El profesor Pichardo, como lo llaman todos sus alumnos pero también los vecinos de la parroquia, vive día a día con la pasión de promover la música popular venezolana y el empeño de compartir como maestro su conocimiento para formar generaciones de buenos músicos, buenos profesionales y buenos seres humanos desde su taller en La Pastora. Desde el año 2008 lleva con honor el título de Patrimonio Cultural Viviente de Venezuela por su importante labor como cultor popular.
Crónica Mariana Souquett / Fotografías María Fernanda Álvarez
—Sol Sol Mi Do Sol…se me olvidó.
Miguel detiene su canto, sonríe a medias y ve con timidez al profesor Pichardo. Detrás de sus lentes, el maestro entrecierra sus ojos y le devuelve una mirada tan fija como pícara a su estudiante de siete años de edad. Solo los sonidos de los violines y los cuatros de sus alumnos que practican a las afueras del salón de clases son capaces de interrumpir el silencio. Sin palabras, Miguel entiende el mensaje de aquella mirada forjada por la experiencia de más de cincuenta años de enseñanza musical en la caraqueña comunidad de La Pastora.
—Él lee el pentagrama —dice con orgullo el profesor Pichardo al reanudar la clase y pedirle a Miguel que toque esa misma melodía con su flauta. Ahora, con palabras, le recuerda que debe practicar más.
De lunes a viernes, el profesor Narciso Ernesto Pichardo dedica por lo menos cuatro horas de sus tardes y noches a impartir clases de música. Él mismo prepara el material de estudio. Sus principales alumnos son niños y niñas que acuden a su pequeño taller, un espacio situado a un costado de la iglesia La Divina Pastora, en el corazón de la histórica parroquia La Pastora de Caracas, la zona en la que ha vivido desde que nació un 28 de octubre (de 1950 según su partida de nacimiento; de 1946 según su madre).
Múltiples reconocimientos, una pizarra con notas musicales y dos retratos adornan las paredes de su salón rectangular de techo a doble altura, repleto de libros de diversos temas, desde filosofía a historia de la música, material didáctico, partituras, instrumentos musicales y algunas mesas y sillas. Allí también guarda el certificado que lo acredita como Patrimonio Cultural Viviente de Venezuela desde septiembre de 2008 por su importante labor como cultor popular.
Vestido con alguna camisa manga larga y jeans, cada día va a su taller. En las mañanas acude solo para alimentar a “Blanco”, un gato con un pelaje tan platinado como su propia cabellera y su fiel compañero desde que lo rescató y ayudó a recuperarse de una grave enfermedad. En las tardes divide su tiempo entre clases de cuatro, rítmica, violín, flauta traversa y mandolina.
En su taller también recibe alumnos que quieren practicar con su piano, su arpa y su guitarra, o que van en busca de alguna asesoría. Algunas personas de La Pastora se asoman por los ventanales solo para decirle a sus alumnos que están “con el mejor profesor”. Otros estudiantes de su pasado simplemente van a saludarlo, echarle cuentos, pedirle consejos y compartir con él los logros que les ayudó a alcanzar.
Sus estudiantes no han sido solo niños y niñas pequeños, pues también ha enseñado a adultos y personas mayores. Algunos de ellos “ya están muertos”, menciona con nostalgia. El profesor Pichardo no lleva un registro preciso de cuántos alumnos ha formado durante medio siglo, pero cuando le preguntan una cifra, hace una pausa y se atreve a estimar un número.
—Yo calculo que más de ocho mil o nueve mil. ¡Cuidado si son más! —dice.
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—Yo hablo mucho. A veces me paso.
El profesor Pichardo es conversador. Repasar las hazañas y memorias que ha acumulado no es una tarea sencilla: entre cada respuesta intercala conocimientos, anécdotas o reflexiones que pueden ir desde la historia del cuatro venezolano hasta temas que trascienden lo musical, como el pensamiento crítico, espiritualidad, sentido común, geopolítica, biología y desigualdad social.
Es un sabio divertido.
