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Últimamente, cada vez que Arantxa López se asoma en sus redes sociales o chatea con sus amigos en Los Andes, los mensajes parecen calcados y parte de un guión de tragicomedia: de cómo se las ingenian para no colapsar cuando no hay luz, no hay gas, no hay Internet. Y ella entonces se siente culpable por vivir en lo que llaman la burbuja de Caracas

Ilustraciones Betania Díaz

Abro Twitter, me encuentro con un tuit de Anthonny, un amigo:

—Mi vecina tiene a su mamá muy enfermita. Como no hay luz ni gas, puso unas ollas con agua a calentar con el sol para poder bañarla. Esa es la realidad que se vive en Mérida.

Reviso el tuit, alguien le responde:
—Yo caliento los potes del almuerzo en el capó del carro de mi jefe porque nunca tenemos luz al mediodía.

Salgo de Twitter, entro a WhatsApp y le escribo a otro amigo:

—¡Hola, Kevin! ¿Cómo va todo?

—Ummm… siento que San Cristóbal es una película de Mad Max y no estoy exagerando. Somos Somalia.

Nuestra conversación termina y me siento culpable por vivir en Caracas. No tengo gas desde hace ocho meses, no tengo internet, mi señal móvil es intermitente y el agua se va una vez por semana pero igual me siento culpable porque mi bombillo siempre está encendido. Culpable por no vivir a oscuras. Culpable de vivir en lo que llaman una burbuja.

***

Yo pensaba que era difícil hablar con alguien que estaba fuera del país porque la magnitud de los problemas cambia. Mi hermana tiene años viviendo en México y una vez escribió angustiada por el chat de la familia porque se le rompió el vestido antes de una reunión. Tuvo que salir corriendo al centro comercial a comprar otro, esa era su emergencia. En ese momento mi mamá seguramente estaba esperando que la cisterna llegara a la urbanización para poder tener agua esa semana. En esos casos —y en el resto de ellos— la empatía es un ejercicio que se comparte. Ya no vivimos la misma realidad así que no vemos los problemas de la misma forma, y no está mal.

Pero es aún más difícil hablar con alguien que padece en el interior. No solo porque la mayoría de ellos están sin electricidad y no pueden comunicarse por teléfono porque la señal también desaparece. Es difícil porque el país realmente se dividió, o por lo menos es una guerra que se mantiene presente en redes sociales. 

El interior que se deshace y la ciudad capital que parece no estar consciente de ello. Hace tiempo les conté a unos amigos que la situación fuera de Caracas era horrible, me respondieron que era porque la gente no se quejaba lo suficiente, los de Caracas sí. Eso no es así.

De hecho, varios medios reseñaron en septiembre de 2020 un centenar de protestas en varias regiones del país debido a las fallas del suministro de servicios básicos como el agua potable, la electricidad, el gas doméstico y la gasolina. Se reportaron protestas callejeras en seis de 23 estados: Aragua, Anzoátegui, Cojedes, Lara y Sucre.

En octubre protestaron en Aragua, Mérida y Monagas debido a la falta de gas doméstico y gasolina. Entre noviembre y diciembre se registraron 123 manifestaciones por falta de gas y gasolina, solo en el estado Sucre.

La lista es larga y en la mayoría de esas manifestaciones estuvieron presentes el gas lacrimógeno, los perdigones y las amenazas de detenciones. Debe ser agotador no tener servicios, sacar fuerzas para protestar y que luego digan que tu voz no se escuchó lo suficiente. Es difícil hablar con alguien que padece en el interior pero es necesario.

***

—¿Qué respondes cuando te preguntan cómo estás?

—Todo depende del lugar en el que vivas.

Mérida

Anthonny vive en Mérida y no tiene gas, por eso hierve el agua con un tetera eléctrica cuando hay luz. Es una de las mejores inversiones que ha hecho. Ya la luz no se va tanto como antes, la oscuridad se redujo de veinte horas a tres como mínimo.

—Me paraba temprano si había luz y cocinaba todo lo que necesitara. Si me despertaba y no había luz trataba de quedarme dormido hasta que llegara para que no me diera tanta hambre. Mi mamá compró una bombona de gas, eso no estaba permitido dentro de los apartamentos pero se mantiene cerrada y con la ventana abierta. Los días que me quitaron la luz durante 20 horas diarias y me daba hambre, ni siquiera hambre sino que sentía que se me devoraba el estómago, me fijaba un límite.

