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Una chica de rasgos asiáticos se asoma a la sala de espera y pregunta: ¿Aquí es el casting? Sí, aquí mismo es. ¿Trajiste traje de baño? Pasa, anota tus datos, puedes cambiarte en el cuarto que está al fondo.

A los dos minutos aparece de nuevo ella, la candidata número uno, en tacones y con un bikini que deja claro que su cuerpo de veinte años no ha sido moldeado por cirugía plástica alguna. Mide más de un metro setenta, sus senos son discretos, su piel, canela clara; los ojos seguramente son herencia de un abuelo filipino, y tiene una actitud de mujer que no necesita accesorios para que le lancen piropos.

Párate en el centro, le indica Gloria Chacón, la directora de este casting.

En la habitación sólo estamos Kelly Martínez (la chica uno), Gloria, el camarógrafo, un televisor donde se proyecta la imagen de la modelo, una mesa, una silla y yo.

Ok, así es –dirige Gloria–. Vamos. Sonriendo a cámara. Muestra tus perfiles. Ajá, derecha, de frente, izquierda. Mira a la cámara. Expresión de alegría. Vamos, espontánea, fresca. Chica sexy, divina. Así es, sin exagerar. Pícara, ajá, da unas vueltas. Ahora te vas a poner de espaldas con tus manos hacia atrás. Piernas junticas. Levanta los brazos (el camarógrafo ahora hace un paneo del cuerpo de arriba abajo). Voltea, ajá. Sonríe. Muuuyyyy bien. Estamos listos.

–Tengo familia asiática, de Tailandia: mi bisabuelo –precisa Kelly Martínez–. Mi madre es colombiana; mi padre, de Barinas. Hago modelaje desde hace tres años y no me ha ido mal con mis características físicas. Este medio es my artificial, todoes fabricado, se exige un patrón de cuerpo perfecto. La publicidad hace que uno quiera cambiar. Tengo muchas amigas que se han operado. Yo me quiero dedicar a desfiles de alta costura, y muchos fotógrafos y diseñadores me dicen que me quede así.

La aspirante número dos espera afuera mientras Kelly se cambia. No hace falta verla en traje de baño para constatar que tiene los senos operados. Son demasiado rígidos, redondos, como trazados con compás: dos globos perfectos de cuatrocientos o quinientos centímetros cúbicos cada uno. En bikini, luce tan despampanante como las chicas que posan junto a la cerveza en las vallas de la autopista.

Vamos, sonriendo a cámara –le indica Gloria–. Ajá, de espaldas, levanta los brazos. Una vuelta. Otra vuelta, más espontánea. Okey, listo.

La modelo no lo sabe, pero la meta real de este casting es calibrar la posible existencia, en un mundo que se nutre de la belleza y de la imagen, de mujeres a las que nunca les hayan practicado cirugía estética. Antes de conocer el desenlace de esta historia, pensaba que iba a ser dificilísimo que aparecieran, en respuesta a la convocatoria para posar en la portada de una revista, modelos “naturales” y al mismo tiempo esculturales, con cuerpos puntaje diez sobre diez. Especulé: seguro aparecen sólo chicas operadas, pues hoy en día en Venezuela (en Caracas, sobre todo) una hermosa sin cirugías es la excepción de la regla.

Gloria Chacón, que es veterana en el negocio, con más de treinta años dirigiendo castings, accedió a apoyarnos en este experimento para determinar cuántas atenderían a un llamado así. Dos días antes, envió la convocatoria a cuanta agencia de talentos y modelos conoce: Se buscan modelos de dieciocho a veinticinco años, frescas, espontáneas, con buen cuerpo, para portada de revista y reportaje desplegado.

***

Frente al estudio donde se desarrolla el casting funciona una oficina de la que entran y salen mujeres de todas las edades cada cinco minutos. Me explican que se trata de un consultorio de medicina estética y que casi siempre desfilan por allí más mujeres que las que acuden a un llamado para un comercial de bebida gaseosa famosa. Suelen salir con labios exagerados, con los pómulos o la frente estirados, con copa treinta y seis B, glúteos nuevos, abdomen reducido. Las filas son tan largas que bajan hasta el primer piso y llegan a la avenida Francisco de Miranda, dice el asistente de Gloria, William Almeida.

