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El plástico reciclado de El Valle, Capacho Nuevo, en el estado andino del Táchira, es la materia prima para la gasolina artesanal que produce Fidel Ontiveros en una máquina que construyó. Pirólisis es el método basado en el proceso químico con el que se logra esa transformación. Para algunos es un genio, para otros es un loco, pero no hay duda de que domina saberes tecnológicos y de que es un inventor.

Una crónica realizada en nuestro #DiplomadoHQL

Texto y fotos de José Luis Guerrero Sánchez

Fidel sonríe con picardía y su rostro parece iluminarse al ver el resultado. El plástico reciclado se ha desintegrado en su totalidad. Se ha degradado por efecto de las altas temperaturas en el reactor artesanal que construyó, una especie de olla de presión o armatoste casero lleno de tuberías y cables. Luego de tres o cuatro horas, el proceso químico hizo efecto y las gotas de combustible caen lentamente en la olla de aluminio. ¡Eureka!

Fidel Ontiveros no deja de sonreír. Su curiosidad e ingenio le dieron frutos. Luego de muchos meses de trabajo, desde que se obsesionó con la idea (comenzó en noviembre de 2020) y acondicionó un área de su casa en la parte alta de El Valle, municipio Capacho Nuevo del estado Táchira, finalmente lo logró.

Los 10 kilos de plástico reciclado se han transformado en dos litros de gasolina y seis litros y medio de gasoil. Sí, es gasolina y es gasoil. También hay kerosene, grasa y coque.

Muchos días de ensayos y errores, de lecturas de tutoriales por internet, de armar su propia máquina para producir el combustible que haga funcionar su motocicleta y gasoil para vender.

—¡Claro que es gasolina! ¡Se ha convertido el plástico en combustible! ¡La pirólisis ha funcionado! —expresa Fidel a los gritos, dichoso por su logro.

Luego de varios intentos fallidos e investigar y experimentar distintas alternativas, Fidel encontró en la pirólisis la técnica para producir gasolina del plástico reciclado.

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Fidel es un hombre de piel morena, cabello negro y corto, suele usar una gorra de béisbol. Es delgado, de unos 65 kilos de peso, y de un metro 72 centímetros de estatura. Recién cumplió 48 años. Quienes le conocen lo describen como una persona que toda su vida ha sido inquieta. Todos coinciden que uno de sus rasgos distintivos es la inventiva, su curiosidad por ver más allá de lo que ven los demás.

Otro rasgo que lo distingue es lo laborioso. Ha trabajado como mecánico, latonero, electricista, soldador, operador de maquinaria pesada y ahora vive en su rol de inventor. Aunque siempre ha sido inventor, pues se las ingenia para crear o arreglar cosas.

Su mamá, Custodia Ontiveros, y su papá, Fidel Maise, lo llamaron Fidel y con ese nombre lo asentaron en la prefectura de Carapita, en Caracas. Así lo bautizaron. Con el paso de los años la relación de pareja se terminó y ella decidió llamarlo Sergio.

—Mi madre me cambió el nombre. Lo hizo para no recordar al hombre que le daba tanta mala vida. Ese era mi papá que ya se murió.

En la partida de nacimiento y en la cédula de identidad es Fidel Ontiveros. Para su mamá, sus tres hermanos y conocidos de El Valle, es Sergio.

A sus ocho años su mamá decidió salir de la capital e irse a vivir con Fidel y sus hermanos al Táchira, en los andes venezolanos. Se instalaron en El Valle, comunidad rural de Capacho Nuevo, en la vía hacia la zona de frontera con Colombia. A unos 10 kilómetros de San Cristóbal.

Es una zona tranquila, de montaña y clima agradable, que desde sus áreas más altas se observa una hermosa vista de la ciudad de San Cristóbal.

Fidel estudió hasta sexto grado de primaria y luego, a mediados de 2003, se inscribió en la Misión Ribas para estudiar el bachillerato, pero solo cursó hasta tercer año.

—No me gustó y me salí —dice, y recuerda que luego trató de ser parte de la Guardia Nacional.

—Yo presenté los exámenes de selección, pero luego no volví. Algo me decía que eso no era para mí, que ese no era mi camino.

La crisis cada vez más acentuada por la escasez de gasolina en el Táchira lo motivó a investigar sobre combustibles alternativos y fue un problema que se convirtió en una oportunidad para él.

—Estaba cansado de las largas colas en las gasolineras desde horas de la noche o de la madrugada —comenta Fidel.

