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Presentamos una historia que va de la mano del podcast que recién publicamos, Maratón con propósito. Contamos cómo dos vidas y varios ángeles se cruzaron en un recorrido para demostrar que la perseverancia y la solidaridad pueden lograr metas que parecían inalcanzables. 

Yitsell Ruiz, cuando era pequeña, jugaba a ser doctora y en diciembre de 2024, después de superar muchos obstáculos, se graduó de médico cirujano en la Universidad Central de Venezuela. 

Marvic Salminen-Morillo es abogada, vive en Estados Unidos, y la mueven las causas sociales que apoyen la educación y el deporte como vías para crear oportunidades y forjar ciudadanos autónomos. 

De la serie #HistoriasConstructivas que producimos en alianza con Noticias sin Filtro.

Crónica Martha Eloína Hernández / Fotografías cortesía archivo Fundación Impronta, Marvic Salminen-Morillo y Yitsell Ruiz.

Cuando Yitsell recibió los resultados de la hematología completa por correo electrónico estaba por presentar un examen parcial. En ese momento supo que su salud se había deteriorado demasiado. Pesaba 38 kilos, tenía la hemoglobina en 6 y las plaquetas en 700. Hizo una trombositosis por anemia. Se desmayaba en la calle, vomitaba y no comía porque la situación en su casa era crítica. 

Había ingresos, pero no los suficientes. La prioridad la tenían sus pequeños sobrinos. Yitsell Ruiz vivía en Caucagüita y salía de su casa todos los días a las 4:40 de la madrugada. Estudiaba cuarto año de Medicina en la Escuela José María Vargas en la Universidad Central de Venezuela (UCV), ubicada en la parroquia San José de Caracas, y estaba a punto de abandonar la carrera.  

—Estudiaba cuarto año, colapsé y me quebré. Repetí Farmacología, no la entendía. Fue la materia más difícil en toda mi carrera. Yo hacía todo mi esfuerzo, pero me quedó con 09.3 y pico. Supliqué unas décimas porque ya no aguantaba más, pero me dijeron que la tenía que repetir. Ellos (Fundación Impronta) llegaron a mí cuando me rendí en 2022—recuerda entre lágrimas Yitsell.

Para muchos estudiantes de Medicina, el cuarto año de la carrera es el más exigente. Lo llaman “el hueco de la medicina o el agujero negro”. Algunos caen en depresión, otros en ansiedad. Es una carrera costosa, demandante y exigente en lo físico, económico, mental y emocional. 

Cursando segundo año de la carrera, su papá  —quien la apoyó siempre— le dijo que no la podía ayudar más económicamente.

Por su dinámica estudiantil no podía buscarse un trabajo a tiempo completo y motivó a su mamá, quien había hecho un curso de repostería, para que hiciera postres y los vendiera por encargo. Llegaba a las 8 de la noche a hacer postres con su mamá.

Cuando todos dormían, ella comenzaba a estudiar (de 10 de la noche a 2 de la madrugada). Descansaba dos horas, se levantaba y se iba a la universidad. 

En el tercer año, la situación económica empeoró. Negada a abandonar su sueño y en contra de su voluntad, decidió meter la mitad de la carga académica (4/8 materias) para poder continuar. Trabajó como cajera. Cómo sabía inyectar, ponía inyecciones y con ese dinero se mantenía. Buscó una beca en la universidad, pero nunca se la dieron. Su hermana mayor también la ayudaba con algo de dinero para el pasaje. El dinero que recibía lo administraba para poder ir a la universidad. 

—Todo eso me afectó anímica, emocional y físicamente. Mi mamá me decía que ya no era la misma, que parecía una máquina. Llegaba a la casa tarde en la noche, no hablaba, no comía y me subía al techo de la casa con los libros y una linterna porque no tenía un sitio para estudiar. 

***

Yitsell cursó hasta tercer año de bachillerato en el colegio Fe y Alegría Padre Joaquín López en Caucagüita y se graduó de bachiller en la UEP Instituto Monte Sacro, en La California. En quinto año recibió un reconocimiento por ser buena estudiante y entró a Medicina en la UCV por la Oficina de Planificación del Sector Universitario (OPSU). Ella no tenía cómo ver los resultados y una amiga la llamó para darle la noticia de que había quedado en el puesto 151 con su primera opción, Medicina.

