Una espesa masa de maíz se adhiere entre los dedos de Amanda. Estos, sin vacilar, se entierran un poco más en la pasta homogénea. Se curvan hacia dentro, se liberan y vuelven a emerger, pero ya no están frescos como al principio, sino pegajosos por la frambuesa que lleva la chicha de Nicaragua. Ascienden y descienden, repiten el baile tantas veces sean necesarias hasta dejar en su punto la masa que, junto con un par de litros de agua, será la base de esta bebida típica que tomarán después unos 100 invitados.
Amanda es evangélica, pero, de todas maneras, colabora con la celebración a la Virgen Inmaculada Concepción en una finca de la comarca Muluco, en el departamento de Chontales, el único de los 15 departamentos de Nicaragua que conoce. El único de los 15 departamentos que ha recorrido entre lecheras y buses para llegar de una comarca a otra.
Es diciembre de 2017 y ayuda con las tareas del hogar de esta finca en Muluco, pero en unos meses tendrá que ir a la comarca El Zancudo, en el municipio Cuapa, también de Chontales, para acompañar a su esposo que es quien “chapea”, es decir, realiza las labores del campo.
Entonces, para ir de Muluco a El Zancudo, primero, tendrá que pedirle a un lechero un aventón hasta la ciudad de San Pedro, capital del municipio del mismo nombre. Después pagará 10 pesos por un autobús hasta el municipio Santo Tomás; unos 30 pesos más hasta Las Lajitas, otros 25 pesos para llegar a Cuapa y 35 pesos más hasta El Zancudo. En total, 100 pesos.
Ahora, su esposo cubrirá esos pasajes, pero antes, de niña, su “mamita”, su abuela querida —bajita, piel tostada, ojos alargados y de 78 años— tenía que pagar como 300 pesos mensuales para llevarla al colegio porque quedaba lejos: solo pudo cubrirlo hasta su 5to grado de primaria. Amanda no culminó la escuela y si hubiese tenido la oportunidad de estudiar en la universidad, le hubiese gustado ser enfermera.
—Pero, ahora, casada es difícil. A él (su esposo) no le gusta que yo estudie, alguien le tiene que hacer la comida. A veces agradezco estar casada. A veces no —se encoge de hombros mientras revuelve la leche extraída de alguna de las vacas de la finca.
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Sin arrugas que esconder, sin flacidez que disimular. Un rostro desnudo, limpio, sin maquillaje, se escondía detrás de un velo de novia.
Sucedió un 18 de junio de 2016. Amanda tenía 17 años y, al ser menor de edad, se casó, bajo la autorización del papá, con un hombre 28 años mayor que ella.
Sin canas que pintar, sin melena que suavizar. El velo caía desde su cola de caballo, su peinado de siempre mientras cocina, limpia o lava la ropa, sus únicas tareas diarias. El corte superior del vestido estaba muy por encima de su pecho, pero, para acentuar el pudor, una tela semitransparente subía completamente hasta su cuello y bajaba totalmente por sus brazos. Sus manos, escondidas igualmente tras unos guantes, cargaban un ramo de flores, también blancas, mientras el borde de su falda se ensuciaba un poco por el camino de campo sobre el que se arrastraba. Su rostro, sin arrugas ni flacidez, era el único que no temía mostrar.
Con zapatos deportivos y sandalias que casi desnudan los pies en la tierra, los invitados llegaron para celebrar esta unión que el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) declara como una violación fundamental de los derechos humanos. Más de 650 millones de mujeres y niñas vivas hoy día se casaron antes de cumplir los 18 años, según el Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), y Nicaragua lidera la lista en América Latina, junto con Brasil y República Dominicana.
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Desde Managua, la capital de su país natal que Amanda no conoce, Ana Clemencia Teller, coordinadora de Proyecto de la Federación Coordinadora Nicaragüense de ONG que trabajan con la Niñez y la Adolescencia (Codeni), se pregunta ¿qué interés puede tener un adulto en casarse con un menor de edad?
—Simple, no es amor, es sometimiento, es tomar la vulnerabilidad que tiene esa persona. “Te voy a dar todo, pero sé esclava mía”, y controlarla, y el control no es solo de recursos materiales, también es de las emociones. Para nosotros, ese es el matrimonio infantil.
Con un afiche de una adolescente adueñándose de una pelota de fútbol de fondo —símbolo del programa “Sacando del juego los embarazos y matrimonios tempranos”—, Joanna Chevez Alarcón, asesora en género de Plan Internacional Nicaragua, recuerda que no hay algún tipo de control entre un hombre de 40 años con una mujer de su misma edad.
