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Taca-taca-taca, suenan los cumacos , taca-taca-taca, suenan las macuayas . Hay fuego en el malecón. Los cuerpos arden al son de los tambores y el frenesí de la noche. Huele a mar, ron y sudor. Se siente África en Choroní. Entre los tambores danzan como llamas las parejas color chocolate. Al círculo del baile entra un hombre, torso desnudo, largas piernas, músculos definidos. En la cabeza pelada y el cuerpo oscuro brilla el sudor. Parece noche. Se desliza suave, extiende los brazos hacia la cadera de la mulata. Ella gira voluptuosamente y él la persigue a distancia. La mirada penetrante. Es “Tiburón” el que baila.
“Tiburón” se llama Gonzalo Cobos. 43 años, 1.90 de estatura, 80 kilos promedio. Pura fibra. El nado, el volibol y el baile le han ayudado a mantenerse así. Gonzalo viene del azúcar y la sal: es parte de los ocho hijos de Carmen Cobos, la dulcera del pueblo, y de los veintiuno de “El Chino” Nuitter, hombre de mar. Carmen y “El Chino”, a pesar de que cada uno tiene hijos en varias familias, han logrado la proeza de hacer de todas, una.

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Durante la competencia de los Juegos de la Costa de 1986, el periodista Herman Ettedgui, me llamó “Tiburón” por mi resistencia en el agua. Ese nombre me gusta, me da seguridad.
Nací en el mar, vengo del mar. Pero la gente dice que soy de un vientre importado porque no hago lo de la gente de aquí. Este es un pueblo de pescadores, soy hijo y nieto de pescadores, pero la pesca no me atrajo, el nado y los deportes sí.
Desde los dieciséis años estoy compitiendo en natación. He cruzado el Orinoco, nadado en mar abierto en Margarita, atravesado el Golfo de Cariaco y organicé el primer cruce a nado entre Choroní y Chuao, en homenaje a mi padre, “El Chino” Nuitter. Ya vamos para el cuarto cruce y siempre he llegado entre los primeros.

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Me crié con los abuelos. La abuela, Luciana Cobos, tiene noventa y tres años. Bebe anís, fuma tabaco, hace dulces y baila tambor. Ella me enseñó a sentir confianza. Lo que no le decía a mi mamá, se lo decía a ella y ella me apoyaba hasta con las mujeres: le dices que no estoy y no estoy, y yo metido en el cuarto con otra, jajaja. A diferencia de mamá que regaña por todo, la abuela busca la cura (soluciones).
“Chencho” Pacheco, el abuelo, murió a los ciento seis años. Hombre de mar: iba a remo de Choroní a Puerto Cabello a llevar pescado. Me dio lo emprendedor que soy y la bondad. Yo ayudo a todo el que puedo.
Siempre he sido travieso, un brincón. Cuando tenía como doce o catorce y todo el mundo se dormía en la casa, yo brincaba el muro y me iba al malecón a darle al tambor, a bailar, a lo que fuera. Yo sabía que al otro día iba a llevar palo, ella (señala a la madre que está en la cocina) era apretada, no nos dejaba pasar una. Eso me ha dado la fuerza, el control, la disciplina.

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En la rumba uno aprende viendo. Tuve muchos maestros y con el pasar de los años algunos se quedaron “pegaos”, otros están en el exterior o enfamiliaos. A ellos les debo mucho, inclusive que no me permitieran hacer cosas indebidas cuando era un chamo. Tenían su código. Ahora hago lo que hago por mi decisión y todo el mundo en el pueblo me conoce. No ando ocultando las cosas. Yo soy como soy.
A los dieciséis años me fui a Caracas a estudiar bachillerato. La Lechuga, Pigmalión, La Mosca, Underground eran mis sitios, los de la propia rumba en los ochenta. Conocí gente de la publicidad y así comencé a hacer producción de comerciales y eventos. También hice casting y me escogieron para un comercial del helado Bon Ice, otro de ABA-Cantv, y más recientemente, soy el negro que baila en el de la cerveza Regional Draft.
Volví al pueblo después de siete años, pero voy y vengo. Trabajo en la producción de eventos, organizo fiestas, paseos turísticos. Yo diría que soy asistente de producción y fiestero.

