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Entre mojitos creativos y ritmos de sala de fondo, desde su kiosco este coctelero alegra a todo el que transita por el Guaguancó de Colores

Texto Ángel Vizcaya

Fotos Asaíd Chauran

Henry lo tiene claro.

Primero, toma el hielo y la fruta y lo lanza a la licuadora. Luego agrega el azúcar. Por último, el ingrediente secreto: un chorrito de ron blanco San Agustín. Su mano izquierda sostiene el vaso de la licuadora, mientras la derecha cambia las velocidades metódicamente para conseguir el punto perfecto de granizado. Solo entonces agarra dos vasos de vidrio que dicen El Mopry mojitos y cócteles. Los llena hasta arriba y coloca los pitillos. Con ellos pone el toque final: la granadina azul.

El resultado es una bebida refrescante, sabrosa y, al igual que su creador, muy divertida.
Nacido y criado en las angostas y movidas calles de San Agustín, en el centro de Caracas, Henry Alonzo, alias El Mopry, bate las angustias y los problemas un cóctel a la vez. Su emprendimiento, El Mopry H&H, lleva casi dos años creciendo, pero aún parece estar lejos de tocar techo.
Lo único más fuerte que los delgados y tonificados brazos de Henry son sus ganas de “echar pa lante”. En la misma calle donde trabajó lavando carros y motos, la misma en la que ayudó a pintar los altos murales que recubren las coloridas paredes del Afinque de Marín es ahora donde se encuentra su puesto de unos dos metros de alto.

Allí están a la vista tres baluartes del próspero negocio: fotos de cócteles creados desde cero por Henry, botellas de ron blanco San Agustín y una licuadora de vidrio que le regalaron para empezar.

La faena empieza en horas de la tarde. De miércoles a domingo los clientes y transeúntes cercanos disfrutan la habilidad del bartender autodidacta hasta altas horas de la noche.

一Épale, pri 一le dice vigorosamente un niño, mientras Henry levanta la ventanilla de su guaguancó de colores.

Estira los brazos, como siempre lo hace para evitar algún calambre, y pone su mejor sonrisa. Esta última parece indeleble en su rostro aunque tenga jornadas de trasnocho.

A sus 43 años, Henry lleva su negocio con el vigor y energía de un veinteañero. Busca maneras de mejorar sus productos, forma parte de eventos que se realizan en la comunidad caraqueña y prioriza la atención al cliente.

一Uno tiene que hacer las cosas bien para que el cliente quede satisfecho.

Y aunque admite que no anota nunca las recetas ni las cantidades de sus cócteles, parece no necesitarlo. Los videos de YouTube con los que ha aprendido, sumado a su infalible “al ojo por ciento”, parecen funcionar muy bien.

Atribuye el éxito a su buen ánimo, al trabajo duro y honesto, a no buscar problemas con nadie, y, sobre todo, a su sentido del humor.

一En San Agustín me conocen de punta a punta 一asegura.

Henry creció en compañía de primos que lo llevaban a donde fueran, incluyendo las mejores fiestas de San Agustín. De ahí en adelante, Henry ha tomado y bailado de todo, y si no baila el Himno Nacional es porque “ese no tiene un ritmo bailable”. Esto le sirvió para forjar su personalidad extrovertida, amable y rumbera.

Adaptarse a todos los ritmos que la vida le ha puesto ha sido fundamental para él. Durante su adolescencia, el jóven Henry era hiperactivo y tuvo etapas de rebeldía.

A pesar de ser un alumno con buenas notas, Henry fue expulsado a los 15 años de la Escuela Técnica Industrial Rafael Vega de Caracas. ¿La razón? Cuenta que el director de la institución le dijo improperios racistas, lo cual devino en que Henry quemara el carro del docente.

Pero por sus notas fue aceptado en otra escuela técnica. Tras sacar su título de bachiller, Henry salió de Venezuela y se enrumbó a República Dominicana.