—Aún si ella decidiera casarse es un matrimonio forzado porque cuando una chavala está en condiciones de vida de derechos humanos no se quiere casar. Si está estudiando, si come diario, si tiene para recrearse, si se siente amada y protegida, no se quiere casar —Joanna marca cada una de estas condiciones mientras choca los dedos de una de sus manos con la palma de la otra—. Una que dice “me quiero casar”, aún ella decidiendo, las circunstancias la obligan, se ve forzada a asumir un matrimonio que en realidad no está preparada. Ellas creen que casándose con un hombre mayor, él les va a dar todo lo que no tienen. Al casarse, se dan cuenta de que era irreal. Empieza una relación de poder, de dominio, de control y no son libres.
El papá de Amanda fue quien autorizó el matrimonio, bajo el artículo 54 del Código de Familia de Nicaragua, que avala las uniones de jóvenes a partir de los 16 años. Amanda no sabe la edad de la mujer que la parió. Supone que debe tener como 40 porque su papá tiene 39. La abandonó cuando tenía como 5 o 6 años.
Unas 70 de 175 niñas de Chontales y Villa El Carmen —uno de los municipios del departamento de Managua— entrevistadas por Plan Internacional dijeron que “siempre” o “con frecuencia” decidían con quién casarse. Las razones, según el estudio “Escuchen nuestras voces” publicado en 2014, son casarse con niños u hombres adultos con dinero por conveniencia, particularmente cuando los padres ya no pueden mantenerlas debido a la pobreza.
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Amanda —también de piel tostada y ojos alargados, pero un poco más alta que su “mamita” y algo jorobada— impone su empeño en la preparación de la chicha nicaragüense, pero el plato en el que agrega una pizca más de cariño es en el caldillo, que lleva zanahoria, papa, salsa de tomate y carne de pollo.
—Partimos de algo doloroso: si vos le preguntás a las chavalas qué es lo que más les gusta hacer, ellas te responden “cocinar”, pero les gusta porque entre todo lo que ellas hacen, como barrer, acarrear el agua, caminar kilómetros, eso es lo más creativo. También te pueden decir “acarrear el agua”, pero lo bonito no es el camino, sino estar en el lugar porque llegan otras mujeres y es su espacio de socialización —habla Joanna como trabajadora en las comunidades durante 12 años.
Es 9 de diciembre de 2017 y la finca en la comarca Muluco huele a grama fresca, a carne de cochino asada y a heces de vaca. Amanda ya tiene lista la chicha y antes de que lleguen los invitados para la celebración de la Inmaculada Concepción, aprovecha de descolgar unos jeanes secos recién lavados.
Entre el monte de la finca, arranca unas flores de palmera y de mano de tigre para adornar el altar de la Virgen. No duda de que la Virgen haga milagros, pero, para ella, todo es por vía de Dios. Él fue quien ayudó a la pareja de un tío a que no la operaran de la matriz y a otra tía, a que no la operaran de los riñones.
Tu gloria, tu gloria,
gozoso este día
¡Oh, Dulce María!
publica mi voz
¡Oh, Dulce María!
publica mi voz
No canta junto con los demás, pero aplaude al son de la guitarra y las matracas para acompañar las canciones que le dedican a la Virgen en su día, los 8 de diciembre de cada año.
Son las cinco de la tarde y lo que más temprano era una leve brisa, ahora es un viento un poco más frío. Amanda busca una manta dentro de la finca —oscura, de madera— y vuelve a salir para terminar de compartir con los dueños, los anfitriones de la celebración religiosa del día. No sabe que si un día decide viajar a Managua no va a necesitar esa manta porque los capitalinos agradecen una mañana fresca cuando amanece a 32 grados centígrados.
Pero, por los momentos, no tiene agendado ningún paseo fuera de Chontales. Quizá ni siquiera muy lejos de la finca. Hoy, en la noche, no tendrá maquillaje que limpiar. Y mañana en la mañana, su cola de caballo facilitará nuevamente sus labores de hogar mientras su pareja “chapea” en el campo.
*Utilizamos el nombre de Amanda para proteger la identidad de la protagonista de esta historia.
Que historia tan bella y reveladora de una cruda realidad! ! Excelente su narración! ! Me gustó mucho!!
Sí, es más revelador aún cuando se ve la problemática en el contexto latinoamericano. Gracias por leer 🙂