Altamira. Foto Marianto Jordan
Esta es la tercera y última entrega de la experiencia urbana Caminatas de Relevo #DeCatiarumboaPetare que realizamos en alianza con Collectivox y su programa social [CCSen365]. Con esta crónica de Arantxa López recorremos parte del patrimonio cultural que caracteriza a la capital venezolana desde Altamira hasta Petare, y vemos cómo la aureola de El Ávila se va difuminando de azul a naranja hacia el final de este camino
Llegué antes de lo esperado a mi primera caminata de relevo. Estoy emocionada. Hay un pequeño retraso en el recorrido que viene desde Chacao pero estoy preparada para ver el momento en el que nos entreguen el testigo y emprender nuestro camino hasta Petare.
1:20 pm.
Ya en la plaza Francia logro ubicar a tres personas sentadas en uno de los bancos. Una mujer con sombrero y dos hombres con gorra, todos llevan un identificador que dice [CCSen365].
Después de un año de encierro por la pandemia y casi dos meses en Barinas por mis vacaciones me vuelvo a encontrar con esta ciudad. Santiago León de Caracas, la capital, la ciudad más poblada del país, la Sultana del Ávila, la antigua ciudad de los techos rojos.
Me reencuentro con una Caracas más vibrante y a la vez un poco más sola que de costumbre.
Aprovecho que es lunes de carnaval para meterme en este rol de exploradora o mejor, de buen caminante como escribió Federico Vegas –uno de los guías convocados–, que “guarda el secreto de haber sido, alguna vez, un rey vestido que paseaba rodeado de una corte desnuda”. O reina.
Una frase que me queda grabada después de haber formado parte de uno de los grupos de WhatsApp que activó LuisRa Bergolla, gerente de Collectivox y principal impulsor de [CCSen365], para ayudarnos a redescubrir esta ciudad que palpita. Para activar todos nuestros sentidos a lo largo de estos 21 kilómetros de trayectorias secuenciales que involucran a cronistas, fotógrafos, voluntarios, al equipo de [CCSen365] y varias bandejas de golfeados de Pastelería Danubio.
El sol se siente más ardiente y la brisa más helada. El grupo de paseantes de Campo Alegre llega, celebramos y comemos. Las banderas de la plaza Francia de Altamira están ondeando con fuerza, el obelisco nos observa. Esta plaza, cuyo diseño es atribuido a Enrique García Maldonado y construida por el urbanizador Luis Roche entre 1943 y 1944, se ha convertido en un lugar de encuentro emblemático del este de Caracas.
Y aquí estamos, en uno de los espacios urbanos de mayor calidad por su diseño, rodeados de grandes avenidas que marcan una cuadrícula en el siempre activo municipio Chacao.
3:00 pm.
Decidimos continuar nuestra caminata hasta el extremo este, por la avenida Francisco de Miranda. Aparece una neblina que anuncia lluvia. Algunos rayos de sol impactan sobre los vidrios de los edificios que muchas veces se asemejan a un espejo inmenso, perfecto para la silueta imponente del cerro El Ávila.
Afuera del Parque Miranda, mejor conocido como Parque del Este, se cruzan los gritos de colectores y las canciones que se reproducen desde los autobuses y camionetas que van hacia Petare. Muchos de ellos parecen la versión andante de todos los graffitis que están en la avenida Rómulo Gallegos, justo al frente de la entrada sur del edificio Las Américas.
Edifico Las Américas. Foto Marianto Jordan
Un edificio residencial multifamiliar con una estructura semicurva, proyectado por el arquitecto Cipriano Domínguez en 1960, le da la cara a El Ávila. Pero también abraza todos los colores del parque que se pueden apreciar desde los balcones que decoran la fachada sur. Es considerado una joya de la arquitectura moderna caraqueña y el edificio «más hermoso de la ciudad», según Mechi de Tulio, artista plástico y residente del edificio.
Recorremos su interior. El piso de mármol verde y las paredes de mármol travertino se han mantenido intactos desde su creación. Los espejos, los buzones de correo de bronce cerca del vestíbulo principal, el jardín, todo resplandece. Tiene entrepisos de casi tres metros libres de altura y no hay vigas a la vista, solo algunas paredes curvas. Es amplio y elegante. “La clave es el mantenimiento”, comentan en el grupo. Muchos asienten y seguimos nuestro recorrido.
