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I

Dándole uña al arpa, al son de una tonada, Hermógenes Piñero reza casi cantando:

—Soy más hatillano que cualquiera, este es mi pueblo, yo digo que soy “hatillense”, le cambio el gentilicio por lo poético que me suena.

Nació en San José de Los Venados, en El Ávila, en el medio de una hacienda de café y cacao, pero de sus 76 años cumplidos, al menos, 75 y pico, los ha vivido en El Hatillo.

—Este pueblo significa todo para mí. Este es mi lugar, el de mi esposa María Barón, el de mis dos hijos, Yhayr y Yheir, y el de mis tres nietos. Yo lo amo con todo mi corazón, es fuente de inspiración y le dediqué esta canción: “Un 12 de junio, nació entre la serranía, un pueblito muy sencillo, que Hatillo se llamaría/ con callecitas de tierra y una placita arbolada, y frente a la iglesia estaba, un chaguaramo que adornaba”.

II

Ataviado de un liqui liqui negro, le brillan los ojos color miel apenas toma el arpa. Aprendió a tocarla viendo a su padre, Martín Piñero, y sentándose “al ladito” de él, para oír y ver cómo lo hacía.

—Yo toda la vida he tenido la inquietud por la música, porque mi papá, entre otras tantas cosas, era arpista, músico y hacía bailes. Yo me crié, nací, se puede decir, en el cajón de un arpa.

Al principio, sólo “rajuñaba” las cuerdas y aprendió algunos tonos. Es un autodidacta.

—Soy lo que llaman en el argot musical, un músico de guataca. Eso no es estudiado, eso es un sentimiento que sale de adentro de uno. No puedo explicarlo, es algo que viene quizás de Dios o de los genes.

Los hijos muchas veces siguen los pasos de sus padres, pero también en ocasiones se rebelan para construir una identidad propia. Ese fue el caso de Hermógenes.

—A mí me gustó desde el principio tocar el arpa, pero papá tocaba era joropo tuyero, es decir, la música central que se toca en Miranda y en Aragua. Entonces yo me fui por lo llanero, como queriendo decirle: “Me gusta el arpa, pero voy a tocar lo contrario que tú”, y por impulso me dediqué al joropo llanero.

Al son de unas tonadas, entre corridos, pasajes, valses y golpes, Hermógenes explica, cual sabio griego, las diferencias entre el llanero y el tuyero.

—En el joropo llanero se necesitan arpa, cuatro, maraca y bajo más un cantante, mientras que en el tuyero solo arpa, maraca y buche; y se baila zapateao.

III

Hermógenes se mira al espejo de la consola de madera que él mismo fabricó. El reflejo muestra el rostro de un hombre maduro poblado de canas, pero con una sonrisa que revela una vida de satisfacción. A un costado del mueble, la figura de un Quijote aparece, tal vez como señal de los caminos recorridos por este artista y de algunos molinos de viento que seguro enfrentó. Para este arpista los ámbitos en los que ha tocado y los públicos que ha alegrado son más que variados.

—A mí me ha tocado presentarme en un teatro donde la gente se sienta a disfrutar un concierto de joropo de principio a fin, pero también en una tasca donde lo que hace uno es amenizar a un poco de borrachos.

Fiestas patronales o corporativas, templetes, carnavales, bodas, cumpleaños, aniversarios, actos públicos u oficiales, en fin, en todo tipo de convites y saraos, por allí llega Hermógenes con su arpa y sus músicos para prender la rumba.

—No hay guateque, ya sea en plaza pública, refinada casona o taguara, en el que la música venezolana tocada con arpa no suene y deleite. Eso es así en todos lados del país. A Dios gracias.

Aunque no es noctámbulo, la noche ha sido un ambiente cotidiano en el que se sabe mover.

—Me pasaba tocando arpa toda la noche, pero sin beber. No tomo, ni ahora ni nunca. Ni fumo tampoco. Eso sí, bailo pegao. A mí me encanta una fiesta, me llena dar un recital de arpa y ver a otros gozar. A mí me encanta estar en un escenario y, más que todo, cuando uno oye el aplauso de la gente. Ese mágico regalo que alimenta el espíritu.

IV

De pie y apoyada sobre su hombro, la sostiene entre los brazos como una bella amada, mientras con las uñas puntiagudas toca sus cuerdas, negras, rojas y blancas. Una y otra vez templa o destempla alguno de los 32 hilos de nylon que la conforman, hasta que queda afinada en cierto tono y las melodías resuenan. El arpa es una extensión de Hermógenes y el compás que marca es la banda sonora de la película de su vida.

—Es un sonido que siempre ha estado allí. Mientras jugaba la metra y el trompito oía como sonaba de fondo un arpa. A los 13 años, después de varios intentos fallidos, me tentó tanto, que me puse debajo de ella y saqué mi primera canción, completa, sin uña. A partir de allí, ya no me dejó, ni yo la dejé a ella.

Hermógenes comenzó su carrera como arpista profesional a la edad de 23 años, de manera que ya suma 53 como un avezado ejecutante del arpa llanera.

—Se toca con las uñas, por eso hay que tenerlas largas, para lograr un sonido más claro y brillante en la cuerda.

El arpa es un instrumento para ser acompañado y el joropo llanero un género musical que se toca escoltado.

—Empecé con un grupo que se llamó “Melcar”, por Mercedes, Lucinda y Carmen, las madres de los integrantes.

