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Este conservacionista estudioso y defensor de los animales silvestres vive rodeado de serpientes, arañas y escorpiones que resguarda en su casa de Valera. Allí atesora una colección de especies vivas destinada a la investigación y exhibición con fines científicos y educativos que a ratos lleva de manera itinerante de un lugar a otro en su afán de crear conciencia ecológica. Quienes lo conocen saben que puede recorrer kilómetros para llevar suero antiofídico a un mordido de culebra o rescatar de una muerte segura a cualquier ejemplar de boa o víbora amenazada por el hombre. Este es Santos Bazó, el creador del serpentario de Trujillo

Fotos cortesía de Santos Bazó

En Valera, al pie de los Andes, tras altos muros se esconde una casa rodeada por árboles frutales y plantas floridas que sirven de recepción antes de entrar a una sala blanca iluminada por ventanales. Se percibe un frescor natural en un espacio con varios clásicos portarretratos dentro de los cuales contrasta una fotografía que se repite en una pared y sobre un piano en el rincón.

En la imagen aparece un hombre robusto y de piel tostada con una sonrisa eufórica, mientras está siendo enrollado por una anaconda gigante de 95 kilos.

Él es Santos Bazó, el dueño de la casa, el conservacionista más reconocido del estado Trujillo y emprendedor de lo que para muchos venezolanos no es ni siquiera una causa: la concientización e investigación sobre animales silvestres como los ofidios y sus venenos.

Su trabajo es insistir en erradicar el estigma que padecen las serpientes y el desconocimiento en general sobre la fauna silvestre y, desde 1990, su proyecto de vida es sacar a flote un serpentario que bautizó con su propio nombre.

—A las culebras no las han visto y ya están buscando cómo matarlas. Muchas veces me llaman cuando ya las mataron. Algo que no tiene sentido —dice Bazó entre la ironía y la tristeza.

Asegura que el 80% de las serpientes que viven en Venezuela no son venenosas y, sin embargo, son ampliamente masacradas.

En torno a las serpientes y otros animales, aún perviven falsas creencias que les amenazan, imaginarios inculcados por la religión o la cultura popular como que las serpientes son del diablo o que alguna especie es de mal augurio. Según Bazó, también se encuentran en peligro debido a la cacería indiscriminada que las depreda.

Ante esta realidad, este hombre se ha convertido en un evangelizador que concientiza. Su solución es la educación con tintes recreativos, por lo que carga con serpientes y tarántulas a muchos lugares, a pesar de que tiene su carro dañado.

Escuelas, universidades, bomberos, iglesias y más, le han abierto las puertas para llevar sus animales y fomentar su adecuado trato, algo que hace unas dos décadas no pasaba.

—Una maestra se asustaba al imaginar una culebra en la escuela, fruto de nuestro trabajo eso cambió —dice, y por ello insiste en la consolidación de su serpentario como un proyecto perdurable.

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Egresado como Técnico Pecuario del núcleo Trujillo de la Universidad de Los Andes (ULA) y con posgrado en la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado (UCLA), Bazó argumenta —siempre mesurado y hasta parco para la conversación— que su amor por la naturaleza viene desde su infancia.

—De chiquito puse este afiche de Canaima en mi cuarto —cuenta Bazó, de 50 años, después de mostrar el cuadro, ya azulado por la vejez, del parque nacional venezolano ubicado al extremo sur del país—. Esto es como el mapa del tesoro para mí.

Quien a los siete años criaba avispas en su gaveta y en su adolescencia hizo caer a su padre por la escalera cuando una boa fugitiva bajaba a través de ella, logró pasar varias temporadas frente a los sagrados tepuyes del Parque Nacional Canaima.

—Un día estaba en un mirador de Canaima y de repente caigo en cuenta que estaba sentado en el mismo lugar donde tomaron esta foto de mi afiche, ¡ya años después!

Bazó de viaje por Canaima con Discovery Channel trató a numerosos animales silvestres (2010). Fuente: Santos Bazó.

