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En La Pastora, la parroquia donde vivió y murió el milagroso médico de los pobres, el arraigo por el doctor José Gregorio Hernández está presente por doquier en sus tradiciones, lugares e historia que se expresa como un sentimiento colectivo de apego y fervor por el beato venezolano 

Cronista LuisRa Bergolla/ Fotógrafos Martha Viaña, Juan Calero y Daniel Hernández

Numerosos lugares en Caracas evocan la estela de virtudes del venerado doctor José Gregorio Hernández Cisneros (Isnotú, 26 de octubre de 1864 – Caracas, 29 de junio de 1919). Desde los pasillos coloniales de la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde se formó como médico y se desempeñó como profesor, hasta el Hospital Vargas donde realizó valiosas contribuciones científicas a la medicina experimental, sin olvidar la Iglesia de La Merced, desde donde consagró su vida religiosa como franciscano seglar. 

La Pastora, no obstante, la parroquia que lo acogió como su vecino más célebre, ocupa un lugar muy significativo en la biografía –y especialmente en la muerte– de este beato laico. Como pionero de la medicina con vocación social, ejerció en esta comunidad buena parte de su oficio hasta el último momento, cuando fue víctima fatal de un accidente de tránsito en la esquina Amadores. 

Recorrer esta parroquia situada al poniente del valle caraqueño, no solo es caminar sobre los pasos del “médico de los pobres”, es sentir su presencia, su arraigo y el pulso de una devoción entre sus calles, casas y vecinos. 

La ruta del beato 

Para quienes se aventuren a “remapear” las manzanas del casco histórico de La Pastora, no encontrarán pocos cicerones que se den a la tarea de mostrarles aquellos sitios que hoy configuran la ruta del beato. “Goyito Nuestro” es una de las ofertas turísticas de Pastoreando, @pastoreand0, reciente iniciativa dirigida por lugareños para dar a conocer sus sitios, sus historias, su gastronomía y, por supuesto, el tránsito pastoreño del doctor José Gregorio Hernández.

En ediciones especiales esta ruta finaliza con el monólogo “El tiempo de Dios es perfecto”. Así en cuarenta minutos se escenifica la vida personal y espiritual del insigne médico. Fue escrito por José Juan Peraza Marsiglia, en plena cuarentena por COVID-19, y a sus sesenta y cinco años también asume encarnar a José Gregorio Hernández. Es un acto cultural y ofrenda para agradecerle por su propia salud y la de sus familiares.

—José Gregorio Hernández ha estado presente en mi vida antes de nacer. Fue médico de cabecera de mi abuela materna, Belén María Machado, cuando era vecina de La Pastora. Mi familia se vuelve devota de él cuando una noche se le aparece a mi mamá en la puerta de su casa pidiéndole limosna para la virgen de Maiquetía. En ese momento, mi hermano estaba muy enfermo y con pocas esperanzas de sobrevivir. 

José Juan narra este testimonio milagroso con el vestuario aún puesto: bata médica, escapulario de san Francisco de Asís, sombrero azabache y maquillaje en su rostro. Desde el escenario y aún con público presente va recogiendo su propia y minimalista utilería: un vaso, un microscopio, un libro y una maleta de viaje. Mientras continúa su relato:

—Mamá jamás contó esta historia hasta el año en que murió y supimos, por fin, cómo había ocurrido el milagro. Mi mamá le dice a Pepe, mi papá, que le alcance unos reales y ella misma se los entrega en su mano a este señor con traje oscuro y sombrero pero a quien no reconoce en ese momento. El señor le da dos estampitas y le dice que él sabe que ella tiene un hijo enfermo. Le asegura que no tiene porqué preocuparse si reza las oraciones de las estampitas, pues ella logrará verlo “grande, gordo y rosado”. Esa es la mejor descripción de mi hermano incluso hoy en día —cuenta José Juan.

Sin excepción, cada performance de este docente de artística y teatro culmina con una ronda de espontáneas preguntas de parte de su audiencia. Todas son respondidas en primera persona y sin salirse del personaje:

—Yo leí sobre un cuento de Luis Razetti y su persona cuando estaban en París. Razetti que era muy echador de broma y siempre se pasaba… ¿Es cierto que contrató a una dama para que lo…? —pregunta una mujer con picardía mientras su teléfono repica.

—¡No solo a una dama. Me llevó a un burdel! Uno de los más famosos cerca del Moulin Rouge. Te cuento lo que pasó —responde José Juan mientras la audiencia suelta carcajadas. —Poniéndose de acuerdo con mis compañeros de estudio en París, me dijeron que tenía que visitar a una enferma muy grave. Cuando llego me encuentro con el espectáculo. Y la verdad es que la pasé cheverísimo con la muchacha —hace una pausa para esperar la reacción del público. 

