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La riqueza cultural e identidad de Güiria persiste más allá de las vicisitudes de sus habitantes. Las historias de Luisa, Nectalí, Jeferson y Mirla son testimonios de la insistencia de los güireños por mantener sus tradiciones y del arraigo por estas tierras y costas de Sucre, que defienden con pasión y mucho trabajo. El legado gastronómico de una familia, la voluntad de un agricultor por mantener sus siembras de cacao y café, una escuela de baile que es un oasis de arte y la reinvención de una maestra emprendedora son relatos de cómo este pueblo del Golfo de Paria no se rinde

Esta es la novena entrega del especial #GüiriaDuele producido por la alianza entre Efecto Cocuyo, Historias que laten, Crónica.Uno y Radio Fe y Alegría.

En la casa de la señora Luisa Rodríguez Bislick, la ventana del frente siempre está abierta. A través de ella se puede ver un pequeño mostrador lleno de bandejas con suspiros, otras con pavos rellenos y paté cocó, pastelitos de coco en patuá, idioma derivado del francés antillano que se habla en Güiria y el Golfo de Paria. También preparan domplinas, un plato típico en el pueblo hecho a base de harina de trigo.

—Mi bisabuela le enseñó a mi abuela a hacer meriendas. Mi abuela le enseñó a mi mamá y mi mamá me enseñó.

Luisa, de 50 años, sabe preparar esas meriendas desde que tiene memoria y ya le ha enseñado a su hijo de 7 años y a su sobrina de 20. En los últimos 10 años ha vivido únicamente de la venta de meriendas, la costura y decoraciones para fiestas.

Los pavos rellenos son una de las meriendas preferidas de los güireños. La receta de Luisa es un legado. Se preparan como un bizcocho con papelón, similar a las catalinas de los Andes. Pero no son redondos sino de forma alargada y están rellenos con un riquísimo dulce de cambur. Las delicias criollas son el sustento de Luisa y los suyos.

—Antes vivíamos también de una constructora que tenía papá, pero desde 2005 él tuvo que dejar eso porque no lo contrataban.

Entonces las meriendas de Luisa y de su mamá, la señora Carmen Bislick, se convirtieron en el principal ingreso de la familia.

En los últimos meses, Luisa trabaja a media máquina. Los gastos en la casa la han llevado a comprar menos ingredientes para sus meriendas. Sin embargo, con eso se mantienen y paga el colegio de su hijo.

Para la elaboración de los dulces usan leña, pues desde hace casi un año no le venden gas doméstico.

—Entre todos hicimos un horno de ladrillo que funciona con leña. Así podemos seguir con las meriendas. Quedan igual de buenas.

Esta familia ha trabajado fuerte para recuperarse del incendio que quemó por completo su casa en 2010. Un cortocircuito por la variación de la intensidad de corriente eléctrica originó el siniestro, lo que no es extraño en Güiria donde diariamente hay cortes de luz. Las llamas quemaron hasta sus ropas. Así que tuvieron que mudarse al hogar de la familia de la señora Carmen en la calle Bolívar.

Poco a poco se han recuperado. En las épocas de escasez saben cómo reinventarse porque literalmente, emergieron de las cenizas.

—Cuando no se conseguía harina de maíz, nosotras preparábamos y vendíamos masa de maíz pelao y arepas. Y como no hay efectivo aceptamos pago móvil o divisas. Ahí la llevamos.

Las Rodríguez Bislick son de las familias que aún se aferran a su lugar de origen en un pueblo altamente marcado por la migración hacia Trinidad y Tobago. Hace 10 años, el último censo del Instituto Nacional de Estadística registró que en el municipio Valdez, del que Güiria es capital, habitaban 40.000 personas. Pero según datos extraoficiales de algunas autoridades municipales, en este pueblo ya no viven más de 25.000 güireños.