 

El Mopry

Con poco más de 18 años, Henry volvió a San Agustín. Vestido con una gorra roja de los Chicago Bulls que todavía lo acompaña, unos shorts de jean, una tobillera multicolor y una camisa con la estampa Mopry, todos comenzaron a llamarlo por el sobrenombre con el cual fue bautizado en República Dominicana por sus amigos.

La vida de El Mopry cambiaría el día que su mamá lo encontró fumando en el baño de la casa. Era un día de semana, se suponía que su mamá iba a llegar tarde del trabajo, pero no fue así. Cuando ella olió el cigarro, fue directo al baño. Vio a Henry sentado, con el cigarro en la mano derecha.

一Ahí me dio una trompada en la boca que hasta me quemó la cara y todo. Nunca se me va a olvidar. Después me dijo: “ya que usted tiene vicio, mantenga su vicio”.

Luego de eso, Henry se vio en la obligación de empezar a trabajar.

Con 19 años comenzó a estudiar y trabajar en lo que pudiese. Lo que más recuerda Henry de esa etapa de su vida, y uno de sus pocos arrepentimientos, es no haberse graduado de arquitecto o diseñador habiendo tenido la oportunidad.

Estudió en un instituto de Las Mercedes, Caracas. A casi tres semestres para graduarse, decidió enfocar sus energías en el baloncesto -camino que tampoco le resultaría-, por lo que nunca culminó su estudio superior. Pero cuando habla de dibujo, la universidad no es lo primero que evoca su memoria.

一A mi difunto hermano le enseñé a dibujar yo –comenta mientras dirige la mirada al suelo–. A él lo mataron, ya no está con nosotros.

Por parte de su padrastro, Henry tuvo una hermana y a su difunto hermano. Su hermana se encuentra en Perú junto con sus sobrinos. Henry extraña a “la murrunguita” como le dice él, pero se alegra de que le esté yendo bien junto con su esposo.

 

Viaje ida y vuelta

Con 21 años, Henry consiguió trabajo como asistente de un operador de consola en una compañía de sonido.

一Lo primero que hice fue cargar peroles y aprenderme los cables 一 recuerda Henry.

Tuvo la oportunidad de conocer lugares y personas famosas.

一Hice giras con Guaco, Olga Tañon, Fito Páez, Metallica. Estuve casi 15 años, de los 21 a los 35. Conocí casi toda Venezuela.

Nunca olvidará la sensación que le produjo entrar al exasperante calor de la Caldera del Diablo en Puerto La Cruz. Tampoco las instalaciones del Teresa Carreño, cuya inmensidad de dimensiones y elegancia lo dejaron impresionado.

A pesar de eso, si le preguntas si cambiaría San Agustín por algún otro lugar para vivir, la respuesta es un rotundo “¡no, no. Qué va!”.

El lugar al que Henry nunca volvería es al ejército. Con menos de 24 años decidió apuntarse, por voluntad propia, al servicio militar. Llegó a la condecoración de cabo primero tras un par de años.

Henry tiene muchas anécdotas como cabo; desde graciosas hasta algunas que dan miedo. Pero resume su experiencia con una sola oración:

一Si te cuento mucho de eso capaz te pones a llorar: ahí te humillan.

No obstante, él ve el vaso medio lleno ante cualquier situación. Su etapa en el ejército lo ayudó a “tomar decisiones fijas”. También a ser ordenado y mantener la disciplina en sus tareas. Esto ayudó a su hiperactividad y, posteriormente, con su emprendimiento.

一Tú lo que tienes es estar tumbando pared y pared, algún día vas a tumbar una pared que resulta ser que era una cortina, y ahí está el premio.

Y Henry ya ha tumbado más paredes de las que puede recordar.

El Afinque de Marín

Justo detrás del teatro Alameda se ubica el Afinque de Marín. Una cancha de baloncesto, banquitos metálicos y gente alegre decoran todo el lugar. Henry camina por el Afinque de Marín como si fuese su casa, y, en cierta forma, lo es.

