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En un Rincón guariqueño, ay guariqueño en las costas del Unare, está el pueblo zaraceño, ay zaraceño, rinconcito inolvidable…Tema Tierra bendita (1980)

─ ¡Aquí está con nosotros el cardenal sabanero, Reynaldooooo Armas! ─  exlama desde una tarima el animador.

Reynaldo Armas, el cantante número uno de la música llanera venezolana, aparece entonces cual relámpago en una parranda llanera que tiene lugar bajo la frondosa ceiba de un club en Zaraza, en el oriente del estado Guárico, en Los llanos venezolanos. El público se levanta de las sillas. Los que están alejados voltean acompasados la cabeza. Los sombreros pelo e’ guama se fijan en una misma dirección, mientras la brisa de los efusivos aplausos mece las ramas de los árboles. El cantautor está sentado al fondo. La mesa rodeada de hombres y mujeres ensombreradas se convierte de pronto en un set de fotos. El güisqui postrado en la mesa recibe el flash de cientos de teléfonos que captan fotografías. La gente se emociona, se acerca. Las mujeres lo abrazan, lo besan. Reynaldo no cantará en la parranda, pero se roba el show del evento.

Al día siguiente, el hijo de un compadre suyo informa en una bodega que el cantante estuvo hasta las diez de la mañana en la fiesta. Acostumbra hacerlo. Dicen que ahora está reunido en El Cují Grill, un restaurante campestre de Zaraza. Pero no está allí, ni en la casa de su madre. Tampoco en la casa de su compadre. No tiene reservación en ningún hotel de la zona. Localizar a Reynaldo Armas en Zaraza, un pueblo donde se encuentran muchos de sus más grandes amigos, es un reto sinuoso. Su traslado de un lugar a otro en su Ford Runner es interrumpido por paradas no programadas. Donde ve a un conocido se estaciona, toma güisqui, juega dados o conversa. A final de la jornada, llega al Hotel Unare, donde acostumbra hospedarse en Zaraza. Lo inusual en esta rutina es que hoy es 31 de diciembre y Reynaldo Armas no está con su familia.

Aquí está el cardenalito, el cardenal de los llanos guariqueños. Nací en el 53, 4 de agosto, en una noche de invierno, el campo los Guatacaros, suelo santamarieño. Me recibió una mañana con relámpagos y truenos. Tema Aquí está el cardenalito (1994).

─¡Reynaldo!, pero tú estás igualito, no te pones viejo─  grita sobresaltada una señora cuando se encuentra de frente con el cantante.

Se saludan, se toman fotos. Reynaldo luce una cabellera grisácea. El peinado azabache que lucía en aquellas portadas de sus discos pasó a la historia hace rato. Viste casual: camisa de cuadros y zapatos deportivos. En su hoja de vida ya suma cincuenta y nueve años de edad, treinta y tres de vida artística, once hijos de distintas mujeres y más de cuatrocientos temas musicales en veintinueve producciones discográficas. Es el menor de cuatro hermanos. Nació en el fundo Los Guatacaros, en Santa María de Ipire, lugar donde vivió parte de su infancia, antes de que sus padres –ya fallecidos- se trasladaran a Caño Morocho, cerca de la población de Zaraza. Proviene de raíces humildes, de una familia trabajadora del campo, de maizales y algodonales en los que laboró como jornalero. Se ganó muy bien su reconocimiento como un embraguetado del campo, como le dicen en el llano al hombre trabajador. Y alzando su voz, recuerda sus orígenes.

─ Yo era un campesino. ¿Por qué lo voy a negar? Trabajaba en conucos con mi papá.

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Indio me dice la gente y para mi es un honor, soy además complaciente, popular y juguetón. Tema El indio (1981)

El arpa, el cuatro y el bajo son tres de los instrumentos musicales que hacen posible el contagioso ritmo del joropo. En los inicios de Reynaldo Armas como cantante, los capachos o maracas completaban siempre la escena. Como muchos campesinos llaneros, vestía para las parrandas  su mejor camisa, su pantalón limpio y las botas. Aquel niño de doce años, hijo de Nicasio Armas Figueroa y Modesta Enguaima Hernández, solía escaparse a las fiestas llaneras que se formaban cerca de su casa. Joropo desde la tarde hasta la mañana, zapateo suave y recio. Llegaba y pedía tocar las maracas. Quizás el sonido de las semillas, cubiertas por el capacho marrón, le inspiró a escribir su primera canción, Mi primer amor.

En 1968, aquella Zaraza de aceras rotas y ladrillos flojos que soltaban barro al pisarlos, de casas coloniales y largos zaguanes, se convirtió en el lugar donde Reynaldo, quinceañero para esa época, se presentó por primera vez ante un público. Su voz adolescente comenzó a escucharse en la radio. Ocurrió un domingo.