Con regularidad la compraba a revendedores pero los costos eran elevados, al doble o triple del precio establecido por el gobierno nacional.

Obsesivo y curioso, no paró de indagar y explorar de manera empírica, por ensayo y error, hasta obtener combustible para su motocicleta y producido por él.

Hizo primero una máquina con hidrógeno, y luego un gasificador de leña, pero desistió de ambos proyectos por los riesgos que representaban.

Pasaba horas buscando en internet hasta que dio con el proceso químico llamado pirólisis, método que descompone materiales plásticos por una degradación térmica para convertirlos en carburantes. Ahí vio luz.

Fidel tan solo un año después de que inició sus pruebas logró producir gasolina y gasoil. También, kerosene, grasa liviana y pesada, además de coque. Todo sale del plástico reciclado.

Él aprendió a hacer combustibles artesanalmente.

—Eso yo no lo inventé, la pirólisis, eso ya estaba inventada. Solamente innové y en dos pasos saco gasolina del plástico.

Para él su verdadera innovación es la máquina que construyó. La que Fidel llama “el reactor”.

—La meta es mejorar la máquina que yo mismo he construido, no es comprada, es armada por partes, para que el proceso se cumpla en un solo paso, porque actualmente lo hago en dos fases. Ya comencé a investigar más —aclara con voz firme.

La máquina de Fidel parece un alambique, de esos donde se produce miche andino. Es un artefacto que armó con varias piezas caseras, entre ellas un condensador.

Tiene mucha agilidad para engranar piezas grandes y pequeñas. Es mecánico autodidacta y diestro con las herramientas, por eso le resulta un trabajo fácil.

No le importa ensuciar sus manos y curtir sus uñas con grasa.

Utiliza piezas que en su mayoría elabora de chatarra, generalmente de hierro o aluminio, que ya han cumplido sus funciones originales y son desechadas. También aprovecha componentes de electrodomésticos destartalados.

Sin dinero, pero con mucho empeño e ingenio ejecutó su idea de obtener combustible del plástico.

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Fidel es muy disperso en sus ideas. Al hablar menciona muchas cosas a la vez y da muchas explicaciones. Escribe muy poco. Lo hace en una pequeña libreta de bolsillo, de cubierta azul claro que está curtida de grasa. Algunas de sus hojas blancas están manchadas. Allí ha escrito algunos datos y sus claves técnicas, como las fórmulas de las clases de química y de física de bachillerato, pero en este caso son apuntes que solo él entiende.

—Escribo hasta en chino —exclama de manera jocosa al mostrar la libreta que guarda en su habitación.
Se niega a plasmar todos sus conocimientos técnicos y hallazgos en un cuaderno o en un archivo digital de computador.

Tiene miedo de que le roben su trabajo una vez escrito, pero ha entendido que necesita resguardar, al menos, el borrador de su proyecto con las ideas básicas para lograr financiamiento, sea apoyo del Estado o de la empresa privada.

Fidel quiere patentar lo que ha logrado.

Sus vecinos de la calle Bella Vista lo conocen desde hace muchos años, pero ahora lo admiran por su capacidad inventiva. El personaje creativo, singular y jovial ahora es conocido como el genio del sector Urrego, en Capacho Nuevo, el que saca gasolina del plástico reciclado.

El plástico es la materia prima de su proyecto.

Varios vecinos han comenzado a reciclar los desperdicios. Separan el plástico y se lo llevan a Fidel. Unos lo entregan personalmente, otros lo dejan amarrado a la cerca de alambre de púa, de tres hileras sostenidas con palos de madera que cumple la función de puerta y cerca, a las afueras de su casa. Lo hacen muy temprano por la mañana.

—Cuando me levanto encuentro las bolsas con los plásticos que la gente me trae. La tiran en la entrada. Otros me la entregan en la tarde y cuando ando por la calle recojo el material que yo sé que necesito. Lo que hago es amontonarlo en el porche para seleccionarlo y luego utilizarlo —explica Fidel.

Sin proponérselo, él está educando a varios de sus vecinos a reciclar.

Para Fidel el desorden con todos los materiales que tiene a la entrada de su casa no es un problema. Frente al cuarto del pequeño taller donde está la máquina, hay un caos de plástico por todos lados y mucha chatarra.

Él sabe lo que tiene y cuando necesita algo, mueve algunas cosas y lo consigue.

