Ilustraciones Betania Díaz
Una madre y su hijo recibieron diagnósticos equivocados luego de hacerse la prueba rápida de la covid-19 en un centro de diagnóstico estatal. Ella fue enviada a un hotel centinela y luego a un gimnasio vertical en el oeste de Caracas, donde pasó casi un mes en condiciones deplorables. Como en una prisión, dice. Él fue enviado a su casa, y a los pocos días el virus llegó a sus pulmones. Nuestra cronista Carla Contreras cuenta la historia desde la voz de sus protagonistas
Curaduría editorial: Liza López
11 de agosto 2020
“En mis 44 años nunca me habían cantado cumpleaños bajo mi balcón, jamás. Y tampoco imaginé que la primera vez sería así. Pero decidí ponerme de punta en blanco para la ocasión, al menos lo más arreglada que el encierro me permitía estar.
Estrené el vestido rojo que me había llevado mi hija, me pinté los labios y arreglé mi cabello como pude. Quise verme elegante a pesar de todo. Me miré al espejo y me sentí lista, decidí por fin asomarme por la ventana del hotel, que desde el inicio de la pandemia ha funcionado como centro de reclusión para pacientes asintomáticos en Caracas.
Todos estaban esperando para verme desde la acera del frente. Los ojos se me llenaron de lágrimas al verlos. Mis nietos lucían más grandes de como los dejé. Mi hijos también estaban allí, y mi esposo, con el rostro escondido bajo un ramo de flores.
—¡Ay qué noche tan preciooosaaa! —empezaron a cantar al unísono, mientras la gente que pasaba se detenía a ver la escena.
Al escuchar sus voces me olvidé por un minuto de que llevaba dos semanas encerrada en un hotel de mala muerte por ser, presuntamente, paciente de covid-19
Al escuchar sus voces me olvidé por un minuto de que llevaba dos semanas encerrada en un hotel de mala muerte por ser, presuntamente, paciente de covid-19
28 de julio 2020, unas semanas antes
—Mamá, me siento mal —me dice Manuel con la voz fañosa.
Tiene un semblante desgastado, se ve ojeroso y carga un humor de perros. No es para menos, llevamos más de una hora en un CDI (Centro de Diagnóstico Integral) esperando los resultados de su prueba rápida (para coronavirus). Cuando dejó de tener olfato, hace una semana, se le metió en la cabeza la sospecha del virus y, pese al temor de que se lo llevaran confinado, decidió acudir a la sanidad pública para examinarse.
Pero ahora estoy convencida de que si mi hijo no tenía el virus ahora lo tiene y posiblemente yo también. Todos estamos en un lugar pequeño y encerrado, esperamos aglomerados, pegados hombros con hombros. Algunos tosen sin disimulo y se restriegan la cara con violencia. Siento que el aire empieza a faltarme por la ansiedad.
—¡Manuel Blanco*! Saliste negativo, te puedes retirar —le anuncia con brusquedad la doctora a mi hijo. Respiro aliviada.
—Mamá, deberías aprovechar para descartar cualquier cosa.
—No, mijo. Yo me siento perfecta. Mejor nos vamos.
—Aprovecha, mamá. Es mejor prevenir, que lamentar —insiste Manuel.
Accedo a regañadientes y me voy hacia donde está la doctora que toma las muestras. Agarra mi mano con fuerza y me pincha el dedo. La sensación me desagrada.
—¿Para qué se la hace si usted está bien? —pregunta la doctora mientras me tuerce los ojos. No puedo responderle con palabras en ese momento, pero me pregunto lo mismo.
Luego de tomar la muestra, me despacha y me voy, aún aturdida, a reunirme con mi hijo. De nuevo estoy rodeada por el grupo de griposos, que por lo visto no pueden dejar de toser y chorrear.
—¡Ornela Márquez*! —me sobresalto al escuchar mi nombre. No esperaba los resultados tan rápido. Camino angustiada hacia la voz que me llamó.
—Su prueba salió positiva, tendremos que llevarla a un centro centinela para asintomáticos.