Una joven con altura de modelo toca el timbre del consultorio y entreabre la puerta. No, el casting de Marcapasos es ahí al frente, le dicen. Se le escucha decir gracias mientras camina hacia acá. Se anota en la lista. Su nombre es Isis Malpica, de la agencia Bookings, la misma que representa a Kelly Martínez. Ya lleva puesto el bikini bajo la ropa, así que se desviste sin pudor en la sala de espera. Guarda sus zapatos de goma y se calza unos tacones de aguja. Bromea con David Maris, el fotógrafo que ilustra esta crónica, mientras aguarda su turno.

Okey. Disfruta con la cámara. Así, divertida, fresca. Saca el pompis y pon las piernas juntas. Una vuelta y termina en una pose. Excelente.

El lente captura bien su nariz aguileña, la cabellera de Rapunzel, su altura espigada y los movimientos de surfista.

–Crecí en Margarita –dice Isis Malpica–. Siempre he hecho surf. Yo sé que aquí en Venezuela vende más una prótesis que una chica natural, pero no me importa. Estoy en contra de eso, ni siquiera me he pintado el cabello. Es difícil la competencia, lo sé, pero si se quiere ser modelo internacional es mejor no operarse. Empecé a modelar hace cinco años (tiene veinte) y me va muy bien así. Combino la carrera con mis estudios de Derecho en la universidad. ¿Qué pasará cuando la moda de las lolas operadas pase? Llegará el momento en que se cotizarán más las mujeres naturales, ¿no crees?

Ya son las cuatro de la tarde y sólo han venido seis aspirantes. Mañana vendrán más, ya verás, jura Gloria Chacón. Dice que se acaba de enterar de que hicieron hoy otro casting donde el cliente paga diez mil bolívares fuertes a la que quede seleccionada. Mañana nos irá mejor, promete.

El consultorio de enfrente sigue concurrido. Ninguna de las clientas se asoma ni por error a este estudio. Hoy es un día atípico para Gloria, por la poca concurrencia. En otros castings convocados aquí para anuncios de cerveza o de refrescos, han acudido en masa jóvenes “explotadas” (a veces cien por día), como les dicen a las que tienen prótesis muy voluptuosas y caderas de barloventeña.

–La imagen de la belleza venezolana se ha vuelto muy artificial –comenta la veterana directora–. La mayoría de las mujeres tienen el mismo perfil, se ven todas iguales, es un mismo patrón de belleza. Recuerdo que en los años ochenta el canon era la mujer natural, la chica Belmont. Ahora vivimos la moda de las prótesis. Pareciera que la venezolana ha perdido naturalidad y la confianza en sí misma. Pero siento que el estereotipo de la miss está cansando a las agencias y a los clientes. Hemos hecho casting para diseñadores de modas y ha sido casi imposible conseguir modelos con cuerpos sin cirugías, como suelen buscarse en los desfiles internacionales. Pienso que ya se está viendo una tendencia en la moda, y más lento en la publicidad, de buscar mujeres naturales. Porque eso es lo exótico ahora.

***

La chica número siete tiene una figura de Barbie de un metro setenta y pico. Desde hace un rato está sentada, revisando sus mensajitos de texto. El asistente de Gloria Chacón la reconoce enseguida. ¿Te llamas Andreína Vilacha, cierto? Estuviste en el Miss Venezuela 2006, te recuerdo clarito.

Ella asiente y sonríe.

–Aprendí muchas cosas en ese concurso –cuenta–. Maquillaje, pasarela. Ellos buscan mujeres muy recargadas, que se maquillen mucho, que tengan un cuerpo estilizado. Es pura fantasía. Un año antes de concursar me operé los senos. No tenía nada y era muy coqueta, quería verme mejor con las camisas y trabajé como loca para pagar la operación. En el Miss Venezuela no exigen que te operes, sólo aconsejan cirugía si quieres figurar más.

Gloria le dice que pase y se muestre en bikini. Comienza todo una vez más:

Bien. Colócate en el centro. Ya sabes cómo es. Tus perfiles, mirando a cámara. Eso es. Ahora las expresiones: fresca, natural, divertida, sensual. Una vuelta, ajá. Listo.

Mientras Andreína Vilacha vuelve a vestirse, recuerdo una cifra que leí hace poco: en este país, de las sesenta mil cirugías plásticas que se practican al año en promedio desde 2006, casi cuarenta mil son implantes mamarios. La Sociedad Venezolana de Cirugía Plástica, Reconstructiva, Estética y Maxilofacial hace estos cálculos de acuerdo con la información suministrada por sus casi cuatrocientos cirujanos afiliados. Pero si se sumaran las intervenciones hechas por cosmetólogos, enfermeros o esteticistas que se atreven a colocar implantes o aun a modelar una nariz, esa cifra se dispararía hasta la estratósfera.

