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Ilustración Betania Díaz

Ver que la realidad supera la ciencia ficción, allí, en el pasillo frente a tu casa, es demasiado. Pero así pasó, hace apenas unos días. La sospecha de un caso de Coronavirus hizo que viviéramos un encierro absoluto de más de 24 horas. Doble susto, doble cuarentena. Hasta que llegó el lunes a las 6:00 de la tarde. Una crónica en primera persona de Ysabel Viloria

Un médico, una enfermera, un oficial de Protección Civil y mucho ruido. Dos personas operando una máquina parecida a una aspiradora pero que dentro tiene hipoclorito. Algunos vecinos se asoman. Pasan dos milicianos con uniformes de campaña. El alcalde del municipio anuncia a través de un parlante las medidas de seguridad desde las afueras de la residencia. Todo es confusión. El reloj marca la 1:20 de la tarde y dentro del edificio donde vivo se desarrollan secuencias de cualquier película de ciencia ficción. La gran diferencia es que está ocurriendo aquí, en vivo. 


Cubiertos con bragas blancas, como las que usan quienes atienden a E.T. (el famoso amigo que creó Steven Spielberg el siglo pasado), con tapabocas ultrasónicos y los zapatos envueltos, dos personas van subiendo los 16 pisos del edificio. Se detienen justo frente a mi puerta para pedir agua (un poco para llenar la máquina y otro poco para saciar la sed). Buscamos una de las botellas plásticas porque el suministro está racionado y a la hora del almuerzo las tuberías están secas.

—¿Por qué empiezan por este edificio? —, pregunto sin titubear porque el conjunto residencial tiene más de diez torres y no vivo en la primera ni en la última.

Conozco los riesgos y alcances del Coronavirus y por eso acato con rigurosidad la cuarentena. También estoy consciente de que lo que está ocurriendo ahora en el lugar donde vivo no es normal.

Conozco los riesgos y alcances del Coronavirus y por eso acato con rigurosidad la cuarentena. También estoy consciente de que lo que está ocurriendo ahora en el lugar donde vivo no es normal.

—Es una medida profiláctica. El gobierno municipal está implementando protocolos de seguridad, limpieza y atención —, me dice sin despejar mi inquietud.

El señor moreno detrás de toda su protección conversa con amabilidad. Insiste en que es una estrategia para protegernos. Le creo y hasta le agradezco. Conozco los riesgos y alcances del Coronavirus y por eso acato con rigurosidad la cuarentena. También estoy consciente de que lo que está ocurriendo ahora en el lugar donde vivo no es normal.

Es domingo 22 de marzo. Hasta ese momento el gobierno de Nicolás Maduro había reportado 70 casos positivos para el COVID-19. Son las 2:00 de la tarde y faltan algunos pisos por desinfectar. Ya nosotros -mis padres, mi hermano y yo- estamos dentro de nuestro apartamento. Nos vemos, nos lavamos las manos, frotamos con alcohol las llaves, el vaso donde tomaron agua y los potes plásticos que prestamos para llenar la máquina con hipoclorito. Nos sentamos, nos paramos, escribimos a nuestros amigos, avisamos a nuestras familias, a quienes queremos. 

Farith Fraija, alcalde de Carrizal, por fin lo anuncia: estamos oficialmente encerrados. Acordonaron el edificio con una cinta de seguridad y nos prohibieron salida y entrada hasta las 6:00 de la tarde del lunes 23 de marzo, cuando nos indicarían nuevas medidas. Se trata de una sospecha, un paciente con un cuadro por confirmar. No hay que angustiarse, solo cumplir la prevención con más disciplina. Dentro del edificio aturde el silencio. Nos sentamos y nos paramos otra vez. Aún no hemos almorzado. Nos volvemos a lavar las manos. Nos damos tiempo de pasar el susto y, luego, comemos.

A las 4:30 de la tarde Maduro anuncia siete nuevos casos confirmados en el país y arrecia la orden de cuarentena. Un montón de medidas, de condiciones, otra Gaceta Oficial con las normas. Nosotros pedimos dientes adentro que ninguno de esos casos esté dentro de nuestro edificio. Queremos que ese caso sospechoso no sea confirmado, que sólo sea un susto.

