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Caminar dentro de la marea me quitó el miedo al mar. Observar la historia desde sus entrañas te quema la piel y te enfrenta a una realidad que pocos tienen el gusto de conocer. El rojo se ve más rojo si tu mirada pierde los prejuicios y lo entiende como un color más.

Tener una cámara en la mano y caminar por todo el 23 de Enero junto a la gente que más quería a Hugo Chávez, es una experiencia que, sin dudas y más allá del lugar común, te cambia la vida. Mi visión del conflicto en el que está sumido el país, nunca será la misma luego de vivir de cerca el dolor de los suyos.

Sin entrar en discusiones, sin cambiar mi postura, sin juzgar a ninguno de los dos bandos, el camino de Chávez al Cuartel de la Montaña fue un golpe al pecho. Fue compartir desde lo más genuino del sentimiento, un sufrir auténtico que, con sus matices, representa el amor de su pueblo.

Las valoraciones no entran en mi discurso. Tampoco cambia mi visión del proceso. Lo que sí me permite es entender, desde ese lugar de la disputa, que el apellido del líder de la revolución tiene en sus devotos la muestra más firme de lealtad y convicción que conocí hasta ahora.