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Carlos se coloca debajo de las andas, esa estructura de madera sobre la cual se sitúa la imagen del santo para salir en procesión. Sus rolletes, dos cojines pequeños hechos de telas, cuelgan de uno de sus hombros por una tira que los une. Agachado, se desplaza dentro de este cuarto mínimo, oscuro, que se forma debajo del santo, hasta que se coloca al frente, en la esquina izquierda. El resto de los cargadores va entrando a este recinto sagrado y se distribuyen. Los más antiguos, en las esquinas, marcan el ritmo y la dirección, y los más nuevos van en el centro.
Acaba de terminar la misa de Miércoles Santo en la Iglesia Santa Rosalía de Palermo, frente a la plaza Bolívar de El Hatillo. Afuera, los feligreses esperan la salida del Nazareno.
Cuando los 22 cargadores están en sus posiciones, se colocan los rolletes sobre la cabeza y hacen una ligera presión hacia la estructura de madera. Otros hombres se ubican en la parte de afuera para ayudar a levantarlo. Segundos después, toda la carga, que ronda los 900 kilos entre la imagen y los arreglos florales, se distribuye en cada cuerpo que se mueve suavemente de un lado a otro buscando el equilibrio.
Fernando Reyes, el capataz o director encargado de marcar el paso de los portadores, se coloca adelante y hace una oración en silencio. Carlos tiene la mirada fija y al frente, no pestañea y casi no respira. Sus rodillas están ligeramente flexionadas. Está en una especie de trance, concentrado, “para que todo salga bien”.
La primera vez que Carlos cargó un santo fue en 1980, tenía 17 años, y lo hizo para reemplazar a “Chicha”, un hatillano que tenía 40 años cargando y que había entrenado a Carlos desde la adolescencia. Recuerda que aquello era puro compañerismo. Ahora ya tiene 36 años en el oficio.

Fe y tradición familiar
Carlos Barreto Cisneros se crió en El Calvario. Su papá era de Petare y su mamá hatillana. De la unión nacieron cuatro hermanos: Édgar, Víctor, Carlos y Marcos. Tres de ellos cargan santos.
—Esto es algo que viene de mis ancestros, mi tío, mi abuelo, de repente mi bisabuelo que no lo conocí. Data desde antes de 1940. Aquí un muchacho que tú veas con más de 35 años ha cargado santo –dice.
Carlos es sobrino de Florencio Cisneros, quien fuera cargador por más de 50 años y luego capataz de los cargadores. Una “institución” en El Calvario, una gran pérdida para esta tradición tras fallecer el año pasado.
—Yo estoy en las esquinas o a veces en la contraesquina porque los muchachos tienen que aprender también. Yo soy utility, pero él no –señala a su hermano Édgar– el maneja solo la esquina derecha.
También es presidente de la Cooperativa El Carmen, ubicada al final de la calle El Progreso en El Calvario. Esta cooperativa tiene más de 50 años, y se formó con el objeto de organizar las fiestas de la Virgen del Carmen, que tienen lugar cada 16 de julio.
A Carlos lo conocen como “Marrano”. Todos los cargadores tienen apodos y casi nunca se llaman por sus verdaderos nombres. Carlos dice que el suyo se lo pusieron porque de pequeño era muy gordo. Ahora más bien es de contextura fuerte y estatura media. Casi siempre lleva puesta una gorra que protege su escasa cabellera gris de 54 años y sus lentes, que desde siempre los ha tenido: “Esto también es una herencia ancestral”.