Los benditos grupos de Whatsapp

En este primer domingo de resguardo obligado, Venezuela lleva seis días en cuarentena, pero en el estado Miranda llevamos un día adicional porque los dos primeros casos de COVID-19 que anunciaron el viernes 14 de marzo fueron en esta entidad. En el chat de vecinos comienzan a regarse todo tipo de informaciones. Van y vienen textos, fotos, audios. “Abran la puerta que vienen a desinfectar”, “el presidente de condominio es el único que puede autorizar a que ingresen”, “van a entrar apartamento por apartamento”. Desde las 12:50 de la tarde comenzaron a circular los avisos.

Les informo que el proceso de desinfección ha culminado. A partir de este momento hasta mañana a las 6:00 de la tarde vamos a hacer un cierre preventivo. Ningún vecino puede salir ni entrar.

Les informo que el proceso de desinfección ha culminado. A partir de este momento hasta mañana a las 6:00 de la tarde vamos a hacer un cierre preventivo. Ningún vecino puede salir ni entrar.

Mientras tanto en la entrada del edificio ya se despliega un operativo que incluye una patrulla de policía municipal y efectivos de Protección Civil. También acude Fraija, el alcalde, con indicaciones pausadas, serenas. Las escuchamos porque habla desde un parlante conectado a cornetas que reproducen a todo volumen su voz.

—Les informo que el proceso de desinfección ha culminado. A partir de este momento hasta mañana a las 6:00 de la tarde vamos a hacer un cierre preventivo. Ningún vecino puede salir ni entrar. Estamos verificando algunas situaciones que podemos tener más precisas. Mientras esa valoración culmina les pedimos, por favor, la máxima comprensión y colaboración.

Las fotos, los textos, los audios, las preguntas ya ruedan en grupos de Whatsapp de la urbanización, del estado, del país y en otros países. Tardaron más los que vinieron a desinfectar en hacer su trabajo que los mensajes en traspasar fronteras y continentes. Algunos mensajes eran ciertos, otros no. Porque la desinformación también es pandemia.

Trato de mantener la calma en cuerpo y mente. En redes. Trato de no contagiarme. 

Encerrados hasta mañana 

Varias veces el alcalde repite con la misma serenidad nuestro estatus: el edificio permanecerá cerrado hasta el lunes 23 de marzo a las 6:00 de la tarde cuando se sepa con claridad el estatus de la sospecha. En ese momento se indicarán nuevas medidas.

Pasa la mañana, el mediodía y a las 4:15 de la tarde se rompe el silencio dentro del edificio y se escuchan gritos. Comienzan a llegar audios en el grupo de Whatsapp.

Pasa la mañana, el mediodía y a las 4:15 de la tarde se rompe el silencio dentro del edificio y se escuchan gritos. Comienzan a llegar audios en el grupo de Whatsapp.

A las 9:30 de la noche escuchamos un ruido que ya no es extraño. Es la máquina con hipoclorito que pasó por nuestros pisos. Ahora están afuera, desinfectan las áreas comunes. Nos asomamos. Nos sentamos. Seguimos esperando que nos avisen.

Es lunes 23 de marzo y todos esperamos que sean las 6:00 de la tarde. Pasa la mañana, el mediodía y a las 4:15 de la tarde se rompe el silencio dentro del edificio y se escuchan gritos. Comienzan a llegar audios en el grupo de Whatsapp del edificio. Una vecina avisa lo más esperado: los resultados del caso sospechoso son negativos. Se trata de un cuadro asmático. Todos respiramos mejor. El audio de la vecina también advierte que desde su ventana ve cómo se retira la patrulla de la policía y quitan la cinta de seguridad. Otra vecina avisa que en la puerta trasera dejaron un «candado gigante» y solo se puede abrir la puerta principal. Pasa media hora y escuchamos de nuevo la voz del alcalde por las cornetas confirmando lo que nos dijeron por audios en el chat. 

—Vengo a comentarles la buena noticia de que suspendemos el cierre del edificio.

Llama de nuevo a respetar la cuarentena, recuerda el uso obligatorio de tapabocas, agradece la prudencia y hace llamado de consciencia para mantener el aislamiento social. Horas después, las autoridades anuncian que otras siete personas han contraído la enfermedad. Son 106 venezolanos los que tienen Coronavirus a esta hora. Seguro el conteo seguirá aumentando en los próximos días. Ojalá que no. 

En mi casa estamos bien, sanos y juntos. Tenemos comida y varias opciones para pasar el tiempo que sea necesario respetando las medidas de confinamiento. Pero también estamos angustiados, como muchos, porque sabemos que esto es en serio. Porque el coronavirus puede tocar la puerta en cualquier momento.