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Entre las montañas de Trujillo, Oscar Ariza aprendió a saltar en trampolines y plataformas de piscinas porque quería volar. Lo que empezó como una curiosidad y atrevimiento infantil tomó forma de una meta que se hace realidad en medio de una pandemia mundial. Esta es la historia de la ruta olímpica de uno de los atletas venezolanos clasificado a Tokio 2021 en la disciplina de clavados

Oscar Eduardo Ariza Briceño, con sus 21 años de edad, es uno de los atletas venezolanos clasificados para las olimpiadas de Tokio 2020+1 en saltos ornamentales. Nació y creció en Valera, estado Trujillo, donde también aprendió a “volar”, que es como se siente cuando salta. Así cumplió sus sueño de ser un clavadista olímpico: subiendo a la plataforma de diez metros de altura y haciendo piruetas en los aires hasta entrar “como una aguja” en el agua.

Su camino al olimpo de los deportes ha sido empedrado. De pequeño sufrió algunas lesiones en las muñecas. Pero lo peor vendría cuando se acercó por primera vez a un pase olímpico: en la preparación del clasificatorio para Río de Janeiro, en 2016.

Dos meses antes del evento, estuvieron en España y al final de ese Grand Prix hizo un clavado desde la plataforma que derivó en una pequeña lesión en el codo. La ruta por la clasificación debía seguir en Brasilia, pero cuando llegaron la lesión creció.

—El brazo se me hinchó, me pegaba corriente cuando me tocaba. El nervio cubital lo tenía sumamente inflamado y me dijeron que no podía competir. Me advirtieron que si saltaba de nuevo podía sufrir una fractura peor. Y bueno, me sentí muy triste, porque después de tantos años preparándome, estaba muy cerca de clasificar y tuve que detenerme.

Oscar superó la frustración de ver su pase olímpico interrumpido. Se tomó el tiempo para sanar la lesión, convertir las molestias en fuerza y regresar más decidido a buscar la clasificación.

Ni la lesión de 2016 ni la pandemia por COVID-19 de 2020 truncaron el sueño del andino que aprendió a volar para caer al agua con soltura y estilo. Tuvo que esperar más de lo que quiso, tuvo que superar con paciencia lesiones, suspensiones, cuarentenas y pare de contar. Pero su nombre ya está escrito en la historia de los atletas olímpicos del país.

 

Fotos cortesía Oscar Ariza

Del miedo a las alturas a volar

Practicó muchos deportes por hobby, pero desde pequeño se dedicó a los saltos ornamentales. A los seis años de edad se inició en natación y desde ese entonces se embelesó viendo a los atletas en sus jornadas de clavados. Frente a ese interés, el entrenador José Palma se le acercó y le ofreció la oportunidad de integrarse a la disciplina, pero por miedo, o timidez quizás, le respondió que no.

Siguió en natación y con el tiempo no pudo negarse de nuevo para desarrollar con plenitud el amor que hoy siente por el deporte al que pertenece. Al principio tuvo miedo de la altura y con el tiempo la adrenalina de saber qué se siente volar antes de caer al agua lo llevó a decir que sí.
Oscar es de respuestas cortas y tímidas. Pero cuando explica lo que siente al hacer sus saltos, se suelta.

—Volar es una sensación única, extraordinaria. Sentirse en los aires dando vueltas, dando giros. Estar en la altura y ver desde arriba la piscina tan chiquita, la verdad es que es una sensación súper hermosa que el clavadista siente a diario.

Confiesa que a veces siente miedo cuando salta de la plataforma de diez metros de altura. Como parte de su preparación física pasa tiempo sin practicar los clavados, y al retomar el salto, mientras se acostumbra de nuevo, los nervios lo acompañan hasta que recobra por completo la seguridad.

La cuerda floja

Cuando volvió a Venezuela después de la lesión en España, su entrenador le avisó que se iba del país para aceptar una oferta de trabajo en Canadá. Sin dudas, ese ingrediente potenció la desmotivación de Oscar. Tanto, que por primera vez la idea del retiro rondó su cabeza.  

