Él baila, no presta atención, siente y se deja llevar. No es un jovencito con zapatos de skate y cosas que aparentar. Él baila, no para de bailar. Su danza solitaria sólo rinde tributo a la música y a la cerveza que se desliza fría por su garganta y cuya marca gobierna la parte frontal de su franela azul, justo al lado del corazón. No habla, pero cada movimiento de su cuerpo parece gritar esa frase que Desorden Público popularizó a finales de los ochenta: “esto es ska y si no te gusta, te vas”.
“Caricuao es una ciudad dentro de Caracas”, comenta la gente. Tiene sus propios códigos y realidades. Las siete Unidades de Desarrollo (UD) que la forman ocupan casi veinticuatro kilómetros cuadrados y son pobladas por más de ciento setenta mil caricuaenses. Pero hoy, 14 de mayo, la cita es en una pequeña plaza, se esperan cinco mil personas y no todos serán lugareños.
– ¿Ustedes son árabes? – pregunta un profesor de un liceo de la zona mientras sostiene su latica de Polar Ice.
– No, somos caraqueños – responde el joven.
– ¡Ah! Es que tienen cara de españoles, así como de gringos pues.
La música une a los asistentes de diferentes lugares, es el centro de la fiesta, la excusa para todo lo demás. Es ella quien determina la velocidad con la que gira el pogo, ese “torbellino humano” al que el vocalista de Buena Lavativa cataloga como “filosófico”. Es ella quien con sus pausas, pauta las visitas a los kioscos de chucherías o al baño (aunque sea para hablar por el Blackberry escondido).
Skaricuao no es Caricuao. Aquí la tarima es la UD1 y el pogo la UD2. Y un poco más allá, alejados de los manotazos y los empujones, en la UD3, está el resto del público, tranquilo, escuchando.
Cuando comienza a llover en Skaricuao se disipa el “olor a juventud”. Algunos deciden quedarse firmes frente a la tarima, fieles a la tradición rockera de antaño. Muchos otros prefieren resguardarse del agua bajo la copa de un árbol y los demás caen como inocentes conejos en las garras de los colectivos que venden chapas y CD’s quemaos bajo el toldo del “pasillo artesanal” (la UD4).
La música suena cada vez más duro. Él no para de bailar y su cerveza parece no tener fondo.
Deja de llover, se reagrupa la masa frente a la tarima, vuelve el “olor a juventud” y el presentador agradece a Dios, a la Alcaldía de Caracas y al Gabinete Juvenil de Caricuao (como reza un cartel al borde de la plaza, “la revolución son hechos”). Sigue caminando micrófono en mano, mezclando “shuruapas” con propaganda revolucionaria hasta que deja escapar, sin querer, su verdadera filiación: “esto está buenísimo, lo que falta es una Polar”.
Pero acá hay Polar en todas sus versiones. Allá un chamo destapa una de tercio con los dientes, mientras otro llega feliz con una caja de latas al hombro a donde los suyos. No hay sólo cerveza, pasan de mano a mano botellas de anís, guarapita, ron, sangría, agua ardiente y canelita. Además, aunque Caricuao se fundó en los terrenos de una hacienda de tabaco, aquí, en Skaricuao, se fuma “ganya” más que cualquier otra cosa.
La gente del colectivo PsicoActivos reprueba esta situación desde el tarantín donde venden franelas y reparten folletos contra las sustancias nocivas en la UD4, mientras los valencianos de Buena Lavativa, desde la tarima, responden en nombre de todos, con un tema del grupo de punkrock argentino Flema, “si yo soy así, no es por culpa de las drogas. Si yo soy así, no es por culpa del alcohol”.
La música sigue a su ritmo, se escuchan los llamados de Los Mentas a formar el peo. Él acata, se mantiene como hasta ahora. Los demás ya muestran señales de cansancio, de que saltaron y tomaron hasta su límite. Él no tiene límite, por eso, a diferencia de otros, no necesita tomar descansos en los hombros de extraños para mantenerse de pie. Sigue bailando y saboreando la cebada de su cerveza.
En la UD6, la de los buhoneros sin toldo “oficial”, no esconden la repulsión que les produce esta música que vino hace rato de Jamaica para acomodarse en Skaricuao. A quien le provoque comprarse un tentempié en el tarantín cerca de la avenida será interrogado mientras espera su vuelto: “¡Ay mijo! ¿Cómo les puede gustar eso?” Y si le preguntan a Alexander, el nieto de nueve años de la señora que vende esos bollitos de maíz con pollo que unos europeos devoran encantados, como el mayor de los manjares, les dirá que preferiría estar bailando reguetón o en un concierto de “El prieto” (nunca de “Tres dueños” porque “Trece” no lo convence).
Desde la tarima Manu Chao (a través de Lebronch) invoca a la noche, “arriba la luna ohea, arriba la luna ohea”. Cuando ésta aparece muchos extranjeros (los del resto de Caracas y los europeos) se desplazan a la UD7 de Skaricuao y abordan el Metro hacia otros destinos.
Él no sabe quién es “El prieto”, tampoco quién es “Trece”. Sí se sabe dueño del lugar, amo de cada nota que sale disparada al cielo como las gorras y las botellas llenas de agua, rey de Skaricuao. Mañana su reino no estará, quedará en ruinas, hasta el olor más intenso a ska se disipará. Los caricuaenses cruzarán la plaza como si nada hubiera pasado. Los periódicos reseñarán su reinado como algo pasajero, pero estarán listos para asistir a su próxima coronación en cualquiera de los reinos de Skaracas.