Solo es reservado cuando le piden contar su propia historia. Si accede a hablar sobre sí mismo, por fragmentos, quien lo escucha se vuelve consciente de su amplia e interesante trayectoria.
Antes de contar con un lugar físico, ese taller-salón de música donde resguarda su mundo, que consiguió y que mantiene gracias al apoyo de su comunidad, pasaba sus días tocando guitarra en la plaza La Pastora, tras aprender de manera autodidacta atraído por el auge del rock en su juventud. The Rolling Stones era una de sus bandas favoritas en aquellos días.
De pequeño quería ser médico o militar, pero cuando descubrió la música encontró en ella un escape a una época de su vida que él mismo describe como “revoltosa”, sin ofrecer muchos detalles. Fue a inicios de los años 60 cuando quiso darle formalidad a sus estudios e ingresó a la Escuela Superior de Música José Ángel Lamas.
—Me dediqué a la música. Yo tocaba en la plaza de La Pastora durante 12 o 15 horas. Las personas se acercaban entre el 65 y el 70 y me decían “dame una clase” y yo me ponía a dar clase. Poco a poco tocaba el cuatro y daba clases de guitarra.
La música clásica le pareció un “mundo maravilloso” en el que quiso adentrarse. Así, se atrevió a buscar a los mejores maestros en una época en la que, a su juicio, la música era considerada elitesca.
—Yo tocaba guitarra popular. Después me puse a investigar la guitarra y caí en la guitarra clásica. Empecé a investigar dónde daba clases Antonio Lauro, un maestro y compositor de guitarra, maestro de Alirio Díaz. Hasta que por fin lo conseguí en los años 70. Él daba clases en el Conservatorio Juan José Landaeta que quedaba en Campo Alegre.
Pichardo logró inscribirse en ese conservatorio y allí permaneció unos seis años. Del legendario Antonio Lauro aprendió la técnica de la mano derecha y de la mano izquierda para la guitarra clásica. Su Vals No. 3, “Natalia”, de estudio obligatorio en las academias más importantes del mundo, es una de las piezas que tocaba en sus días de estudiante y que todavía interpreta de memoria a sus más de 70 años, aunque afirma, mientras suspira, que ya ha “perdido destrezas”.
Su primer examen musical estuvo a cargo de Vicente Emilio Sojo, uno de los principales creadores de la escuela moderna de música venezolana, quien le dejó como herencia el estudio de la armonía tradicional. También recuerda a la profesora Cecilia Machado y a los profesores de la Fundación Bigott, quienes le enseñaron a depurar y mejorar su técnica del cuatro. Además de guitarra y cuatro, el profesor Pichardo también aprendió a tocar violín, piano, oboe, flauta, clarinete, cello, bajo e incluso corno.
De sus primeros años como músico rememora el conflicto entre lo académico y lo popular: quienes solo estudiaban lo clásico, como la música de Beethoven, Chopin y Strauss, y no reconocían el valor de la música popular venezolana como una parte importante de la cultura del país. Desde entonces, se propuso rescatar la música folklórica popular, sin olvidar la música tradicional.
Desde La Pastora, creó la Fundación Narciso Pichardo, desde la cual se dedica a reivindicar la música popular: los diferentes géneros musicales de los distintos estados del país, como merengues, pasajes, joropos —central o tuyero, llanero, larense u oriental—, fulías, contradanzas y gaitas, en compañía de Jesús, uno de sus cuatro hijos, quien lo acompaña como profesor.
—Yo trato de rescatar todo ese bagaje para que se mantengan en el tiempo canciones que son “viejísimas” —expresa mientras Amanda, una alumna de 7 años, explica que ya sabe tocar canciones como Compadre Pancho, Niño Lindo, Pájaro Guarandol, Barlovento, La Matica y Córrela con su cuatro.