Durante esas horas sin luz Anthonny descubrió que puede conectar el modem de CANTV a una batería de laptop Canaima y así tiene internet. Grabó el video como si fuese un tutorial y los subió a Youtube. Encontró una forma de mantenerse cuerdo.

También encontró la ternura en las acciones de otros a pesar de las circunstancias. Para él el agua de Mérida es horrible, fría, punzopenetrante pero le ha tocado bañarse con ella. Hace poco empezó a darle clases de Matemática a un niño, el papá le contó que él se baña con agua fría para ahorrar el gas y así su esposa e hijo se pueden bañar con agua caliente.

—Qué arrecho ese señor, me pareció demasiado tierno.

María Fernanda no es merideña pero vive en la ciudad y siempre le dice a su esposo que «para olvidarse de lo malo y feo que tiene Mérida hay que mirar hacia arriba, a su sierra y sus montañas». Para ella la ciudad capital fue la más limpia del país hasta hace unos 8 años. Ahora sus días corren a través de apagones, falta de agua, gas e internet.

—Mi esposo suele trasnocharse y yo soy más madrugadora. Cuando estamos sin gas él prepara dos grecas de café antes de irse a dormir a las dos de la mañana y lo guarda en un termo, por si cuando yo me despierte a las cuatro de la mañana no hay luz. Trabajo chola hasta las seis de la mañana si hay internet. Cuando se va la luz los UPS (Sistema de alimentación ininterrumpida) nos dan dos horas de energía a las computadoras y el power bank da para dos cargas completas del celular. En la tarde el dilema es a qué hora bañamos a Javier, nuestro hijo de casi dos años, porque si cortan la luz no podremos calentarle el agua —el calentador es a gas— pero si lo bañamos muy temprano se vuelve a sudar. En la noche rezamos para que no corten la luz porque implicaría cenar pan frío con queso. Vivir en el interior significa saber que estamos peor que Caracas en cuanto a servicios básicos pero es poder vivir con menos miedo por la inseguridad que reina en el centro del país.

Para ella hay días de días. A veces quiere irse caminando a la frontera con su hijo y otros días le agradece a Dios que no están tan mal. Unos días saca la cuenta de si podría comprarse la casa de campo con la que ha soñado y otros días calcula cuánto necesitaría mensualmente para vivir fuera del país.

María Fernanda soluciona los inconvenientes con un kit de supervivencia que ha armado en casa:

*4 UPS, de entre 30 y 90 dólares cada uno.
*1 power bank, de 30 dólares.
* 4 bombillos recargables, de entre 6 y 10 dólares cada uno.
*Paquetes de velas.
*2 cocinitas eléctricas.
*2 operadoras de internet , ABA y una privada que cobran 30 dólares mensuales.
*Un «pimpinero» de confianza que revende gasolina entre 2 y 4 dólares el litro.
*Camiones de paciencia, rutinas más o menos establecidas con el bebé y yoga dos veces a la semana para poder sobrevivir.

—Suena trillado pero mi hijo es mi motor de vida. Contemplo la hermosa naturaleza que tiene la ciudad y el lugar donde vivo. Amo mi trabajo y lo hago con pasión. Rezo y cada noche al cerrar los ojos me imagino con Javier y mi esposo en una playa de Venezuela.

 

Táchira

Para Rosalinda, Táchira es una tierra de gracia, una región bendecida y llena de riqueza, pero que padece desde hace años cortes de luz de más de doce horas diarias, alrededor de tres meses sin agua y montos altos de cisternas que deben pagar con dólares o pesos colombianos.

—Aquí no hay nada que no solucione la cara de Gabriel García Márquez. Uno de los billetes de más alta denominación en Colombia, el de 50 mil pesos, no hay nada que no soluciones con uno o dos de esos. Lamentablemente hemos caído en una situación de alimentar a la corrupción para poder vivir. El internet de Colombia es el que se usa para solventar la falla aunque es más caro pero sin eso no hay nada. Aquí se trata de sobrevivir, salir a guapear, reinventarte para poder quedarte.

Rosalinda piensa que vivir en el interior es un poco más difícil, lo diferente en Táchira es la frontera que aun cuando está cerrada logra mitigar los problemas. Ella y su familia se han mantenido unidos, han aprendido a tener resiliencia, a mirar lo positivo, a ver menos lo que falta. Se mantiene fuerte, en ningún momento se siente derrotada.