—¡No pasó nada de lo que ustedes están pensando! Al contrario, pasó algo que yo no me esperaba. Empezamos a hablar sobre María Magdalena y el perdón. Y esa muchacha terminó llorando. Por poco me demandan por la casi renuncia de la dama en cuestión.

María Isabel Giacoppini, coordinadora de la Cátedra Libre “Dr. José Gregorio Hernández” de la UCV y promotora también de esta puesta en escena en La Pastora, asegura que este tipo de interacción libre es posible solo cuando se tiene un buen dominio documental sobre el rol asumido.

Nuevo sitio para su peregrinación

Manuel Lara, diseñador gráfico y quien dio inicio a @greetingsccs, una iniciativa que ilustra las fachadas de la ciudad, solía llevar a sus más cercanos amigos a conocer la última morada del doctor José Gregorio Hernández. La Casa número 3, entre las esquinas de San Andrés a Desbarrancados. En ese momento derrumbada hasta sus cimientos servía como taller mecánico. Pocas esperanzas tenía entonces este vecino de ver transformado aquel galpón oscuro y de piso grasiento en parada obligada de peregrinación.

Ese “milagro patrimonial” ocurre a raíz de la ceremonia oficial de beatificación del “médico de los pobres”, el 30 de abril de 2021, como una obra del Ejecutivo Nacional a modo de ofrenda.

Rolando Rodríguez Pedraza, director de la Casa-Museo José Gregorio Hernández, es quien mejor sabe contar esta historia, mientras se toma un guayoyo en el cafetín del museo:

—Esta casa-museo surge por iniciativa gubernamental, encomiendan a la Almirante en Jefe Carmen Meléndez Rivas a recuperar este espacio para construir un nuevo museo, ya que se sabía que aquí estuvo la casa de María Isolina Hernández Cisneros, hermana de José Gregorio, donde juntos vivieron por cinco años hasta su muerte.

Rodríguez es muy cuidadoso con los términos que emplea para describir su proyecto museológico, pues no quiere dejar rendija alguna para malinterpretaciones:

—Esta casa de acá al lado, la número 5, era una pensión familiar donde vivían hacinadas ocho familias y no tiene nada que ver con la vivienda original, la número 3. El proyecto completo integra ambas casas pero no podía estar listo para el día de la beatificación. Solo estuvo lista la sección de la Casa número 5 con sus cuatro salas de exhibición, más patio y terraza. Fue la primera etapa y se reparó en veintiún días.

Luego se integrarían otros espacios: el sitio arqueológico con su oratorio, el dispensario para atención médica, la botica con FarmaPatria y el más reciente, Goyito Café. El propósito es que se convierta en un referente como complejo cultural, religioso y votivo, basado en los principios que guiaron durante toda su vida a este cuarto beato venezolano: la ayuda al prójimo, la caridad, la espiritualidad e incluso el quehacer artístico.

Es el primer museo en la capital venezolana dedicado a la memoria de Grego, como el ilustre isnotuense solía firmar sus cartas personales, y forma parte de la fundación Museos de Caracas, decretada en 2022.

—La idea fue recrear espacios que evocaran a la vida del beato, más que recrear históricamente su desaparecida casa en La Pastora —comenta Rodríguez.

Adentrarse por el largo zaguán con alto zócalo cerámico de la Casa número 5 –que no fue la de José Gregorio– permite a los visitantes hallar tres “instalaciones evocativas” de su mundo íntimo y profesional, diseñadas con apoyo en la narrativa biográfica oficial. La primera instalación habla de su mundo familiar, de esa primera infancia en Isnotú, pueblo trujillano donde nació y se crió hasta sus trece años junto a sus padres, hermanos y tías paternas. 

Un mobiliario de paleta, un piano de pared y una imagen de san José ayudan a imaginar al visitante cómo habría sido su sala de recibo, junto a las pinturas de arte popular de Grisman Medina, inspiradas en el álbum familiar de los Hernández Cisneros. 

Fue costumbre del médico milagroso, además de sus visitas domiciliarias, atender a sus pacientes en una de las recámaras de su casa. Por ello la segunda instalación recrea un modesto consultorio:

—Una escoba ubicada en una de las esquinas –el rincón del cepillo– nos recuerda su práctica caritativa entre los pacientes. Algo así como “deja lo que puedas, toma lo que necesites”. Aquí la única pieza original, del puño y letra de José Gregorio, es un récipe médico codificado y enmarcado que comparte repisa con un microscopio, jeringas y pinzas para biopsias. Todos objetos de la época —aclara con precisión el director de este museo religioso.