Este valerano pudo haber elegido cualquier profesión, pero su amor por las serpientes fue instintivo desde muy pequeño.

Sus padres se preocuparon en un primer momento por su incipiente vocación.

—Mamá mandaba a rezar el rosario con sus amigas para que me alejara de todo lo de las culebras —cuenta Bazó.

Paradójicamente ellos fueron quienes estimularon su vínculo con la naturaleza. Su hermana, Ana Eline, recuerda cómo su padre, el cirujano Pedro Bazó, y su mamá, Elba Abreu, llevaban cada domingo a los cuatro hermanos -Santos es el menor- «al monte».

—Él parecía el “Doctor Dolittle» —dice la hermana desde Guatire (centro del país), en referencia al científico de la película de Disney que hablaba con los animales.

—Siempre tenía animales. A los 15 años crió un gavilán y nunca lo enjauló —recuerda como el ave dormía abrazada por Bazó y todos los días la soltaba.

—Cuando creció y consiguió pareja se fue de la casa, pero siempre volvía a volar en círculos sobre ella, eso nos impactó —agrega Ana Eline.

El potencial y vocación de Bazó fue algo que acabó respaldado por su madre y otra de sus hermanas, Aymara Coromoto, quienes fueron sus primeras impulsoras y dejaron volver la casa familiar en refugio de animales y en centro de operaciones, arrastrando con ello al resto de su familia y vecinos.

Ya fallecidos sus padres, Bazó sigue trabajando en el hogar heredado porque él repite como lema que «la vida debe seguir su ciclo».

Él continúa inculcando la ecología en sus tres hijos: Karen Elizabeth, de una primera relación, y los pequeños Santiago y Santos –como él, su padre y abuelo paterno–.

Estos chicos en preescolar suelen estar uniformados con ropa del serpentario para orgullo del padre y su madre, Laura Guerrero, una licenciada en educación mención biología y química, que no teme a los animales como serpientes y arañas, y se ha convertido en socia y aliada de Bazó.

La colección de animales silvestres de Bazó llegó a sesenta especies, entre reptiles, arácnidos, marsupiales, entre otros, sin incluir aquellos que permanecen un tiempo en cuidado y recuperación antes de devolverlos a la naturaleza como una boa de dos metros que evitó que mataran.

En abril de este año, un cunaguaro (leopardo) de cincuenta centímetros, hambriento, terminó atrapado en el gallinero de un poblado lejano a Valera. Un campesino recibió ofertas de hasta 400 dólares por el animal, para tomar su piel, pero prefirió llamar a Bazó quien le enseñó a no hacer eso.

Como víctima de la escasez de gasolina, Bazó tuvo que llegar con aventones al lugar –que pide ocultar para evitar la caza– y se comprometió a mandar alimentos –como pollitos vivos y carnes que le donan– para nutrirlo mientras lo recupera de un abandono de la madre fomentado “por la invasión (humana) a su territorio”, asegura.

En sus andanzas, Bazó también lleva algo para las personas.

—Un niño mordido por buscar leña es de bajos recursos —relata, por eso muchas veces recolecta alimentos para ayudar a mordidos por serpientes, sus familias y colaboradores.

Para Bazó «hay que comprender las necesidades» de la gente del campo, por eso estudió la relevancia que tiene la cría y producción de animales, incluso con aquellos considerados salvajes como cocodrilos y chigüires, entre otros.

Él cree en la sostenibilidad económica con equilibrio, algo con lo que busca consolidar su serpentario, que desde hace años se mantiene mayoritariamente de donaciones de particulares, aunque por mucho tiempo lo hizo con su propio bolsillo.

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Bazó exhibe sus serpientes a un grupo de alumnos de una escuela de Trujillo (2013). Foto: Santos Bazó.

La crisis venezolana ha hecho que se hayan ido muchos voluntarios y colaboradores de su serpentario –por lo general jóvenes que migraron–, profesionales en herpetología o de laboratorios especializados en toxicología en el país.