—Hay que pensar que esto nos puede servir para algo bueno. Yo amo Venezuela y al estado Táchira, yo quiero seguir en San Cristóbal aunque esté desolado. A veces voy al centro y a través de los ventanales rotos y los comercios cerrados pienso y siento que esto va a cambiar nuevamente.

Trujillo

Gustavo siente que Trujillo es una isla que no figura en el panorama nacional, que están flotando a la deriva. Recuerda el estado colorido de personas sonrientes que conoció en su adolescencia y ahora no los ve. Están todos apurados intentando mantenerse de pie.

—Una vez pensé que vivir acá era tener menos posibilidades por el hecho de que todo está tan centralizado, tan en los estados que están cerca de la capital. Se torna frustrante porque sientes que estás tan lejos, no solo en distancia sino en las posibilidades económicas de llegar a ese sitio. Pareciera que la voz desde acá no llega a la capital y es más difícil que se resuelvan los problemas. Uno no pensó que su juventud, que sus veinte años, los iba a pasar luchando contra un monstruo titánico que te oprime, te desmoraliza, te reduce

Hace dos meses llegó el gas a su casa y tuvieron que protestar frente a las personas del Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP) porque no los querían dejar comprar. Pasaron más de siete meses cocinando a leña pero las casas están muy pegadas y ese humo entraba a toda la urbanización. Tienen un fogón pero la deforestación también dificultó todo. Un tercio de leña u ocho palos representaban un dólar y era costoso porque se consume muy rápido y tenían que comprar diariamente.

Gustavo regresó de Caracas en diciembre de 2019 y pasó todo enero encerrado porque no tenía dinero en efectivo para el transporte y había muy pocas unidades por la falta de gasolina.
Pero en Caracas su realidad no fue muy diferente, él piensa que la capital es esa burbuja que ya explotó. “Ya era hora de que vivieran lo que hemos sufrido por años”, escriben en redes. Se señalan con el dedo las quejas caraqueñas porque han aumentado durante los últimos dos años. Se envidia a quien tiene por lo menos dos servicios básicos al mismo tiempo. Se nota que es un interior que duele.

—Recuerdo una de mis experiencias viviendo en Caracas, en el barrio Ojo de agua, llegaba el agua casi cada mes. Era terrible, durante ese tiempo pudimos tener agua porque llovió y al acabarse nos tocaba cargar desde un lugar que llamaba “el chorrito”. Quedaba como a 80 escalones de la vía, había que bajar y hacer una larga cola. Luego subir con dos baldes, en mi caso, y llegar a la carretera. Luego de ahí seguir caminando carretera arriba para llegar a donde vivía en casa de una tía. Cuando iba a la oficina y me hablaban de la burbuja caraqueña les decía que esta burbuja tiene un hueco por donde se le escapa el aire y es por donde vivo yo.

Gustavo es periodista y cree que todavía queda mucho por contar.

—¿Si nos vamos todos cómo seguimos contado estas situaciones que hay que denunciar? Queda mucho por hacer. En 2018 unos amigos y yo creamos una fundación que se llama Voces Solidarias, con ella nos llenamos de energía para sacarle una sonrisa a alguien que se sintiera más triste que nosotros. Fuimos a los hospitales para aliviar el dolor de otros, llegamos a zonas rurales para formar telarañas sociales. Hay que luchar por lo que quieres a pesar de las barreras, sembrar para cosechar, rodearse de gente que te inspire y unirse al latido de otras personas.

Transitar esta crisis acompañado ha sido indispensable para sobrevivir.

Es por eso que hablar con alguien que padece en el interior se convierte en algo necesario, porque es un ejercicio de empatía. Aunque me sienta culpable no puedo negar nuestras realidades. Puedo quejarme de mis problemas porque los estoy viviendo, pero también debería oír los de otros porque probablemente son muchos más y alguien tiene que oírlos, visibilizarlos y reclamar. También es válido abrazar y cambiar el tema de conversación porque resulta agotador para todos.

Yo siento el interior porque vengo de ahí pero también comprendo la capital porque la padezco. Si el país se convirtió en una competencia de desgracias me gustaría no tener que participar. Sobre todo porque parece que no se señala al o a los verdaderos culpables de esto. Un culpable más grande, poderoso y viejo que la generación Z. No quiero victimizarme ni acusar, no quiero señalar a inocentes con el dedo y decirles que llegó la hora del sufrimiento porque ya la burbuja les explotó a muchos en la cara.