Caracas tiene su Roma en Palo Verde. Un edificio que enfrenta la tragedia de vivir sin agua y la incertidumbre de no tener electricidad estable a casi un mes del primer apagón. En medio de aquella oscurana, un acueducto improvisado permite que la vida siga fluyendo.
Fotografías de Guillermo Suárez. Texto de Liza López V. y Jonathan Gutiérrez. Información de contexto de Carlos Seijas Meneses
Como en la Roma antigua, unos vecinos de la urbanización Palo Verde, al este de Caracas, crearon un acueducto muy peculiar para que cada quien pudiera tener agua en sus casas. Desde el primer apagón el 7 de marzo pasado, los habitantes del edificio Roma –el nombre es una casualidad– impotentes ante la falta de energía y no poder bombear agua hasta los apartamentos, diseñaron un sistema para transportarla desde el tanque de reserva, ubicado en la planta baja, hasta cada uno de los 17 pisos. A mano, con garrafas, tobos, botellas, botellones y pipotes. Con un bolso a cuestas. Hay un orden en medio del aparente caos.
Ángel, del piso 3, es el principal cargador de un grupo de voluntarios que lleva el agua a otros. Recorre sin descanso una y otra vez todos esos pisos, en una jornada que se prolonga varias horas cada día.
José Ángel Rada, 21 años, sube un botellón de agua de 19 litros en el morral que cuelga de su espalda: “Nos unimos como vecinos o este drama será más duro”
La falla del 7 de marzo de 2019 dejó sin electricidad a 22 estados de Venezuela por más de 5 días, y en algunas zonas, después de tres semanas, aún no se había restablecido completamente el servicio.
La energía eléctrica volvió pero con variaciones de voltaje, lo cual limita que equipos como ascensores y bombas de agua puedan funcionar, pues necesitan mayor potencia.
La inestabilidad del sistema eléctrico, además, provocó que varios transformadores en distintas zonas del país explotaran. Entre ellos, el transformador que surte de electricidad a este sector de Palo Verde.
Por esta razón, aunque después del primer apagón volvieron a iluminarse muchas zonas de Caracas, allí, en seis edificios de la avenida principal de Palo Verde, incluyendo el Roma, el drama continúa: en algunos casos no solo no han podido encender elevadores, tampoco electrodomésticos tan básicos como sus neveras. En algunos apartamentos ni siquiera bombillos y tampoco -lo más grave- el sistema del agua.
Detalle del morral de camping que utiliza José Ángel Rada para cargar, de buena voluntad, los botellones de agua hasta las casas de sus vecinos del Edificio Roma
Ángel –José Ángel Rada, 21 años, apto 9– carga en un morral de camping un botellón de 19 litros. Sube hasta el piso 3 y hace una breve parada en su casa. No hay tiempo que perder. Debe aprovechar la luz natural que aún ilumina al final de la tarde. Regresa a la fuente a llenar una colección de botellas de refresco de dos litros. Suman dos docenas. Con cuarenta litros a cuestas, su nueva ruta lo conduce al piso 16, a casa de Edward Arabú, 45 años, el del número 62, quien tiene una hernia umbilical y no puede cargar. También le lleva a varias personas en los piso 5 y 13. En la subida incluso ayuda a algunos vecinos que se quedaron sin fuerza en las manos.
–Me dan relajantes musculares. Otros me dicen cuídate, no te estés poniendo tanto el morral. Porque yo me pongo uno, así hago los viajes más rápidos y me rinde para poder ayudar a los otros.
Quien tuvo la idea del morral fue Rebeca –Rebeca Calaforra, 35 años, piso 6, apartamento 21–. Vive sola en el apartamento heredado de su familia. Su hermano emigró. Comparte su hogar con sus mascotas: tres gatos y un loro. Son su bálsamo de cariño que la resguardan de la crisis.
–Le di el morral a Ángel para que cargara con más comodidad. Porque tenemos que ayudarnos. Es así como hemos podido atravesar esto con un poquito de salud mental. Los primeros momentos fueron de mucha angustia. No sabía lo que estaba pasando, ni lo que podía ser de mí.
Rebeca Calaforra, de 35 años, cuenta la experiencia de estar sin luz, agua ni ascensores por un periodo tan prolongado. “Me siento desamparada y en un limbo”
En febrero de 2010, el entonces presidente Hugo Chávez firmó el decreto de emergencia eléctrica que aceleraría los procesos de mantenimiento del sistema y de adquisición de equipos y de repuestos. Han pasado nueve años, y el país, ahora, padece fallas eléctricas a diario.
En los primeros tres meses de este año, el Comité de Afectados por Apagones registró un total de 3.433 fallas eléctricas en todo el país. En 2018 se documentaron 46.566 fallas eléctricas, 28.345 más que en 2017, cuando se contabilizaron, entre fallas totales y parciales, 18.221.
Los expertos advirtieron desde hace una década que si no se hacían los correctivos podía pasar lo que se conoce como un blackout. En menos de 19 días, dos mega apagones nacionales dejaron a oscuras no solo a gran parte de Venezuela, sino también quedó incomunicada y seca.
