“Beep, beep, beep”. Se escucha el pulso de las teclas. El sonido marca el ritmo de la jornada. Un grupo de personas se apoderan del espacio. Es un pequeño salón dispuesto en las oficinas de un banco, ubicado en el Centro Comercial El Marqués, en el este de Caracas. Las colas, con una organización sin reglas establecidas pero implícita, se mantienen en movimiento —lento— en cada terminal electrónico. No importa cuánto tarda el proceso, la gente aguarda en su puesto a la espera de obtener el valioso premio: dinero en efectivo. Un recurso abatido cada minuto por el inclemente compás de la inflación en Venezuela.
En un extremo, una anciana se prepara para encarar a la máquina. En su primer intento falla. No es claro si la frialdad del aparato que no entiende de urgencias o necesidades o la impericia de la mujer son las que bloquean su objetivo. En el resto de la fila la impaciencia toma control del colectivo. Sin aspavientos un hombre, con casco en mano y lentes de sol, reclama entre susurros por la demora de la señora.
—La gente no entiende el afán que uno lleva. Aquí uno anda apurado y la doña se da su mejor postín.
Detrás de él, otra persona, de probable ascendencia tachirense, trata de calmar el descontento grupal con frases jocosas.
—Más tarda uno sacando este poquito de platica que gastándola en la calle, pero no hay que amargarse.
Algunos asienten con tímidos gestos. Otros ríen.
Aun así, la frase da pie para resolver una interrogante latente entre los presentes. ¿Cuánto dinero se puede retirar en el cajero?
—Tres mil bolos, mano —responde un muchacho con voz resignada en otra de las filas del lugar. La cantidad no alcanza ni para comprar un café guayoyo. Pero eso poco parece importar. De una en una, las personas salen de la oficina bancaria con el pequeño botín en sus manos.
Al mismo tiempo, en una de las aceras de la avenida Francisco de Miranda, adyacente al centro comercial, varios hombres a bordo de una camioneta y con megáfono en mano se sitúan para iniciar su jornada laboral.
—Dos kilos de mango a tres mil.
Esa es la consigna.
La oferta deja una premisa clara. El esfuerzo de cuarenta minutos se puede desvanecer en tan solo un instante.