Seleccionar página

Por Martha Eloína Hernández

Salgo del parque de Los Caobos y comienzo a correr suavemente para buscar mi espacio y mi ritmo en medio de la multitud. Llevo con orgullo el número 5.407. Mi corazón está contento. Estoy feliz y agradecida por ser parte de los miles de corredores que tomamos el asfalto para #REcorrer Caracas. Saliendo del túnel para incorporarme a la avenida Bolívar, de repente, siento un pinchazo en mis pies. Es una sensación intermitente que se ubica entre el empeine y el talón. No le doy atención y sigo corriendo con precaución. Pero antes de llegar al semáforo frente al Palacio de Justicia, el pinchazo deja de ser una sensación intermitente y se convierte en un dolor permanente, que me saca de mi estado de felicidad.

Respiro profundo para seguir con el trote. Quiero ignorar el dolor. No me gusta sentir dolor. Nunca me permito ser vulnerable. Como en lo físico mi umbral del dolor es alto, me enfoco en continuar. Acelero mis pasos para mejorar la cadencia, pero no lo logro. Y aunque el dolor es más fuerte que mi intención, no me detengo.

Comienzo a sudar frío y a escuchar mi vocecita tóxica y limitante.

—Sabías que no podías correr una media maratón, ¡quién te manda a estar inventando!

Respiro y me insisto en mantener la calma para no claudicar por un ataque de ansiedad.

Veo a mi alrededor, inhalo la alegría del ambiente, exhalo mis miedos y siento la motivación de los otros corredores. Cada uno está haciendo lo mejor que puede en cada zancada. El dolor se intensifica. Pienso en detenerme para aflojarme los zapatos y hasta en quitármelos para correr descalza. No lo hago.  Y vuelve a aparecer mi vocecita tóxica.

—Si le hubieras hecho caso a tu intuición, esto no te estaría pasando. Tú querías correr con tus primeros zapatos, los viejitos, pero te dejaste llevar por el consejo de Freddy, el cacique mayor de mi club @caciquerunners, de correr con unos zapatos menos desgastados.

Estoy conmocionada desde el primer kilómetro. Intento entender el absurdo dolor en los pies. Activo mi kit de emergencia en el que tengo todas las herramientas aprendidas en mi búsqueda personal. Recuerdo las clases con el profesor Alejandro Marten, en el programa de formación Conexión biológica emocional, en el que aprendí que toda enfermedad es un conflicto biológico no resuelto en lo emocional que se manifiesta en lo físico para su resolución. Caigo en cuenta que mi dolor en los pies tiene un componente emocional y está vinculado con mi propósito para correr esta media maratón.

Corro con la consciencia del dolor, entendiendo que los pies representan a la madre y el enraizamiento con la “madre tierra”, a la estabilidad y al avance en la vida. Inmediatamente, lo asocio con el miedo que siento desde que renuncié a mi trabajo corporativo, ese que me daba “seguridad y estabilidad” para cuidar a mi mamá y garantizarle -sin preocupación- la atención médica a su salud. Desde entonces, me siento sin raíz. El dolor me muestra el conflicto que está próximo a cumplir un año. Ese duelo no vivido, no aceptado ni trascendido. 

Corro esta media maratón para cerrar ese ciclo profesional, honrar y agradecer por mis casi nueve años en una organización en la que siempre quise trabajar. Es un sueño hecho realidad. Mientras hago cada zancada y braceo, pienso en la necesidad de aceptar que el sueño se acabó y que para continuar en la vida necesito liberar y sanar ese resentimiento. No quiero desistir de mi propósito y comienzo a cambiarle la narrativa a la vocecita para continuar en el asfalto y también en la vida. 

Recuerdo que Juan Pablo, otro de los coach del club de corredores, me dijo que usara la visualización durante toda la ruta. Me sugirió escoger dos colores para conectarme con la vibración de cada uno y llenarme de su energía. 

—Martica, yo uso el azul que me conecta con la fuerza del mar y del cielo y el amarillo con la luz del sol. Mientras corro busco esos colores entre los otros corredores y lo que vea en mi camino.

Comienzo a ver el cielo, imaginando que mi papá me está empujando. Siento el calor del sol e imagino el abrazo de un gran girasol –mi flor favorita- y sigo corriendo. En ese instante, veo pasar a un señor mayor al que todo el mundo celebra y anima. Yo le digo “vamos abuelo, que sí podemos” y corro con él unos cuantos metros. 

Me enfoco en respirar y mantener la calma con esa imagen. Estoy nerviosa. Me siento retada por mí misma y por mi propósito: terminar la media maratón. Me acuerdo de las sabias palabras de Igor, el maestro zen y otro de los cuatro coach de @caciquerunners.

—El día del maratón cualquier cosa puede pasar, pero eso no te define a ti ni cómo terminará la carrera.

La vida es como un maratón. El dolor no desapareció, pero sí logré que mi atención se enfocara en ese señor con el que coincidí en la ruta. Luego me entero de que tiene 82 años, es del estado Táchira y se llama Alfonso Cortés.

Al llegar al Calvario siento que comienza mi verdadero recorrido por la ciudad. Recuerdo algunos testimonios sobre correr hacia el oeste y al pasar la curva que empalma con el inicio de la avenida San Martín, me doy cuenta que -en este tiempo- estoy replicando la imagen de una fotografía de corredores por El Silencio que vi hace un par de años. Aprovecho de visualizarme corriendo feliz e íntegra por toda por toda la ruta, así como lo hace Josean “el nenito”, otro de los coach, que siempre corre sonriente, ligero y fresco como una lechuga.

Frente a los bloques del Silencio está el primer punto de animación con música en vivo. Me muevo al ritmo de la samba y sigo corriendo con la fe en mí de que podré culminar con éxito mi primera media maratón. 