Los apagones agudizaron el problema del servicio de agua potable, pues sin luz no pueden funcionar el proceso de bombeo que lleva agua a los sistemas hídricos que surten a ciudades y pueblos.
Edward Arabú, de 45 años: “Por mi hernia no puedo cargar peso. Ángel, el cargador, es un ángelde verdad”
A Edward –el vecino del 16– se le dañaron varios artefactos eléctricos y el congelador con el primer apagón. Pero siente que la pesadilla no acaba, aunque la luz haya ido y venido.
–Que se va y viene. Que la quitan de nuevo. Que si un cable. Que si la causa es un transformador. Que si explotó aquí. Que si quince dólares por apartamento. Que si tres dólares más. Estoy totalmente paralizado. ¿El ingreso dónde está? ¿Cómo haces? ¿Cómo te mueves? ¿Cómo haces para comprar las cosas que necesitas para subsistir?
Cuatro pisos más abajo vive Vanessa Marotta, que sin ser romana tiene ascendencia italiana, como varios vecinos de este edificio. En el apartamento 45 también viven su hija de 13 años, su hijo de 8 y su madre. La niña, Valeria, padece de una discapacidad severa producto de un déficit de la cadena respiratoria mitocondrial. Convulsiona, le da fiebre.
Desde el primer apagón, Valeria pasó despierta cada noche sin luz –su madre y su abuela también– porque se le trastocó su rutina: está acostumbrada a dormir con la luminosidad tenúe de una lámpara terapeútica.
–Me siento destruida ya. Después de hacer siete u ocho viajes por jornada (cargando un botellón de 20 litros) para el piso 12, ya no quieres saber más nada de nada. Hasta el próximo día para continuar en lo mismo.
Vanessa Marotta, de 34 años, sube un botellón hasta su apartamento en el piso 12. La acompaña su hijo menor, Gabriel, de 8 años, quien colabora con su mamá subiendo un botellón de 5 litros
El gobierno de Nicolás Maduro asegura que las fallas eléctricas son consecuencia de ataques cibernéticos perpetrados por la oposición y por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Pero varios ingenieros eléctricos y trabajadores y sindicalistas de la Corporación Eléctrica de Venezuela (Corpoelec) rechazan la versión oficial con el argumento de que la caída del servicio responde, principalmente, a años de falta de mantenimiento y de corrupción.
Ciertamente, por la falta de desmalezamiento entre la subestación eléctrica Malena y la central hidroeléctrica del Guri, en el estado Bolívar, al sur del país, se produjo un incendio que afectó las líneas de transmisión de 765 kV (kilovoltios) y devolvió la energía a las máquinas de la represa, que se apagaron por protección.
De acuerdo con trabajadores de la represa de Guri, esa fue la causa del apagón nacional del 7 de marzo, que en cuatro días ocasionó el fallecimiento de al menos 21 personas, de acuerdo con la ONG Médicos por la Salud.
Vecinos del Edificio Roma se surten de agua en la fuente de la planta baja del edificio. Para optimizar su uso y hacer una distribución equitativa, organizaron jornadas especiales por día
El sistema de distribución de agua creado por estos vecinos sugiere una metáfora del origen de aquellos acueductos romanos. En la Roma clásica, suministrar agua potable era una obsesión que se tradujo en un avance para la humanidad. Para los romanos antiguos proveer de agua fue un símbolo de civilización que los hizo trascender como Imperio. En la Roma de Palo Verde sienten que retrocedieron en el tiempo, pero no a épocas gloriosas. A Vanessa, la vecina del 12, no le queda duda:
–Retrocedimos. No tener luz, no tener agua, es vivir en el oscurantismo. Pero no podíamos quedarnos con los brazos cruzados. Juntos buscamos opciones, al menos para garantizar algo de agua.
En el edificio de Palo Verde, los arcos de este acueducto improvisado tal vez lo representan las manos de vecinos y cargadores que se unen a través de canales conformados por una sucesión de escaleras y recipientes de plástico.
Ángel, el cargador, sigue en su faena. Se detiene en el piso 9 y señala la casa de una señora con problemas en la cadera y en la rodilla izquierda. Es el hogar de Reina Rodríguez –52 años, apto 34– quien vive con dos sobrinos pequeños. Ángel es un relator de los dramas que por estos días sufren sus vecinos. No sólo lleva agua, también a la visita para que cada uno cuente su propia historia.
–El mayor de mis sobrinos tiene 7 años y una condición especial, TEA (Trastorno de Espectro de Autismo). Además es epiléptico. Estos dos niños han venido presentando desde hace tres días, diarrea, vómito y fiebre. Presumimos que debe ser la cuestión del agua. Hoy me levanté muy, pero muy afectada con esta situación.
Reina siente rabia, impotencia, incertidumbre, desesperanza.
El primer apagón –porque en el transcurso de marzo ya se padecieron cinco apagones más– se convirtió en el más largo de la historia de Venezuela desde que se lleva registro.
