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Alfredo Morales fue un periodista abnegado y muy querido entre sus colegas. Cubrió las informaciones diarias que sucedían en Aragua, la comunidad que se convirtió en su hogar por más de 20 años. Hasta que se contagió de coronavirus y no pudo más. Su amigo Mario Rodríguez cuenta en esta crónica cómo le sostuvo la mano para acompañarlo y darle serenidad en esos últimos minutos en los que dejó de respirar

Ilustraciones por Betania Díaz

En una mañana oscura y fría, con lluvia de fondo, Alfredo Morales yace en la cama número 1 de la Unidad de Cuidados Intensivos de una clínica privada del estado Aragua. Está cansado y desorientado por la falta de oxígeno en su sangre.

Ya lleva 13 días hospitalizado tratando de superar los efectos de la covid-19 en su cuerpo.

Empiezan a sonar muy fuerte los monitores porque sus valores y signos vitales comienzan a disminuir. A su alrededor, los médicos y enfermeras tratan de revertir lo que sucede.

—¡Ponlo boca abajo! —grita el médico.

Al ponerlo en esa posición, él intenta voltearse pero no consigue la fuerza para lograrlo.

Cuando se dan cuenta de que el daño es irreversible, lo voltean nuevamente para que deje de forcejear.

Le tomo la mano derecha y se siente helada. Entonces grito su nombre.

—¡Alfredo, Alfredo, estoy aquí!

Él busca la voz pero no distingue de dónde viene. Estoy convencido de que sí sabe que soy yo.

Le coloco las notas de voz de todas las personas que le mandan ánimo para continuar luchando, mientras rezo y le pido a mi Dios que nos ayude a superar lo que está pasando.

La lluvia continúa con mucha furia y el frío en la habitación todavía es intenso. Alfredo permanece muy bien arropado.

Su cuadro sigue empeorando con el pasar del tiempo. Ya no se mueve, ni cuando le gritan su nombre.

Entiendo que ya no hay vuelta atrás, que lo más temido se está haciendo realidad.

Empiezo a hablarle de Dios, del perdón, de la gente que lo ama. En el cuarto se siente una tranquilidad, a pesar de la fuerte tormenta allá afuera.

El padre George, muy amigo de Alfredo, logra hablar con él a través de unos audífonos y un celular. No sé qué le dice el cura, pero tarda 15 minutos exactos en pronunciar esas palabras.

Lo vuelvo a tomar de su mano derecha y le digo que no luche más, que ya es momento de irse con Dios, que lo hizo muy bien y que luchó hasta lo último como un guerrero, que nos hará mucha falta pero que todos estaremos bien. Que no tenga miedo, que yo estaré allí acompañándolo hasta que se vaya con Dios.

Y así pasa. Unos minutos más tarde, Alfredo fallece.

Hoy es 1 de noviembre de 2020.

***

Tos seca, malestar general, fiebre y cansancio al subir las escaleras son los únicos síntomas que presenta Alfredo. Con el pasar de los días van mejorando, pero el cansancio y agotamiento aún los siente en sus actividades cotidianas, a pesar de todas las medicinas indicadas por sus médicos tratantes. Hasta que llega la dificultad para respirar. Fue rápida su aparición.  Al llegar al centro de salud, lo ingresaron para colocarle oxígeno y medicamentos endovenosos.

Sus síntomas aparecieron el 9 de octubre del 2020, y 11 días después fue hospitalizado con síntomas de gravedad.

***

Alfredo Morales, nació en Tinaquillos, estado Cojedes, y después de que se graduó de periodista en la Universidad Central de Venezuela en 1997, decidió vivir en Maracay, en Aragua, tierra que se convirtió en su casa por 23 años. En ese tiempo, logró ser amado por los aragüeños gracias a su labor periodística de hacer escuchar al menos favorecido.

Con 48 años, Alfredo trabajó en múltiples plataformas de comunicación, entre ellos el portal digital de noticias El Pitazo, donde fue corresponsal hasta que lo hospitalizaron.

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Su mayor miedo era estar aislado y sólo.

Desde que llegamos al centro de salud, él siempre preguntó si podía estar acompañado de alguien conocido. Por un momento estuvo solo y llegó su oxigenación a 75% y cuando volvió a estar acompañado, saturaba 88%.

En vista de que su respiración afectada, fue hospitalizado para iniciar con el tratamiento para la covid-19, aunque todavía no llegaba el resultado de la prueba.

Vivió sus días de enfermedad conectado a una manguera de oxígeno y con una vía en cada mano para suministrar sus tratamiento.

Su cuadro de salud fue agravándose a medida que pasaban los días, por lo que tenían que aumentar más el oxígeno que estaba recibiendo.

Todos los días pedía que no lo dejaran solo, pero por los protocolos establecidos a nivel mundial, no podía estar con una compañía familiar. Debía estar aislado.

En vista de no ver mejoría y de su cuadro de ansiedad, se tomó la decisión de que lo acompañara una persona cercana sin patologías de base y con todas las medidas de protección. Esa persona fui yo.

Lo conseguí desanimado, no quería comer e incluso mal humorado. Todo era entendible, me costó levantarle el ánimo pero lo pude lograr, incluso hasta se le complacía con el menú que él elegía.

Prefería alimentos líquidos como jugos de diversas frutas, gelatina y pollo con puré de papas, cumpliendo con la dieta exigida por los doctores.

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Durante los primeros días de hospitalización se fue la luz y la dificultad para respirar era más evidente.

La ansiedad no lo estaba ayudando, pero era algo que él mismo no podía controlar.

Yo empecé a hablarle de tranquilidad, serenidad, de que respirara a mi ritmo y con calma. Colaboraba y seguía las indicaciones pero el miedo no se iba.

Él rezaba conmigo y le pedíamos a Dios la paz que tanta falta hacía. Eso le generaba confianza y tranquilidad.

Al quedarme callado él me decía que le siguiera hablando para no perder la concentración.

Eso pasó varias veces y las crisis de ansiedad cada vez eran más seguidas. La música cristiana era lo que mantenía a Alfredo con tranquilidad.

Sé que Dios siempre estuvo ahí con nosotros, siempre se sentía la tranquilidad y la paz que era necesaria para seguir luchando.

Muchas veces hablamos con Dios, y él pedía perdón. Perdonó a todo al que le hizo daño en algún momento en su vida. Dejó todo rencor en el pasado.

Yo sólo pensaba en todas las complicaciones que se estaban presentando, pero nunca perdí la fe de que todo se iba a solventar.

No tenía mucho tiempo de pensar, solo debía tomar decisiones. Una tras otras.

***

—¡Tengo miedo de quedarme sin oxígeno!

Eso me decía con la mano derecha sosteniendo su mascarilla que le tapaba la mitad de la cara.

Sólo descansaba cuando tenía una persona cerca de él, que cuidara que la mascarilla de oxígeno no se le saliera.

La mascarilla de oxígeno le encajaba perfectamente y estaba sujetada para que no se moviera. Pero aún así el miedo siempre estaba presente.

Su mano siempre estaba sosteniendo la mía. Nunca la soltó, era su alivio.

Como él decía: “El oxígeno es milagroso”, con una sonrisa en la cara.

***

Ya no está físicamente con nosotros, pero siempre será recordado por todos por la calidad humana que tenía. Siempre luchaba para que el más necesitado fuera escuchado.

El personal de salud siempre lo ayudó en todo lo que necesitó. Alfredo descubrió por qué le tenía tanto cariño a los médicos y enfermeras.