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Siempre he sido un apasionado del tambor. Toco el cumaco y las macuayas para la Cruz de Mayo, las fiestas de San Juan, las de Santa Clara, los fines de semana en el malecón y en fiestas privadas.
Cuando toco el tambor, me lleno de fuerza y en la medida que le doy, me voy transportando a otro lado. Me enciendo. Te vas en sudor y sangre. Uno está arriba mientras está tocando. Te tomas una, dos, tres botellas de ron y no sientes nada, todo te lo da el tambor. Las manos se bañan de sangre que dan exquisitez, felicidad. Sientes que estás allí pa’eso. Tambor sin candela, sin pasión, sin sangre, no es tambor. Cuando toco, me olvido de todo. Tambor mata a novia. Soy un enamorado del tambor.
Aprendí a tocar y a bailar así gracias a mis travesuras, viendo y oyendo lo que los demás hacían. Amo a mi cultura. Somos negros afrodisíacos.

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Siempre me ha importado andar bien arreglado y así salgo de mi casa aunque regrese hecho un desastre. Me gustan mucho las mujeres, en particular, las sifrinitas caraqueñas, las extranjeras. Por mi atractivo he podido darle la vuelta al mundo, pero no. A algunos de mis maestros se los llevaron las europeas, las caraqueñas, y los pusieron a vivir bien, pero yo nunca acepté.
Yo sabía que era atractivo, bueno, soy, y tengo mis cosas que les atrae pero nunca quise sacar provecho económico de eso. Lo mío era el disfrute y la amistad. No más. Mi gancho es mi sonrisa (tiene una hilera de dientes blanquísimos, grandes, increíblemente parejos), con ella transmito cariño, seguridad. Aunque me sienta mal, yo no dejo la sonrisa.
En este pueblo dicen: “Allá está el alcatraz con la sardina en el saco”, para decir que tienes el buche lleno, que las tienes atrapadas. Así he vivido.
Siempre he sabido hacer mi trabajo. Soy más observador que cazador. Las veo y ellas vienen solitas. Por lo demás, hago las cosas con calma y a ellas les gusta. El que se tiene que ir es el autobús, no yo.

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Me gusta ser hombre libre. Me he cuidado de tener chamos porque soy muy brincón. Con lo del condón soy maniático. Estos son mis hijos (y abraza tiernamente a Mambo y Maní, sus dos golden retriever). A ellos le doy lo mejor en comida, en cuido, en amor.
No pierdo la esperanza de conseguir una (pareja) con la que me quede. Viví con una como siete años pero (a las mujeres) las prefiero como amigas. (“Tiburón” es excepcional en aquel pueblo donde todo hombre desde muy temprano, vive en pareja, aunque tenga más mujeres y se da a tener hijos sin límite alguno. Parece de vientre extranjero).

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Siempre tuve una salud excelente pero desde principio de este año he sentido unos dolores muy fuertes en las articulaciones. He escondido mi enfermedad, me he callao. Soy el capitán de mi familia. Me consultan todo, tengo que resolver todo. No puedo fallar.
Un amigo me vio así y me llevó para Caracas pero los médicos no han podido decir qué tengo. Algunos me dicen que me “echaron algo” pero yo no creo en eso. Soy hombre de poca fe (parece ignorar el altar ubicado en la sala de su casa: Santa Bárbara terciada por otras dos Santas Bárbaras más pequeñas, José Gregorio Hernández, “El Negro Miguel”, dos cocos empolvados, un rosario. otras figuras religiosas y una vela que ilumina la vocación santera de Carmen Cobos, la madre).
Quiero montar una oficina de turismo para ofrecer la ruta del cacao, la ruta del kayak, que incentive el deporte y la protección del ambiente en este pueblo. Formo parte de la Fundación Todo Verde que hace jornadas de limpieza de playas y estoy ayudando a organizar el segundo diplomado de gerencia turística que se va a dictar aquí. Tengo que hacer algo para que no se pierda Choroní.
La verdad es que sigo jodiendo, brincando mucho. Yo soy así. Y cuando muera, a la edad de mi abuelo, no quiero lágrimas, solo tambor y que me bailen. Si no lo hacen, les va a caer el bastón de San Juan encima, yo que se los digo (y “Tiburón” muestra una amplia y espléndida sonrisa, aunque se sienta mal).