Seleccionar página

Fotografías: Miguel A. Hurtado

Una mañana, una tarde, una noche alguien entra al Metro de Caracas y oye desde una de las bocinas la versión instrumental de Hotel California de Eagles. También oye el piano de Chopin y  Beethoven, Ansiedad de José Enrique Sarabia y el Himno Nacional de Venezuela. En una estación hay un grupo de gaitas tocando en vivo cerca de las escaleras, en otra línea probablemente haya silencio. Caracas tiene activas cuatro líneas de trenes bajo tierra, 51 estaciones que se distribuyen en aproximadamente 70 kilómetros de distancia y recorren esta ciudad de este a oeste, y se conectan con el sur. Desde que se inauguró en el año 1983, más de dos millones de personas usan el metro diariamente, desde las seis de la mañana hasta las nueve o diez de la noche, dependiendo de la estación. En sus inicios, las siete unidades de metro que posee la Línea 1 (Propatria–Palo Verde) llegaban cada cinco minutos. Ahora pueden tener retraso de hasta casi dos horas. Las personas igual esperan, detrás de la franja amarilla, por precaución.

Las puertas se abren. La gente empuja, pelea, golpea y se queja. Las puertas se cierran. En un vagón hay música, en el otro sólo hay gritos, vendedores de chocolates, chupetas y caramelos de jengibre, niños que lloran y gente que intenta caminar con muletas en un tren en movimiento mientras extienden sus manos para recibir dinero. Muchos tratan de hacer equilibrio, otros intentan  sostenerse del techo para no caer. El Metro avanza, el aire se comprime, los cuerpos se unen demasiado, el recorrido se hace largo. A todos les urge respirar, salir, llegar a algún lado.

¿Cómo hace la señora que está sentada para sacar su teléfono inteligente sin sentir miedo? ¿Cómo hace el muchacho que está cerca de la puerta para escuchar música tan tranquilo desde ese teléfono de nueva generación? ¡Qué considerado aquél que puso vallenato a todo volumen desde sus cornetas! Las conversaciones ajenas se leen desde arriba, de reojo o a través de la ventana del vagón. Una mujer le escribe al novio, al esposo o al amante que va a llegar tarde. Un hombre que se acaba de montar en Plaza Venezuela atiende una llamada y miente: “sí, llegó rápido. ¿Es en Altamira? Relajado que me falta apenas una estación”.

Hace frío, es un día con suerte porque ese vagón tiene aire. Hace calor, todos se asfixian, sudan, se aguantan el vapor que desprende ese tren con el aire dañado. La gente habla sola, duerme, ignora u observa la cantidad de relatos que se comparten a su alrededor. En un viaje de Metro la cantidad de escenas que se desarrollan de manera simultánea es infinita. Pero aquí contaremos varias de esas historias de Metro, #HistoriasSubterráneas. Pendientes del próximo capítulo de esta nueva serie de crónicas urbanas.