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La peregrinación de la Virgen de Lourdes, patrimonio cultural de Venezuela, es una tradición muy arraigada entre los habitantes de La Pastora y La Guaira, quienes se unen en una demostración de fe y misticismo transmitida de generación en generación desde el siglo XIX.  

Cada mes de febrero, siguiendo la costumbre iniciada en 1884, cientos de devotos salen desde Caracas en un recorrido que cruza El Ávila a través del antiguo Camino Real de los Españoles, en una procesión que baja el mar y llega a Maiquetía. 

Este año la festividad cumplió 140 años. Nuestro editor Jonathan Gutiérrez hizo la peregrinación y documentó esta celebración que es expresión de identidad, sentido de pertenencia, devoción religiosa y cultura popular. 

Fotos Ana Cristina Febres Cordero

Pastora González se persigna frente a la Virgen, toca su manto y le hace una reverencia. A pesar de su edad, levanta la imagen robusta que reposa sobre un lecho de rosas. Esta señora tiene 70 años y casi el mismo tiempo haciendo la peregrinación. Es una tradición de toda la vida, pero su edad no la limita a liderar la cofradía de los cargadores de la Virgen de Lourdes.

Ella tiene la responsabilidad de levantar a la santísima en hombros junto a otros tres devotos para sacarla del altar, atravesar la nave central de la Iglesia de la Divina Pastora de la comunidad de La Pastora, en Caracas, y acompañar a la Virgen hasta las puertas del templo para dar inicio a la peregrinación. 

Recién terminó la misa. Son las 5:45 de la madrugada. Aún está oscuro, una fría neblina con rocío hace que todos los presentes usen abrigos y se froten las manos. La bruma deja entrever apenas los destellos de luz de los focos de los postes.

—¡Bajó Pacheco! Gracias Virgen Divina, la Virgen de Lourdes hizo que bajara Pacheco que estaba negado a venir este año. Llegó el frío tardío que esperábamos desde diciembre. Bienvenido mijo, bienvenido este clima, aunque sea febrero —comenta Luis Olivio Tejada, de 82 años, oriundo de La Pastora, mientras toma un café negrito que compró en el kiosco de la esquina. 

Decenas, cientos de feligreses atiborran el portal de la iglesia colonial amarilla de columnas blancas, la plaza José Félix Ribas de La Pastora y las calles aledañas. Esperan ansiosos a que salga la imagen para iniciar la peregrinación de la Virgen de Lourdes, unas de las más antiguas de Venezuela, que este año cumple 140 años de tradición. 

Muchos de los fieles vienen desde Maiquetía, en La Guaira, que queda a más de 30 kilómetros de distancia. Esta fiesta religiosa une a los pueblos del litoral central con Caracas, la capital. Personas de Caruao, Todasana, Naiguatá, Catia La Mar y Maiquetía se unen a los vecinos de La Pastora. 

Llegan desde las tres de la madrugada. Unos duermen, otros hacen vigilia, unas señoras agrupadas en círculo rezan un rosario. Son los peregrinos de Lourdes. 

Fue en 1884 cuando el padre Santiago Machado –el padre Machado como lo llama la gente– junto a la Madre Emilia de San José hicieron el primer recorrido con la Virgen a cuestas que sale desde La Pastora, sube por el Camino de los Españoles, atraviesa El Ávila y baja desde el cerro a la costa caribeña hasta llegar a la Iglesia San Sebastián de Maiquetía.

Son unos 20 kilómetros a pie cruzando la montaña. 

—Es como subir a Sabas Nieves y bajar al mar cargando a la Inmaculada en procesión —explica un devoto para ilustrar a los nuevos caminantes cómo será la ruta.

La peregrinación comienza por la calle real de Puerta de Caracas, una multitud va delante y detrás de la Virgen de Lourdes. Las ventanas y puertas centenarias de las casas de La Pastora se abren de par en par. La gente le canta a la santísima, otros le rezan, le piden, la aclaman, la lloran. Algunos le lanzan pétalos de rosas, otros agua bendita. 

Al costado derecho al pie de la Virgen, al frente de los cargadores que la llevan en hombros, está Carmen Mariela Díaz, de 57 años. Así lo hace desde hace 33 años en gratitud por un milagro documentado. 

—Me encontraron cáncer de tiroides, estoy sana, eso gracias a ella —dice Carmen Mariela, habitante de Hoyo de la Cumbre, un caserío de El Ávila. Toda su familia es devota de la Virgen, es una tradición que le enseñaron y viene desde sus ancestros.

Carmen Mariela cumple una promesa de por vida: sacar a la Virgen del templo cada peregrinación anual y ayudarla a cargar hasta la primera parada de la ruta, la que hacen frente a la Iglesia de San Judas Tadeo, en Puerta Caracas. 

La Virgen de Lourdes es la patrona de los enfermos. 