Novedoso es el dato confirmado por testigos de que en ocasiones el doctor Hernández tocaba su piano e incluso su violín antes de iniciar su consulta vespertina. Una práctica musical que ejercía un efecto positivo entre los pacientes que guardaban turno entre el zaguán y los corredores de su casa. 

Se sabe también por las biografías publicadas la gran habilidad del siervo de Dios para confeccionar él mismo sus propios trajes, de allí la presencia de una máquina de coser vintage en el espacio referido a la tercera instalación: su dormitorio. Cerca del copete de una cama bien tendida aparece colgada una imagen de san Bruno, de reciente impresión digital. Este santo fue venerado por José Gregorio a partir de su clausura entre los monjes cartujos en Lucca, Italia, uno de sus tres intentos fallidos por entregar su vida al sacerdocio.  

—Estos objetos sirven para rememorar gustos, aficiones y prácticas vinculadas con José Gregorio. Muchos de ellos fueron donados por los propios vecinos de La Pastora e incluso traídos hasta aquí en procesión luego de ser bendecidos en la iglesia el propio día de la beatificación —dice con orgullo Rodríguez desde una de las terrazas del museo con franca vista avileña.

Edinel Duarte, estudiante de turismo en la Escuela Técnica Comercial Luis Razetti y una de las guías de la casa-museo, comienza sus visitas por el sitio arqueológico donde se pueden apreciar, bajo gruesos paneles de vidrio templado, los cimientos, acequias, mosaicos y otras ruinas acumuladas – desde el siglo XVII – en la parcela de la desaparecida Casa número 3, o sea, donde sí vivió el beato.

Santo peatón

El fervor popular hacia el antes llamado venerable ha hecho que La Pastora sirva como escenario de una variedad de representaciones. Desde las más tradicionales hasta las más vívidas. En su mayoría plantado aún con su característico atavío –flux oscuro, corbata negra y borsalino de ala ancha. 

Al “retrato vivo” viene apelando desde hace más de la mitad de sus sesenta y tres años Francisco Augusto Santos Suárez, apreciado actor con estatus de Patrimonio Cultural Viviente de la ciudad. A pesar de tener su residencia en El Junquito hace vida cotidiana en La Pastora, recorriéndola toda a pie, unos ratos vendiendo su melcochita capachera –dulce criollo– y otros personificando al “santo peatón”.

—¡Mira quién está ahí! —exclama una conductora mientras frena de golpe.

— Buenas tardes —-responde Santos

—¡Es el doctor José Gregorio Hernández! Usted es lo mejor que me ha pasado hoy.

Al igual que el galeno milagroso, de andar decidido y cabeza baja, Santos se deja ver por las altibajas aceras, en compañía de coloridas y singulares fachadas pastoreñas. Su porfiado trajín va generando toda suerte de reacciones entre conductores, pasajeros y otros viandantes. A lo que él se limita simplemente a sonreír y a veces a escuchar desde la compasión. “En los zapatos de José Gregorio” trata de seguir su ejemplo y encuentra la voluntad para movilizar la fe desde la cotidianidad.

Caminando cerca del Guanábano, aquel puente que solía usarse como trampolín de despedida de la ciudad y la vida, este cultor popular va compartiendo sus anécdotas urbanas rumbo al Hospital de Lídice:

—Siempre me cuesta llegar a donde voy. La receptividad de quienes me ven en el papel de José Gregorio es muy emocionante. La gente me da a sus niños, me da flores y helados, se ponen a llorar y hasta rezan conmigo. Otros se impactan tanto que se quedan mudos. En ese momento sienten uno que es como su imagen. No su persona, sino la imagen que es venerada —dice Santos antes de ser interrumpido en la mitad de la calle y posar a solicitud para una selfie. Una de tantas que va regalando en su itinerario. 

Santos tiene mucho para asemejarse al futuro santo venezolano. Al menos cuando se le compara con la más icónica y adorada fotografía donde aparece con las manos a la espalda. Su tez blanca, bigote poblado y modesta estatura –José Gregorio medía un metro sesenta– le ayudan para que salga el beato que lleva por dentro. Siempre exudando tranquilidad y ternura.

—Sacar al doctor José Gregorio Hernández como lo hago yo por las calles es algo muy importante para mí. Cuando dejé de hacerlo por un tiempo él me lo reclamó en sueños: “Francisco, ¿por qué no me has vuelto a caminar?”.

Como actor nunca ha figurado como san Nicolás. Ese rol que permite sin censura la lectura regazo con niños que exigen una larga lista de regalos. En cambio, como “José Gregorio Capachero” en sus visitas hospitalarias ha tenido que acostumbrarse a escuchar con temple la lista de anhelos que aspiran los niños de la sección oncológica. 