El presidente de esa sociedad, Antonio del Reguero, está alarmado por la proliferación de “intrusos” en el campo de la cirugía estética, debido a la cantidad de riesgos y posibles complicaciones que implica el ser operado por alguien sin la experticia adecuada.

La ex concursante de Miss Venezuela sale del estudio comentando que ella no está de acuerdo con las quinceañeras que piden unas lolas de regalo. Tampoco aprueba que algunas mujeres con senos naturales, de copa treinta y dos o treinta y cuatro, se operen para que su busto adopte forma de prótesis, sólo porque esa forma está de moda. Eso es absurdo, no es correcto forzar las cosas hasta los extremos, critica.

El cirujano Del Reguero aporta un dato interesante: la cirugía mamaria es un fenómeno que en los últimos dos años ha explotado hacia niveles nunca vistos. De hecho, hace tres o cinco, la liposucción era la operación con mayor demanda. Hay mujeres que insisten –dice– en que se les coloquen prótesis de un tamaño nada acorde con su fisonomía, y hay que explicarles que el cuerpo humano tiene límites, que una silicona de más de cuatrocientos centímetros cúbicos puede causar deformidad en la columna, por decir lo menos. Otras mujeres, comenta, exigen implantes cuando sólo podrían requerir una suspensión mamaria; y cuando el médico se niega a intervenir, entonces acuden a los locales que ofertan mejoras estéticas.

Gloria Chacón ve que el reloj marca las cinco y media de la tarde y apaga la cámara. Propone cerrar el casting por hoy, augura que el segundo día será más exitoso. El esteticista del consultorio de enfrente también se desocupó, pero prefiere no emitir comentarios sobre su trabajo. Evade la conversación con excusas varias y se despide, nervioso.

***

El segundo día de casting amanece más concurrido, como había predicho su directora. La sala de espera se llena ahora de muchachas que responden a los cánones de la belleza mestiza venezolana, esa que crece silvestre y sin intervención de cirujano.

Todas las mujeres aquí sueñan con ser como una miss Venezuela, comenta una de las chicas en voz alta. Sí, pero todas están operadas, le responde otra (y yo rápidamente pienso en otro dato leído: en el certamen de 2005, veintisiete de las veintiocho concursantes se colocaron prótesis mamarias). La conversación sigue su curso: …y en las pasarelas de Europa buscan chicas naturales, sin tanta protuberancia, añade la que hablaba. Yo no me voy a operar sólo por estar en ese concurso o para hacer comerciales, asegura una que está por pasar al casting. Fíjate, yo siento que di un paso para verme mejor físicamente cuando me operé las lolas –replica otra–, la cirugía es buena si se utiliza para un beneficio.

El culto a la hermosura siempre ha existido. No sólo en Venezuela, país famoso porque ha logrado coronar a cinco Miss Universo[i]. Cada cultura ha establecido su propia definición de la belleza, que, según varios autores, es lo que resulta agradable a los sentidos y causa placer. Y lo que se cataloga como bello aquí, no necesariamente lo es en otro continente.

Entre las primeras referencias importantes de ese culto en una mujer, resalta el nombre de Friné, la musa de Praxíteles. En la antigua Grecia, hacia los años trescientos cuarenta antes de Cristo, posó ella numerosas veces para sus esculturas de Afrodita, la diosa del amor y la belleza en la mitología griega. Pero ese patrón cambia en cada época, y las evidencias han quedado bien plasmadas en el arte desde los tiempos de las pinturas rupestres hasta ahora.

El filósofo italiano Umberto Eco ha analizado estas distintas visiones. En su libro Historia de la belleza dice que en la actualidad resulta difícil identificar un ideal específico de lo hermoso, debido a que en esta era predomina “la orgía de la tolerancia, al sincretismo total, al absoluto e imparable politeísmo de la belleza”. El autor plantea que nos instalamos en una esquizofrenia, porque lo que estaba de moda ayer, no lo está hoy. “Corriendo a toda prisa tras las efímeras bellezas impuestas por las modas, somos más esclavos que en el Renacimiento, cuando la gente sólo se fijaba en la cara”.

Lo corrobora en cierta forma Gloria Chacón, a las puertas de este estudio, cuando asoma de repente y llama con prisa a la siguiente candidata, la número diecisiete. Sí, ya anoté sus datos, todas están en la lista, asegura su asistente.

