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En el estante más alto de la Bodega España, ubicada en el pueblo de Choroní, hay una armadura. No es de láminas de cuero y piezas metálicas como la vestimenta de los guerreros egipcios, ni de cobre, similar a la que usaban los romanos para proteger sus cuerpos de otros combatientes. Ésta es una armadura cubierta con chapas de botellas de refrescos.

Fue el disfraz que Adrián Afonzo, el dueño de la bodega, usó en los carnavales de 1994. Por más de tres meses unió con alambres una chapa al lado de la otra, hasta dar forma a una coraza de dos kilos y medio que cubre pecho y estómago, acompañada por una gorra, de quinientos gramos. “Usé 2.870 chapas y dos kilos de alambre de amarrar cabilla en el chaleco, y 144 chapas en la gorra”, apunta con la precisión de un matemático. Ataviado con el traje, Adrián custodió la carroza que recorrió el pueblo y posó para los flashes de las cámaras en tres días de fiesta y aguardiente. “Decían que estaba loco”.

Más de una década ha pasado de aquel momento y Adrián ya no podría lucir el chaleco, si así lo quisiera. Tiene varios kilos de sobrepeso que hacen de él un hombre grande, grueso y lento. Sus ojos, en fiel proporción a su cuerpo, son anchos y están bien abiertos durante las conversas con quienes entran a la bodega, la más antigua de Choroní, en busca de una cervecita. Es moreno y lleva la barba a medio afeitar. Tiene 55 años, tres hijos, una esposa y varios nietos.

Adrián no rebasa el metro 65 centímetros de estatura. Pasa el día sentado frente al mostrador de la bodega España en un banquito con ruedas que lo ayudan a moverse entre los estantes sin hacer demasiado esfuerzo. Permanece allí casi imóvil, casi sin expresiones, tanto, que ni la brisa que entra por las amplias puertas del local mueve su cabellera gris. “No la bajo de ahí, porque pesa mucho”, se refiere a la armadura, líder de tantos objetos curiosos que forman parte de la memoria de Choroní y que Adrián guarda con celo. Se ha entregado a un aficción y hasta obsesión de coleccionar “todo lo que consigo por ahí”. Vive entre los recuerdos de cientos de cosas repartidas en las esquinas del negocio, objetos que comparten polvo y anécdotas y que han convertido a esta bodega, sin querer, en el anticuario de Choroní.

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Adrián conoce las historias de cada objeto que guarda y día a día, desde las ocho de la mañana, se sienta frente al mostrador de madera, a la caza de compradores de los pocos víveres que hay en la bodega o de algún curioso que le pregunte el origen de una de sus antigüedades. Entonces, él dispara. “Éste es el brazo horizontal de la Cruz de Mayo de 1961, la original”. Desde su silla, de la que prácticamente no se mueve, Adrián se refiere a un lámina de madera, pegada en una pared, al extremo izquiero del negocio. “Me lo traje porque lo desbarató un rayo. En 1910 un señor que se llamaba Fernando Collar montó la primera cruz en el Cerro Papelón. De ahí viene la tradición. La gente subía y allá arriba se tocaban los tambores. Uno bajaba arrastrándose de la borrachera, agarrando guasábalas, que son unas espinas que se clavan en las piernas y brazos y hay que silbarles para sacarlas”.

Adriano Afonzo, su padre, compró el local en 1955. Fue uno de los primeros inmigrantes españoles al pueblo. Peleó en la Guerra Civil de España entre 1936 y 1939. Luego se vino a Venezuela, seducido por una solicitud de mano de obra del gobierno del general Marcos Pérez Jiménez. “Nadie sabe cómo ni porqué terminó aquí, en Choroní”, comenta Adrián. Se dirige a uno de los estantes, y saca de una gaveta un yesquero y mechero, ambos de la Guerra Civil española. Son sus preferidos. “Tienen más de 70 años”.

En la segunda esquina de la bodega, al extremo derecho, están guardados en una pequeña vitrina los implementos que Adrián utiliza para restaurar santos, algo nuevo en su vida. Con pinturas al frío, yeso, palillos y un pequeño cuchillo de plástico ha restaurado una imagen de Santa Clara, una Virgen de Fátima, la Rosa Mística y una Nuestra Señora del Carmen. Su primera –y más emblemática- restauración es la de la imagen de la Madre María de San José que está en la entrada del pueblo.

“El 7 de mayo, en la procesión para celebrar su canonización, se nos cayó y se partió el rostro. Todos pensaron algo está pasando. ¿Será que no quiere que la saquemos más ese día? Me la traje al mostrador y la restauré. Quedó exacta, será que ella me ayudó con su mano.Desde ahí quedé en el pueblo como el restaaurador de santos”.

También es conocido en el pueblo como presidente y tesorero de los Comités de Organización de las fiestas de Santa Clara y de la Madre María de San José (ha participado en 17 oportunidades). Tiene fama de ser el prefecto más joven de Choroní y padrino de 47 ahijados. Su faceta preferida: la de parrandero. Al fondo de la bodega hay tambores de diferentes tamaños y colores que suenan cuando hay una excusa para sacar una parranda a las calles y beber aguardiente. Él mismo los fabrica con palos de aguacate. En uno de ellos está escrito el coro de una canción que escribió: “Choroní es un pueblo de pinga”.

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Entrar a la Bodega España es como hacer un viaje hacia décadas atrás, hacia siglos atrás. Las paredes y puertas de madera rasgadas acumulan más de 300 años, los mismos que tiene el pueblo Santa Clara del Valle de Choroní. Cerca de la armadura de chapas está una vitrina polvorienta, repleta de antigüedades. “Esta plancha debe ser por lo menos de 1800. La desenterramos un día que estábamos haciendo unos trabajos de construcción en la casa”. Adrián encontró cuatro de éstas. Hay poleas oxidadas, balanzas antiguas, picos y rastras, botellas gigantes de cerveza, afiches de logos antiguos de Coca Cola, un cuadro de la Madre María de San José y dos serruchos gigantes pegados a una pared. En la última zona del negocio, hay una pequeña puerta, cubierta con una cortina. Es el depósito: escondite para discos de vinil, palas, licuadoras, cientos de libros, películas de VHS y Betamax. “Yo consigo un clavo en la calle y lo agarro, lo enderezo y lo guardo”.

En los estantes del negocio hay unos cuantos productos de limpieza, salsas, cubitos, algunas compotas. Antes había arroz, harina, azúcar, café. Adrián no los vende desde hace dos años, cuando se instaló un Mercal a pocos metros de la bodega. Cree que le quitó la rentabilidad a su negocio.

“Las cuentas ya no me dan, estoy teniendo más pérdidas que ganancias”, dice. Por esto, tomó la decisión de cerrar la bodega y vive de la ilusión de convertirla en el museo de antiguedades, abrir espacios para mostrar a los curiosos yesqueros de Guerra Civil española, planchas antiguas desenterradas del suelo chorinicero, serruchos, tambores y lo más importnte, la armadura de chapas de botellas.

  • Ileana García Mora. Periodista y ucabista del 2006. Caraqueña del 19 de enero de 1984. Pelea por las cosas en las que cree y las defiende hasta el final. Al menos casi siempre; eso intenta. Por eso la tildan de peleona y guerrillera. De ahí el nombre de su blog: http://laesquinaguerrillera.wordpress.com. Desde 2009 es reportera del diario El Mundo Economía y Negocios y aprendiz de cronista.