Aunque la peregrinación se adelantó este año al día 8 del mes, se hace cada 11 de febrero cuando se celebra el Día de la Virgen de Lourdes, conmemorando su primera aparición en Francia. Los peregrinos le cantan durante todo el trayecto. Para los pastoreños y los guaireños este periplo de culto mariano es una festividad muy arraigada. En el pasar de la santa se escucha el canto coral de los devotos: 

—La Virgen de Lourdes, los que te cantamos, 

la paz te pedimos, la paz esperamos. Ave María. Ave. 

Así te imploramos a los pies de tu altar, oh Madre del alma, oh Virgen sin par. 

Recibe las súplicas del Padre Machado… 

Da a los enfermos la ansiada salud y a todo el que sufre, alivio y virtud.

La voz que más resalta en el bululú es la de Aníbal Martínez, quien tiene 50 años haciendo la procesión y coordina a los cantores de Lourdes. Es un legado heredado de generación en generación.

—Mi abuela, Ana Santiaga Martínez, me inculcó esto y yo tomé la batuta. Somos de Antímano y veníamos hasta La Pastora. A mis hijos los subo desde que tenían tres meses de edad, son unos morochos, hoy tienen 34 años. Ahora subo con mis nietos que andan por ahí. Para mi familia esto es una costumbre sagrada.

En cada gruta del camino se hace una breve parada en la que rezan a la Virgen divina. No hay distinción o requisitos para ser peregrino. Ancianos, niños, jóvenes, algunas mujeres embarazadas, familias enteras son parte de los feligreses a pesar de las extenuantes trochas de El Ávila, nadie detiene el paso o se queja. 

En oración frente a la Virgen, Kelvin Hernán Pérez, de 46 años, diseñador y profesor de inglés, expresa su devoción por la santísima. 

—Mi mamá y mis abuelos eran españoles, tengo esa fe arraigada por parte de mi familia. Mi mamá rezaba el rosario a la Virgen. Somos de la avenida Soublette, en Maiquetía, frente al Puerto de La Guaira —comenta Kelvin, quien lleva una franela con el rostro de Canserbero estampado, el rapero y referente del hip hop venezolano.

—Admiro su arte, su lírica —soy devoto de la Lourdes y fanático de la música de Canserbero —agrega Kelvin.

La lluvia se hace presente en la procesión de este año. No ha dejado de llover en las 14 horas del trayecto. En algunos tramos de la ruta arrecia, cae una lata de agua durante la marcha a través de El Ávila. Los peregrinos con bastones de caña, sombreros, impermeables y paraguas se abren paso por un camino lleno de barro y riachuelos o pequeñas cascadas recién formadas que bañan sus zapatos. 

—Estamos enchumbados de agua. Pero yo lo veo como una señal divina. Es un acto de purificación y limpieza. La Virgen nos está bendiciendo. Es la esperanza de lo que está por venir —dice convencido Arturo Pérez San Luis, quien lleva puesta una camiseta de los Tiburones de La Guaira, y decreta que “este es el año” en el que su equipo de béisbol se coronará campeón de la Serie del Caribe, luego de titularse también ganador de la Liga de Beisbol Profesional Venezolano tras 38 años sin obtener el triunfo.

—Se acabó la sequía —grita Arturo, alzando los brazos y mirando al cielo. 

Después de unas dos horas y media de recorrido, en el sector de Campo Alegre de El Ávila la Virgen de Lourdes se detiene y visita la Capilla San José, construida en 1960.  

Es una parada oficial de la ruta en la que los peregrinos aprovechan para descansar y comer con el propósito de recargar energías. Un momento en el que las arepas y sándwiches envueltos en papel de aluminio, o cachitos en bolsas de papel marrón o servilletas se multiplican por cientos en la visual. 

Aunque son apenas las 8.30 de la mañana, en el porche de la casa colonial de los Pérez Aranguren, una de las familias más antiguas de El Ávila, las personas se agolpan a comprar café negro y chocolate caliente. A pesar del frío, muchos compran los famosos helados de Oralis Pérez Aranguren, la pionera en iniciar –varias décadas atrás– la tradición de hacer helados caseros de frutas cultivadas en el cerro para vender en vasos al público. Fresa y mora son los más demandados. 

El chocolate solo alcanza para los primeros cien, por lo que algunos miran de reojo a los afortunados. 

Quienes se encargan de atender a los pedidos de los visitantes son los hermanos de la señora Oralis, con David Pérez Aranguren comandando la faena. Aunque hay un puesto para recargar agua potable de un enorme pipote azul que garantice la hidratación de los peregrinos, David colabora llenando termos y botellas en el chorro de su cocina cuya fuente es agua de manantial. 

Fue Juan Aranguren, el abuelo de Oralis y David, quién acompañó al padre Machado en la primera peregrinación de la Virgen de Lourdes en el siglo XIX. Una piedra para trillar maíz que data del siglo XVIII heredada de sus bisabuelos da una idea de cuán antigua es la casa de los Pérez Aranguren. 

A partir de Campo Alegre el recorrido continua “Ávila adentro” y la lluvia no da tregua. La neblina envuelve la hilera de peregrinos que atraviesan los bosques del cerro. Hay un instante en el que solo se contempla la Virgen de Lourdes alzada que sobresale sobre los caminantes.

