—Qué bueno que hay Mundial, pa’ ver si nos olvidamos un ratico de todos los problemas —dice una señora en un autobús al sur de Caracas.
Los kioscos que quedan en la ciudad ya no venden las barajitas que antes coleccionábamos e intercambiábamos de niños. Los comercios tampoco ofrecen aquel helado edición especial que traía pulseras y llaveros con las banderas de cada país que los padres corrían a comprarle a sus hijos. Pero restaurantes, oficinas, negocios, estudios y hasta peluquerías con televisores tienen puesto algún canal con un partido de Rusia 2018. Y cada televisor es un imán.
Pantallas gigantes están dispuestas en lugares de encuentro: universidades, plazas y centros. En el Centro Comercial San Ignacio cada jugada peligrosa provoca un gesto entre quienes observan la pantalla colocada en medio de la edificación. Manos van a la cabeza en cada gol errado, se estiran hacia arriba con cada gol anotado, presionan rostros conteniendo suspiros ante resultados inesperados «tumba quinielas».
En las autopistas carros exhiben banderines, al igual que los mostradores de farmacias. Camisas de otros equipos de mundiales pasados visten a motorizados, oficinistas y personal de limpieza. En época de Mundial nos acordamos de nuestro tatarabuelo francés, de nuestros papás españoles y portugueses, del primo que vive en Brasil o de nuestra mamá colombiana. Buscamos en nuestras raíces una razón para justificar nuestro fanatismo. «La Vinotinto» nunca ha clasificado, pero queremos sentir que somos parte.
Desde este 14 de junio, cuando empezó la Copa del Mundo número 21 de la historia, el eco de los gritos de «gol» retumba entre los edificios. En las tascas los partidos se ven ―en una unión casi idílica― con cerveza en mano. Mientras, en la radio se escucha a un comentarista enviar saludos a un profesor de tercer grado que reporta sintonía junto a sus alumnos.
El fútbol le ha dado, por un mes, otro tema de conversación a los venezolanos. En la calle debaten sobre la eliminación de Portugal, Alemania y España. En el metro comentan la derrota de Colombia frente a Inglaterra; en una oficina pronostican resultados; en un kiosco apuestan quién será el ganador del torneo. Ya no será como antes, pero en Venezuela aún se vive el Mundial.