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En El Pedregal están tatuados sus ancestros. Para rendirle tributo, los han pintado en murales: sus caras, en blanco y negro, están ahí como vigilantes. Y las calles, los callejones y pasadizos de este gran laberinto llevan por nombre precisamente los apellidos de las familias fundadoras: Farfán, Blanco, Reyes, Poleo.
Sus descendientes todavía habitan en estas mismas cuadras, en viviendas con jardines internos, con techos de tejas o de zinc y paredes carcomidas por el tiempo. Son estructuras que contrastan con los edificios altos y quintas relucientes que se han ido construyendo acá. La modernidad cercó e invadió a El Pedregal. Pero este pequeño asentamiento popular del municipio Chacao sigue siendo un pueblo. Y se resiste a dejar de serlo.
Son, aproximadamente, 600 familias las que viven aquí. Es lo que estima el Consejo Comunal de la zona, porque desde hace varios años no se hace un censo. Serían alrededor de 3 mil personas que caminan por estas calles observando esos rostros de antepasados. Y caminan, además, viendo sus propias tradiciones: en las paredes, están plasmadas en imágenes Los Palmeros de Chacao, ese ritual de casi 200 años que se revive cada Semana Santa. Organizados, los pedregaleños suben a El Ávila, pernoctan allá y regresan cargando toda la palma real que luego es bendecida en la Plaza Bolívar el Domingo de Ramos. Después, el Viernes Santo, caminan por las calles con el Santo Sepulcro a cuestas; y el Domingo de Resurrección queman a Judas: un muñeco de trapo relleno con fuegos artificiales.
Porque como en todo pueblo, las tradiciones gozan de completa vigencia. Aquí se hace la Paradura del Niño, el Carnaval, la Cruz de Mayo, el Recorrido de Burras y Burriquitas, las Parrandas de Diciembre. Y cada domingo, también como en todo pueblo, los fieles escuchan la misa que celebra el sacerdote venido de una comunidad aledaña. Entonces la capilla diminuta (que alberga una colección de ángeles y vírgenes, así como una imagen del Niño Jesús, que son Patrimonio del Municipio) luce abarrotada de gente.
Se reza mucho en El Pedregal. De hecho, otro de los callejones se llama Los Santos, porque está habitado por doñas devotas que –Dios te salve María, llena eres de gracia– repiten el Rosario varias veces al día. Y no faltan los relatos místico-religiosos. Como las anécdotas de Tío Veneno, un anciano erudito que murió hace una década.

–Curaba mal de ojo, dolores de cabeza, de todo. No era brujo. Era católico- recuerda una de las vecinas que lo conoció.

Ahora es su hijo, Luis Reyes, quien se encarga.

–En Semana Santa se prepara espiritualmente, hace un ayuno, e imparte una bendición especial. Él es palmero mayor y en su casa tiene un amplio registro de esa tradición- asegura otra de las vecinas.

En El Pedregal las abuelas preparan arroz con leche, dulce de lechoza, y si no hay gas, cocinan en fogón.

Y los niños juegan metras, vuelan papagayos, bailan el trompo.

Y todo trascurre allí, en este rincón de Chacao situado a los pies de El Ávila,  anclado entre las urbanizaciones La Castellana y el Country Club. Acá adentro el tiempo es lento. Afuera –en Chacao, en Caracas toda– la ciudad lleva su propio ritmo: un tempo infinitamente más acelerado.

Lee la crónica completa aquí en el especial de El Pitazo

 

El pedregal 2