—Las bolsas de arroz, azúcar, harina, las plásticas que dan en los mercados, son de polietileno de baja densidad. Los potes plásticos de pintura, de grasas, cestas de los refrescos, sillas rotas, son también de plástico, polietileno de alta densidad. Se hace una selección porque todo lo que los vecinos me traen no me sirve.

Para Fidel el plástico llamado PET (polietileno tereftalato) no es utilizable porque es contaminante. Es el material con el que se fabrican los envases de refrescos, agua mineral, aceite comestible, entre otros y que abunda por todos lados.

—Las bolsas colombianas tampoco se usan porque ya han sido recicladas. Sí nos sirven las tapas de todos los envases PET, son las adecuadas, y las bolsas plásticas venezolanas también.

Para Ronny Chacón, director general de la Escuela de Reciclaje de Táchira, el proceso de pirólisis que Fidel utiliza tiene sus particularidades destacables.

—Él lo hizo de una manera empírica. Revirtió el proceso. Un tema de reutilización, de transformación porque tuvo una necesidad por la escasez de gasolina y buscó la solución para poder movilizarse —precisa Chacón, quien aplaude su iniciativa y lo califica de genio.

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A la izquierda de la entrada de su sencilla vivienda de paredes de cemento, construida sobre tierra arcillosa, en el porche, está su taller de trabajo. Es como un laboratorio pero de campo. La puerta es apenas una cerca de alambre de púa. No hay mayor seguridad.

Es un cuarto pequeño, en área no mayor a los tres metros cuadrados, resguardado con paredes de caña brava, material utilizado en los viejos techos de las casas y casonas andinas para el soporte de las tejas. Varias láminas de zinc le protegen del sol y de la lluvia. Allí reúne su máquina y cada uno de los implementos de trabajo. Todo es usado, todo es reciclado para su invento. Hay mucho desorden y cables que se cruzan por todos lados. También un extintor contra incendios.

—Los ladrones se pueden meter y llevarse la máquina, pero yo soy el que tengo la fórmula. No la saben manejar. Todo está aquí en mi cabeza —Fidel lleva sus dos manos a su frente y sonríe.

Explica que trabaja con la quinta máquina mejorada, modificada a mediados de noviembre de 2021, para sacar la materia prima más liviana. La gasolina de ahora, la de este año, él dice que es “de máxima pureza”. La versión previa de la máquina se dañó y la actual, asegura, es “más resistente”.

En la puerta de su taller se lee en un escrito: “No pasar. Solo autorizado. No sabe leer. Gracias”.

—Eso lo escribió la menor de mis tres hijas hace como cuatro años. Ella ya no está conmigo. Se fue con su mamá y mis otras dos muchachas, creo que han pasado ya como 30 meses. Ahora vivo solo.

El primer paso en el proceso de producción, una vez seleccionado el plástico, es triturarlo. La máquina la diseñó y fabricó con una tina y un motor de lavadora. Es la cortadora o trituradora.

—Le adapté una hojilla de guadaña, de esos aparatos que se usan para cortar el monte, la grama, a la que le saqué bastante filo. Este equipo, una vez conectado a la electricidad, permite desmenuzar o moler potes, gaveras, sillas, juguetes, bolsas de alimentos, tapas de botellas de refrescos.

Todo el plástico previamente ha sido seleccionado, debe estar limpio, y quedar bien triturado.
Cuando Fidel activa la trituradora el ruido retumba.

El material picado cae en cuestión de minutos, directamente a un saco de fique o a cualquier otro recipiente. Al concluir la operación, los diferentes colores de lo desmenuzado se mezclan. Este plástico desintegrado se pesa. Cada carga de la máquina es de 10 kilos, que es la capacidad de materia prima para depositar en el reactor, la especie de olla de presión donde se inicia el proceso.

—Se introduce el material de manera manual por la boquilla del cilindro de bombona de gas, es el reactor. Una vez lleno, se tapa. Se ajusta con una llave, con mucha seguridad —explica Fidel.

Es como una olla de presión que trabaja con dos resistencias de 220 voltios, un reloj de presión que mide la temperatura y muestra las variaciones entre los 400 y 500 grados centígrados, su termómetro y un extintor con tubería de media pulgada, unos 1,27 centímetros. Las altas temperaturas descomponen esta materia sólida, derriten el plástico.

—Es la magia de la planta de pirólisis con mis adaptaciones, con mi tecnología popular —dice Fidel.

En el proceso se generan gases que pasan por un condensador y son sometidos a enfriamiento en un sistema de refrigeración constituido por un tanque de agua (un pipote de lata de los barriles de petróleo), una bomba de un cuarto de caballo de fuerza y un electro-ventilador de carro. La electricidad es fundamental en todo este proceso.

