En El Pedregal, este pequeño pueblo enclavado entre urbanizaciones del este de Caracas, ser palmero se lleva en los genes. Se hereda de los abuelos, de los padres. Se aprende de las madres. Se practica desde muy niño y se crece arraigado a este ritual que cada año, en los días previos al Domingo de Ramos, prepara las bendiciones de las palmas para la Semana Santa.
Nuestra cronista Ana María Díaz cuenta la historia de Luis Reyes Molina, un palmero convertido en artista y cuyo nombre -Shamán- se inspira en su abuelo, el conocido sanador y palmero mayor de este lugar que aún mantiene muy activa una cofradía de más de 200 años. Pero también narra cómo quienes habitan allí se aferran a sus valores para darle continuidad a esta tradición reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad
Texto y fotos Ana María Díaz
—Épale, Shamán —grita un motorizado que va bajando por la calle.
En este lugar todos parecen conocer a Luis. Lo saludan, le dan la mano y le extienden el puñito mientras se pasea por los rincones de El Pedregal, un pequeño pueblo enclavado en una urbanización en el este de Caracas. Allí todos han visto crecer al Shamán, a sus padres, a sus abuelos.
Allí viven muchos descendientes de sus fundadores. Las calles llevan los apellidos de estas familias: Reyes, Farfán, Blanco. Varios habitan en las casas de sus padres, las mismas que una vez fueron las de sus abuelos y cuyas estructuras hacen contraste con los edificios urbanos que los rodean.
Estos vecinos han visto cómo uno de estos descendientes, Luis Reyes Molina, se ha convertido en artista, porque este hijo y nieto de pedregaleños no pasa desapercibido. Sabe destacarse entre la multitud con sus pulseras de metal, sus sacos pintados a mano y sus rastas que casi le llegan a las rodillas.
Es un “personaje”, como lo describen algunos de sus vecinos.
Le gusta el color, y mucho en él transpira aroma de pintura, con la que le da color al arte con el que representa a sus raíces, a su hogar y a los Palmeros de Chacao.

Porque Luis -nombre artístico es Shamán- es también un hijo de los Palmeros de Chacao, una cofradía cuyo origen se remonta a 1776 formada por un grupo de hombres que sube al cerro El Ávila cada año para buscar la llamada palma que se bendice el Domingo de Ramos en Semana Santa. Esta tradición, declarada Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad, es heredada de padres a hijos.
—Yo digo que antes de nacer, ya era palmero por todos mis antepasados —dice Luis con una sonrisa que dibuja un profundo orgullo, mientras va recorriendo los callejones de El Pedregal que tanto ha caminado —. Es un regalo que Dios nos ha dado —continúa— ser parte de la custodia, difusión y prolongación de esta tradición.
*
Llegar al Pedregal en Caracas es sentir el contraste con el agite de una ciudad como Caracas. Un pueblo escondido, uno que sorprende que esté enclavado allí, tan cerca. Las casas aquí no son tan grandes, ni tan vistosas, ni tan lujosas como las quintas y los edificios altos de las urbanizaciones de La Castellana y el Country Club, con las que limita.
El Pedregal es encantador sin pretender serlo, con sus murales desgastados pero coloridos y sus moradas con techos de teja y de zinc. Lo que lo hace realmente especial es su gente, que suele pasar más tiempo fuera que dentro de sus viviendas, conversando y conviviendo.
La casa de este palmero tiene una fachada turquesa brillante. Arriba se lee “Tío Veneno” en honor a su abuelo, Benito Reyes Blanco, un popular curandero de la comunidad, conocido por sanar diversas dolencias.