Aunque la transición del bachillerato a la universidad no fue fácil, en su primer parcial sacó 20 puntos. No dormía mucho y lo que hacía era estudiar. Tenía muy presente el esfuerzo que hacía su papá y se inspiraba en la ayuda que también le daba su hermana mayor. Por eso, nunca dijo que se sentía mal y seguía estudiando sin excusas. Se vestía con capas para que no se dieran cuenta de que estaba delgada. 

Desde pequeña leía los libros que le regalaban a su papá, copiaba en un cuaderno los términos científicos que encontraba en las enciclopedias y jugaba a ser doctora. A su mamá siempre le dijo que sería la primera en irse de su casa porque tenía muchos sueños que cumplir y quería superarse.

—Cuando vine a la entrevista en la Fundación Impronta sentí un alivio y mejoré mucho, porque encontré mucho más que una beca. Te acompañan y te hacen seguimiento, están pendiente de todo. Podrán estar muy ocupados, pero siempre tienen tiempo para ti. En mi vida me han pasado dos cosas bonitas (soy joven y sé que vendrán muchas más), una es haber quedado en Medicina y la otra es Impronta. La ayuda fue mágica, gracias a mi amiga Daniela Palazzi y a su mamá por ser el puente que me acercó a la fundación. Gracias al apoyo de ellos, me recuperé y logré graduarme como médico cirujano. 

La Fundación Impronta es una organización venezolana, privada sin fines de lucro, que desde el 2017 por iniciativa de un grupo de profesionales con trayectoria en lo social trabaja por el bienestar y la educación de los niños, adolescentes y jóvenes de Caucagüita, comunidad de bajos recursos ubicada en el municipio Sucre del estado Miranda, en Venezuela.

Solidaridad desde la diáspora
Correr al mismo tiempo, pero en diferentes ciudades. Marvic lo hizo en medio del frío en su vecindario en Minnesota, Estados Unidos, y su hermano Víctor en calor en un sector montañoso del estado Carabobo, en Venezuela. 

Marvic Salminen-Morillo y Víctor Morillo imprimieron su dorsal que decía Venezuela, le pusieron nombre a la dupla: los morochos y unieron sus kilómetros para sumar de forma global 42K y correr su primer Reto Impronta en 2020, en plena pandemia del COVID-19. 

—Hay tantos venezolanos en el extranjero que queremos y extrañamos al país, que nos mantenemos conectados más allá de las fronteras. Por eso, me vinculé al Reto Impronta porque yo quería dar algo de vuelta y con esa iniciativa se unieron dos cosas que yo amo: correr y la pasión por Venezuela a través de lo que hacen en Caucagüita que está muy alineado a mi sentir, dice Marvic. 

Es abogada, la mueven las causas sociales que apoyen la educación y el deporte como vías para crear oportunidades y forjar ciudadanos autónomos. Vive en el extranjero desde hace más de 10 años, pero mantiene su conexión con el país por sus padres, familiares y amigos. 

Desde el 2020 es donante recurrente de Fundación Impronta y su aporte, como el de muchas personas más, va al fondo de becas que benefició a Yitsell y la ayudó a terminar su carrera. Además, aprovechó su viaje en enero de este año (2025) para visitar la Escuela Don Bosco en el sector Turumo y conectar de nuevo con Caucagüita.

—Mi papá fue concejal y hacía mucho trabajo social en esta zona. Eso también me motivó a mí. Conocer a los chamos y ver la ejecución de uno de los programas en persona es muy distinto a leer los reportes, ver los videos y leer las historias que nos mandan. Para mí este viaje ha sido mágico. Ellos me abrieron una nueva ventana y este año correré en octubre el Maratón de las Ciudades Gemelas por los chamos de Caucagüita. Esta visita es mi motor para recaudar más fondos, sembrar esa semilla y llevar al Reto Impronta en mi corazón.

Marvic, además, trabaja en la recaudación de fondos del Proyecto Salud y Paz, en Guatemala. 

—Cada vez que yo hago un maratón siempre me pregunto ¿por qué lo estoy haciendo? Correr es más que un hobbie, corro porque es liberador, corro por mi organización Salud y Paz en Guatemala y por cada una de esas personas que donan dinero y me dan soporte. Entonces, me doy cuenta que en los momentos más álgidos todas esas personas están allí. 

Suma de huellas

Para Bernardo Guinand Ayala, presidente y cofundador de Impronta, la pobreza va más allá de la falta de ingresos y está vinculada a la escasez de recursos esenciales como la educación, la salud y las oportunidades en general.  