Su sistema no permite recalentamiento. El combustible en su fase final sale frío y cae a una olla de aluminio. Hay más detalles mecánicos, químicos y técnicos que el inventor no revela.

—Cumplida la primera fase se produce la materia prima, que es el petróleo que sale del plástico, el combustible mismo. Ese material lo depositó de nuevo en el reactor y todo el proceso se repite una vez más para transformarlo en los dos combustibles: gasolina y luego gasoil.

Este sistema le permite la producción diaria de dos o tres litros de gasolina. Ese es el rendimiento de la máquina. 

—La meta es crecer mucho más. Ya todo lo tengo planeado, pero me falta el apoyo del gobierno nacional, de alguna empresa privada o de una persona que crea en mi proyecto para crecer.

Aunque el proceso parece simple, para Fidel hay una tecnología sofisticada que ejecuta su máquina, calibrada y ajustada para lograr el objetivo.

—No todos lo logran hacer. Ni en la UNET (Universidad Nacional Experimental del Táchira) lo han hecho y de allá salen ingenieros mecánicos.

Para Fidel cada uno de los productos combustibles que salen de su máquina son utilizables y sirven.

—¡Todos sirven! —afirma con seguridad mientras toma el primero de los recipientes de vidrio donde tiene las muestras de su producción.

Exhibe un poco de la gasolina que mueve su motocicleta y la de otros vecinos a quienes les he dado muestras. En otro recipiente está el gasoil que vende a quienes lo necesitan para sus vehículos a gasoil.

—Del kerosene si saqué muy poquito con la cuarta máquina, pero lo sé sacar —comenta a la vez que enseña la grasa liviana y la grasa pesada, que han usado vecinos para los tripoides de los carros, o en los rodamientos y las cadenas de las motos.

Incluso tiene muestras de el coque que lo emplean para tintas de impresoras.

—Sale poca cantidad porque la materia prima es poca, por la capacidad de la máquina.

La gasolina de Fidel huele a plástico quemado. No tiene aditivos.

—Esta no es como la normal de las estaciones de servicio. La mía es más pura —dice con mucha confianza—. Se le echa a una moto, a un carro y a los dos meses se destapa el carburador y no está sucio, no contamina. Mi moto es el mejor ejemplo —indica con orgullo.

Fidel utiliza la gasolina en su moto Yuber, tipo GN 150, del año 2012. También la ha regalado a otros vecinos o amigos para hacer pruebas en sus motocicletas y todos los consultados aseguran que no han tenido problemas. Son al menos unos cinco residentes de la calle Urrego que certifican que la gasolina sirve.

—En diciembre del 2021 vendí una pimpina de 20 litros de gasoil que, aquí mismo, frente a la casa, la echamos al tanque de un camión. El chofer me dijo que el carro se portó bien, sin ningún problema. «¡Hágame más gasoil!», me ha dicho.

Sobre el proceso químico y mecánico de su invento aún surgen interrogantes, pero Fidel es reservado en sus respuestas. Dice tener algunos asesores que le han recomendado “hablar con menos detalles”, especialmente frente a los periodistas, para no dar luz de sus avances.

—De eso no me pregunte —responde al consultarle por cuáles son las diferencias del proceso para producir gasolina y gasoil.

Con el paso de los días su técnica ha mejorado. De los primeros 250 mililitros de producción, pasó a medio litro de combustible y ya obtiene tres litros máximos de gasolina por ciclo de trabajo.

—Fidel, Fidel. ¿Tiene gasoil? —le grita desde la calle un vecino de Capacho Nuevo.

—Si tengo. A 1.500 pesos colombianos el litro (entre 30 y 50 centavos de dólar) —responde. Gasolina si no tengo, porque es la que uso en la moto.

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El 8 de septiembre de 2021, la periodista Bleima Márquez, del diario tachirense La Nación publicó una nota sobre el trabajo de Fidel Ontiveros. Desde ese día son muchas las personas interesadas en conocer lo que hace.

—Ahora me visita más gente. Desde ese día mi autoestima está al cien por ciento —comenta y no deja de reírse.

—He salido por televisión, por redes. Soy famoso. También muchos ingenieros se han interesado en lo que estoy haciendo.

Por WhatsApp y Facebook dice que ha tenido contacto con personas de México, Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, El Salvador, Colombia y Estados Unidos, para que forme parte de un grupo de inventores. Aun lo piensa.