Al entrar, es más que evidente que se trata del taller de un artista: materiales apilados, lienzos, pinturas y pequeñas esculturas desperdigados por todo el lugar. Casi todo ha sido creación de Luis -Shamán- y entre sus obras destaca un carboncillo que retrata a hombres alados con sombreros y palmas en sus manos con El Ávila de fondo.
—Este lo hizo otro palmero —aclara Luis —. Es una dedicatoria a los palmeros fallecidos. Se dice que cuando mueren sus almas suben a la montaña para seguir custodiándola.
Varias de las pinturas de este artista plástico simulan árboles coloridos con ramas extrañamente intrincadas y rostros escondidos que parecen observar al espectador todo el tiempo. A veces, son solo siluetas con sombreros que recuerdan a los palmeros. Son los rostros de sus padres, de sus abuelos, de sus ancestros.
Casi todo lleva su firma: Shaman314, lo completa con tres líneas verticales que son atravesadas por una horizontal y ocho puntos intercalados. Luis cuenta que su nombre artístico se lo debe a sus antepasados sanadores.
El taller está repleto de nostalgia, de recuerdos. Fotografías por todas partes, la mayoría de afectos que ya no están. En la parte más alta de una pared se encuentra un Luis más joven, abrazado a sus padres y justo al lado, una imagen de la Virgen de Coromoto.

En un rincón, sobre un contenedor de plástico pequeño, destaca un muñeco con la forma de un palmero, un cráneo con piedras verdes en los ojos, una figura de una Katrina (que tiene un mechón de pelo de su madre), un sombrero de mimbre y una trompeta vieja que parece sostenerse con cinta negra en varios lados. Allí aparece una foto de Tío Veneno.
—Esta era la trompeta de mi papá — comenta.
Su padre fue Luis Reyes Farfán, quien además de ser palmero mayor, fue un reconocido cultor que documentó esta tradición en el libro Soy Palmero, publicado en 2002. Reyes falleció hace cinco años.

*
Cuando se trata de los Palmeros de Chacao, rara vez se escucha sobre la participación de las mujeres en esta tradición.
Comenta Luis que a pesar de que las mujeres no suben a buscar la palma por ser una actividad que exige un gran esfuerzo físico, ellas tienen un gran valor al ser las custodias de su fe.
—Con sus oraciones hacen que no nos pase nada en la montaña.
También recuerda a su madre, quien solía preparar el menú que llevaban para subir a buscar la palma: hallaquitas de chicharrón, de ají con pimentón y de anís dulce envueltas en hojas de maíz, pescado salado, ensalada de atún, arroz con coco y papelón con limón.
Desde que falleció, le ha tocado preparar sus provisiones por su cuenta.
Pero más allá de estos roles domésticos, Luis -artista y palmero- aclara que las pedregaleñas tienen también un valor fundamental en la formación de los palmeros más pequeños.
Nathaly Delgado, coordinadora del programa educativo Palmeritos de Chacao, destaca que las mujeres son clave en la alimentación de los palmeros durante la bajada de la montaña, en los rezos para su protección. Hay algunas excepciones, como la de Judy y Bertica, que llegaron a pernoctar unas tres veces en el campamento hace más de 50 años.
Pero lo cierto es que es una actividad primordialmente masculina. Nathaly lo reafirma: la subida es algo de los hombres, siempre ha sido así, aunque desde hace varios años, las mujeres tienen un rol cada vez más protagónico.
—Nos convertimos en las coordinadoras del programa educacional Palmeritos de Chacao, el cual proporciona protección al medio ambiente y a la tradición de la palma bendita.
Los Palmeritos son el relevo, más de 150 niños y niñas entre cuatro y doce años a los que se les enseña cómo cuidar del bosque, preservar y podar la palma, y mantener viva esta tradición.
Ahora Luis llega a un abasto. Se encuentra con varios vecinos que echan cuentos, ríen y toman cerveza. En el fondo se escucha una salsa. Aquí conversa con Ramón Farfán, un palmero de 62 años. Este señor, al igual que muchos de su familia antes que él, ha subido a El Ávila desde que tiene siete años. Lo considera un acto de absoluta devoción, donde el ser humano se fusiona con la naturaleza.
—Mi papá me enseñó que hay que querer el lugar donde uno nace —dice Ramón con convicción —. Mientras se mantiene la tradición también se mantiene el espíritu.