–Tengo dos días que no me baño porque no puedo. Si te bañas hoy no te bañas mañana. La camisa que te pusiste ayer te la tienes que volver a poner hoy para ahorrar porque no tenemos dónde lavar la ropa.
Reina Reina Rodríguez, 52 años, alza el cartel con el que lideró una protesta frente al Edificio Roma: “Tenemos tristeza, desesperanza y angustia. Vivir así es inhumano”
Son casi las cinco de la tarde y está terminando la faena de distribución de agua. Los sábados, como hoy, el turno es desde el mediodía hasta pasadas las 4 de la tarde. Entre semana, se organizan para sólo dos horas. Entre 4 y 6 de la tarde.
En la bajada de Ángel, ahora se detiene frente a casa de una señora mayor del piso 4, a quien a veces también le carga, porque ella sola no puede.
Aida Sánchez Iveguez –jubilada, 77 años, apto 14– trabajó 30 años en la Electricidad de Caracas y fue una de las más afectadas por este apagón. Qué ironía.
La nevera de doña Aída se dañó por las excesivas alteraciones de la corriente y no tiene dinero para repararla. Su cocina es eléctrica y depende de la bondad de los vecinos para poder cocinar. Vive sola.
Hace dos años, el hijo con quien vivía falleció.
–El país lo enfermó. Y murió –suelta Aída.
En sus años de trabajo, se concentró en optimizar los sistemas de distribución de electricidad en Caracas. Dedicó gran parte de su vida a que otros nunca les faltase la energía eléctrica.
–Los gobernantes deben tener un poquito de conciencia y pensar en el país. Supongo que en algún momento se arregla esto. Supongo. En un país tan rico y con gente tan inteligente.
Aida Sánchez, de 78 años, se le dañó su nevera luego del primer apagón. Su cocina es eléctrica y para preparar sus alimentos depende de sus vecinos
El 25 de marzo se produjo el segundo apagón en casi toda Venezuela. Mega apagón lo calificaron, al igual que el primero. En algunos estados duró dos días, en otros tres y cuatro días.
Los voceros del gobierno insistieron en la tesis del sabotaje eléctrico, mientras que los trabajadores de Corpoelec dijeron que este blackout se generó por un pico de alto voltaje que desbalanceó el sistema en la planta India Urquía, situada en la central eléctrica en Santa Lucía del Tuy (a las afueras de la gran Caracas). “Estamos en una batalla dura. El daño causado es grave”, dijo Maduro, quien aseguró que el culpable del segundo apagón fue un presunto francotirador que provocó un incendio al atacar con un fusil “el patio de transformadores de la central hidroeléctrica del Guri”.
El gobierno anunció que prepara un racionamiento eléctrico.
Expertos como el ingeniero Miguel Lara advierten que los cortes de luz serán más frecuentes y su duración más larga, pues no hay repuestos, equipamiento, herramientas ni personal que atienda el sistema. “Indudablemente, cada día la gente va a sentir, así como lo ha sentido con el agua y otros servicios, un deterioro continuo si no hay un cambio político”. Dice que se requieren 15.000 millones de dólares para recuperar y restablecer el sistema eléctrico.
El sistema eléctrico nacional está tan severamente inestable que será complejo y largo el proceso de rescate. Los vaticinios de los especialistas coinciden: las fallas continuarán así se empiece a recuperar desde ahora. En los tanques, pozos, tuberías y acueductos de Venezuela, todo pareciera indicar que al menos por un buen tiempo no siempre correrá agua.
Mientras se debate sobre los escenarios de esta crisis, en el Edificio Roma de Palo verde cae la noche. Entre penumbras y los últimos destellos de luz de la tarde que se reflejan en los charcos, convertidos en espejos de agua, se ven la siluetas de quienes regresan a sus casas. La épica diaria acabó. A pesar de la fatiga, sonríen porque pudieron recoger un poco de agua. Un halo de luz de ocaso, que traspasa una ventana de pasillo, baña a Ángel. Rebecca, la vecina del 6, contempla la escena y dice:
–¡Wao! Ahora sí pareces un Ángel de verdad.
José Ángel Rada apura el paso antes de que caiga la noche y los pasillos del edificio queden a oscuras. Lleva consigo un guacal con 22 botellas de 2 litros cada una
Gran relato de solidaridad. Desearla que fueran muchos màs. Aún se ve individualismo en los ciudadanos. Pero sobre todo esto no debió suceder en un país petrolero y minero con apenas 30 millones de habitantes. Ojala recordemos por mucho tiempo quienes nos llevaron al terror de estos días para dar todo lo mejor de nosotros y defender la reconquista del país.
Y el muchacho de agua subía, como los ángeles, y los ángeles de arriba le daban la bendición. No llovía ese día, y la noche llegaba más temprano, y los que tenía los pies sobre el suelo sentían que hay esperanza.
En está tierra si hay ángeles, si hay fe, y podemos volver a ser felices.