***
La habitación del hotel mejoró bastante su aspecto con las flores, la torta y los otros regalos. Aunque debo confesar que ese lugar nunca fue tan malo, al menos comparado con lo que vendría después.
Mi habitación era muy sencilla, pequeña, oscura, sin televisor, como los clásicos cuartos de esos hoteles a los que llaman “mataderos». Le doy gracias a Dios por haber podido tener mi teléfono allí, ese era mi único entretenimiento: revisar las redes sociales, chatear con mi familia. También pasaba horas en la ventana viendo pasar a la gente y esperando identificar entre los caminantes alguna cara conocida…
Desde hace unos años me alisté en la Milicia Bolivariana, las razones para tomar esa decisión no vienen al caso. Lo menciono porque uno de mis compañeros milicianos era custodio en el hotel, así que, gracias a él, tuve un trato privilegiado con relación al resto de los once confinados que estaban allí.
Cada uno tenía su habitación y baño particular, pero la mayoría estaba totalmente aislado del exterior. Las comidas que enviaban sus familiares eran interceptadas por el comandante, un hombre de facciones toscas que coordinaba la vigilancia en el lugar. Por eso muy pocas llegaban hasta las manos de los pacientes. Tampoco la ropa, ni el agua, ni los recados verbales.
Era fácil para los custodios cambiar una buena comida por la porquería que ofrecían a los confinados
Era fácil para los custodios cambiar una buena comida por la porquería que ofrecían a los confinados
12 de agosto 2020
Son las siete de la noche y acabamos de llegar al gimnasio vertical en el oeste de Caracas. Los doce pacientes que salimos del hotel pronto empezaron a multiplicarse. Recorrimos buena parte de los hoteles de Las Palmas, la avenida Andrés Bello, Candelaria, San Bernardino, la avenida Baralt, el centro de Caracas. Mi autobús estaba repleto, trasladaba a 40 personas y escuché que detrás venía otro con 40 personas más.
Un grupo de tres civiles y dos guardias nos hace pasar al gimnasio, nos separan por género. 40 hombres son enviados al cuarto piso y las 40 mujeres restantes nos quedamos en el nivel tres. Uno de los civiles nos conduce hacia el dormitorio principal, un antiguo salón de yoga en el que ahora se ubican 30 camas distribuidas en 3 filas de 10. Cada una, con apenas unos 60 centímetros de separación.
Allí entramos 30 mujeres, el resto del grupo fue enviado a una sala contigua que está totalmente aislada. Escucho murmullos a mi alrededor, algunas de mis compañeras aseguran que quienes fueron separadas del resto tienen el virus con los síntomas activos.
Me preocupo.
Siempre me he sentido sana, pero desde hace algunos días tengo la confirmación en mis manos de que el virus no está en mi cuerpo: una prueba PCR que arrojó un resultado negativo para covid-19 que me habían hecho apenas unos días atrás.
***
El 28 de julio, el mismo día que llegué al hotel, fueron a mi habitación dos hombres con trajes blancos y máscaras que cubrían todo su rostro. Parecían astronautas o algo parecido, pero eran médicos. Me dijeron que debían tomarme una muestra de sangre para hacer una prueba PCR. Era parte del protocolo para mantener a los pacientes asintomáticos en el lugar.
Pero pasaron los días y los resultados del examen no llegaban. Me desesperé. Nadie me decía nada. No sabía cómo estaba mi salud, no tenía algún tipo de vigilancia médica, tampoco tenía claro cuántos días me dejarían encerrada en el hotel. Cuando reclamé, la respuesta del comandante me angustió aún más:
—Señora, quédese quieta. Su prueba PCR se perdió —dijo sin titubeos y sin explicaciones—. Mañana va a ser trasladada al Hotel Alba Caracas para que le hagan otra, pero si sigue reclamando la dejamos aquí
—Señora, quédese quieta. Su prueba PCR se perdió —dijo sin titubeos y sin explicaciones—. Mañana va a ser trasladada al Hotel Alba Caracas para que le hagan otra, pero si sigue reclamando la dejamos aquí
Nunca supe si la primera prueba rápida había arrojado un error o si nunca tuve el virus en mi cuerpo
Nunca supe si la primera prueba rápida había arrojado un error o si nunca tuve el virus en mi cuerpo
Me pregunté si la prueba de mi hijo también había salido errónea. Era probable que sí, porque sabía que aún tenía los síntomas, pero la mala cobertura en su casa no me habían permitido hablar con él para enterarme de los detalles. De cualquier manera, esa nueva constancia de mi estado de salud no me sirvió para que me sacaran del hotel, tampoco para evitar que me llevaran al gimnasio vertical.