A través de la pared se escucha: Mirando a cámara, tus perfiles, de frente, izquierda, derecha, muy bien, listo.

En la variedad está el gusto, reza el dicho. Al hacer un paneo de las chicas en esta sala de espera, pienso en lo diversos que somos, en cómo nos marca nuestro entorno, en cómo una cultura –y los medios de comunicación y la publicidad– moldea nuestras preferencias estéticas. En algunos pueblos del norte de Indochina, entre Birmania y Tailandia, por ejemplo, la belleza se mide por el número de aros que la mujer tiene alrededor del cuello (las llaman mujeres-jirafa). Hay tribus africanas donde los senos flácidos y caídos hasta la cintura son símbolo de belleza femenina. En la India, el uso de tatuajes representa la hermosura en una mujer, y en China honran los pies pequeños y atrofiados.

En cuanto a Venezuela, el parámetro de las misses ya no está tan en boga, por la cantidad de críticas que ha recibido el certamen: como dice el cirujano plástico Jaime Chacón, la calle está generando su propio patrón de belleza. Quizá sea un combate aún no decidido, pues la publicidad sigue vendiendo senos grandes y rígidos (es decir, siliconas de copa treinta y seis), glúteos prominentes, rasgos perfectamente simétricos y cintura pequeña, ahora sólo con labios gruesos y cabello largo y liso. Pero muy pocas buscan ya parecerse al prototipo de la miss Venezuela, asegura el médico.

En los años sesenta y setenta, refiere, sí era ese un modelo valedero, porque eran misses naturales (la primera concursante que se sometió a cirugía plástica fue Maritza Pineda, en 1975). La “fábrica de mujeres”, como llama él al certamen de belleza, impuso años después un canon: extremadamente delgada, por lo que las mamas operadas sobresalen mucho y se ven muy artificiales.

“La mujer venezolana es hiperatractiva, ha manipulado la belleza”, explica el cirujano. “Algunas llegan a consulta y exigen: Doctor, las quiero de quinientos o seiscientos centímetros cúbicos y que salgan desde aquí (desde el esternón). Les muestro fotos de modelos hermosas con senos naturales de distintos tamaños y me dicen: ¡Ay, no, doctor!, no quiero tetas así de caídas. No entienden que esa forma del seno no existe en la naturaleza. La anatomía del cuerpo femenino no es así (un redondo impecable), sino así (un seno con forma de copa de Martini). El arte –continúa Chacón–, ha representado a la mujer con mamas perfectas, pero son venus inalcanzables, idílicas. Las mujeres reales son distintas. Aquí quieren parecerse a una moda, están buscando una belleza que es ficticia y no tienen conciencia de que una cirugía mamaria es para toda la vida. Yo me niego a operar a pacientes cuando piden algo antinatura. Creo en algo que llamo la cirugía verde, y somos varios los cirujanos convencidos de que debemos promover operaciones que mantengan el equilibrio y la armonía del cuerpo humano. Una intervención con resultados lo más naturales posibles”.

Diversos estudios coinciden en esta cifra: más del ochenta por ciento de las mujeres occidentales se sienten insatisfechas con su cuerpo. Chacón y sus colegas calculan que el uno por ciento de las mujeres venezolanas portan prótesis mamarias (ciento veinte mil mujeres, aproximadamente). Otras miles –no hay estadísticas precisas todavía– se han operado la nariz, el mentón, los párpados, los glúteos, se han hecho el lifting, la liposucción. Venezuela figura, junto a Brasil y Estados Unidos, entre los países donde hay más mujeres dispuestas a hacerse cirugía plástica.

***

Faltan dos horas para que termine este segundo y último día de casting. El consultorio de enfrente está igual que ayer, repleto de gente. Acaba de llegar una mujer altísima, blanca como la sal, cabello castaño claro, ojos rubios y un cuerpo como los que se ven en las calles lujosas de Amsterdam. Pero Kristina de Munter no es holandesa sino de ascendencia alemana. Cuenta que modela desde los catorce años (lo que quiere decir que lleva seis años en esto) y que en varios castings le han sugerido que se ponga prótesis.

–Me siento rara porque soy de las pocas modelos que quedan sin operarse –dice con acento caraqueño–. Yo no quiero hacerlo, me siento cómoda como soy.

