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Lisbelis Rivera

Los hermanos Rivera sienten las elecciones como una oportunidad para ayudar, apoyar y alzar su voz. Cada año van a votar y alientan a otros a hacerlo. Uno apuesta al cambio, los otros tres a que las autoridades reivindiquen lo que ya está establecido en Güiria, un pueblo donde el oficialismo no ha perdido desde 1998.
Presentamos una nueva entrega de Crónicas Electorales, una cobertura en alianza entre Efecto Cocuyo e Historias que laten para contar las historias detrás del #21N en cuatro regiones del país. #CrónicasElecciones2021

Las hermanas Lisbelis y Yanira Rivera regresaron tarde en la noche a casa después de trabajar como testigos de mesa en ese domingo electoral. Edikson Jaimes Rivera, el menor de todos, votó temprano y dispuso el puesto en la calle para vender perros calientes mientras Freddy Rivera, el mayor, lo miraba, sentado en una de las sillas de plástico bajo la luz de un foco que, de pronto, se apagó sin más.

Para estos hermanos güireños la jornada electoral no fue lo que esperaban. El resultado quizás sí. Una vez más el candidato por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) se quedó con el puesto de alcalde en este pueblo de la costa nororiental.

 

Güiria, municipio Valdez, estado Sucre

A las seis de la mañana del 21 de noviembre el clima despertó con brisa fresca. El rocío se reflejaba en la maleza que no había sido cortada hacía meses. También en el techo de la Unidad Educativa María Blandin de Alfonzo, el centro electoral con mayor número de votantes en la localidad. Según el Registro Electoral, 3.786 personas debieron darse cita en ese lugar.

Como es tradición, el “toque de diana” inundó las calles de ese pueblo sucrense que fue sede del primer puerto pesquero internacional de Venezuela, según relata el cronista Alberto Betancourt en su libro Güiria: su historia, gente y costumbres.

Pero Lisbelis y Yanira no necesitaron de esa bulla. Antes de las seis ya habían salido de casa. Se ha vuelto costumbre para ambas formar parte del equipo de testigos de mesa. Las dos, maestras en el pueblo, lo hacen de manera voluntaria. Les gusta participar y ayudar. Jamás han dejado de votar.

Yanira Rivera

—Yo tengo participando creo que más de seis años en esto. En presidenciales, en cuanto al alcalde y en cuanto a referéndum como testigo de mesa. Y cuando fallan los miembros de mesa yo paso a ser presidenta de mesa, testigo, secretaria –dijo la risueña Lisbelis, de 50 años.

—Me preguntaron si yo quería y dije que sí. Me encanta trabajar en mesa. Yo tengo una larga experiencia trabajando en eso – agregó Yanira, una maestra e historiadora de 52 años.

Para las Rivera, votar es “de los pocos derechos que todavía no nos han quitado”, como dijo Yanira.

—Si tú no votas estás dejando que los demás decidan por ti. Y no están alzando su voz. Entonces yo sí, yo participo, yo ejerzo mi voto –aclaró de forma tajante Lisbelis.

Ese centro de votación solía estar bastante concurrido. Pero este domingo, el ánimo por las elecciones para gobernadores, alcaldes y concejales que se podía palpar en cada rincón del pueblo hace unos días se había esfumado.

—Voy a votar porque ese es un deber de todos los ciudadanos. Así uno colabora por el beneficio de la comunidad, del municipio –afirmó Freddy, el hermano Rivera que tuvo como labor usar su carro para trasladar a los electores.

Se levantó temprano. Animado. Su tez es oscura, como la de sus hermanas. Es alto. Ellas también. Tiene 61 años y parece de menos. También estudió educación, pero no ejerce. Ese día lucía serio, fornido, lejano. Pero era amable.

 

Parroquia Güiria, capital Güiria, al noreste de Sucre

Son 26.847 los electores inscritos para votar en este municipio donde Cristóbal Colón pisó tierra firme en Venezuela por primera vez, en agosto de 1498.

Centros de votación

En el casco central del pueblo hay cinco centros electorales, pero el total del municipio es 33. Desde que el chavismo llegó al poder hace más de 20 años, solo una vez ha perdido unas elecciones en el estado Sucre. Pero en este municipio están invictos.

Eso no impidió que Edikson, el menor de los Rivera, saliera a votar por un cambio. Y creía que muchos lo harían.

Para cerrar la calle que pasaba frente a la escuela usaron pupitres y maderas. De un lado de la escuela: los que apoyaban al oficialismo. Del otro lado: los de todas las oposiciones. Así es cada año electoral. Para esta jornada había cuatro candidatos a la alcaldía y eso fue lo único que la gente se preocupó por saber. Tres eran de la oposición. Uno del oficialismo.

—Con estas elecciones espero que la situación del país cambie, que haya un vuelco total. Que mejore en todos los sentidos: social, político, económico, cultural, deportivo. En todo –dijo el también profesor de educación física con 15 años de experiencia.

