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La cinta tricolor para el brazo a diez bolívares. El litro de agua a veinte bolívares. La foto pequeña diez bolívares. El helado de palito también. El vasito plástico con pepitona, picante y limón a veinticinco bolívares. La fe: imposible de calcular.
Cualquier analogía con procesiones religiosas se queda corta. Miles de chavistas se han aglomerado en las cercanías de la Academia Militar desde muy temprano, incluso desde el día anterior, para despedir al presidente Hugo Chávez. El color predominante: el mismo que acompañó a Chávez y sus seguidores durante los catorce años que duró su mandato. No hay luto, tampoco caras de tristeza.
A dos días del fallecimiento, el jueves 7 de marzo de 2013, para horas del mediodía ya suman dos millones de venezolanos los que han acudido a despedirse del mandatario más polémico de los últimos tiempos. Idolatrado por muchos y odiado por otros tantos, sin espacio para las medias tintas.
Sol, mucho sol, camaradería, fotos, plegarias, cánticos y consignas hacen sombra a la incertidumbre de lo que está por venir para el futuro de los venezolanos. Eso que está en la mente de todos los asistentes pero que ninguno se atreve a decir en voz alta por temor a faltar a su compromiso de preservar la revolución. Sólo hay rostros esperanzados en ver al hombre que quizás nunca tuvieron tan de cerca en vida, pero que los acompañó en sus sentimientos durante tanto tiempo.
Nadie va solo. Los grupos grandes predominan. Familias enteras o compañeros de oficina hacen de este funeral un vía crucis necesario para agradecer a Hugo Chávez todo lo que hizo por ellos.
El clima cambia a medida que se reduce la distancia entre el pueblo y el comandante. Al estrecharse el espacio para pasar el filtro más importante antes de ingresar a la Academia Militar, la algarabía le da paso al desespero que activa el motor de muchas riñas, empujones y alboroto. La falta de organización aunada al anuncio tempranero del Ministro de Comunicaciones en el que se exhortó a la población a no acercarse al lugar donde estaban los restos porque ya sería imposible que todos tuvieran oportunidad de verlo, desemboca en una preocupación que acompaña a los seguidores del presidente durante la cola.

─Mamá─ dice el niño ya molesto y sudado─ ¿Para qué vamos a hacer ese colón si los guardias nos van a devolver en la puerta?

─Cállate muchacho y camina rápido, a lo mejor nos dejan entrar─ responde apuradita y con firmeza una madre en cuyo pecho proclama su amor por el mandatario venezolano.

El sentido de pertenencia de esa multitud teñida de rojo con el mismo ideal y el mismo objetivo es el combustible necesario para aguantar más de doce horas de cola bajo ese sol inclemente que no ha dado tregua a los caraqueños en estos días de luto nacional.
Hay toldos dispuestos ofreciendo hidratación, atención en caso de emergencia y para entregar material alusivo al Jefe de Estado. La Constitución Bolivariana de Venezuela es uno de los obsequios a los asistentes. Parece un regalo cargado de ironía porque justamente el día anterior anunciaron que el vicepresidente tomaría las riendas del país, cuando era obligación del Presidente de la Asamblea Nacional según la Carta Magna. Cosas de la vida, de esas que se dejan pasar por no importunar el luto de los dolientes.
La voz del comandante acompaña a los deudos en cada pisada. Dos camiones de sonido y una tarima fueron colocados estratégicamente a lo largo de la fila para recordar con la viva voz de Chávez las notas del Himno Nacional de Venezuela y las tonadas de cuanta canción tarareó en sus alocuciones en su programa Aló Presidente.
Después de cumplida la misión, los asistentes retornan exhaustos por el Paseo Los Próceres, descansando de tanto en tanto debajo de algún árbol o retratándose junto a la estatua de Bolívar. Con el deber cumplido y sin internalizar a fondo las consecuencias de lo que acaba de ocurrir, parten de vuelta a sus hogares con la firme promesa de no permitir el regreso de la oposición al poder.