*
Los Palmeros de Chacao fueron declarados Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad en 2019 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Son parte de la identidad de este caraqueña, especialmente en este sector de El Pedregal, donde fueron distinguidos como Patrimonio Cultural municipal en 1999.
Aquí también se celebra la Cruz de Mayo, la Paradura del Niño, las Parrandas de diciembre y esta tradición de los palmeros que tiene más de 200 años.
—En cualquier otro lugar del mundo la Semana Santa empieza en el domingo de Ramos, pero en Chacao empieza el día de la bajada de los Palmeros —afirma Ricardo Leizaola, antropólogo y autor del libro “Tío Veneno. Crónica de un curioso de El Pedregal” —. La promesa de los palmeros es bajar la palma para que se mantenga el equilibrio de la sociedad. Eso es una emoción, no se racionaliza tanto, sino que se siente.

El hecho de que esta tradición se herede en las familias pedregaleñas durante generaciones ha ayudado a mantenerse casi intacta durante más de dos siglos. Uno de sus propósitos, más allá de buscar la palma bendita, es convertirse protectores del ecosistema de la montaña y conectar con ella.
—El Ávila es un sitio de comunión con la naturaleza y con los espíritus. No hay diferencia, no hay separación —define el antropólogo—. Cuando estás ahí, es un espacio sagrado y un espacio de conexión.
*
Al abasto de pronto llega Alejandro León Padrón, un hombre delgado y encorvado que, con 83 años, además de ser el presidente de la asociación de los Palmeros de Chacao, es el miembro más anciano que sigue subiendo a buscar la palma bendita.
—Si Dios quiere, este año subo para allá otra vez ¡Si estos me dan permiso! —bromea Alejandro, mientras mira a Luis, quien se ríe en respuesta —Aquello es muy distinto a esto, el ambiente es diferente. Aquí todo es planito.
Don Alejandro sube El Ávila todos los días, sin embargo, dice que en una consulta con el médico le encontraron un desgaste en las coyunturas de las rodillas, razón por la que le inyectaron un tratamiento en ambas piernas, y le prohibieron caminar en el cerro.
—Le dije: Doctora, yo soy un palmero, y me dijo: Tú subes todo lo que tú quieras subir, hasta donde aguantes. Pero yo no respondo por ti en la bajada.
—La bajada es lo difícil —agrega Luis.
—Porque uno viene con un peso y se te van, se te van. Pero igual yo subo mi cerro todos los días.
Luis también recuerda cuando don Alejandro hacía sombreros con la palma que entregaba durante la bajada de los palmeros.
—Nah, ese sombrero nunca llegaba acá abajo —recuerda Alejandro.
—Pero eso era como entregarle la fe a las personas que estaban allí —le replica Luis.
—Tengo como seis años que no hago nada de eso —aclara don Alejandro.
—También porque se ha restringido un poco, como para que no se transforme en otra cosa —conversa Luis.
—No, no y es que a veces no da tiempo. Cuando uno está arriba se pone a hacer una cosa y otra. Se me olvida —se excusa el palmero mayor.
Antes de regresar a su casa, don Alejandro busca unas hojas de pesgua, una hierba mentolada con diversas propiedades. Al ofrecerlas y antes de despedirse, asegura que con ellas se puede hacer té, medicina o simplemente, se pueden combinar con aguardiente.
Al otro lado de estas calles de El Pedregal y de las conversaciones de vecindad, todo vuelve al ritmo frenético de una ciudad que se sigue levantando en una modernidad que parece acercarse cada vez más a quienes aquí habitan.
A Luis -el Shamán- no le preocupa esto. Para él, siempre habrá una forma, a través de su arte, para encontrarse con su comunidad, para conectar con su familia, así sea de manera espiritual.
—Se volvió un lenguaje en el cual durante todo el año cualquier persona se puede sentir como palmero en sus diferentes oficios.

Excelente reportaje, te felicito mi vida….