Parece que la Virgen flota entre las nubes. Por unos segundos un momento místico ocurre: después del rezo de un Ave María un haz de luz atraviesa el bosque y la neblina, e ilumina la corona dorada de la imagen de Lourdes. 

El camino no es únicamente una experiencia religiosa y de fe, también significa una conexión con la naturaleza del Parque Nacional El Ávila, un ejercicio colectivo de senderismo en el que se puede contemplar la riqueza y diversidad de su ecosistema. 

En los bosques del cerro se ven jabillos, bucares, almendros, palmas e incluso araguaneyes. A lo largo de la ruta brotan helechos, orquídeas y bromelias que están por doquier. En algunos pasos se percibe una fragancia a eucalipto. Los colibríes hacen de las suyas en las cayenas rojas o en las margaritas amarillas y silvestres. 

Ese es el paisaje que cautiva a los peregrinos durante esta cruzada que es también verde y ecológica.

Después de Campo Alegre las piedras del viejo camino real de los Españoles conducen a los sectores de Los Guayabitos, Los Dos Caminos, Las Laderas y Hoyo de La Cumbre. Luego se sigue en bajada a La Venta, Guayabal, La Llanada y Redoma de Quenepe hasta finalmente llegar a la iglesia San Sebastián de Maiquetía. 

En una casa ubicada en Las Laderas, con matas de café y cambur, un olor a nardos impregna el ambiente. Viene del jardín que bordea el camino. Unos metros más adelante otro rico olor aún más intenso se mezcla con el de tierra mojada por la lluvia.

—Es la dama de noche que se adelantó, ella (la mata) floreció para recibir con su aroma a la Virgen de Lourdes —explica María José Pérez, la dueña de la vivienda y devota de la santísima. 

Unos kilómetros más arriba —porque esta etapa siempre es en subida– un palo de agua recibe a los peregrinos a la entrada de la capilla rosada de Hoyo de la Cumbre. La Virgen de Lourdes es llevada al altar de la ermita en donde la esperan los lugareños.

En unos pocos minutos se forma una cola paralela a la capilla. Los peregrinos que van llegando se unen a la línea que se va alargando hasta perder de vista a quien está de último. En un cálculo al ojo, suman al menos unas 500 personas, pero no dejan de unirse nuevos a la fila. Es un gentío emparamado bajo la lluvia. Es la cola de la sopa de los peregrinos.

La procesión tiene la costumbre de ofrecer un sancocho de verduras a los caminantes devotos de la Virgen de Lourdes. La señora Pastora González, la misma de la cofradía de los cargadores, también integra la comisión de los voluntarios que hacen la mega sopa. 

Un olor a leña y una humareda envuelve a todo el caserío de Hoyo de la Cumbre. En un galpón vecino de la capilla, en enormes calderos sobre un fogón de leña, cocinan el sancocho para unas 1500 personas. Ese es el número aproximado de peregrinos que se unen a la ruta este año. 

En unos potes de plástico –como esos recipientes donde viene la comida china– sirven a cada devoto su respectivo caldo reparador. Una señora sirve la sopa, otra entrega cucharas de plástico negro, una más ordena la fila. Sopa caliente, casera y gratuita en medio de la lluvia, sin duda, un gesto agradecido por todos los feligreses. 

Nadie se queda sin comer. 

Mientras los peregrinos comen, o se resguardan de la lluvia o descansan de su almuerzo “divino”, la imagen de Nuestra Señora de Lourdes espera en la capilla. Algunos devotos aprovechan la pausa para rezarle o hacerle peticiones con más introspección. 

La venerada luce con su corona dorada y manto blanquiazul. De sus brazos cuelgan dos rosarios, uno marrón y otro celeste. Entre sus manos unidas –en gesto de oración– sostiene una orquídea avileña de tonos violeta. 

—Madre celestial, madre milagrosa,

vengo a ti a implorar,

en tu inmensa bondad, 

oh reina divina, oh madre de Dios, 

de tu alma y ternura, venimos a vos, 

a invocar por la salud de nuestra madre, 

por la salud de nuestros seres queridos,

dales sanación y protección. 

Bendícenos señora. Amén. 

Esa es la invocación que se escucha en el recinto. Un minuto después llegan los cargadores y la Virgen sigue su recorrido. 

A partir de Hoyo de la Cumbre comienza la bajada. Es la parte más difícil por lo pronunciada de las trochas, pero también es la etapa de la ruta con vista al mar. 

—Los cargadores de la Virgen a partir de acá que sean hombres, la bajada está jodida —grita uno de los organizadores de la ruta.

Unos peregrinos regresan en esta mitad del trayecto, pero la mayoría continúa por el camino empedrado que conduce a la costa hasta llegar a la meta en la Iglesia San Sebastián de Maiquetía. 

—Virgen de Lourdes, nos vemos el año que viene Dios mediante —así la despide uno de los que se da vuelta para regresar a La Pastora. —El año que viene le prometo que la acompaño hasta el mar —agrega el peregrino.