divinos son estos buñuelos —dice una comensal, mientras se toma una selfie con Juanita.

—En España hacen buñuelos, pero no había probado unos buñuelos tan ricos como los tuyos —le dice el embajador Rafael Dochao, jefe de la Delegación de la Unión Europea, quien hace la ruta turística junto a su esposa.

—Nunca había comido buñuelos, están deliciosos —dice otra visitante del Cumbe Tours.

Los buñuelos de Juanita han sido degustados por comensales nacionales e internacionales, desde embajadores, artistas, deportistas, políticos y hasta extranjeros que visitan San Agustín, una comunidad colorida, afro venezolana compuesta por dos urbanizaciones, San Agustín del Norte y San Agustín del Sur, más nueve barrios.

La alegría de su gente es contagiosa. Hay sentido de arraigo y pertenencia. El arte, la música y el deporte -que han trascendido fronteras- se han convertido en las herramientas de inclusión social para una vida en y con valores en las nuevas generaciones.

El trabajo en equipo y el liderazgo de los promotores comunitarios ha sido clave para la pacificación del barrio. Si todos los habitantes de San Agustín se juntaran, cabrían en el Estadio de fútbol de La Cartuja, en Sevilla, España.

III

El ritual de la preparación de los buñuelos comienza con la primera fase: pelar y lavar entre cinco o seis kilos de yuca. La segunda es sancocharla y dejarla enfriar para molerla.

—Yo tenía un molino eléctrico, se dañó y lo mandé a arreglar. Nunca me lo devolvieron. Ahora uso un molino manual.

En su cocina, es muy exigente. Le gusta tener todo limpio y ordenado. Los utensilios para hacer los buñuelos son intocables. Detesta las ollas manchadas.

La preparación de la masa es lo más delicado. Resguarda y sigue al pie de la letra la receta familiar. Los ingredientes los echa “al ojo”. Lo primero que se le coloca a la masa es la sal, luego el queso y por último el azúcar. El proceso completo de elaboración lleva unas tres horas.

—Soy muy delicada. No me gusta que se me empegosten las manos. Me gusta hacer todo con calma y bien hecho.

Tiene dos calderos para freír los buñuelos. El aceite debe estar bien caliente. Nunca se ha quemado.

—He metido la mano para sacar los buñuelos. Los saco con la mano.

Su nieta Idioswillys a veces la ayuda a pelar la yuca. Hace entre treinta y cuarenta buñuelos en cada tanda. Ahora despacha por encargo, aunque cada semana va con regularidad a venderlos en el Teatro Alameda. En el Cumbe Tours, la oferta son tres buñuelos por dos dólares, mientras que en el Teatro Alameda son dos buñuelos por un dólar.

En 2020, durante la pandemia por covid-19, participa en la segunda temporada de los talleres de gastronomía y dulcería criolla que organizó 100% San Agustín, con el propósito de recaudar fondos para la formación cultural y artística -a distancia- de los niños y niñas de la comunidad.

—Me llevaron a una casa con una cocina bien bonita e iluminada. Allí estuve toda la mañana. Cociné y me grabaron haciendo los buñuelos. Yo me llevé la masa lista para ganar tiempo.

Las sesiones se enviaron a los participantes a través de videos por la plataforma de mensajería instantánea, WhatsApp. El precio de los talleres de dulcería criolla es entre tres y cinco dólares. Las personas que están en el extranjero pagan por paypal entre 3,50 y 5,60 dólares, dependiendo del taller. Los participantes durante el proceso de elaboración de los buñuelos aclaran las dudas y siguen la receta con facilidad.

IV

La tradición de los buñuelos comienza con su abuela materna Sabina Gómez, es la pionera de la receta. Luego la continúa su madre, Francisca Antonia Rengifo, y Juanita la hereda con resistencia. Su maestra es su abuela.

—Mi abuela era como mi Dios. Yo era rebelde. Un día me pegó y no comí durante varios días, solo tomé agua.

Juanita creció con su abuela y su mamá. No conoce a su papá.