─Caminé desde Caño Morocho hasta Zaraza. Me calé la carretera a pie para llegar a la Plaza Bolívar desde donde se transmitía el programa Caminitos de Zaraza.

El arpista era el maestro zaraceño José Antonio Blanca, quien cuarenta y cuatro años después, todavía tiene grabado el temple de aquel adolescente.

─Era un muchacho muy dedicado, disciplinado. Desde jovencito le gustó escribir sus propias canciones, no le gustaba cantar canciones de otros copleros.

Aquel “campesinito”, como se define el intérprete, llegó a tierra zaraceña y se ganó unos cuantos aplausos. Desde entonces se comenzó a entusiasmar. Participó poco tiempo después en un festival de contrapunteo.

─Quedé de tercero. Me tocaban doscientos bolívares de premio, pero el público se reunió y me dieron mil quinientos, más de lo que había ganado el primer lugar.

Estudió hasta bachillerato. No fue en una academia de música sino en el entorno donde formó su talento para interpretar la música folclórica venezolana. Sus letras son profundas, anecdóticas, emotivas, analíticas, coherentes.

─ Dios le dio el don de ser poeta─ comenta Rummy Olivo, amiga y comadre del cantante, quien además asegura haber recibido su apoyo para lograr posicionarse como una de las más reconocidas figuras de la canta criolla venezolana.

Un indio llegó a mi pueblo vestido de cardenal . Tema El orgullo del indio de Armando Martínez.

Recién cumplidos los dieciocho años llegó a Caracas, lugar donde ha vivido por cuarenta y un años. Lo recuerda bien, vestía una guayabera amarilla. Lo recibió Felipe, un taxista portugués amigo de Margot, su hermana menor. Lo montó en su taxi y lo llevó hasta su casa en la avenida los Cármenes, en Nuevo Circo, en el centro de la capital. Allí vivió debajo de una escalera: un pequeño cuarto que servía de depósito de basura.

─El portugués me acomodó una cama angosta, y ahí dormía.

Para ese entonces, la música llanera no pasaba de Tazón, la entrada occidental de Caracas, dice el cardenal sabanero. Pero eso cambió. Años más tarde, Reynaldo Armas se convirtió en el impulsor de la música llanera venezolana. El famoso cantante y compositor Armando Martínez le rinde tributo a aquella proyección que logró darle Reynaldo Armas a este género musical tras llegar a la capital. “Con un pincel en la mano y un lienzo para pintar, pidiendo humildemente que lo dejaran cantar”, canta en su éxito El orgullo del indio.

En estas cuatro décadas desde que se mudó a Caracas, Reynaldo Armas ha demostrado ser un hombre fuerte, resistente, constante. Además de consolidarse como músico, es también propietario de tiendas y restaurantes en varias ciudades de Venezuela y Estados Unidos. Pero mientras forjaba su camino como cantautor, sudó la gota gorda, por allá en 1971.

─Conseguí  trabajo en una repartidora de cervezas. ¡A bajar y subir cajas de cerveza, mano! Uno se hace duro, inquebrantable, ante las adversidades.

En la esquina de su residencia se encontraba un pequeño bar llamado El Algodonal. Era difícil encontrar en Caracas un lugar donde sonara el arpa, el cuatro y las maracas, donde los copleros gritaran “¡Aaaaaaa!” y ese alarido levantara el ánimo de las personas, encendiera la fibra llanera del citadino. Él lo consiguió. Le permitieron tocar los capachos y aprovechó la oportunidad para improvisar algunos versos. Lo que nunca demostró fueron sus pasos de baile, porque considera que nunca ha sido bueno para bailar. En aquel bar vieron su empeño y sus ganas de cantar y al poco tiempo le presentaron al maestro José Romero Bello, a quien reconoce como su padrino e impulsor. Posteriormente, era seguro encontrar al cantautor en un local nocturno de música llanera llamado La Apureña, propiedad del maestro Bello, lugar de donde salió un día con tambaleos, nervios y emoción a grabar su primer disco. Donde nunca se vio al cantautor fue en discotecas. Dice que nunca le ha gustado el “pum pum pum” ni el ruido excesivo de estos locales nocturnos.

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“Mi amigo el camino me enseñó a cruzar los ríos, el estero, la montaña y el palmar, dio matiz a mi canción, refrescó mi inspiración con brisas del chaparral”. Tema Mi amigo el camino (1979)

El recientemente nominado a los Premios Grammy de la Música Latina se desabotonó el Liqui liqui y lo colgó. De lo que nunca se ha deshecho es del sombrero pelo e’ guama blanco que acostumbra lucir.

─Yo quería que la música llanera llegara a la televisión, pero había que hacerla más urbana y menos rural.