Quienes todavía hacen vida en esta región, sin duda, se han paseado por la variedad de platos y dulces tradicionales que preparan Luisa y su mamá. Porque es que allí todos se conocen.

—Hacemos dulces de banana, de guayaba y todo tipo de fruta con la que se pueda hacer. Galletas, panes rellenos, domplinas rellenas. También hacemos tortas y bebidas artesanales como el mabí —describe Luisa.

El mabí, una bebida hecha a base de la corteza del árbol de mabí que se consume en el Caribe, es una de sus especialidades. Se dice que llegó a Güiria por la cercanía con Trinidad y Tobago, cuando el ciclo migratorio era inverso y muchos trinitarios venían por mar a Venezuela.

Los güireños consumen el mabí fermentado, lo toman frío como un refresco y su sabor es muy apreciado en estas costas de Paria. Solo se vende por encargo o en algunas casas como la de Luisa, donde se sirve en botellas de cervezas o maltas recicladas. Los pobladores le atribuyen propiedades medicinales y afrodisíacas. “Limpia la sangre”, dicen en el pueblo.

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Con un par de sacos en una mano y un machete en la otra, Nectalí Velásquez parte todos los lunes desde su casa en la calle Concepción de Güiria hacia su parcela de dos hectáreas Mi esperanza, ubicada en un pequeño caserío en el municipio Mariño del estado Sucre.

La travesía hasta Mi esperanza es larga. Primero Nectalí sube a un carro por puesto que lo lleva durante una hora por la Troncal 9 desde el municipio Valdez, en Güiria, hasta Mariño. Se baja en San Antonio de Irapa y camina unos metros hasta el caserío Maribela, donde nació y se crió. Después sigue el recorrido hasta su sembradío, montaña arriba, sobre su yegua Lucero.

—Voy en la bestia durante dos horas de camino.

El conuco es de su propiedad. La heredó de su padre hace 30 años y en los últimos cuatro ha vivido únicamente de lo que ahí cosecha con esfuerzo y sacrificios. La única herramienta que usa es un machete.

—Para poder llegar hay que subir la montaña a través del pasadero del río. Y cuando llueve es la misma travesía, pero más peligrosa porque tengo que batallar con el río.

 

Cuando la escasez de combustible y de transporte no era algo cotidiano en Güiria, Nectalí salía de su casa a las cinco de la mañana y llegaba a las ocho a su parcela. Ahora, se demora hasta seis horas en llegar a Mi esperanza.

—Con el problema de la gasolina paso mínimo tres horas para tomar transporte y muchas veces he tenido que irme caminando. Pido una cola a veces, pero normalmente trato de irme en el transporte público.

El pasaje desde Güiria hasta San Antonio de Irapa cuesta dos millones de bolívares (lo que equivale a 1,3 dólares) y debe ser cancelado en efectivo. Pero en esta zona de Venezuela conseguir efectivo es toda una hazaña. En los bancos casi nunca hay y, cuando llega, sólo entregan entre 200.000 y 400.000 bolívares diarios.

Si Nectalí no consigue bolívares, debe pagar el pasaje en moneda extranjera. En este caso la tarifa aumenta a cinco dólares. Ese efectivo lo consigue vendiendo lo que cultiva en aquellas fértiles montañas del estado Sucre.

—En la hacienda se cosecha cacao, café, aguacate, yuca, plátano y todo tipo de verduras. También frutas, cebollín, maíz y granos. Yo vendo el cacao y el café. El resto es de mi uso personal y de mis cinco trabajadores.

Este cándido agricultor de 68 años, de piel morena y brazos y piernas fuertes para su edad, vende su cosecha en Irapa o en Güiria.

—Donde salga la venta porque el transporte está difícil.

Hasta ahora no ha sufrido robos ni extorsiones de las bandas delictivas que operan en la zona, tal vez porque todos en el pueblo lo aprecian.

—Estoy agradecido con Dios porque todavía no me ha tocado. Todos allá somos una familia.