Con esos músicos, Hermógenes hizo sus primeras giras y acompañó a algunas cantantes famosas de la época, entre ellas, a Magdalena Sánchez. Luego fundó Arpegios de Venezuela.

—Es un grupo que tengo desde hace como 30 años, son mis hermanos del joropo llanero y cuando toco el arpa con ellos, siento que toco el cielo.

Ciertamente, el origen del arpa es mítico y religioso, representa un instrumento celestial.

—El arpa para mí es parte de mi alma. Yo siempre he dicho que la música es el camino más corto para llegar a Dios.

V

Unos nubarrones sobre El Hatillo se divisan desde el ventanal de la cocina, relámpagos y truenos auguran tempestad.

—Dios quiera y la Virgen que llueva, hace falta, así se refrescan las maticas.

Hermógenes es un hombre de fe. Un Santo Rosario de madera pulida, de cinco metros, cuelga en la pared de su sala. Cada una de las 60 cuentas unidas en hilera por un gran corazón fue hecha e hilvanada por él.

Entre un sofá de gamuza azul tornasolado y el comedor marrón se alza, en un altar, una Virgen del Valle, que destaca blanca sobre una columna naranja.

—Esta Virgen se me apareció. Me la encontré en Margarita, en La Asunción, estaba abandonadita en la calle. Esperé más de una hora y nadie la buscó, nadie la recogió. Cuando la agarré, su cabeza rodó. Imagino que a alguien se le partió y la dejó. Y yo no iba a dejarla solita, así que me la traje.

De aquel encuentro divino ya pasaron varios años, Hermógenes la restauró y le dio un lugar especial de su hogar.

—Mi mujer una rosa roja le regaló y un milagro sucedió. Esa flor no se marchita.

La rosa, desde hace un lustro, sigue intacta en un florero de cristal transparente y sin agua, al pie de la santa patrona. Una capillita de madera, con techo a dos aguas, vitrales y campanario incluido, es el altar de la Virgen de Coromoto, la otra imagen mariana en la sala de Hermógenes.

—Somos devotos. Yo de la Virgen del Valle. Mi señora de la Virgen de Coromoto. De hecho, nuestra casa, se llama Valle Coromoto.

La voz pausada y fina de Hermógenes se diluye por el estruendo de un trueno con el que comienza un aguacero. El viento abre las ventanas y un chillido in crescendo devela que la lluvia arrecia.

—Sabrooooooso este palo de agua. Gracias a Dios y a la Virgen llovió.

VI

El sótano de Hermógenes resguarda un secreto. Al bajar las escaleras que conducen a la parte inferior de la casa, se descubre un taller de ebanistería. Un universo de maderas, tablones, escuadras, cepillos, sierras y seguetas.

—Mi profesión es ebanista, aprendí la carpintería también de mi papá. Es un legado de él.

En este espacio, impregnado de aserrín, Hermógenes parece un juguetero o un relojero salido de un cuento. Una percepción que no difiere mucho de la realidad, porque de sus laboriosas manos emergen todo tipo de objetos, esculturas, piezas utilitarias e instrumentos musicales.

—Desde siempre he fabricado mis propios instrumentos, soy lutier. A los 17 años hice mi primera arpa. Me fabricaba las mías, pero además hacía 10 o 15 arpas a la semana y las vendía. Paralelamente iba haciendo un clóset, una cocina, un mueble.

Con la misma facilidad que producía sillas, mesas y taburetes, creaba cuatros, mandolinas y, por supuesto, sus renombradas arpas.

—En alguna época vivía de la lutería, pero llegó un momento en que no me era rentable y la dejé. Mis arpas son famosas. De vez en cuando, porque me aburro, aún hago una o dos. Sólo las fabrico de cedro o nogal, por la fibra, es importante que la madera tenga los poros abiertos para que la caja vibre.

Al traspasar un pequeño umbral, al fondo del taller, un cuartito es la evidencia del ingenio creativo y prolijo de Hermógenes. Un estante de frascos de vidrio, ordenados en series, alberga un tesoro de tornillos, clavos, tuercas, clavijas y arandelas, clasificados con meticulosidad sistemática. Al frente, su cajón de herramientas giratorio es un artilugio mecánico de su propia invención.

—Me gusta el orden, que todo esté en su lugar. Me obsesiona crear cosas para que todo funcione mejor.

VII

Sostiene con orgullo un libro rojo de letras doradas. Es un volumen que recopila sus versos y fue editado por su esposa: “Canciones y poemas de Hermógenes Piñero Paredes”.

— Al saber tocar el arpa y gustarme esa música llanera, entonces se me ocurrió, porque me venían motivaciones, ¿y por qué no compongo canciones?

Compone por inspiración, pero también admite que por reflexión de esas cosas que le hacen pensar. Su repertorio cubre los más variopintos temas: “Un consejo”; “Aquella tarde penosa”; “Seguir andando”; “Así lo veo”; “¿Vale la pena?”; “Y tú fuiste la culpable” o “El diablo y el coplero”.

—Me motiva todo, las bondades y también las maldades. La alegría y la tristeza. Aunque lo que más me inspira es el amor: “Bésame si es que me quieres, te lo pido con el alma, demuéstrame tu pasión/ deja que tus labios digan, con amor y con ternura, lo que hay en tu corazón/ que el chasquillo de tus besos, viaje por el universo pregonando nuestro amor, y que los astros del cielo en su gran inmensidad, nos manden su bendición”.