***
—Las visitas están prohibidas. Sus familiares solo les pueden traer comida, agua y ropa, pero no pueden hablar con ellos. La entrega de encomiendas es en horario limitado, solo de lunes a miércoles y de 9:00 de la mañana a 12:00 del mediodía. Pero no tendrán contacto directo con ustedes, les entregarán sus pertenencias a los custodios y nosotros se las haremos llegar.
Uno de los civiles que nos recibió es quien está dictando las normas, pero por su forma de hablar parece más un militar. Son tantas órdenes y reglas que me angustio, me da pánico que me dejen encerrada indefinidamente como lo hicieron en el hotel. Estoy nerviosa y me cuesta memorizar todo lo que dice.
—Para lavar su ropa y bañarse deberán ir por turnos, las mujeres de 10:00 a 12:30. Hay solo 14 duchas, así que deben organizar por bloques. A las 9:00 mañana todas tienen que estar despiertas, vestidas y desayunadas, porque a esa hora empiezan sus clases deportivas. Son tres opciones: boxeo, yoga y bailoterapia. La asistencia es obligatoria y no quiero comiquita. Aquí los vamos a estar monitoreando y llevaremos un conteo de faltas. La que acumule tres se va para el Poliedro y eso no les va a gustar —sentencia antes de salir de la habitación.
Nadie dice nada, pero se empiezan a escuchar sollozos. Cada una ocupa una cama y se sienta en ella.
Muchas lloramos fuertemente, llevamos semanas en un limbo en el que no nos dan respuestas. Ahora estamos presas en un gimnasio vertical que se parece más a una cárcel
Muchas lloramos fuertemente, llevamos semanas en un limbo en el que no nos dan respuestas. Ahora estamos presas en un gimnasio vertical que se parece más a una cárcel
Me acuerdo del hotel y me parece un paraíso. Allí estaba sola y encerrada, pero no tenía regulaciones como si fuera una prisionera.
El reloj me avisa que son las 9:00 de la noche, me recuesto en la cama e intento relajarme. El clima está tenso, todas parecemos derrotadas, llenas de impotencia. Las luces se apagan y algunas de mis compañeras salen del dormitorio para conversar. De repente escucho un estruendo, es una voz electrónica, pero no sé de dónde sale. Imagino que un hombre habla por un altoparlante.
—Las señoras que están en el pasillo del piso 3 deben volver a sus camas. Recuerden que en las normas dijimos que la hora de dormir es a las 9:00 de la noche. No quiero a nadie deambulando. Y no desobedezcan porque los estamos vigilando. Siempre los vamos a estar viendo —advierte.
***
Cuando me llevaron al gimnasio me preocupé muchísimo por los días que me esperaban, pero la verdad es que había una angustia mucho más grande que me llenaba el pecho.
Luego de la prueba rápida en el CDI, mi hijo Manuel continuó con los síntomas del virus. Debilidad general, quebrantos esporádicos, su olfato tampoco regresaba
Luego de la prueba rápida en el CDI, mi hijo Manuel continuó con los síntomas del virus. Debilidad general, quebrantos esporádicos, su olfato tampoco regresaba
Días después empezó la tos, un carraspeo ahogado que no lo dejaba respirar y que lo asustó tanto que decidió ir a una clínica privada para hacerse un segundo descarte. Siempre hemos sido una familia humilde, así que intentamos resolver sin tener que ir a sitios pagos. Pero esta vez era diferente, cuando se tiene una emergencia el dinero pasa a segundo plano.