 El estado Sucre es el tercero más violento del país con una tasa de criminalidad de 61,3% y el municipio Valdez (Güiria) es uno de los más peligrosos de la región nororiental por el aumento de la delincuencia organizada, según el más reciente informe del Observatorio Venezolano de Violencia (OVV).

Cuando Nectalí va a su parcela se queda por tres o cuatro días.

—A veces un poquito más —dice risueño—. El sembradío tiene su casa y dos buenas cascadas de agua.

El río del caserío de Maribela era uno de los más visitados por su belleza y la profundidad de los pozos, cuentan los güireños mayores. Es allí donde Nectalí disfruta pasar sus días antes de regresar a su casa en la calle Concepción.

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En una antigua vivienda de techos de zinc oxidado, pisos de cemento pulido y seis puertas enrejadas, funciona la Academia de Baile Berbesí, la única en Güiria. En un gran salón Jeferson Berbesí, el instructor y fundador, imparte clases integrales de danza en distintos géneros musicales a niños, niñas, adolescentes y adultos.

Jeferson tiene 27 años y es caraqueño. Su familia materna siempre ha vivido en Güiria y él visitaba el pueblo todos los años desde pequeño. Al crecer, y en una de esas visitas, se dio cuenta de que en todo el municipio Valdez, de unos 590 kilómetros cuadrados, no había ninguna institución donde los niños pudieran aprender baile.

Empezó su carrera como bailarín a los 14 años. Una década después, en 2016, comenzó a dar clases de baile en la única academia de modelaje que en aquel momento funcionaba en Güiria. Pero poco después la academia dejó de funcionar. Entonces Jeferson decidió trabajar en su propio espacio.

—Mis tías y mi abuela me apoyaron. Poco a poco empecé a trabajar como director y coreógrafo de mi escuela. Al principio sólo tenía a cinco chicas. Ahora son como 50.

Ver el entusiasmo con que los alumnos llegan a sus clases y el talento que tienen las niñas y niños lo motiva a seguir enseñando baile. Todos los meses debe pagar un alquiler de 40 dólares al dueño de aquella casa de techo alto, ubicada entre las calles Carabobo y Trincheras de Güiria. A sus alumnos les cobra cinco dólares al mes.

—Si fuera por mí lo haría gratis. Cuando nos prestaban alguna casa para ensayar casi no cobraba. Pero ya no encontramos más espacios prestados. Acá muy pocos apoyan la cultura. Así que yo les doy becas a los niños que sé que no pueden pagar, pero lamentablemente no los puedo becar a todos.

De lunes a sábado los niños practican y los transeúntes los observan a través de las puertas. Dentro no tienen espejos.

—Eso hace difícil que pueda ver las formaciones de los alumnos y los detallitos en los rostros y las manos, pero uno trata de resolver porque los espejos son costosos —explica el maestro de baile.

Las semanas de ensayos son compensadas con algunas presentaciones en la plaza Bolívar o, para hacerlo más privado, en la cancha pública del pueblo. En Güiria no hay teatros u otro espacio para hacer presentaciones de ese tipo.

—Para esos eventos usamos el dinero de las entradas para pagar el sonido, el vestuario y el maquillaje. Al principio les escribía a algunas instituciones para que nos patrocinaran, pero no respondían —lamenta.

Jeferson no se detiene y sigue adelante con su academia. Se presentan al menos tres veces al año en ocasiones especiales: “carnavales, Halloween o día de las madres”, dice.

Los carnavales son la principal fiesta del pueblo y una celebración en la que los güireños aman bailar soca, un ritmo antillano derivado del calipso trininario. Este baile de movimientos de caderas es tan popular en Güiria que Jeferson tuvo que incluir la soca como parte de sus clases y en sus coreografías carnestolendas en las que suelen usar trajes elaborados.

Preparar el vestuario para las presentaciones también es cuesta arriba porque en el pueblo no hay tiendas donde vendan telas. Sin embargo, todos colaboran.