—Yitsell estaba a punto de abandonar y nosotros pudimos intervenir en una cosa específica que podíamos resolver. Pero eso no la exoneraba de tener que ‘echarle pichón a sus estudios’ y ver si tenía o no destrezas para ser médico.

Bernardo y su equipo evaluaron el caso. Por primera vez, el fondo de becas que cubre el pago de matrícula, manutención, dotación de equipos, entre otros, se destinaría para pagar una residencia que le permitiera a Yitsell estar más cerca de la Escuela de Medicina, para que pudiera ahorrar costos de pasajes y concentrarse en sus estudios, así como una manutención. 

A los dos meses a Yitsell le retornó la sonrisa, el color a su rostro, recuperó salud y sueño, ganó unos kilos y pudo comprarse su primer estetoscopio. 

—Podemos tener a los chamos becados. Pero la idea es que se preparen y sepan en lo que son útiles. Es la capacidad de cada quien lo que lo hace o no triunfar. Nosotros ayudamos a canalizar capacidades. Impronta es como un autobús que pasa por la comunidad y la gente decide si se monta o no. Nosotros tenemos jóvenes que han aprovechado todas las oportunidades y otros que no les interesan, de eso se trata el libre albedrío —explica Guinand.

Impronta es la suma de muchas huellas individuales que impactan en lo colectivo. Desde el 2017 trabajan con los chamos y la comunidad de Caucagüita gracias al apoyo y enlace comunitario que hizo Henry Vivas, líder social que murió en 2022, era paciente renal. 

El nombre “Impronta” y todos los símbolos gráficos que identifican a la fundación son parte de la huella que dejó Carolina Fernández Henríquez, cofundadora, quien falleció en 2023.

—Yo quiero para los chamos de Caucagüita lo mismo que quiero para mis hijos: una escuela que funcione, en donde aprendan y tengan actividades extracurriculares que vayan con sus intereses y competencias. No le podemos resolver los problemas a todo el mundo, pero si tenemos a un grupo de chamos que se mantiene en los programas de la fundación en el tiempo, estaremos transformando vidas —agrega Guinand.

Glasswing El Salvador y Proyecto Salud y Paz en Guatemala son dos iniciativas que se desarrollan en América Latina y comparten con Impronta —con las diferencias propias de contexto, misión, visión y valores de cada organización— el compromiso de trabajar por el bienestar y la educación de los niños, adolescentes y jóvenes que viven en condición de vulnerabilidad a causa de la pobreza. 

Bajo las nubes ucevistas
El 13 de diciembre de 2024, Yitsell se graduó de médico cirujano. Acompañada por sus padres hizo realidad su sueño debajo de las nubes de Calder, las nubes flotantes del Aula Magna de la UCV.

—Fue una experiencia muy bonita. Lo mejor es que pude costear mis cosas y comprarles la pinta a mis papás. Ese día mi papá me abrazó como si tuviéramos años sin vernos, él trabaja y vive en Barlovento. Yo no había podido pagar las fotos y él me las pagó el mismo día del acto.

En la actualidad, Yitsell cumple con el artículo 8 de la Ley de Medicina en Venezuela (lo que se conoce como el rural) requisito indispensable para ejercer la profesión de forma pública o privada. Comenzó en agosto de 2024 en un ambulatorio en Artigas, tras recibir sus credenciales. No quiso esperar, necesitaba aprovechar el tiempo y ganar experiencia.

—Llegué a un punto en el que dije no tengo nada qué ponerme y son cinco actos. En la Escuela Vargas es una semana de actos: el lunes es la Cantata, el martes es la última clase, el miércoles es la misa, el jueves es la medalla y el viernes es el título. Era mi día (y mi semana) y yo tenía que ir bella, y ¡lo logré! (sonríe y le brillan los ojos).


Su anhelo más inmediato es comenzar el posgrado. Hoy, a sus 27 años, su nuevo sueño es convertirse en gineco-obstetra. Yitsell es talentosa, inteligente, sensible, hiperactiva, apasionada y perseverante. Cuando se propone una meta, la logra. No le gustan las excusas y tampoco la lástima. 

Se siente orgullosa de ser doblemente varguista porque estudió la carrera en la Escuela Vargas y escogió hacer su internado en el Hospital José María Vargas, aunque por su promedio podía hacerlo en otro hospital. En el Vargas todos la conocen, ella lo considera su otro hogar.  

—Me encanta lo que hago y se me olvida comer (risas). A mis futuros colegas les digo: nunca dejen de comer y de dormir porque se enferman. ¡Hay que cuidarse!