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Siempre me ha gustado Caracas por la noche: me gusta que no hay tráfico, no hay ruido, no hay calor sofocante… tiene una paz que equilibra el caos del día. Por supuesto, es una paz aparente y engañosa. Es en ese engaño donde se detiene mi fotografía, en el contraste rotundo entre lo bello y lo horrible.
Mucho más que el registro, es la vivencia del hecho. En ese sentido, mi fotografía no es más que una excusa: una excusa para ver con mis ojos, para vivir y para experimentar con mi cuerpo. Por supuesto que en ocasiones mi vida se convierte en una película de acción, drama, suspenso y, sobre todo, terror… La fotografía entonces me hace vivir más (no podría asegurar que mejor, pero definitivamente más).
Cuando camino por Caracas siento estar atravesando un cuento y donde sea que mire hay una historia que me puedo imaginar (si así lo deseo). Quiero que mis fotos hagan eso para los demás: que sugieran una posible aventura. En ellas no hay ni respuestas, ni soluciones. Sólo una invitación a la curiosidad, a interactuar y a experimentar la ciudad como una red infinita de historias imaginadas y de espacios redimensionados con los ojos de cada uno.
Caracas, lejos de ser una cárcel, es un patio de recreo para la mente.
NOTA: En su jerga, los graffiteros se llaman escritores y sus firmas, bombas.