Quiero tu cruz
Ni el olor de las ramas de romero disipa el dolor. El Nazareno sufre por el peso de la cruz de madera. Sus labios entreabiertos dejan ver su dentadura y un grito contenido. Mira hacia las 1.500 orquídeas que han donado los hatillanos para embellecer sus andas procesionales. Mira hacia abajo donde están 22 hombres cargándolo con sus cabezas y un andar de pasos mínimos, sin levantar los pies. Cuando finalmente lo sacan a la entrada de la iglesia lo recibe una marcha fúnebre y cientos de velas que iluminan la noche del Miércoles Santo.
A “Marrano” le gusta cargar el Nazareno porque es al que le paga promesa.
—Cuando yo viajo solo yo me le encomiendo al Nazareno bendito y a la Virgen del Carmen, que me lleven con bien en mi camino. El me curó a mi hija que nació con una alergia congénita. Yo le dije que le iba a pagar 15 años de promesa con tal de que me curara a mi niña.
“Marrano” mueve la mandíbula frenéticamente al igual que sus compañeros. Mastican chicle para relajar la cabeza y evitar que se endurezcan los músculos de la cara. Esto también les permite mantenerse hidratados, ya que cargan la imagen alrededor de cuatro horas, en una procesión que va por las calles Bolívar, 2 de mayo y La Paz para retomar la cuadra de la plaza y regresar al templo.
—Está muy pesado– se queja alguien desde el centro de las andas procesionales. Uno de los puestos más sacrificados, porque no tienen contacto con el exterior y se encuentran alejados del respiradero. Durante toda la procesión permanecen entre la oscuridad, el silencio y el calor de los cuerpos.
A “Marrano” se le agita la respiración. Un señor les reparte chicles nuevamente. Santiago, un niño de cuatro años, se apretuja entre los cargadores de la primera fila. Es el nieto de José Ramón Pérez, quien ejerció este oficio durante 50 años y también fue director. Pérez observa cómo su nieto es arrullado por el vaivén de las piernas de los cargadores, y de vez en cuando da indicaciones al director cuando nota que el santo “se va de lado”.
El Nazareno se va adentrando en un mar de gente. Por momentos parece que levitara entre la multitud. A la altura de la Casa Hannsi, dos hombres con dos palos de bambú levantan los cables del tendido eléctrico para que el Nazareno no se enrede. Otra proeza es la larga extensión eléctrica que mantiene iluminado no solo al Nazareno, sino a La Dolorosa y a San Juan que van detrás, sobre unas mesas con ruedas. Un señor carga el rollo de cable para arriba y para abajo. También está Bartolomé González Liendo, que como siempre está tras bastidores, resolviendo lo operativo de cualquier celebración tradicional en El Hatillo.
Han pasado casi dos horas y algunos cargadores comienzan a sentir el cansancio: “Cabeza de sapo” no aguanta más y sale. Un minuto después se va “Fotito”. Inicia la calle La Paz que es una de las más empinadas y todo el peso del santo se viene hacia adelante. “Vamos abrir espacio”, grita una de las mujeres que acompaña la procesión, mientras una cuadrilla de niños y jóvenes scouts hacen un cordón humano alrededor del Nazareno y sus cargadores. Cuatro horas después la promesa se habrá cumplido, el santo estará nuevamente en la iglesia y los cargadores adoloridos.