Mi hija me informaba de vez en cuando la situación, porque Manuel estaba casi incomunicado por los problemas de internet y señal telefónica que hay en la casa. Durante mis días de confinamiento no pude hablar con él. Lo que hacía que mi preocupación fuera inmensa.
Cuando fue a la clínica le hicieron una prueba PCR que confirmó la carga viral en su cuerpo. También unas placas que indicaron que sus pulmones estaban comprometidos, por eso la tos era tan fuerte.
Supe que le habían mandado un tratamiento y lo habían enviado a la casa, con vigilancia médica a distancia y consultas programadas cada cierto tiempo. Al menos él estaba siendo monitoreado, los confinados en los centros centinelas estábamos a la deriva.
***
Miro hacia el techo de la sala de yoga e imagino que ya es de mañana, aunque no puedo ver bien la luz del día. No pude pegar el ojo casi en ningún momento de la noche, el estrés no me dejó dormir. Empiezo a escuchar un alboroto, los custodios entran a nuestro dormitorio con un nuevo confinado, o una.
—A esta la sacaron del pabellón de hombres, así que se va a quedar con ustedes —dice con burla el guardia que trae al sujeto—. Observo al recién llegado y me doy cuenta de que Dios lo trajo al mundo siendo hombre, pero ahora, al menos a simple vista, tiene más partes de mujer. Parece ser una persona amable.
—Soy Gilberto*, estoy a la orden para ayudar en lo que haga falta —dice mientras ubica sus pertenencias.
De pronto los custodios traen el desayuno y empiezo a sentir náuseas. Son arepas frías, babosas, se nota que llevan más de un día de haber sido cocinadas. La acompañan huevos revueltos que parecen crudos. Los pruebo y están insípidos. Empiezo a extrañar las comidas que me llevaba mi familia al hotel.
—Y esto es lo que nos va a tocar comer todo el tiempo, porque no nos va a durar la comida que nos traigan nuestros familiares si solo es tres veces por semana. Y ya sabemos como son los militares, esos te cambian tu buen arroz con pollo o tu buena pasta, por estas arepas viejas —comenta una de las mujeres de nuestro grupo—.
Cuando lo dice, recuerdo lo que ocurría en el hotel, pero sé que aquí no tendré a nadie que me salve.
Termino de comer con mucho esfuerzo y a los pocos minutos empiezan los turnos para el baño. Caminamos en fila hasta las duchas y nos dividimos en grupos de 14, una persona para cada cubículo. Los sanitarios son horribles, hay hongos en las baldosas, el ambiente hiede. Sabemos que tendremos que encargarnos de limpiar todo nosotros mismos.
Entro a mi ducha y cuando intento cerrar la puerta me doy cuenta de que no hay. Miro alrededor y confirmo que ningún cubículo tiene algo que lo cubra.
Mis compañeras empiezan a desnudarse frente a mí y no tengo más alternativa que imitarlas. Me siento muy incómoda
Mis compañeras empiezan a desnudarse frente a mí y no tengo más alternativa que imitarlas. Me siento muy incómoda
—Ya va, ya va. Que nadie se quite la ropa todavía —dice Gilberto, quien también estaba ahí—. Qué falta de respeto que uno tenga que desnudarse frente a esta cámara.
Subo la cara y la veo. Al igual que en los dormitorios, en los pasillos y en la sala de hacer ejercicio hay una pequeña cámara a través de la cual los custodios monitorean nuestros movimientos. Me siento más incómoda aún. Nadie más se quita la ropa hasta que Gilberto logra llegar al artefacto y lo cubre con un trozo de tela.
***
Las cosas en el gimnasio se pusieron feas con el paso de los días. Como lo vaticinó una de mis compañeras, rara vez recibimos la comida que nos enviaban nuestras familias. Todo era interceptado por los militares y, casi siempre, sustituido. Al principio eran solo las comidas, pero pronto empezaron a ponernos trabas si nos llevaban ropa, cobijas o cualquier otro artículo personal.
