Ilustración Betania Díaz
Rebeca Ruiz de Pérez está de cumpleaños. Son 63. No 63 otoños ni 63 inviernos porque ella vive en Venezuela. Siempre ha vivido en este país, en la tierra donde sobra el sol o la lluvia y en la que son ajenas las cuatro estaciones. Pero sus hijos emigraron y desde la lejanía, le enviaron una carta especial para celebrar este día. Una carta que llegó envuelta en un Papiro de amor, un emprendimiento que se dedica a mantener vivo ese vínculo epistolar de los afectos. Como el de la madre de Daniela y Esteban, con el que celebramos este día. Otra de nuestras #HistoriasDelDiplomado
Rebeca quiere preparar una torta, pero antes tiene mucho por hacer. Es 24 de octubre y es su cumpleaños, pero hoy están en su casa los jóvenes con la podadora para rebajar la grama que ha crecido mucho y no para de hacerlo. Pareciera que son aprendices de la jardinería: arrancan, sin querer, una flor que ella cuidaba con celo.
No importa.
En la casa de Rebeca Ruiz de Pérez pareciera que todo florece. Sobran flores y el verde de la naturaleza es una constante enclavada en una de esas montañas de los altos mirandinos, a las afueras de Caracas. La clorofila se respira y el aire puro se agradece; hay plantas por doquier.
Su casa se esconde a lo lejos de una angosta vía. Una curva y otra y otra, hasta el portón. En esa calle hay apenas una docena de viviendas similares, cuyos paisajes traseros son grandes elevaciones naturales de terreno, cubiertos de árboles y arbustos.
En los casi cuarenta años que Rebeca tiene en esa casa de San Antonio de los Altos ha sembrado y recogido cosechas. Las más grandes vienen de las matas de cambur, de apio, de ocumo y de auyama. También está el naranjal y el toronjil, y las ornamentales que tienen su espacio en el jardín de la casa. Además, en el patio de están las heredadas. Desde hace algunos años, cuida las plantas de otros: las de su hijo y de su yerno, quienes se rehusaron a dejarlas morir y se las entregaron cuando se fueron del país.
Quiere hacer una torta aunque no tenga cerca a su descendencia. Primero Esteban, su hijo menor, se fue a Montevideo, Uruguay, en 2015, y luego, en 2017, partió Daniela, su hija mayor, que se mudó a Colombia con su esposo y su hijo, que ya tiene tres años de edad. A quien tiene cerca Rebeca es a Iván, su esposo, su viejo, que está animado por la torta y también agradece que estén los muchachos con la podadora.
Habla de sus matas y las muestra.
Señala las palmeras, los helechos, los geranios, las calas, las rosas. Está orgullosa de sus lirios. El azul lo sembró Esteban y el rojo es igual a una de sus pinturas de labios. Es carmesí, súper intenso, dice que de ese color hay que maquillarse porque así se le hace honor a la vida.
Muchos son los frutos que le ha dado ese bosque que cultivó, sobre todo, con Esteban.
Nadie la interrumpe, ni los jardineros ni su esposo. Tampoco suena el teléfono.
Sí, es su cumpleaños pero no la llaman para felicitarla. Sus allegados saben que en casa de Rebeca no es buena la señal del celular y la línea telefónica fija está averiada desde mediados de 2018. Por eso, también dejó de funcionar el internet.
Como su conexión es inexistente, aún no ha hablado con sus hijos. Para poder hacerlo, va a casa de una vecina y usa su internet. Pero hoy todavía no lo ha hecho.
Entonces recibe un sobre.
En su cumpleaños y sus hijos le regalan palabras de amor. Quieren estar con ella y de algún modo se hacen presentes. Le revelan por escrito la dimensión del significado de no tenerla cerca. Le hacen confesiones que ella siempre ha sabido, porque las madres son así: saben todo de sus hijos.
Rebeca está cumpliendo 63 años y sigue teniendo que hacer. Tiene que secarse las lágrimas para poder leer las dedicatorias que le escribieron y que ahora reposan en este papiro de amor que relee, una y otra vez por la emoción. Tiene, también, que hacer la torta y tiene que esperar a que terminen los muchachos que le podan la grama y le cortan el monte.
Papiros de Amor es un emprendimiento venezolano que nació en el año 2017 con la idea de ofrecer servicios de escritura de biografías e historias personales. La primera historia que escribimos fue la semblanza de una niña de un año de edad. Luego narramos una historia de amor. Fueron productos editoriales de varias páginas que después dieron origen a las tarjetas personalizadas de cumpleaños.
El Diplomado Historias que Laten fue determinante para nuestro emprendimiento. No solo aprendimos a contar historias de un modo diferente, sino que también obtuvimos conocimientos en mercadeo, publicidad e innovación. Todo ello ha servido de impulso y para replantearnos en el mundo del emprendimiento venezolano.
Este trabajo fue producto de la primera cohorte del Diplomado Nuevas Narrativas Multimedia Historias que Laten, en alianza con el CIAP-UCAB y la Fundación Konrad Adenauer, en Caracas de octubre a diciembre de 2018.
Que historia tan cautivadora!!! Muy original ese emprendimiento!! Felicidades por tan original idea!