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4:10 pm.
Llegamos a la plaza Miranda en Los Dos Caminos. Un espacio que, después de muchos años, se mantiene como un punto en común para aquellos van hacia Petare y los que van hacia Guarenas. Antes se reunían personas en carretas y burros de carga, hoy comparten espacio usuarios del Metro de Caracas, compradores del centro comercial, patineteros, artistas y nosotros que pasamos el testigo para seguir con esta ruta.
El sol y el frío nos invaden. Firmamos los mapas de lo recorrido y de lo que aún nos queda por ver, una manera de decir “yo estuve aquí” o “yo recorrí esto”.
Altamira. Foto Marianto Jordan
Un niño hace un papagayo a un lado del centro comercial Millennium Mall. Está sentado en el suelo, sus manos y su cara están sucias, su ropa desgastada. Se encuentra cerca de un hombre, el que cuida los carros que se estacionan en la zona. Sus pequeñas manos unen una bolsa de plástico rota a unos alambres y palos que intentan darle forma. Entre sus dedos hay un hilo, levanta hacia el cielo su creación como si se estuviera tapando el sol. Lo vuelve a bajar, sigue dándole vueltas en el piso.
La estructura del centro comercial es sorprendente, como se refiere Francisco Pimentel, arquitecto y guía virtual de esta edificación. Destaca el impresionante “atrio cubierto por un techo metálico en forma de ala de avión” cuya construcción inició en el año 2004 hasta terminarse en 2009.
Pero más que un ala parece la punta de un avión de papel que intenta volar en dirección a la plaza Miranda, mientras el niño parece indicarnos el camino sin darse cuenta.
Atrás lo dejamos a él y a su papagayo y en minutos saludamos a una estatua pedestre de Antonio José de Sucre a la que le falta un brazo.
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4:25 pm.
La Carlota parece una urbanización gigante que no se puso de acuerdo con el aspecto de cada calle. El bulevar está repleto de árboles grandes y más que un lunes de carnaval parece un domingo soleado. Con cada paso la vista va cambiando, los edificios parecen juntarse y el verde de la montaña cambia por un cerro naranja que espera al final del recorrido para abrirnos las puertas de Petare.
5:00 pm.
En la plaza Andrés Eloy Blanco ocurre el pase de testigo. Ese momento en el que se anuncia el último relevo de un recorrido que ha acumulado más de ocho horas a través de nueve caminatas continuas. Se ha atravesado la ciudad entera de oeste a este acompañado de cápsulas sonoras –compartidas por el grupo de WhatsApp– que permiten interpretar y reinterpretar nuestro patrimonio.
Plaza el Cristo de Petare. Foto Nelson Salinas
En las cápsulas escuchamos testimonios, crónicas, historias y curiosidades de cada uno de los lugares que visitamos. También canciones que nos hacían sentir como parte de una película con banda sonora.
Cuando has caminado tanto para sentir el lugar en el que vives, la alegría puede más que el cansancio. Los colores de Petare en las casas, plazas, iglesia, letreros, camionetas, dan la bienvenida como si sus calles estuviesen en un carnaval permanente.
En Petare también aparecen guacamayas, solo que aquí son más grandes y forman parte de una intervención artística que se encuentra en la calle La Paz. Hay mucha gente y por su ánimo uno podría creer que están celebrando nuestra llegada. El cierre de estos 21 kilómetros de recorrido [De Catia rumbo a Petare].
Plaza Sucre Petare. Foto Gregorio Carrillo
6:00 pm.
Caminamos hasta la plaza Sucre, en el casco colonial de Petare. Entramos a la sede de Fundación Bigott, una de las organizaciones culturales más importantes del país, y al cruzar por su zaguán es como si se respirara historia. Descansamos en esta institución que tiene 40 años promoviendo y difundiendo la cultura tradicional venezolana.
Cae la tarde y me siento encantada de haber vivido esta experiencia. Me acerco a la puerta de la fundación, veo la plaza, la iglesia, la estatua ecuestre y los colores de todas las casas que la rodean. Solo logro decir “este lugar es mágico”.
Iglesia Dulce Nombre de Jesús de Petare. Foto Nelson Salinas