Toda su comunidad lo conoce como músico y como profesor de música, pero hay otros aspectos que explican su manera de ser y vivir. En el plano espiritual se define como budista, aunque su taller y refugio sea un anexo del templo católico del siglo XVIII de la Divina Pastora. Su hijo Jesús recuerda cuando su padre fue salvavidas en las playas de Naiguatá, en el litoral central, y rescató a una mujer que se estaba ahogando. También ha sido montañista, karateca, practicante de yoga y de aikido, un arte marcial de origen japonés que se centra en los principios de la armonía y la paz.
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—La música tiene que ver con el despertar del ser humano.
Las clases con el profesor Pichardo van más allá de lo musical. Asegura que su misión personal es hacer que los niños y niñas disfruten mientras les da una formación integral. Asevera que un niño que estudie música tiene muchas probabilidades de llegar a ser un profesional. Con sus clases busca que no solamente dominen la rítmica o algún instrumento.
—Quiero que también puedan tener pensamiento crítico y autoestima —asegura Pichardo, quien por momentos se transfigura en un filósofo.
Además de rescatar la música popular, su deseo es ser un profesor que no frustre a sus estudiantes. Por eso los escucha y personaliza sus lecciones con los más pequeños. Considera que cada niño o niña tiene una manera de aprender. Trabaja con ellos la memoria visual, auditiva y muscular. En ocasiones les asigna tareas de matemáticas o les hace preguntas profundas.
—Vamos hablando de crecimiento humano. En el camino de la clase yo pregunto: “¿tú existes?”. Hay niños de 9 o 10 años que se quedan impactados. Así enseño que cuando yo existo, ocupo un lugar en el espacio y me doy cuenta de que yo mismo soy un instrumento. Crezco mentalmente si me alimento de conocimientos.
Con frecuencia destaca que cuando está con sus alumnos trata de dar lo mejor de sí. Desliza junto a ellos sus dedos por cada línea del pentagrama, hasta que descubren que existen cinco líneas y cuatro espacios, y que hay una clave que les va a dar un nombre de nota musical. Indica que así todo queda grabado “como una huella” en su mente.
Aplaude con ellos para marcar el tiempo musical en las clases de rítmica. Mueve su mano derecha mientras canta junto a sus alumnos las notas musicales. Los acompaña con el cuatro o con su guitarra. Los corrige cuando debe hacerlo y los felicita cuando su desempeño es alto. Se ríe con los más grandes cuando le dicen que “Beethoven les va a jalar las patas” porque no han practicado lo suficiente.
Muchos de los estudiantes que han pasado por su taller han ingresado a conservatorios musicales o a núcleos del Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela (el Sistema). Otros brillan fuera del país.
—Este está en China. Este toca clarinete. Esta está en los Estados Unidos. Este está estudiando en París y es profesor de música allá. Este está en Miami. Cada uno tiene su historia —dice mientras desliza su dedo índice por los rostros de antiguos alumnos que figuran en fotografías que atesora en un álbum en su taller.
Aunque recuerda las historias de los alumnos que formó, el profesor Pichardo no piensa en cómo quisiera ser recordado. Asegura que no tiene el anhelo de vivir en las memorias de las demás personas de una manera particular. No ha terminado de hablar cuando Ruth González, su vecina y amiga durante las últimas cuatro décadas, lo interrumpe.
—No recordarlo es imposible. Todo el mundo sabe que Pastora es igual a ‘Pichi’. Pichardo es igual a guitarra e igual a La Pastora.
Excelente narrativa, me hace consciente e imagino la cantidad de niños y niñas que han pasado por la enseñanza y sabiduría del Profesor Narciso Pichardo. Los que tenemos la dicha de conocerlo desde hace varias décadas agradecemos al profesor su resiliencia, en esta labor y el amor por transmitir sus enseñanzas. La crónica me hace conocer estrechamente el personaje, que es de una valiosa labor, muchas veces no reconocida, para mi como pastoreño, Siento un orgullo enorme de ser su amigo, y pido al Creador le conceda mucha salud, para seguir viendo su extraordinaria labor en la juventud de nuestra parroquia La Pastora. Gracias a Mariana Souquett y las imágenes de Maria Fernanda Alvarez