—Casi nunca esos deseos son materiales, “José Gregorio, ¿cuándo voy a volver a ver?”, me preguntaron una vez —dice con sencillez en su voz suave y acento tachirense.

Reliquias entronizadas ex ossibus

La antigua Casa número 3, de San Andrés a Desbarrancados, no fue la única vivienda en La Pastora que dio cobijo al doctor José Gregorio Hernández y demás miembros de su familia. Se conocen al menos dos casas adicionales, las número 41 y 36, situadas ambas de Dos Pilitas a Portillo. Esto sin contar los templos de este curato donde ahora habita entronizado y en forma de reliquias ex ossibus de primer grado, dicho en criollo, parte de los huesos del beato. 

No muy lejos de la avenida Baralt, frontera Este de La Pastora, se levanta la histórica capilla de la hoy Universidad Católica Santa Rosa. A medio camino de la nave de la epístola, aparece una llamativa instalación, a la manera de altar. En su centro la imagen del beato hace fondo a la vitrina que custodia un peculiar relicario. Uno cuyo diseño parece el injerto de un microscopio con sombrero y un denario como corona, objetos que forzosamente combinados hacen vínculo directo con el santo de los pobres. 

En un lateral se exhibe enmarcado el título Magnífico Doctor en Ciencias de la Salud, grado de distinción académica –post mortem– otorgado por esta academia en 2022. Al doctor Hernández se le debe una gran innovación en la medicina venezolana, al crear nuevas cátedras, publicar sus hallazgos científicos e imponer un modelo educativo basado en la experimentación y la investigación.

La iglesia de la Divina Pastora de Caracas, patrimonio arquitectónico y espiritual más importante de esta comunidad desde finales del siglo XIX, no podía faltar en la repartición de las 160 reliquias del beato, ahora diseminadas dentro y fuera del país. Era justo y necesario que este templo contara con la suya propia, pues aquí hizo vida religiosa José Gregorio, asistiendo y comulgando siempre en sus misas matutinas. 

Fray Evelio Carvajal, con poco tiempo de haber asumido esta feligresía como su párroco, comparte con ella una aspiración en plena misa especial. Son los 105 años del trágico fallecimiento del beato:

—Yo quiero para el próximo año verlos a todos ustedes ataviados como José Gregorio, con sus trajes formales y sombreros. Así como para alabar al Nazareno es tradición entre los devotos vestirse de morado, ¿por qué no hacer algo semejante con nuestro beato? —dice en su tono paisa.    

Estación final, Amadores

Todo recorrido «joségregoriano» que se respete no puede saltarse la esquina Amadores en La Pastora. Lugar donde –atropellado por uno de los más de seiscientos vehículos de motor que circulaban por Caracas en 1919– cayó muerto quien ya “olía a santo” en vida. Mucho ha cambiado esta escena del crimen desde entonces.

Ya no existen callejas adoquinadas que hagan perder el equilibrio al viandante y de aquellos tranvías eléctricos que hacían escala aquí –rumbo a la Plaza Bolívar– no se salvó ni un carruaje original para exhibirse en el Museo del Transporte. La Botica de Amadores permutó en expendio de agua potable (y quizás hasta bendita) al que los pastoreños visitan religiosamente para hacer recargas de sus botellones en mano. 

Nichos y placas conmemorativas, murales policromados, avisos publicitarios y hasta procesiones con estatuas de tamaño natural hacen sus “santas apariciones” en esta esquina ochavada. Lo mismo se repite en otras cuadras al aire libre, así como en espacios menos visibles. En la intimidad de una mesita de noche, entre los pinceles de una artista, en el nicho de una estación policial e incluso en altares improvisados de bares transfigurados en templos paganos. Por donde se meta el ojo, ahí está el fervor pastoreño por su vecino más noble y distinguido. 

Así es el caso de Maruja Carrero de Sánchez, de 98 años y originaria de San Simón, estado Táchira, quien conserva una estatuilla de José Gregorio en su altar íntimo, y le reza siempre cuando de salud se trata. Vive desde hace más de cuarenta años en la avenida José Gregorio Hernández de La Pastora, a tres cuadras de Amadores.

Amadores, esta celebérrima esquina de aciaga memoria, es hoy estación de fe y esperanza. Viene transformándose en su significado a punta de nuevas y buenas acciones comunitarias. Nada sería de extrañar, como ya lo ha reflejado la historia de la nomenclatura caraqueña, si en Google Maps pronto aparece renombrada como esquina El Santo. Lugar exacto donde nació la devoción por José Gregorio Hernández.