Desentrañando el oficio
Todos los cargadores de santos de El Hatillo pertenecen a la Cofradía de Santa Rosalía de Palermo, actualmente presidida por José Ramón Pérez. Pero el oficio viene de más atrás. Por ejemplo en Sevilla, se les denomina costaleros, y se atribuye a un oficio que existió varios siglos y consistía en personas que se dedicaban a la carga y al transporte de bultos pesados durante todo el año. En Semana Santa, esos mismos costaleros cargaban las imágenes religiosas (pasos procesionales)
En El Hatillo, la labor probablemente empezó en los años de la fundación de la parroquia (1784), ya que en los inventarios de finales del siglo XVIII se puede constatar la existencia de andas procesionales y mesas para procesiones sin ruedas.
Otra particularidad de este pueblo es que los cargadores de santos o peones, como también se les llama aquí, cargan con la cabeza y todos mirando al frente. Además, los faldones que caen de las andas procesionales y que forman parte de la decoración del santo, cubren los laterales y la parte de atrás. Solo se sube el faldón del frente.
Siempre hay un director o capataz que guía el paso: cuarto, paso redondo o semirredondo. Luego están los cargadores: cuatro esquineros, ocho contraesquineros, y los taponeros, que van en el centro. Los esquineros son los de mayor experiencia y deben tener buen soporte, porque son los que reciben más peso y los que conducen el santo.
Carlos asegura que no tienen ningún tipo de práctica, solo hacer fuerza apoyados con sus rolletes; sin embargo, menciona algunas condiciones básicas: lo primero es la estatura, tienen que estar nivelados para que el santo no se vaya de un lado y no sufran tanto los otros cargadores (él y sus compañeros miden entre 1,75 y 1,78 metros). Lo otro es la contextura, deben tener fuerza para cargar con la cabeza 50 kilos o más durante varias horas. Esto significa más del 50% del peso corporal de estos hombres (Carlos pesa 75).
A Barreto le preocupa que los cargadores que quedan están “caducando”, porque actualmente los jóvenes “se estiran mucho” y entonces no sirven para el oficio.

El Calvario: una cantera de cargadores
El peso del santo recae sobre la columna vertebral de Carlos. Esto hace que los discos intervertebrales que, fungen como almohadillas entre las vértebras, pierdan la capacidad de amortiguar y tienden a aplastarse y a hacer prominencia. 36 años cargando, 54 años de edad, el resultado físico: una hernia discal y discopatía lumbar. Pero a él esto le importa poco porque antes que nada está su fe.
Cuando no carga santos ni está en la Cooperativa El Carmen, trabaja como chofer de camiones.
—Esa es otra tradición de El Calvario que todos somos camioneros –bromea Carlos y su hermano Édgar se ríe–. Todos los trabajos que nosotros hacemos son fuertes, por eso es que nos buscan, porque tenemos temple para la carga –y suelta otra carcajada.
La mayoría de los cargadores de santos viven en El Calvario. Una de las razones podría remontarse a los años cincuenta, cuando se vende la hacienda La Lagunita para construir la urbanización La Lagunita y hay un éxodo masivo de sus antiguos pobladores hacia El Calvario. Otra razón, es que antes cada familia adinerada se encargaba de custodiar la imagen de un santo y sus propios peones trabajaban como cargadores. Con estos datos se podría suponer que tal vez muchos peones de esta hacienda cargaban santos y se llevaron la tradición al barrio, pero falta información para precisar esta hipótesis.

Carga sagrada (y pesada)
Son las 5:00 de las tarde. Terminó la primera parte de la procesión del Viernes Santo y “Marrano” no cargó porque hará relevo cuando regresen el Santo Sepulcro desde la Iglesia de Santa Rosalía de Palermo a la Capilla de El Calvario. Esta imagen de Jesús dentro de un sarcófago de cristal pesa aproximadamente 1.000 kilogramos con los adornos.
Ahora todos los cargadores de santos y los músicos están comiendo en la casa Mamajuana, la casa de la señora Socorro, que todos los Viernes Santo ofrece un sancocho de pescado para estos cargadores de fe y los músicos.
Cuando Carlos termina su sopa sale y se sienta con sus compañeros en un muro, frente a la casa. Ahí comparten un trago de ron, como siempre hacen antes de iniciar la cargada del santo “para calentar motores”. Esta vez, más bien, para relajarse. Rememoran los tiempos en que los cargadores de Baruta y El Hatillo compartían asistiendo a las procesiones de la otra comunidad cuando no había en las suyas.
La tarde cae y el descanso casi termina. El Santo Sepulcro espera en el templo mientras la promesa y la fe de los penitentes los sigue moviendo a llevar la carga sagrada.
—¿Dónde está el señor Carlos?
—Ese ya regresa. Es que se fue un momentico a comprar algo para el dolor de espalda.