Entre la gente que esperaba para votar de pronto se escuchó a una mujer decir: “bueno, si van a robar que sea otro el que robe. Hace falta un cambio”. Parecía que quien hablaba era la resignación.

 

Un pueblo de R por L

Freddy fue y regresó al centro donde estaban sus hermanas varias veces en su carro. “Los del paltido”, como él llamaba al grupo del oficialismo, le surtieron gasolina. Estaba estacionado debajo de la sombra de un gran árbol.

—Está flojo esto. Hay poquito movimiento —dijo.

En Güiria las personas pronuncian con L algunas palabras que van con R y viceversa. Por eso, era normal oír a esa hora “el candidato a arcarde” o “el municipio Vardez”. Se escucharon risas fortuitas, pero el ambiente lucía callado si se tomaba en cuenta que el güireño es bochinchero, dicharachero y carismático, incluso en los funerales.

—¡Uf! Conozco a un pocote de gente que dice que no va a votar —llegó a decir Lisbelis.

Freddy Rivera

Fuera del centro de votación no hubo un “punto rojo”, uno de esos toldos que el oficialismo suele poner alrededor de los centros electorales y que, según las denuncias, lo usaban para manipular, controlar y chantajear a los sufragantes.

 

Un pueblo del Golfo de Paria

Edikson se acercó a la escuela por la tarde para votar. Ni siquiera había cola para entrar, así que decidió quedarse un rato a conversar. Sus hermanas seguían adentro. Freddy esperaba afuera con su carro estacionado del lado del oficialismo.

—El pueblo necesita con urgencia un liceo público porque no tiene —comentó Edikson-. Eso es lo primero que debe trabajar el que gane. Badaracco tiene más de cinco años inhabilitado. La planta física del Badaracco no sirve porque se está hundiendo. No pueden dar clase en esa planta. Hicieron unos anexos que están abandonados porque los saquearon todos, la delincuencia acabó con eso. Entonces, ¿qué está pasando? Están viendo clases los muchachos en lo que era Badaracco viejo, donde está funcionando la Aldea Universitaria actualmente.

Él se refería al liceo Dr. Domingo Badaracco Bermúdez, la institución que ha graduado a la mayoría de los güireños de hoy y de ayer. Se le conocía como el “liceo monstruo de Güiria”, pero luce como un cachorro. Los nuevos anexos, desvalijados y sin puntos de corriente, estaban funcionando como centro electoral. Ahí votarían 3.278 personas.

—De verdad que esto no es en nada, nada, nada, lo que estaba esperando –lamentó Freddy-. Pero, bueno, hay que esperar.

Las filas para votar en esta institución siempre se armaban en la tarde, ya casi entrada la noche cuando el sol no tocaba la fachada decolorada y agrietada de la escuela.

 

Una calle oscura al noroeste

En el centro de votación había solo un par de bombillos. Afuera un poste. Pero las personas se quedaron ahí, a oscuras, a la espera del resultado. Los candidatos pasaron para “cuidar los votos”. Todos excepto el del oficialismo. “Lo que pasa es que él sabe que gana sobrao”, soltó con sarcasmo una güireña.

Todos se atribuyeron el triunfo. A las 7:06 de la noche cerraron el centro, casi una hora después de que la fila de electores había desaparecido. Comenzó el conteo y, también, una llovizna. Pero nadie se movía.

El lado del oficialismo estaba completamente a oscuras, con nada más que los focos tenues de las casas que quedaban frente a la escuela. Los de las oposiciones estaban debajo de la luz de un poste, que se encendía y se apagaba por minutos, una característica típica de las calles de Güiria, donde hay un déficit de 99.9% en los servicios públicos según la Encovi 2020.

Edikson Rivera

Lisbelis y Yanira regresaron después de la auditoría. Cansadas pero satisfechas. Ya sabían quién había ganado. El resto de las personas del pueblo se enteraron poco después de las nueve de la noche. Una caravana salió a recorrer las calles. Todos bailaron, gritaron, aplaudieron. Ninguno llevaba tapabocas.

 

Gana el oficialismo, de nuevo

Las calles de Güiria despiertan como de costumbre. En este lunes pocos hablan del tema.

—Esos chavistas se mueren de hambre y siguen votando —dice un güireño.

—Ellos son unos perros —suelta otro.

Pero el resto parece conforme con el resultado.

Edikson no luce muy feliz cuando va de camino al trabajo.

—¡Coño! No era lo que yo esperaba. Pensé que iba a ver un poco más de descontento. Pero no cambió nada. El venezolano sigue siendo el mismo sinvergüenza. Les gusta que le den patá.

Freddy, Lisbelis y Yanira sí están contentos. Confían en que las cosas en el municipio mejoren.

—Yo espero que arreglen tres cosas –se adelanta Lisbelis-. Primero la inseguridad, después el transporte y de último lo del CLAP -la misión gubernamental Comités Locales de Abastecimiento y Producción-, porque hay un desorden ahí y ese programa tiene muy buenas directrices.