Luego llegó la crisis del agua. Una mañana dejó de salir de los grifos. A nadie le parecía raro porque el agua siempre falla en este país, pero no teníamos cómo resolver estando ahí encerrados.
Administré la poca agua que tenía solo para tomar, pero pronto empecé a sentir sed, mucha sed
Administré la poca agua que tenía solo para tomar, pero pronto empecé a sentir sed, mucha sed
Una mañana grabaron un video, con un celular, explicando que llevábamos días encerrados, a pesar de ser pacientes asintomáticos, con pruebas que lo confirmaban
Una mañana grabaron un video, con un celular, explicando que llevábamos días encerrados, a pesar de ser pacientes asintomáticos, con pruebas que lo confirmaban
17 de agosto 2020
27 de agosto 2020
Su palabra se cumplió: a los diez días atravesé las puertas de la cárcel vertical para volver a ser libre
Su palabra se cumplió: a los diez días atravesé las puertas de la cárcel vertical para volver a ser libre
*Los nombres de los protagonistas fueron cambiados para proteger su integridad.
Asintomáticos en centinelas
El 7 de abril de 2020, Nicolás Maduro ordenó la hospitalización del 100% de las personas que arrojaran resultados positivos para covid-19, incluyendo a los pacientes asintomáticos. Desde ese momento el gobierno dispuso cientos de espacios de aislamiento en todo el país.
Solo en Caracas la alcaldía del Municipio Libertador anunció la ocupación de 90 hoteles para alojar a personas con el virus activo que no presentaran síntomas. Además ocupó edificaciones como el centro de convenciones Poliedro de Caracas (1200 camas), la Residencia Estudiantil Livia Gouverneur (251 camas), el Gran Salón del Hotel Alba Caracas (431 camas), el Complejo Deportivo Parque Naciones Unidas (171 camas), la Mansión Forever de la Alta Florida y el gimnasio vertical (80 camas).
El argumento del gobierno fue evitar la propagación del virus que generarían las personas que no cumplieran con la cuarentena voluntaria. Sin embargo, organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud han sugerido que las personas contagiadas que no presenten síntomas deben cumplir únicamente con el aislamiento domiciliario hasta que el virus abandone su cuerpo.
Según las cifras oficiales, para el momento en que Ornela fue confinada en el Hotel, Venezuela había alcanzado la cifra de 16.571 contagiados de Covid-19, de los cuales el 62% se encontraba totalmente recuperado.
El deber ser
- La Organización Panamericana de la Salud exhorta a que los espacios que mantengan pacientes con el virus activo, o la sospecha de este, deben garantizar la salubridad del agua de bebida a partir de aguas subterráneas protegidas o de redes de agua tratada.
- Es necesario codificar los contenedores de residuos sanitarios de acuerdo a su contenido, desplazarlos bajo estrictos protocolos de bioseguridad y desecharlos en un vertedero autorizado.
- Mantener separados a los pacientes con síntomas positivos para covid-19 del resto de las personas del recinto. De igual forma, los sanitarios y dormitorios deben ser exclusivos para los portadores del virus.
- Resulta fundamental que los encargados de los espacios de hospitalización o cuarentena garanticen el aseo, al menos una vez por día, de las instalaciones en las que se mantienen a pacientes con coronavirus.Más recomendaciones de la OPS aquí: https://cutt.ly/PgPKZIr
Gimnasio de reclusión
Ornela pasó 15 días recluida en un gimnasio vertical en el oeste de Caracas. Este recinto es uno de los 37 “Centros Deportivos y Culturales de Paz” que están distribuidos por 15 estados de Venezuela, proyecto que nació de la promesa de construir espacios en sectores humildes del país para disminuir los índices de criminalidad gracias a la práctica deportiva. Su distintiva estructura vertical y con fachada de colores se corresponde con un modelo arquitectónico de rápido ensamblaje y con materiales de bajo costo.