—Han sido muchas cosas seguidas. Hasta ofertas de trabajo me han propuesto desde Ecuador y Colombia. He pensado irme a Panamá, pero quiero apoyar al país con mi invento.

Fidel ha leído poco sobre La Petrolia, la primera compañía explotadora de petróleo en Venezuela y la primera que produjo gasolina, kerosene y gasoil en esta región del Táchira, cerca de Rubio desde 1878 y que cesó operaciones en 1938.

El gobierno no renovó la concesión y, según la historia, nunca dio el apoyo necesario a esta iniciativa que nació hace 147 años, a escasos 20 kilómetros de El Valle, el lugar donde Fidel produce combustible.

Hay semejanzas en ambas historias, pero en procesos inversos. La compañía utilizó materia prima original, en este caso petróleo, Fidel emplea material de segunda mano, plástico reciclado.

Fidel no tiene dinero para consolidar su proyecto para construir un reactor con mayor capacidad, que garantice al menos 30 litros de gasolina más gasoil y generar ganancias en un solo ciclo, como lo sueña. Pero espera apoyo financiero.

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Fidel cierra sus ojos. Sin apuro dice que se ve en un galpón grande, con varias máquinas, generando empleo y consolidando su empresa. Una compañía a la que ya le tiene nombre: Recicombus mis tres Dayanas, W y E, “reci” de reciclaje y “combus de combustible”, y lo demás son letras en honor a sus cinco hijos.

—Ese día, en la inauguración de la empresa, armo la fiesta con los muchachos del grupo “Los Tropin Swing” que formamos aquí, en El Valle, hace unos seis años, donde yo soy cantante y toco la charrasca —cuenta entonando un tema viejo de Pastor López y bailando de un lado a otro.

—Usted ya está invitado a la parranda. Me encanta una fiesta, pasarla bien y divertirme —dice Fidel.
El anhelo de su propia compañía se dibuja por ahora en sus deseos.

Personal de la Fundación Ciencia y Tecnología del estado Táchira (Fundacite), adscrita al ministerio de Ciencia y Tecnología, ha visitado a Fidel.

Muestras de su producción han sido enviadas a Caracas para ser analizadas en el Instituto de Tecnología Venezolana para el Petróleo (Intevep). Son 100 mililitros de gasolina y otros 100 mililitros de gasoil con el objetivo de verificar la calidad de los productos.

Esas muestras se las llevaron en septiembre de 2021, pero aún no tiene respuestas.

—Unos amigos míos hicieron lo mismo, pero las llevaron a Colombia. Aún no me han respondido nada. Hay que esperar, no hay otra —dice mientras aprieta sus manos y encoge sus hombros.

Asegura que desde Fundacite le apoyan en la redacción del proyecto. En la Escuela de Reciclaje también le quieren tender la mano y se espera que, desde la Universidad Nacional Experimental del Táchira, personal del Decanato de Ingeniería Mecánica, le sigan los pasos para mejorar la máquina de trabajo.

El sociólogo tachirense, Otto Rosales, docente de la Universidad de Los Andes en Táchira y vecino de Fidel Ontiveros conoce esta inventiva y reflexiona sobre sus saberes populares unidos a la tecnología y los procesos de obtener combustible.

—El problema de esta inventiva es que no tiene pegada porque su invento, su proceso técnico implica una inversión de dinero que él no dispone. Eso no significa que no sea bueno el producto. Pero necesita dinero para demostrar que sí es tangible, que sí hay resultados.

Fidel es optimista. Cree en su proyecto. Confía en su inventiva y espera ser llamado por alguien para conocer su iniciativa y desarrollarla. Mientras esto sucede sigue con su faena diaria de producir tres litros de gasolina.

En su casa, a Fidel lo acompañan su perro Hipo, la gata Toreta y la lora Rosita. Los dos primeros, le siguen los pasos a donde vaya. Todos los días lo escuchan hablar de su máquina, de su gasolina, de sus sueños y de sus fórmulas.

Delante de Rosita, encerrada en su jaula, Fidel guarda silencio, porque teme que “un día de estos la lora comience a hablar y entonces vaya a contar el secreto, ahí si me jodo” —expresa Fidel entre risas a carcajadas, mientras sostiene su taza de café.

Este trabajo fue producto del Diplomado Nuevas Narrativas Multimedia Historias que Laten, en su 6ta. edición realizada en alianza con el CIAP-UCAB y la Fundación Konrad Adenauer, de octubre de 2021 a febrero de 2022.

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