—Yo me parezco a mi mamá, ella era de Ocumare del Tuy. Mi papá murió cuando yo tenía siete años. Él era de Barinas.

A sus 80 años continúa con la herencia familiar, que inició hace cinco décadas gracias a Avelino.

—Un día, Avelino me regaló el primer saco de yuca. Me lo dejó en el puesto donde yo vendía corotos plásticos. Yo le dije qué quieres que haga con eso y me dijo, tú sabes lo que tienes que hacer. Me lo llevé a la casa, lo dejé tirado y a los dos días me rendí e hice los primeros buñuelos. Yo estaba negada a seguir con la tradición.

Avelino vive en el sector Marín de San Agustín y cada vez que se encuentra con Juanita, le pregunta juiciosamente por los buñuelos.

—Juanita, ¿cómo están los buñuelos?

—Bien, saludos te mandaron. (se ríe pícaramente)

V

Juanita nació un 9 de junio, en el sector la Ceiba en San Agustín. Su signo zodiacal es géminis. Es trigueña, de estatura baja, no pasa de 1,50 metros. Tiene los ojos azules grisáceos, que le cambian de color dependiendo de su ánimo y las condiciones del ambiente. Es la mayor de cuatro hermanos. Sufre de la tensión, está medicada y bien.

—Yo siempre he tenido que luchar por todo. No me he dejado, sigo luchando.

A Juanita se le ilumina la mirada. Habla de Claudio Jiménez, alias “Cabito”, su compañero de vida por más de 50 años.

—Cabito también era de San Agustín. Nos llevábamos bien. Yo era más fuerte de carácter que él. Su cumpleaños era en diciembre.

A sus 18 años, nace su primer hijo.

—Una vez que das a luz y tienes un hijo, piensas mucho más. La vida te cambia.

La muerte es un tema doloroso y difícil para ella. Su mirada es triste, ausente y profunda. El duelo por la muerte de sus cuatro hijos, su esposo, su mamá y su abuela está vivo, aunque no es reciente.

—La vida ha sido muy dura conmigo, lo que pasa es que yo soy fuerte y he guapeado. Aquí estoy, sigo adelante, pero ha sido difícil.

Las dificultades se sienten en cada uno de sus recuerdos. Cuando se le quiebra la voz, echa la bendición y ve con nostalgia a quienes la rodean. Todos los días reza. Es una mujer con mucha resiliencia y fe.

—Yo le pido todos los días a Dios que me de fortaleza y paz, porque mi vida ha sido muy dura.

Tiene siete nietos y cinco bisnietos. Vive con su nieta Idioswillys.

VI

Juanita cuando está en confianza sonríe con facilidad. Habla bajito. Es coqueta. Le gustan los colores claros, estar impecable y disfruta mucho del pedicure art.

—Me siento bien, pero soy tremenda cuando no quiero algo.

Es espontánea. Le gusta ayudar a los demás. Si una persona necesita algo y ella lo tiene, se la da. No le gusta que le impongan nada.

—Un día, venía de Ciudad Tiuna para San Agustín. En El Valle me encontré con una señora que venía llorando, pidiéndole ayuda a alguien porque tenía un hijo preso. Yo le dije: “no llores, Dios te va ayudar con tu hijo” y saqué tres buñuelos y se los di. “Llévale a tu hijo”. Yo no la conocía.

A su edad sigue pateando la calle. Cada vez que va a San Agustín, se va cómoda con unas “cholitas playeras” y al llegar al Teatro Alameda saca su bolsita y se las cambia por unas sandalias negras.

Desde siempre le ha gustado tener su propio dinero.

—Me gusta tener mi platica. Siempre he trabajado, siempre he luchado. He vendido de todo.

Además de los buñuelos, hace bollitos para vender en navidad o cuando se los pidan. Asegura que las mejores caraotas las prepara ella.

—Un día te voy a hacer caraotas para que te chupes los dedos.

12 historias que conectan e inspiran de una de las parroquias con mayor tradición cultural y arraigo de Caracas.

Un especial en alianza entre Historias que laten, Ghetto Photo y 100% San Agustín

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