La falta de personal calificado también crea problemas de salud pública. Recuerda cómo una vez una tragavenados (boa constrictor) mordió a una mujer embarazada y le inyectaron suero antiofídico cuando esa serpiente no introduce veneno alguno.

Bazó considera que en Trujillo se pueden elaborar los sueros sin depender del monopolio de la Universidad Central de Venezuela, en Caracas.

Ante esa realidad cree que su serpentario en algún momento podría ser un centro para el ordeño del veneno de las serpientes, producción de antídotos y hasta tratamiento.

—Mientras más diversidad de venenos se recojan, más polivalentes se pueden hacer los sueros para este estado —dice Bazó, quien agrega que cada semana en la región trujillana se producen en promedio de cuatro a seis accidentes ofídicos, pero acceder a los sueros que tiene Fundasalud (órgano rector de la salud en el estado) muchas veces es difícil por asuntos internos.

Por eso Bazó se obsesiona con mantener su serpentario y la idea de producir y ofrecer suero antiofídico. Pero con desilusión afirma que es poco el apoyo institucional para el tratamiento e investigación que ayude a lidiar con estos accidentes.

—Hay personas que no saben que el veneno de una serpiente es fundamental para los antídotos —indica Bazó, quien también asesora a Fundasalud sobre accidentes con serpientes, arañas y escorpiones.

A pesar de ello, y de que tanto él como su pareja Laura son científicos dedicados, la unidad de Postgrado del Núcleo de la ULA, en la ciudad de Trujillo, las mismas autoridades que les invitaron a estudiar a las serpientes en el edificio del Instituto Experimental Dr. José Witremundo Torrealba (reconocido por sus avances en el estudio del chipo que provoca el Mal de Chagas) les cerraron las puertas.

—Ya habíamos presentado tres presupuestos y recibido recursos para construir un laboratorio y hasta un bioterio, espacio donde se crían animales para investigación —dice Bazó—. Pero un día estábamos saliendo de los laboratorios, vemos que hay una asamblea y empiezan a gritar “¡No a las culebras! ¡No a las culebras!» —rememora.

Los académicos que protestaban argumentaban que las serpientes liberaban feromonas y éstas atraerían otras que pondrían en peligro al resto del personal.

Con este reclamo se acabó su iniciativa científica en la ULA, pero mantiene un entusiasmo de investigador que lo lleva a pensar que el serpentario es una alternativa real.

—La cantidad de especies de serpientes que tiene Trujillo es excepcional —considera Bazó e indica que hay variantes de especies de serpientes y más animales que ameritan una tipificación particular.

El serpentario es una referencia en la recolección de venenos en Trujillo. Fuente: Santos Bazó.

En 2015 informalmente pudo tener un espacio para el serpentario cerca del monumento a La Virgen de la Paz, en la ciudad de Trujillo, donde tuvo una amplia afluencia de visitantes por casi un año.

Allí pudo organizar en un espacio fijo lo que usualmente hacía itinerante, mostrar diversos animales de manera educativa o recreativa hasta que, de nuevo, debido a los prejuicios contra esos animales provocaron su desalojo repentino por orden de la gobernación.

Años antes, entre 2009 y 2013, Bazó, había tenido una muestra permanente en el Parque Ciudad de Los Niños en la ciudad de Mérida (a 165 kilómetros de distancia de su hogar) donde todo iba correctamente. Hasta que un día la administración le avisó que sus animales habían sido robados, aunque luego fueron recuperados en un operativo policial.

Había sido víctima de la industria del tráfico animal, normalmente destinada a compradores en países de Europa o Estados Unidos.

—Una nación pobre pero megadiversa como Venezuela es el espacio propicio para estos delitos —comenta Bazó quien tiene muy presente la riqueza biológica de la exuberante naturaleza venezolana que conoce a profundidad.

