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Con un grupo de periodistas franceses a los que tengo el placer de guiar en este histórico proceso –a través de esta, nuestra caótica ciudad– comencé hace ya cuarenta y ocho horas una ruta de cobertura de los hechos que devinieron de la muerte del presidente. Ésta es mi mirada, a través de los ojos del corresponsal.
Vimos cómo el pueblo cargaba la urna de Hugo Chávez del Hospital Militar a la Academia Militar, de donde inmediatamente nos dirigimos hacia el Hotel Tamanaco Intercontinental. De ahí, después de un aburrido proceso de presentación de medios, volvimos a la acción. Nuestro destino: el 23 de Enero. A pesar de que uno de los taxistas se negaba a acompañarnos, nos las ingeniamos para entrar al tan conocido bastión oficialista en donde, después de muchas vueltas y de ver todo tipo de armas de fuego, logramos acceder a una entrevista (off the record) con el líder de un colectivo. La tensión en el ambiente era obvia.
De ahí nos fuimos directamente al corazón de Petare para probar suerte. La señora Yelitza nos abrió la puerta de su casa y de su barrio. ¡Qué personajes se encuentra uno en la calle! Regresamos al Paseo Los Próceres para presenciar los actos fúnebres.
Debo admitir que por un momento me sentí parte del proceso revolucionario, fue un momento conmovedor. El día se acabó y, cuando todavía no había podido despegarme de la conmoción, tuve que presenciar un secuestro, de esos que ocurren a diario en la puerta de alguien conocido. Así desperté. Me di cuenta de que, a pesar del clamor popular y esas muestras de afecto que había visto hacia el comandante presidente, la revolución falló conmigo en su misión más importante: dale seguridad a su gente.
A la mañana siguiente, volvimos a visitar los barrios más peligrosos de la ciudad y compartimos, de nuevo, casa y mesa con sus habitantes. Pero la característica que definía a todos los allí reunidos era la misma: intriga. Realmente no sabía lo que me iban a deparar las siguientes horas.
Me encontré con mis amigos franceses cerca del Paseo Los Próceres en donde nuevamente tomamos un mototaxi que nos llevara al meollo del asunto. Esta vez el paso estaba cerrado y tuvimos que caminar como tres kilómetros con cámaras y trípodes a las puertas de la ciudad militar.
Ese día tuve la oportunidad de escaparme por veinte minutos a conocer a las personas que hacían cola para ver el féretro. Fanáticos y no tan fanáticos, pobres y no tan pobres, personas de todas las edades y modus vivendi se daban cita en una cola de más de siete kilómetros para poder dar el último adiós a quienes ellos consideraban el “líder supremo”. Siempre creí que en esa variedad de razas y emociones, estuvo la fortaleza del chavismo que hoy se hacía indomable.
Una señora me dijo que era momento de cambiar, que no se podía seguir regalando el dinero a otros países, que eso era de nosotros los venezolanos. Aproveché para preguntarle si ese dinero era de todos los venezolanos o solo los venezolanos revolucionarios, y me dijo que de aquellos que así lo desearan. Otra me comentó que llevaba más de doce horas en cola, pero que a ella no le importaba porque esta era su manera de pagar todo lo que él había hecho por ella. “Amor con amor se paga”, decía. Sin tan solo hubieses creado más bienestar y menos amor, mi querido Hugo a lo mejor te viese con otros ojos, me repetía una y otra vez.
Luego de eso, me reuní de nuevo con los corresponsales internacionales y fuimos donde los especialistas. El doctor Milos Alcalay, por ejemplo, es uno los pocos diplomáticos francófonos del país. Lo visitamos y le hicimos una entrevista. Al final de la tarde, llevé a mis nuevos amigos a almorzar a La Cuadra Gastronómica, una conocida calle de Los Palos Grandes, en Caracas, especializada en opciones innovadoras a la hora de consentir el paladar. Ahí nos pidieron declarar sobre los últimos catorce años de gobierno para el noticiero de la tarde. Tengo que admitir que estaba un poco nervioso porque la entrevista era en francés y mi dominio del idioma no es tan bueno. De todas maneras la cosa no salió nada mal, hasta aparecí en la pantalla del JT, a la una de la tarde.
Había ley seca, pero eso no nos importó. Después de mover el hielo con el dedo en un vaso que contenía algo más que agua, nos dirigimos de nuevo a la Academia Militar. Esta vez, ya habíamos perdido la cuenta de cuántas veces habíamos ido en esa semana. En ese momento nos dimos cuenta de que había hambre, sueño, ganas de dormir en una cama y no en la acera, de cambiarse de ropa, de tener un baño cerca. La gente se peleaba por la comida y había mucha basura en el piso, pero las consignas continuaban. Lo único que se mantenía era el espíritu.
Había personas de todo el país. Los seguidores de este proceso poco afecto sienten por las formas. La cara de muchos periodistas era como si hubiesen llegado a otro planeta. Entonces sonó el toque de Diana. Todo se silenció. La gente volteó hacia las pantallas que estaban dispuestas a lo largo de la cola y con un movimiento de muñeca, Gustavo Dudamel dio comienzo a una de las más hermosas interpretaciones que he escuchado del Himno Nacional de Venezuela. Hasta mis amigos franceses lo sintieron como suyo, me comentaron. La gente lloraba, porque sabían que a pesar del misticismo que siempre tuvo este gobierno, el milagro era imposible. Jesucristo no podía llegar y poner a Lázaro a andar. Era viernes y estaban reunidos los presidentes de al menos cincuenta países para solidarizarse con la pérdida.
Después del discurso monótono de Nicolás Maduro, tuve que acompañar a mis amigos franceses al aeropuerto. Los despedí con un chocolate típico de nuestras tierras. Los siguientes dos días pasaron de manera muy lenta, como quien se trata de volver a acostumbrar a la normalidad. Volví a la cancha, vi eliminar al equipo venezolano del Clásico Mundial de Béisbol y hasta jugué una partidita de truco. Todo normal. En ese momento llegó un anuncio por la televisión. Otra hora definitiva: las 7:30 pm. En ese momento, Henrique Capriles Radonski anunció que no le iba a dejar el camino libre al ahora Presidente Encargado, un cargo que escribo en mayúsculas aunque no esté establecido en la Constitución. El líder opositor había anunciado su candidatura para las próximas elecciones presidenciales, las segundas en solo seis meses. Otra campaña electoral. En los próximos 30 días el curso de la historia de Venezuela, podría volver a cambiar.