Corro por toda la avenida San Martín y mentalmente sigo activando el kit de emergencia. Correr requiere de un entrenamiento físico y también mental. Me conecto con la sensación de la meditación que hice antes de irme al parque de Los Caobos. Froto mis manos y las huelo, buscando revivir el olor del aceite esencial “serenidad” que me coloqué para meditar. 

Recorrer el oeste de la ciudad es una experiencia de reconocimiento de esa Caracas que visito poco. Cerca de la Maternidad Concepción Palacios me encuentro con unas colegas de Portuguesa. Corremos juntas, hablamos, nos reímos y hasta diferimos en aspectos climáticos. Ellas van agradeciendo el calor que comienza a sentirse, porque tenían frío. Están acostumbradas a correr con una temperatura media de 28° C, mientras yo me quejo del calor y la humedad. Veo al cielo y pido al universo que el maratón de 2024 lo hagan en el mes de febrero. 

Al llegar a la subida que empalma Vista Alegre y Bella Vista, se asoma nuevamente el dolor en los pies. Él está desde el kilómetro 1, pero había perdido protagonismo. Lo siento, lo respiro y le pido amorosamente que me deje terminar que casi estoy por la mitad. Vuelvo a activar mi kit de emergencia y me conecto a la imagen de la carta del oráculo que usé luego de la meditación. El mensaje hablaba sobre cómo el servir y el acompañar al otro, te ayuda con tu propósito. Lo interpreto como una señal, bajo el ritmo y espero a Yagdelis y Grisely para continuar. 

No me importa el tiempo ni el ritmo que haga, aunque durante ocho semanas entrené con constancia y dedicación. Me prometo correr esta media maratón de talla internacional para disfrutar Caracas y disfrutarme –como corredora- mi primera fiesta de la integración latinoamericana.

Corremos, nos acompañamos y animamos. Para Yagdelis y Grisely también es su primera media maratón. Cada una con su propósito, compartimos el mismo objetivo: llegar, cruzar la meta y recibir la medalla por el trabajo realizado. 

En los kilómetros del Paraíso y la Avenida Victoria -en donde me regalan dos geles y hay un grupo de tambores animando- me encuentro con amigos y ex compañeros de trabajo que se convierten en la gasolina para mi cuerpo y alma, me animan, me piropean y me ofrecen hidratación. Al llegar a Los Próceres se me ilumina el rostro y el camino al ver a Alexandra, ex compañera y aliada comprometida con la causa de los abuelitos de la Casa Hogar San Pedro Claver. Me sonríe, me dice “vamos Marthica” y me regala una botella de agua bien fría.  Sentir el cariño genuino de la gente y el espaldarazo de los afectos es algo único, especial y extraordinario. Hay que vivirlo para contarlo.

Me siento afortunada de la autenticidad amorosa que recibo de conocidos y desconocidos durante los kilómetros recorridos. Es increíble ver y sentir, en vivo y directo, cómo un evento deportivo une en la variedad y en la diversidad de esa unidad. Los puntos de animación e hidratación están perfectamente alineados y coordinados, así como los pipotes para el reciclaje de las botellas plásticas. Corro un maratón verde, ambientalmente responsable y sostenible. 

En el kilómetro 19 para la media maratón y 20 para el maratón me encuentro con la Dragona y Giuseppe. Corremos juntos unos metros, nos animamos, nos reímos y les regalo los dos geles de limón que me dieron en la avenida Victoria. Ellos continúan su marcha rumbo a los 42 kilómetros.

El mejor punto de animación está en el kilómetro 41 para el maratón o 20 para la media maratón. La tribu de @caciquerunners anima, hidrata y consiente a todos los corredores con hielo y los roll-on mentolados para los calambres, antes de llegar a la meta.

—Allí viene Martha, la otra Martha, @marthahabla, @laquecuentahistorias, escucho al acercarme al kilómetro 20. 

La emoción es indescriptible. María Eugenia me ve y me toma de la mano. Corre conmigo los últimos metros a pesar de tener una lesión en su tobillo. Me da el empuje que necesito para terminar. El dolor en los pies está presente. En algunos kilómetros de manera silenciosa y en otros con un escándalo que me obliga a ver la herida que yo creía superada. 

Con el dolor, como fiel compañero y con mi vocecita limitante como pinche tirano, corro los 21 kilómetros. Llego a la meta, cruzo el arco de llegada con los brazos arriba y me celebro como si hubiera roto el récord mundial. Me aplaudo, me felicito. Misión cumplida. No es fácil correr con el cuerpo gritando lo que la mente intentó callar durante casi un año. 

Recibo mi medalla con el abrazo y la alegría contagiosa de mi ex compañera y brigadista favorita, Nancy. Tal y como lo habíamos decretado, cuando nos encontramos el viernes en la entrega de materiales.

Completar los kilómetros es más que liberar una distancia física. Es descolonizarse de una narrativa mental, limitante y dañina. Es la posibilidad de tener una relación sana y amorosa conmigo misma, con fe en mí, con la disciplina de los hábitos y con la determinación para alcanzar cualquier objetivo en la vida. Comprendo que el miedo no justifica mi existir. Al contrario, me da la posibilidad de emprender otro camino, en una nueva dirección. Cuando se quiere, se puede. 

Lo que vivo este 19 de marzo de 2023 es un logro para mi alma fugitiva y no se compara a lo que escuchaba cuando estuve detrás de bastidores. Es mucho mejor. Cruzar la meta es decirle a la Martha Eloína del pasado que nadie le quita lo bailado, a la del presente que lo está haciendo muy bien y a la del futuro que confíe, que al final siempre hay recompensa y el viento sopla a favor.

Nos vemos en el futuro @maratoncaf.