Ella todavía no se ha enterado de que esta misma semana comenzó la convocatoria para un concurso de modelaje (Ford Supermodel Venezuela) que exige como primer requisito aspirantes sin cirugías plásticas. El desfile será en octubre y el evento pretende promover así la belleza natural y saludable. La organización no gubernamental Senosayuda, que figura entre los patrocinantes, quiere aprovechar la ocasión para difundir un mensaje: antes de ponerte prótesis, hazte un examen para despistaje de cáncer de mamas.

Algunas agencias de modelos también están promoviendo el estilo de belleza natural. Ese es el sello internacional, argumenta Maylen Henríquez, de la agencia Bookings. “Buscamos exportar chicas con tipologías variadas. Les decimos que no se operen, que no se saquen las cejas, que no se pinten el pelo, porque así van a triunfar afuera. Pienso que el patrón está cambiando poco a poco, de lo artificial a lo natural. Estamos viendo que las jóvenes de catorce años que llegan a la agencia dicen ahora que no quieren operarse. Eso no pasaba hace tres años”.

La agencia King Model aplica una estrategia similar. Su gerente, Israel Barriga, piensa que el mercado de aquí está siguiendo la pauta internacional, que favorece la imagen de la mujer saludable, natural. La moda de la mujer exuberante, explotada, ya no está pagando tanto, dice.

Quedan unas pocas muchachas en la sala de espera. ¿Quién es esa morena allí sentada? ¿Viene al casting?

Sí. Su nombre es Miladys Tarrá, tiene diecinueve años y viene de King Model. Por favor, ponte el traje de baño. Gloria Chacón la hace pasar:

Coloca el número bajo la barbilla, para que se vea el veintidós. Dame una gran sonrisa, mucha frescura, ajá. Mirada pícara, coqueta. Una vuelta con naturalidad. Otra. Así es. Ahora voltéate. Última vuelta. Perfecto.

–Sí, lo juro, estos senos son míos. ¿No parecen? Debe ser la forma del sostén, –jura Mileidys Tarra–. Mis glúteos también son míos. El año pasado, los concursos de modelos exigían que una se operara y en algún momento lo consideré. La competencia es demasiado fuerte, porque te recalcan que si no estás operada o súper maquillada no eres nadie. Este año he participado en varios concursos y están buscando chicas sin prótesis. Mis medidas están fuera del prototipo de las misses (ochenta y cinco, sesenta y dos, noventa y dos) y, aun así, las cosas se me están dando bien. De manera que seguiré siendo natural.

***

Llega el momento de la selección de la chica que saldrá en esta portada. David Maris, el fotógrafo, propone escoger no a una, sino a tres que no estén operadas, pues así podremos mostrar la diversidad de la belleza natural venezolana. La mujer mestiza.

La idea es genial, así que retrocedemos la cinta y el jurado (conformado por Gloria Chacón, David Maris, la directora de arte de esta revista, Victoria Araujo, y la asesora de imagen y mercadeo, Kiki Pertíñez) procede con su criterios implacables, lapidarios. Una conclusión interesante de este casting es que la mayoría de las que atendieron el llamado no tienen cirugías plásticas. De las veintidós modelos enviadas por las agencias Bookings, King Models, L’Altro Uomo, Niñitos y Top Talent, sólo cinco tenían prótesis mamarias o la nariz intervenida.

Delibera, pues, el jurado: No, esta está muy flaca. Le hacen falta unos kilitos, vamos a recomendarle un médico. Esta tampoco, está operada. Kelly me gusta, representa bien el mestizaje, anótala. Yo voto por Isis: tiene algo increíble, es una chama con mucha naturalidad, puede ser una de las de portada. Lo único es su nariz, pero como dice el diseñador de moda Roberto Cavalli, la belleza de la mujer está en sus imperfecciones. Esta tiene cara de niña, es la propia imagen de la criollita. Ella tiene todo operado, más plástica no puede ser. Esta, nada que ver: es linda, pero me aburre. La alemana es bellísima, mejor que un éxito bailable. Mira esta negra, es espectacular. ¿Cómo es que se llama, Mileidys? Parecen lolas operadas, están paraditas, son perfectas. Hay que confirmar bien con ella si son naturales. Si no, no puede ir en portada. Anótala también.

Y quedan así ellas, las tres. Las tres bellezas naturales y perfectas y venezolanas: Kelly Martínez, Isis Malpica y Mileidys Tarra. Las que anuncian, según todos esperamos, el desbarrancamiento pronto y justo y necesario de las siliconas.

Septiembre, 2008


[i] Esa era la cifra para la fecha de publicación de esta crónica. En 2009, Stefanía Fernández fue coronada como la sexta Miss Universo venezolana