—Cuadramos con las mamás y los papás un presupuesto y enviamos a alguien a las tiendas más cercanas, que son las de Cumaná y Maturín, cada una a seis horas de viaje por carretera. O a veces voy hasta Caracas, recorro unos 500 kilómetros y 12 horas de camino, y las compro. Aunque siempre consigo a alguien que me apoya en esos lugares y cuando un viaje se hace difícil por las restricciones de movilidad, me las mandan. ¡Es toda una película!

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—Maestro que no hace tortas no es maestro —asegura Mirla Azócar, una docente que siempre se dedicó a preparar postres para acompañar las celebraciones de los niños en el colegio donde dicta clases.

Hacer dulces fue la pasión oculta de la maestra Mirla, pero solo los hacía para sus alumnos, algunos colegas y reuniones familiares. Así que decidió aprovechar su talento como repostera.

—Diseñé un proyecto a futuro. Cuando me jubilara montaría un café con la intención de seguir haciendo vida social y sentirme activa, productiva y salir adelante con eso.

Tras 25 años al servicio del Ministerio de Educación, la maestra Mirla decidió jubilarse de la Unidad Educativa Alejandro Villanueva, la institución primaria más grande de Güiria. En 2015, el proyecto llamado Antojitos Café empezó a tomar forma en la calle Vigirima del pueblo.

Junto a su esposo y sus dos hijas, creó en 2017 el único espacio en Güiria donde las personas pueden sentarse a compartir un café al aire libre o disfrutar de una torta para merendar con los niños. Les dio a los güireños “un rinconcito dulce”, como ella le llama, y un punto de encuentro diferente al de la plaza Bolívar.

—Es bien agradable y placentero atender al público y ofrecerles productos de calidad.

Sus tortas y cafés son muy conocidos en el pueblo. Para continuar trabajando y por la escasez de gas doméstico que arrecia en Güiria desde hace casi un año cuando comenzó la pandemia, ella usa un horno eléctrico. Ante cualquier imprevisto busca una solución, pero la maestra Mirla no para.

Cuando no encuentra algún ingrediente en el mercado de Güiria para hacer sus tortas, manda a comprar los materiales en Puerto la Cruz, en el vecino estado Anzoátegui donde estudian sus dos hijas. Se traslada con su esposo en su carro particular a buscarlos o los encarga.

—Por el tema de la escasez de gasolina y las limitaciones de la pandemia no podemos hacer eso ahorita, así que compramos las cosas aquí, que son más caras. Y, bueno, tenemos que subir el precio a las tortas.

La maestra Mirla es jovial y carismática. A sus 51 años, recibe con una enorme sonrisa a todos los que se acercan al local, y responde con gozo las llamadas de los que hacen pedidos a domicilio.

Su esposo le ayuda a hacer las entregas en el carro, si la distancia es larga, o en una bicicleta las entregas más cercanas. Él es marino mercante y le dio apoyo financiero para que creara Antojitos Café.

—Ha sido una bendición. Nos hemos ayudado muchísimo con ese emprendimiento. Con eso logramos apoyar económicamente a mis hijas para que estudiaran y se hagan profesionales, porque es bien sabido que un docente gana poco.

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Por la tarde la temperatura en Güiria siempre quema. Hace mucho calor. Varios jóvenes y adultos beben mabí frente al mostrador de la casa de Luisa. Lo beben como un té helado que refresca. Así calman el sofoco y conversan. Otros, después de bailar soca en la academia de Jeferson, meriendan una torta o un antojito donde la maestra Mirla, y de pronto hacen el mandado de comprarle alguna verdura o café al señor Nectalí camino a casa.

Esta cobertura especial #GüiriaDuele es producto de una alianza de periodismo colaborativo entre Efecto Cocuyo, Historias que laten, Crónica.Uno y Radio Fe y Alegría.