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Son cientos las fotografías de animales que ha tomado Bazó con sus cámaras. Resguarda una colección que revela su paciencia al observarlos y retratarlos.

—Es difícil porque a quien le estas tomando fotos se están moviendo.

Esta afición lo llevó a trabajar en televisión. No solo en canales locales, donde ha llegado a tener espacios propios, sino también con Discovery Channel donde necesitaban registros sobre arañas y algunas especies de animales de Venezuela.

Entró en contacto con el presentador y aracnólogo canadiense, Rick West, cuando éste buscaba referencias sobre una araña conocida como Tarántula Chevron de Trinidad.

—Cuando me preguntaron por ella yo les dije esta aparecía por aquí mismo en mi casa —explica que la araña es propia de Venezuela, pero en otros tiempos pasó a la isla de Trinidad y allá la catalogaron como propia.

Así se volvió referencia mostrando sus animales y buscando otros en programas como The real Lost World (2006) o Out of the Wild (2010) grabado en los espacios del Macizo Guayanés, región donde ha compartido con el naturalista Charles Brewer-Carías, de quien admira su cuantioso trabajo documental, por eso lamenta tanto la pérdida de la biblioteca del reconocido explorador a causa de un incendio ocurrido a principios de 2021.

Le inspira ver el potencial de una colección privada que puede ser apreciada por el público. La diferencia es que su repertorio tiene animales vivos, muchos ya “abuelos”, como Nayiveth Paola, una serpiente amarilla de cuatro metros que tiene 22 años.

En su aporte al conocimiento, Bazó también tiene media docena de artículos académicos en herpetología y cría de animales. Desea educar porque “tenemos cosas bellas para el mundo”.

Por ahora el serpentario de Bazó se mantiene activo en su floreada casa y en el mismo hogar de sus hijos. Allí ejerce un apostolado encaminado a la investigación, la conservación y el servicio social.

Tácitamente aprecia sus resultados. Salvar vidas es una labor que lo hace sonreír con alivio. Son muchas las personas que se han salvado con su asesoría y ayuda.

Tito Montilla, un agricultor escuqueño, asegura “es difícil que un mordido llegue vivo” y por eso es tan valiosa la labor de Bazó.

—Nos toca caminar cinco o seis horas al pueblo y muchas veces solo tenemos bestias para movernos —relata Montilla, quien agrega que Bazó llega al sitio del mordido como sea, en bicicleta o hasta caminando.

—La gente debe tener el número del serpentario en caso de emergencia —asegura Bazó, a quien no le molesta asumir funciones del Estado, aunque muchas veces se siente abrumado por ello.

Sin embargo, se sobrepone a las dificultades porque está convencido que su tarea debe continuar.
Su casa convertida en serpentario es el resguardo de las especies que atesora y desea proteger. Mantiene viva una colección de ejemplares de serpientes, arañas y escorpiones que conviven con él, como viva la esperanza que su iniciativa, “cuando no esté, siga caminando”.

—En la búsqueda de un equilibrio hombre-naturaleza soy un mediador.

Galería de animales catalogados como propios

del estado Trujillo

Scolopendra gigantea

Es un artrópodo más grande y venenoso del mundo con talla máxima de 38 centímetros, es abundante en el municipio Motatán cercano a Valera, es agresivo y rápido.

Salmopoheous

Una tarántula arbórea, es una de las más interesantes, porque se creía era originaria de Trinidad y Tobago y se demostró que es de origen continental en Venezuela.

Amblipigio Araña de cueva propia de nuestras tierras andinas, es una araña que captura cualquier presa inmediatamente y sin tener glándulas de veneno, aunque es muy precisa en su ataque. Trujillo es un centro clave para su estudio para todo investigador.

Este trabajo fue producto del Diplomado Nuevas Narrativas Multimedia Historias que Laten, en su edición en línea realizada en alianza con el CIAP-UCAB, de marzo a junio de 2021.

Sobre el diplomado