Luego de que la compañía de sonido dejara de trabajar, Henry tuvo que buscar otra forma de ganarse la vida.

Desde casa ofreció su servicio de lavado de motos. Aunque su madre se molestaba porque los cepillos de dientes se desaparecían (Henry los usaba para limpiar las rendijas de las motos), él iba ganando terreno con su nuevo negocio.

Un día se hizo amigo de un hombre que le pidió el favor de lavar su carro. Para Henry era una tarea desafiante: no contaba con los implementos para la labor. Pero este hombre le facilitó una aspiradora, un hidrojet y hasta unos cueros para lavar carros.

Henry lavó el carro como nadie. El hombre quedó tan contento que le regaló los implementos que le había prestado. A partir de ahí, pudo montar su negocio de lavado de motos y carros en la esquina diagonal a la cancha de baloncesto del Afinque de Marín.

一Por culpa de guerras, envidias, cosas que decían como “tú estás haciendo mucho rial”, me tuve que ir de ahí 一admite Henry.

Después se estaba volviendo loco, “porque no sabía ni qué hacer para comer”. Pero, la entonces alcaldesa del municipio Libertador, Erika Farías, anunció una serie de trabajos de remodelación y recuperación en el Afinque de Marín. Henry aprovechó la oportunidad.

一Trabajé de ayudante batiendo pega, descargué material. Ahí me moví y me puse a contactar con los panas para ver si conseguía chamba.

En pocos meses, Henry se había hecho amigo de muchos de los obreros y también de encargados que le hacían chistes, diciéndole que, cuando terminaran los trabajos, a él le iban a dar uno de los locales del Guaguancó de Colores, que estaban destinados a ser una zona comercial en la propia calle lateral del Afinque de Marín.

O, al menos eso pensaba él que eran: chistes.

一Deja la mamadera de gallo, chamo 一fue lo único que atinó a decir Henry cuando le aseguraron que, en una de las calles laterales del Afinque de Marín, sería dueño de un kiosco. Con poco más de 41 años, Henry no se creía que, después de tanto tiempo, finalmente tendría un lugar que podría llamar suyo.

Henry llegó cuando estaban entregando los locales. «Escoge ahí el que quieras, pues”, le dijeron al llegar. Tras elegir, no cabía en sí mismo. Le parecía una “locura”. Lentamente acercó las manos a sus ojos. Trató de disimular que estaba secando las lágrimas que caían por sus mejillas al estar, frente a frente, con su negocio.

Ahí fue cuando empezó a “echar coco” para definir de qué sería su local. Luego de pensarlo un poco, se le prendió el bombillo: venta de jugos naturales. Se lo dijo a la alcaldesa, a lo que esta preguntó: “¿Qué tipo de jugos? Porque hay sin y con alcohol”. Henry dudó. No tenía idea de que él pudiese vender bebidas alcohólicas, pero le agradó la sugerencia.

La idea de los jugos en realidad surgió por una norma de vida de Henry: no tomar ni promover el refresco. Cuando tenía unos 20 años, tuvo que ser hospitalizado y operado de los riñones por el consumo excesivo de refrescos. Desde ese momento Henry le agarró gusto al jugo natural.

一Eso es lo mejor que hay, ¿oyó? 一dice El Mopry mientras agita, de lado a lado, el licuado para su trago estrella: el cóctel de parchita con limón.

Han pasado casi dos años desde que El Mopry H&H se convirtió en una marca registrada y trabaja para sí mismo haciendo algo que disfruta. Casi dos años desde la última pared que tumbó Henry y resultó ser una cortina, y justo allí, encontró el premio.

12 historias que conectan e inspiran de una de las parroquias con mayor tradición cultural y arraigo de Caracas.

Un especial en alianza entre Historias que laten, Ghetto Photo y 100% San Agustín

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