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Sentada en la cafetería, debajo de uno de los televisores, al escuchar lo que el vicepresidente Nicolás Maduro está diciendo, la señora siente cómo se le atraganta el trozo de empanada que acaba de morder. El pupilo de Chávez, el elegido, el mismo que designó como su sucesor el 8 de diciembre pasado cuando anunció que partiría a Cuba para una nueva intervención por su enfermedad, sugiere que la derecha recalcitrante le inoculó cáncer a su padre político. Dice que van a investigar bien con una comisión científica para comprobar si le habían inyectado la enfermedad como un veneno.

—  ¿Inocularon?  —repite en voz alta la señora con la boca llena —¿Cómo es eso que se la inocularon? ¿Ahora van a culpar a los gringos?

* * *

Cuatro horas después, de nuevo, Maduro aparecerá en cadena televisiva. Va a estar conmovido, lloroso, para decir lo que ya muchos sospechan: ha muerto Hugo Chávez Frías.

Mientras algunos vecinos del este de Caracas suenan las cornetas de sus carros como si hubiera ganado su equipo de beisbol favorito, otros se desmoronan de un tirón y caen de rodillas al piso, como si no entendieran. Los que tenían preparado un discurso o visualizado su reacción para cuando esto sucediera, parecen haberse quedado mudos.

¿Dónde ubicar las imágenes de la campaña como candidato en 1998? Con mujeres roncas de tanto gritar que lo amaban (como ahora), con hombres  que alzaban los puños como signo de lealtad (como ahora), con las doñitas llorando de emoción (como ahora).

Guste o no guste, nadie puede discutir que El pabellón es la receta que mejor identifica la gastronomía venezolana. Al menos es la más popular. Guste o no guste, nadie puede discutir que el comandante presidente ha modificado la historia de Venezuela.. En coro o en pancartas, en todos lados: “Todos somos Chávez”, “De tus manos brota lluvia de vida. Te amamos”. Lo comparan con el Libertador: “Es el hijo de Bolívar, quedó sembrado en nuestra alma, es el hijo de Venezuela”. Pero sobre todo,  repiten, sigue intacto. Llorando, cantan: “Chávez vive, la lucha sigue”.

* * *

Cinco horas después, las calles de Caracas están desiertas. A las nueve de la noche pocos carros atraviesan la Avenida Libertador, sus conductores saben que Chávez está muerto. Los dirigentes del mundo se pronunciaron, las cabezas de los Poderes Públicos venezolanos también, sus seguidores se agrupan en las Plazas Bolívar del país a acompañarse en el dolor. En el este de la ciudad, bastión opositor al gobierno, suenan cohetones aislados; luego todo queda en silencio. Chávez está muerto.

Cientos de personas rodean la estatua ecuestre de Bolívar en su plaza del centro de Caracas. En los velorios del Caribe se confunden las lágrimas con las anécdotas. Si se suman catorce años de gobierno a la sobre exposición mediática y una personalidad indudablemente carismática resultan millones de versiones sobre Chávez que se multiplicarán hasta confundirse con el mito.

La generación de los que hoy tienen 25 años, por ejemplo, creció con un Chávez omnipresente. Si uno encendía la televisión, allí estaba; si iba al abasto, veía su foto; interrumpía la novela de las nueves para hablarle al país, si ganaba su equipo de béisbol celebraba en medio de un Consejo de Ministros. Los televidentes conocieron a sus hijas, vieron crecer a sus nietos,  desbocarse en cada campaña electoral, enfermar, recuperarse, decaer, perder, ganar, twittear, maldecir, insultar, cantar, abrazar.  Lo conocieron durante más de la mitad de la vida con amor u odio pero no indiferencia.

No hay una persona viva en Venezuela, mayor de quince años, que no tenga un recuerdo suyo.

En medio de las lágrimas un grupo reconoce al equipo reporteril de Univisión. Comienzan a insultarlos, que se vayan.

— ¡Fuera! ¡Fuera!  —les gritan.

Los golpean, los persiguen, les lanzan objetos. El equipo corre a la esquina sur este de la plaza donde hay una ambulancia de la Alcaldía de Caracas. Se refugian. La masa no deja arrancar el vehículo, lo balancean con furia, un grupo trata de calmarlos y abren paso a la ambulancia, finalmente arrancan: la televisión parte hacía las calles vacías y la multitud aplaude, vitorea su triunfo.

-Ellos se burlaron del presidente toda la vida, no merecen estar aquí- dice otra mujer con una bandana del 4 de Febrero atada a la frente.
Y pide que a Chávez lo lleven al Panteón Nacional junto con Bolívar. Más temprano, el vicepresidente Nicolás Maduro se había referido a Chávez como el “segundo libertador”. La petición de la mujer se hace consigna: varios cantan. “Chávez al Panteón, junto con Simón”.

En medio del tumulto hay un joven da camisa amarilla con un megáfono disponible para quien quiera expresarse. Un hombre de mediana edad, rollizo, con la cara enrojecida amplifica su grito:
— ¡Que no se equivoquen, mi comandante murió por esta revolución, él no cuidó su salud por nosotros y nosotros somos Chávez, nojoda!”

Durante la última campaña electoral que lo llevó por cuarta vez a la presidencia el 7 de octubre del año pasado, con el 55,07% de votos, se afianzó el concepto “Yo soy Chávez”.   Se popularizaron las camisas con la silueta de sus ojos.  Pasada la campaña empezaron a venderse como souvenirs. Eso es lo que corean esta noche sus seguidores: “Chávez somos millones”, “Yo soy Chávez”, “Chávez vive”.

“Viva Venezuela mi patria querida quien la libertó, mi hermano, fue Simón Bolívar”, dice una canción popular venezolana. “Viva Venezuela mi patria querida quien la libertó, mi hermano, fue Hugo Chávez Frías”, versiona la multitud de la plaza. Esto es lo que viene.

Hugo Rafael Chávez Frías murió a las 4:25 del martes 5 de marzo de 2013, pero los rumores llevaban días creciendo con fuerza. Fueron declarados siete días de duelo para asistir a los actos fúnebres.

Cada tanto, en la plaza, sus seguidores entonan el himno nacional. El resto de la ciudad sigue desierta. En un mes habrá elecciones. La única certeza es que Chávez no estará como candidato.

 

*Esta crónica se publica simultáneamente en la revista Marcapasos y en la Revista Anfibia http://www.revistaanfibia.com/