En 1980 logró llegar a las pantallas de Venevisión con sus temas Laguna vieja, El primer amor y Lucerito. Su trabajo ha sido continuo y donde llega recibe los aplausos, palmadas en la espalda, estrechadas de mano, muestras de afecto. Por eso lo llaman Don Reynaldo Armas, no por su edad, sino por su legado artístico.

El también incursor en la política venezolana (inscribió y perdió su aspiración para convertirse en gobernador del estado Guárico en 2008) reconoce que ha cambiado y madurado bastante a lo largo de toda su carrera artística. Su larguísima trayectoria puede fácilmente constatarse por los cambios de apariencia en las portadas de sus discos. En 1975, cuando lanza su primer álbum Yo también quiero cantar, el cardenal sabanero era un joven de veintidós años, cabello negro con patillas largas, flaco como el silbón. Cuando lanza su segundo álbum La inspiración del poeta, luce su cabello crespo de lado, peinado que cambia en el año 79, cuando en su tercera producción número, Cantor, poeta y pintor, se peina hacia atrás. Y así van pasando los años y a la vez van creciendo los éxitos: La flor de la amistad (1980), El indio (1981), Todo un señor (1982), solo por nombrar algunos. En 1991, Reynaldo tiene treinta y ocho años, y con ellos, quince producciones discográficas. La portada del disco El amor y la envidia muestra a un cantante sonriente como siempre, de traje levita, con un bucle canoso en su cabellera.

En el 95, ya el paso del tiempo en sus fotografías es más evidente. En el 2005, lanza su producción Tu cantante favorito en la que estrena su éxito Los viejos están mandando. Siete años más tarde, con cincuenta y nueve  años, el cardenal sabanero luce enérgico sus canas, sin quejarse de achaques ni sufrir de melancolía.

─El día que uno se desactiva lo que le espera es el hueco.

Más que por cantante, Reynaldo es conocido por sus colegas como un poeta, un modelo a seguir.

─Él creó un estilo, una manera de componer en la música llanera. Siempre le digo que tiene que ser muy feliz porque los niños del llano quieren cantar como él─ dice la ganadora del Mejor Álbum infantil en los Premios Grammy Latinos 2012, María Teresa Chacín.

La posición como primera figura de la música llanera venezolana la ha cosechado en casi treinta y cuatro años de vida artística, que celebrará en agosto de este año. Se siente en su mejor época para componer y piensa que todavía tiene público por ganarse.

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“Adiós amigo, me brotó del corazón, sentí gran desolación cuando le daba la espalda, un hueco grande donde su cuerpo cupiera y encima del poco e’ tierra mi sombrero pelo e’ guama” –Tema La muerte del Rucio Moro (1987)

─Le he sacado lágrimas a mucha gente sin querer queriendo. No me satisface ver a la gente llorar. Yo soy muy duro de llorar, pero…cuando exploto… exploto.

Reynaldo Armas no se aflige con facilidad. La muerte de un ser querido es uno de los pocos eventos en lo que ha demostrado su tristeza. Una de las personas que lo ha visto llorar ha sido la cantante de música llanera Rummy Olivo. Lo ha acompañado en dos de los más fuertes episodios de su vida: la muerte de su madre Modesta Enguaima Hernández, y la de su padre Nicasio Armas. Darle la última serenata a sus padres ha sido el acontecimiento más triste en el que la “La flor de Zaraza” ha compartido con el cantautor.

Reynaldo es muy creyente y para él, “Chucho” (Jesús) es lo primero. En su casa tiene una capilla con las imágenes de José Gregorio Hernández, la Virgen del Valle, de la Coromoto, de Jesús. Habla con Dios a su manera. Lo trata de chamo. Le reza al ánima del Pica Pica, a Pancha Duarte y al espíritu de su padre y su madre.

─Le digo, mira chamo, ¿cómo va todo? Necesito que me ayudes y que me sigas dando. Prefiero al Cristo sano, no al Cristo sufriendo en la cruz.

Sobre la muerte, Reynaldo tiene una teoría. Considera que es un hecho simple de la vida. Y a pesar de ser católico, piensa que después de la muerte no existe la resurrección, que sólo se resucita es través de los hechos con los se ha obrado en la vida.

─Hablo mucho de la muerte. Le pregunto a mis amigos ¿quién irá a barrajar la gorra primero?

El último día del año, lo que para muchos supone reencuentro familiar, comida navideña, abrazo de feliz año, para Reynaldo Armas se reduce en un lugar oscuro, silencioso, tenebroso: el cementerio general de Zaraza, lugar donde reposan los restos de sus padres. La noche del 31 de diciembre, el cantante subió a su habitación y esperó hasta poco antes de la entrada del año 2013. Condujo su carro por las calles de Zaraza. Las flores, Calle Bolívar, Comercio, hasta llegar al cementerio general. En la oscuridad logró ubicar la tumba de sus padres. Allí se presentó con su vaso de güisqui.

─Me senté a hablar con ellos para recibir juntos el año nuevo.