—Dios me dio unos padres que siempre han estado pendientes de mí. Estuvieron siempre a mi lado acompañándome. Me inculcaron disciplina y perseverancia. Que todo lo que me proponía lo podía lograr. Gracias a Dios me operaron, me recuperé. Pasé casi un año sin poder entrenar, ni hacer clavados. Todas esas palabras y ánimos de mis padres me hicieron llegar hasta donde estoy hoy, por encima de las dificultades que han sido muchas.

A pesar de los momentos de dudas y de las lesiones, Oscar insiste en que nunca pensó en abandonar la plataforma.

Tuvo una cirugía entre agosto y septiembre de 2016 que lo alejó por aproximadamente un año de sus rutinas deportivas. Luego de meses de terapias, rehabilitación y fortalecimiento de las partes de su cuerpo implicadas en la intervención quirúrgica, a principios de 2017 volvió a saltar. Poco a poco, y con acompañamiento de especialistas, retomó los aires y las piruetas.

Mantuvo contacto con Rafael González, presidente de la Asociación de Deportes Acuáticos del estado Lara (Adael) que funciona en las piscinas bolivarianas de Barquisimeto, y también con Ender Luzardo, presidente de la Federación Venezolana de Deportes Acuáticos (Feveda), y ellos lo ayudaron a instalarse en la que sería su nueva sede de entrenamientos luego de superar su recuperación física. A partir de abril de 2019 volvió al ruedo, de la mano de su nuevo entrenador Carlos Yzturiz, quien fuera también clavadista olímpico venezolano en Los Ángeles, 1984.

El foco

Para asegurar su pase a la primera olimpiada en la historia que ha sido postergada, pasó por seis rondas de saltos en el clasificatorio de Tokio a principios de mayo de este año. Tuvo dos errores en dos clavados y los dos últimos los hizo bien, el penúltimo con mayor grado de dificultad ya que es en parada de manos y eso le subió mucho el puntaje. La última ejecución la pudo cerrar de forma correcta y así aseguró el sello olímpico en su pasaporte.

—Uno de mis clavados preferidos es el dos y medio atrás con giro y medio atrás, que se llama 5.253 en V. El que menos me gusta es el clavado inverso, que es el 307, porque tengo un poco de inseguridad. 

Fotos cortesía Oscar Ariza

En medio de la escasez de piscinas operativas en el país y de entrenadores que emigraban por mejores ofertas laborales, Oscar tuvo la firmeza de seguir adelante. Con excusas de sobra para retirarse, decidió, sin ver a los lados, ir por su cupo en Tokio. —Ser atleta de alto rendimiento significa hacer muchos sacrificios y un gran esfuerzo. También te brinda la oportunidad de conocer muchas personas, lugares, países. Te enseña la amistad. Disfrutas ambientes diferentes. Aparte el deporte te transmite mucha disciplina y te enfoca en lo que quieres realmente.

Dice que su motivación por conseguir su sueño olímpico es independiente de las circunstancias que lo han rodeado. Agradece a Dios que siempre ha estado acompañado de personas que le permiten mantenerse a flote y firme en sus objetivos.

—A pesar de la lesión, de la pandemia, las limitaciones económicas, mantengo el foco. Incluso ahora estoy mucho más enfocado. El objetivo era lograr la clasificación y para alcanzarlo tenía que dar cada vez más. Y ahora, ya con el cupo olímpico en mis manos, mi foco es mucho más preciso para lograr un mejor resultado que el de mi clasificación. Siempre apunto a ser mejor.

Oscar está en Kazán, Rusia, con una beca deportiva. En su casa de Valera no hay nadie. Su papá y su hermana se fueron a Colombia hace dos años empujados por la crisis del país. Su mamá emigró a finales de 2020 buscando un mejor porvenir. Él permaneció solo buscando su sueño, volando y lanzándose al agua con arrojo una y otra vez para clasificar, hasta que lo logró.

No sabe qué será de su regreso a casa, por ahora solo se concentra en lograr su mejor debut olímpico.

*Esta entrevista es producto de una alianza entre Gentes y cuentos e Historias que laten*