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Ya se están preparando las historias de una decena de personajes que representan el sentir de una de las parroquias con mayor tradición cultural, musical y de innovación social del centro de Caracas. En el taller/expedición Rostros de San Agustín, cronistas y fotógrafos retrataron escenas cotidianas que definen a quienes vibran en esta comunidad. Pronto difundiremos estos perfiles que se visten de colores y se mueven con mucho guanguancó.

Un proyecto desarrollado en alianza entre Historias que laten, Ghetto Photo y 100% San Agustín

Arantxa López

Fotos Arantxa López, Liza López y Daniel Hernández

Una señora se acerca al grupo de cronistas y fotógrafos, se presenta y una niña la saluda. Le pregunta si pueden ir a la entrada para tomarle unos retratos. La señora camina a la entrada y empieza a posar, luego toma un envase de plástico, lo abre y muestra un montón de buñuelos de yuca humeantes. Alguien le pide un dulce y la señora toma su tiempo para poner el envase sobre una silla, busca una servilleta, levanta un buñuelo con pinzas y lo cubre. Por último, ofrece untarlo con caramelo de papelón y lo entrega al impaciente comensal. La niña fotógrafo documentó con su cámara cada acción de la señora Juanita, la buñuelera, mientras la cronista tomaba notas de la escena a un lado. 

Así comenzó el primer recorrido por San Agustín, un barrio lleno de rostros y colores.

Llegaron al teatro Alameda. Los profesores Guillermo Suárez –cofundador de Ghetto Photo– y Liza López –directora de Historias que laten– dieron la bienvenida a la primera expedición HQL. Se formaron las duplas entre niños y jóvenes fotógrafos y cronistas para conversar con sus personajes y el ambiente comenzó a vibrar de emociones. Los niños se convirtieron en anfitriones, acompañaron a los cronistas a conocer a sus personajes y el lugar donde viven o trabajan para retratarlos.

Era como presenciar una obra fuera del teatro Alameda.

A la salida del teatro y a lo largo de las calles de San Agustín del sur, un montón de historias se estaban comenzando a contar. Once historias para ser exactos. Personajes sonriendo en una casa llena de muñecas, en una azotea tocando tambores, en un mesón sirviendo buñuelos, en un galpón rodeado de antigüedades, en un puesto de comida arreglando el menú. Los cronistas sostenían una grabadora, pensaban en su siguiente pregunta, anotaban en un cuaderno las frases más resaltantes. Los fotógrafos observaban con curiosidad y de pronto tomaban una foto, sin muchas poses, solo entendiendo que los gestos espontáneos de ese personaje que hablaba ya estaba diciéndoles todo.

Todo eso pasaba mientras los niños de la comunidad jugaban baloncesto en la cancha detrás del teatro, en el afinque de Marín, la cuna del emblemático grupo Madera. Los murales resplandecían ante tanto sol y todos agradecían por estar en ese Guaguancó de colores, como decía en los afiches que encontraban por las calles que estaban a los lados del teatro.

Escuchar a cada personaje se convirtió en un ejercicio hermoso. Varias de los cronistas son periodistas que tenían tiempo sin salir de su fuente (salud, política…), sin escuchar respuestas calurosas, sin estar en la calle vibrando con los tambores. Este escenario sirvió como reencuentro. Reencuentro con la crónica, con la calle y con los conocidos. La profesora Liza López dio las palabras de cierre:

–Vimos que hay una conexión entre cronistas y personajes. Eso es importante para captar la energía del ambiente y entender la historia que queremos contar. Hoy establecimos el círculo de confianza. Creemos que este es el comienzo de algo más, algo mucho más grande.

Los cronistas se sentían preparados para narrar las historias porque ya habían asistido a varios días de taller, y esta expedición era su práctica en el terreno. Varios ya habían participado en el Diplomado de Nuevas Narrativas Multimedia HQL, así que también fue un espacio para repasar las bases de la crónica y conectar con el propósito de Historias que laten de contar la memoria viva de las comunidades a través de sus personajes.

–Es momento de volver a ver con extrañeza. Es una oportunidad para ver con ojos de marciano lo que nos rodea. La materia prima es real y con eso vamos a trabajar, con hechos reales –dijo la directora.

–Mi tarea es vestirme de cronista –comentó Martha Hernández, una de las cronistas.

En paralelo se estuvo desarrollando una inducción de retratos con un grupo de niños, niñas y adolescentes que han venido formándose en una serie de talleres de fotografía en San Agustín. Los profesores fueron los documentalistas y reporteros gráficos de Ghetto Photo, Guillermo Suárez y Daniel Hernández.

En la azotea del Teatro Alameda, un adolescente sostenía una cámara negra, hace un paneo de todo el barrio, pone su mano sobre la frente para taparse del sol sin quitar la mirada de las casas de ladrillo que tiene al frente. Levanta la cámara, apunta y toma la foto. 

–Me ha gustado. Yo soy de San Agustín pero vivo del otro lado del puente –señala su edificio desde la azotea– y esto me ha ayudado a ver mejor las cosas. Más que las personas me gustan los lugares y con esta experiencia creo que puedes descubrir mucho. Me gusta que las cronistas me digan los espacios que pueden servir para tomar la foto, por la visión que tienen, están oyendo al personaje y saben dónde quedará mejor, que sea espontáneo. La verdad es que antes la fotografía no me gustaba tanto pero luego le agarré un gusto obsesivo a los detalles, quiero que todo salga bien y estén perfectas las luces, las sombras –cuenta Roberto Chávez, de 17 años, uno de los jóvenes fotógrafos del taller.

Roberto parece ser uno de los mayores entre un grupo de diez niños y niñas que andan felices con su cámara escuchando las indicaciones del profesor Guillermo Suárez. Cada fotógrafo acompaña a su cronista, un grupo de once personas interesadas en narrar la vida.

–Tuve la oportunidad de ir a ver a mi personaje en su trabajo como barbera, fui en el Metrocable y me siento como si todavía estuviese flotando en medio de San Agustín. Gracias por la experiencia –dijo con una sonrisa Melianny Pérez, otra de las cronistas.

Cada dupla conversa con gusto. Hacen pausas para entrevistar. Mientras cada uno le pregunta más detalles de su vida al personaje, los fotógrafos ven que ahí también hay una buena foto por capturar.

–Se deben dar espacio entre ustedes, trabajen en equipo –fueron las indicaciones de la profesora Liza López–. Y los fotógrafos traten de aprovechar la luz, no retraten en las sombras. La luz es importante, ubiquen en su entorno un espacio iluminado, una ventana, una puerta –agregó Guillermo Suárez.

La luz no faltó. Bajo el sol ardiente había movimiento, música, voces y fotos. Se sintió la conexión entre las duplas, entre las historias y sobre todo entre cada participante y San Agustín.

Este proyecto se desarrolla en alianza entre Historias que laten, Ghetto Photo y 100% San Agustín.