OSCAR MISLE. Educador, orientador, terapeuta, cofundador de Cecodap (Centros Comunitarios de Aprendizaje), comunicador, conferencista, locutor, articulista, productor y escritor de libros educativos, entre los que se destacan Violencia en los pupitres, No me hace caso: ¿qué hago?, Adolescente en casa: ¿Qué hago? También escribe radionovelas e historietas. IG: @oscarmisleterrero / TW: @oscarmisle.
“Hicimos un taller con estudiantes de una escuela de Fe y Alegría y se nos ocurrió tocar el tema de la diáspora. Pregunté si habían pensado en irse del país. Me impresionó que más de la mitad del salón levantó la mano en señal afirmativa. Un niño de unos 12 años dijo, expresamente, ‘yo no, yo no me quiero ir ‘. Entonces tuve que preguntarle sus razones, que me explicara por qué rotundamente decía que no.
‘Mi abuela me crió. Mientras mi mamá trabajaba mi abuela estaba conmigo. Ella me cocinaba, me ayudaba con las tareas, jugaba conmigo. Hace poco mi abuela tuvo un ACV y le quedó una parte del cuerpo paralizada. Desde entonces, mi abuela no cocina, no juega conmigo y ya no sonríe tanto. Ahora me toca a mí ayudarla, no puedo dejarla. Creo que mi decisión aplica para Venezuela, Ahora que el país nos necesita, ¿vamos a abandonarlo? ‘.
La reflexión de ese niño me sacudió de tal manera que comencé a pensar en el país desde esa perspectiva. Entonces llegué a la conclusión de que todo lo que soy, lo sombrío y lo humano, se lo debo a Venezuela y todo mi trabajo también se lo he dedicado íntegramente al país.
De mis 66 años, 33 los llevo en Cecodap, es decir, lo que he hecho, en más de la mitad de mi vida, lo he hecho por Venezuela.
En ese recorrido incluyo los 30 cine foro, sobre la película Wonder, que hemos llevado a escuelas de todo tipo: públicas, privadas, bolivarianas y en los que han participado 6 mil 500 niños de todos los estratos sociales. Lo que he escuchado en esos debates refuerza mi idea de quedarme en el país.
Las intervenciones abordan temas como la tolerancia, el respeto, la solidaridad, la compasión que se derivan de la inspiradora historia de August Pullman, un niño de diez años que nació con unas malformaciones faciales que le impidieron durante años asistir normalmente a la escuela y que provocaron que fuera víctima de acoso escolar.
De cada uno de esos encuentros salgo con la convicción de que las cosas en Venezuela van a cambiar, van a mejorar. Cada foro se ha convertido en una oportunidad para drenar, inspirar y generar compromiso de parte de los estudiantes y también de nuestra parte. Los muchachos hacen cola para hablar, para participar.
También incorporo la gratificante experiencia de producción del libro Cuando yo sea grande. Se nos ocurrió en Cecodap que debíamos contactar a jóvenes que pasaron por nuestros talleres y nuestra formación para saber cómo les cambió la vida el haber estado en la organización.
Un gran contingente de muchachos esperanzados, casi todos en el país, respondió a nuestro llamado. Escuchar sus historias de éxito, de compromiso, también me refuerzan la idea de querer quedarme en el país.
Me di cuenta de que existe la necesidad de debatir, de dialogar. Y en ese proceso reflexivo y de revisión también entré yo. Retomé la lectura del libro El hombre en busca de sentido de Víctor Frankl y me pregunté qué sentido tiene lo que hago y qué sentido tiene lo que voy a hacer porque ya no podía hablar de la vida en forma abstracta.
Entonces decidí que todas mis energías las debía concentrar en una certeza diaria: todo lo que haga debe tener algún sentido. Eso me permite ver oportunidades, señales de vida en acciones que antes eran irrelevantes o básicas.
Entendí que la esperanza debe ser una fortaleza que me permita ver más allá y que el optimismo no significa aislarse sino una actitud que me ayuda a conectarme y a sentirme útil. Tengo una realidad que me muestra el tronco seco, pero hay retoños y eso me demuestra que también hay una savia que recorre la planta.
A esa conclusión también llegué con la novela Corazones con memoria, basada en hechos reales, de la fundación La Zaranda. De ese texto y de ese proceso aprendí que todo lo que vivimos sirve de inspiración para dejar una memoria escrita y que el sufrimiento debemos transformarlo en conocimiento y enseñanza.
Es acá donde está mi vida y mis posibilidades de enseñanza y aprendizaje. Como el niño de Fe y Alegría creo que en este momento no puedo abandonar a Venezuela. Ahora es que más me necesita”.